sábado, 11 de junio de 2016
El tiempo presente
+ [Semi-política]. Palabras capturadas en el discurrir de una reunión: protocolos, tareas, significados, protección, orientación, herramientas básicas, plataforma, siglas, solicitudes, activación, informes, acceso, etc. No sé si acumular palabras de esta caótica manera da una idea de lo que tras ellas se esconde. La nada, el discurso vacío, la gratuidad. En un momento quien dirigía la reunión dijo que su plan de oferta de empleo no estaba siendo visitado por el número de personas deseado. Dijo, entonces, que, en realidad, a la gente no le interesa trabajar. Protesté, visiblemente molesto. Rectificó y añadió que tal vez se trataba de una falta de coordinación entre la oferta y la demanda. Luego la observé, presté atención a su jovialidad y a su optimismo. Una mujer habló y dijo que el programa de empleo era muy bueno, que a los amigos de su hijo los tenía al tanto de todo lo que salía en la plataforma, salvo a su hijo, que está licenciado en clásicas: “no se qué voy a hacer con él”, dijo con una sonrisa muy triste. Un hombre me miró y negó con la cabeza, yo hice otro tanto de lo mismo. ¿Dónde estaba la lírica? Vi la libreta de notas donde previamente había escrito todas las palabras antes mencionadas y me dije que había perdido la tarde en una reunión inútil, que no volvería. Conducía de regreso a casa, junto al río, con la música de Elvis Presley bien alta y en la ciudad se apuntaba un hermoso atardecer, sobre los puentes, sobre los edificios. No era una cuestión de ignorancia, sino de falta de empatía. Días más tarde salieron las cifras de empleo en los últimos meses y, sin saber mucho, no pude menos que pensar que eran trucos estadísticos, artimañas del marketing político, que ocultaban una dura realidad: el paro, los bajos salarios y la inseguridad. Mientras la mujer, aquella mujer pensaba que el que no trabaja es porque no quiere, ella con su hermoso y bien estructurado plan de búsqueda de empleo. Y así, un lunes, día de San Fernando.
+ La vida de Pete Townsend contada por el mismo. No he ido, por el momento, más allá de sus primeros años. El fresco de la vida en el suburbio londinense es muy evocador. Pienso en esas casas entrevistas, entrevistas desde el tren y desde el autobús, en las páginas que se han leído sobre los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. La misma ciudad y sus laberintos componen una imagen sugerente y sin perfiles claros, una idea que se eleva en cada mirada y muta sin interrupción. Londres es un modelo para comprender, válido para definir el mundo en su totalidad o para olvidarlo para siempre. Acabo de dejar la autobiografía del guitarrista de los Who y regreso al libro de Zadie Smith. ¿Otro Londres? Lo importante reside en el reconocimiento de la variedad de razas y modos de vida, que en lugar de ser una anomalía es la explicación propicia de la ciudad. Pasear por las calles que se alejan de lo turístico ilumina una idea solida: esta variedad no es un episodio, es una una característica fundamental del final del siglo XX y algo nuclear en el inicio del XXI. Continuamos con la investigación, por eso un libro de ejercicios de gramática inglesa sobre la impresora, a la espera, ¿esta tarde de sábado?
+ Una distinción encontrada un miércoles del 2016: los superiores son autoridad, los iguales tienen autoridad. Las pequeñas astillas de los campos semánticos tienen la llave a otros mundos. Esta es una: ser/tener. ¿Rendimiento? No es momento para la contabilidad.
+ [Lo banal de la modernidad (recogido en una reseña literaria que pretendía ser irónica y terminó por ser analítica sin llegar a encontrar una salida adecuada)]. Sumar mejor que restar, se enciende el motor y el viaje comienza: salir del garaje, desplazarse por la calle de todos los días bajo la lluvia, una glorieta, otra glorieta, sobrepasamos la estación de tren, la de autobuses y descendemos por la calle nueva camino de la carretera nacional, pero nos desviamos hacia la autopista. Suena muy dulce Radio Clásica, parece Bach, pero no podría asegurarlo; qué descubrimiento la música clásica, ya no me interesa otra cosa. Los coches son furiosos artefactos lanzados hacia el futuro, tan hermosos como cargados de peligro: derrapes, caídas indeseadas por taludes, colisiones frontales (…). Al volante es necesario concentrarse y estar muy atento. Me canso de la música clásica y paso al reproductor de Mp3: un suave y antiguo Reggae compone una muelle alegoría sobre lo que permanece: nada permanece, todo es cambio, mutación. Pienso en Brixton y es sólo eso, un recuerdo. Pienso en tautologías, comida coreana, guitarras barrocas y puestos de yuca, mango o aguacates gigantes. No es momento para despistarse, llueve y la conducción es algo serio. El puente tiene algo de animal antediluviano, de batea eléctrica, bestia hermosa y lejana, su esqueleto es virtud y elegancia desnuda. Como todas las estructuras promete más de lo que aporta, pero ahí está indiferente, pues la sugerencia no entra en sus funciones. Niebla espesa, un túnel, otro túnel y las luces antiniebla. La música, el amor, los coches. ¿Ataraxia? Conducir no es una virtud, de la misma manera que no se puede decir de nadie que abre muy bien las puertas [¿o sí?]. Lo paradójico es el emblema, la banalidad la leyenda.
+ “Pero en la mano tenía una llave fría y, alrededor, unas vidas más extrañas que cualquier ficción, más curiosas que la ficción, más crueles que la ficción y con unas consecuencias que la ficción nunca puede tener”. (Zadie Smith, Dientes blancos). La ficción aporta una capacidad de análisis de la que carecen otras modalidades de expresión escrita. La ficción propone un mundo sin interpretaciones, el lector establece los planos de realidad y los modifica en el proceso de actualización que su labor desarrolla. Determinar el sentido y la verdad del texto ilumina lo narrado, lo acota mediante el contexto del propio lector. Pero la vida misma supera esta capacidad. Porque la ficción no deja de ser un pálido reflejo de la vida. Basta salir a la calle con los ojos limpios y con un punto de desautomatización para comprobar qué extraño es todo, qué complejo, qué inabarcable. El vértigo del vidente. Los niños que juegan, las mujeres que hablan, el guardia que sigue con la mirada a una adolescente; los luminosos de los comercios, los supermercados, los coches, las motos; farolas, papeleras, adoquines, verjas. Toda esa totalidad no se revela contra el que mira sino que lo invita a dejarse llevar por su fluida apariencia: sin pedir nada a cambio. Somos actores y espectadores, simultáneamente. La vida cotidiana encierra en sí más misterios que cualquier novela de misterio que duerma en la balda de nuestra escueta biblioteca. Ver y ser visto, hablar y ser motivo de comentario, la glosa y la discusión, el avanzar hacia la interpretación imposible. No hay un sentido, ya que los sentidos son innumerables y cambiantes, cada sentido se ve reemplazado y asume su derrota, pero no se rinde, sufre una metamorfosis: lenta, humilde y definitiva. Etc.
+ Tres imágenes que se tomaron durante una tarde lluviosa de mayo. No hay más intención que saber que la lluvia estaba allí y conformaba un contexto y un escenario. La lluvia tiene hermosos reflejos, aquí hay dos reflejos y un árbol urbano y triste, que habla mucho de los que bajo su vertical caminan. Yo, uno más.


