sábado, 28 de mayo de 2016

Libreta de notas




+  La mala pintura. Todo lo que se puede acumular, todo lo que se ha encontrado en la calle y carece de valor. Es un regreso al detritus. Quizá el momento se caracteriza por esa tendencia, lo que está en el margen se transforma en valor. En muchas ocasiones he pensado en toda esa pintura despreciada, pintura de fin de semana, pintura de mueblería, pintura de ocasión. El valor artístico es nulo, pero eso no la invalida. El contexto eleva una posibilidad. Visitar exposiciones que no salen en las páginas de los periódicos.

+ Encuentro un ticket de entrada del Reina Sofia. Es pequeño y lo utilizo como marca páginas. Tiene la reproducción de un cuadro de Juan Gris que desconozco, y seguro que he pasado delante de él unas cuantas veces: lo que indica la poca atención que le presto a la pintura: en ocasiones. El cuadro representa una botella de Anís del Mono quebrada y se titula La bouteille d’anis. ¿Por qué en francés? No es momento para averiguarlo. Y me digo ¿será uno de esos Juan Gris que fueron embargados a Mario Conde? Mientras me lo pregunto intento trazar un paralelismo imposible entre las vidas de ambos y más bien aparece un punto de unión, cuando los cuadros del primero se convierten en un valor que asegura su rentabilidad, al tiempo que da un prestigio que gusta mucho al pedante. Un prestigio social que nada tiene que ver con la obra del pintor, pero que lo hace tan atractivo, otra vez, al pedante

+ Más tarde contrasto la información y este cuadro no es el cuadro que se le embargó a Mario Conde. No fue el de la botella de anís, sino el de la guitarra y el periódico. En cualquier caso, da igual. Juan Gris no tuvo éxito en vida, como otros tantos pintores. Hay reflexiones que tratan de establecer con el fracaso artístico un camino de perfección: el genio no reconocido; pero yo lo quiero ver desde otro punto de vista: lo importante es el trabajo, no el rol que se desarrolla. Pero, eso sí lo creo, es complejo crear desde la felicidad, sólo el dolor aporta luz en la tiniebla y eso es lo que nos atrae, como pedantes genaralizados que somos.

+ El embarque para Cyterea, de Watteau. Un cuadro, otro cuadro que palpita en la pantalla. Son referencias culturales que se acopian según la tarde transcurre y me pregunto por el sentido de todo este saber acumulado que no se dirige hacia otro lugar que a una fósil nostalgia. La nostalgia es el anhelo por regresar, por regresar a la patria. Pero, ¿de qué patria hablo cuando hablo de patria y ésta se cifra en motivos culturales, tan herméticos, tan crípticos? Todo se resuelve en una pantalla protectora y transparente. Cyterea es la isla a la que Venus llegó tras su nacimiento. Hay un poema que celebra el significado del embarque: entregarse al amor. Pero el poeta, Guillermo Carnero, nos hace ver que cuando Watteau pinta este cuadro es un anciano y lo pinta desde la distancia, cuando él ya no puede participar en el juego, el juego del amor. Busco el poema y no lo encuentro, porque la búsqueda sólo me devuelve los cuadros. ¿Una decepción? Necesito leer todo, absolutamente todo. Al final y lo consiguo y mi sospecha es, ya, certeza: el tránsito hacia la vejez se describe en el poema no sin dolor, no sin disntancia, cuyo final establece un contexto que ilumina ese mundo sin luz al que todos se derigen, salvo la inmortal Venus: “Y no guardo rencor / sino un deseo inhábil que no colman / las acrobacias de la voluntad, / y cierta ingratitud no muy profunda”.

+ Hay, esta semana, un esfuerzo cultural que tiene sus consecuencias: la melancolía, el mal de lo negro que se posa sobre la cama donde dormimos y termina por empaparlo todo. La lectura de cierta poesía conduce a una modificación del prisma con el que se escruta la realidad, todo cambia repentinamente y el resultado es confuso y, por lo tanto, tiende hacia la interpretación, a la obligación de determinar un sentido. La realidad está, siempre, abierta a la lectura, y el lector, oh, también es un personaje, un acuerdo entre el que lee y el que escribe: una otra ficción más, posible y verosímil. Y esto nos muestra como estamos restringidos a un tiempo y a un espacio, nuestros latidos y la frontera de nuestro cuerpo:  ni otro tiempo, ni otro espacio hay.

+ El buen gusto. Sobre la expresión cae una losa; uno debe distanciarse de lo que implica porque parece llevar consigo la reprimenda de una maestra, el castigo contra la pared, con los brazos en cruz, y ya no es momento para ello. La lectura nos lleva por senderos de mal gusto y con ellos obtenemos una sonrisa, casi siempre, a veces: sólo rechazo; pero del buen gusto siempre hay que huir, como de la alta comedia, como de esos productos pseudoculturales que sólo miran a un inocente entretenimiento, que resulta, al final, no ser inocente.


+ Imagen: una escalera en un alto edificio en Madrid. El anonimato del que dispara y el poco interés que tiene el objeto. Disparar, objeto, Madrid. Podría ser cualquier otro lugar, pero sólo es posible esta escalera, este edificio, este sujeto que dispara y cuelga la foto en su diario en red. Muere el día y se abren los aposentos de la noche.