sábado, 21 de mayo de 2016
Viaje, en primavera, a la ciudad de Oporto
+ Como si fuesen los prolegómenos para componer un poema, leo las notas que he tomado a lo largo de la mañana. De alguna manera estoy satisfecho, he logrado una visión total: dentro de mis posibilidades. Es una manera de decir que tengo la nómina de autores cubierta y siento una tranquiilizadora satisfacción. Es la tarea que se completa. Mañana iremos a Oporto / Porto, una vez más. Las ciudades se construyen y mueren con nosotros, somos aquello que nos ofrecen: comunicación, conocimiento y sentimentalidad. Se agrupan en torno a unos recuerdos, unas evaporadas certezas, y la única certeza posible: la muerte.
+ Y pienso en las carreteras, en la necesidad de hablar de las carreteras. El trabajo que nos procuran, esa substancia, el núcleo de los días, las mañanas asombradas por la fuerza, la dureza de la tierra y el fuego de la lluvia en los días fríos. La carretera es una línea que se ensancha sin pensamiento; hay pájaros que mueren contra su tránsito de camiones y autobuses. Hay un promontorio, un pedestal desde el que se contempla su geometría y en ese ejercicio la nada es la única posibilidad de este no-lugar. Por eso permanece abierta la interpretación, el sentido de toda lectura. Camino al borde de las cunetas, observo las zanjas y las pequeñas obras de fábrica, ríos de plata y olvido, ríos sin nombre, aliento de prados y huertas. Y pienso en las carreteras poco antes de dormir, sin miedo, sin esperanza.
+ La ciudad de Oporto aguarda, tras la noche, tras el viaje. Allí, con esas delicias de las natas y el café pleno de aromas hurtados al trópico. Como si allí se contuviese Brasil o la cremosidad que se embute en los milhojas, un poco de azúcar y el cielo despejado. Limpias páginas de un cuaderno recién comprado. Qué agradable tarea conducir por la autopista hasta la ciudad de Oporto, orillarse en la circulación y entrar por la playa, esa Foz tan nuestra en los días de invierno, cuando las olas estremecen el corazón de los enamorados: así los vimos, agarrados y con el temblor de la cámara de vídeo en las yemas de los dedos. El café, las natas y los besos. Asciende en el horizonte una columna de humo, el viento de la mañana fría y el recuerdo de las sábanas que nos acojen. La ciudad de Oporto espera en el final de la primavera.
+ Una posibilidad, una intuición. Compré, cuando ya casi regresábamos, el libro de Miguel Esteves Cardoso A causa das coisas. Es un libro que agrupa artículos periodísticos de los años ochenta. Lo portugués es para mí un tema vital, sobre el que giro a lo largo de los años. Hay unos cuantos temas más, pero lo portugués ocupa un lugar especial que se mantiene a lo largo del tiempo, décadas que se alojan en lo íntimo de la memoria, la amistad y el amor. Así, en un territorio se han fundado muchas alianzas y, lógicamente, no es ya un telón de fondo simplemente. ¿Qué espero del libro? Aproximaciones más precisas, un anhelo de exactitud, que no llegará, pero que tiene el poder de la fuerza que revela lo interior y nuestra inclinación a derivas sustanciales. Comencé y hay un artículo que cifra en la moqueta lo característico de una época y la rendición ante lo dado; por otro lado, habla de cómo se infiltran en el vocabulario las palabras en inglés: esto marca una tendencia que con el tiempo se ha agudizado. Bien, dicho lo dicho, creo no haberme equivocado: tampoco era difícil porque yo al columnista lo leo, a veces, en Público, en diario lisboeta donde colabora. Cierro el libro y regreso a la tarea de la poesía de los años cincuenta y sesenta en España.
+ [Un sueño]. Tras el viaje a la ciudad de Oporto, el sueño me abrazó con suavidad. Pronta y dulce, como la mano de una niña con menos de un año, su sonrisa y la limpidez de sus ojos, un poco de timidez y un saludo, una despedida; así fue la llegada al sueño. No recuerdo casi nada, salvo el final. Un puente apenas transitado que conduce a una otra orilla donde hay un pueblo que asciende sobre una ladera. Una mujer me dice que toda esa península pertenece a una aristócrata noruega, asiente y un hombre desciende en un carro de madera que es casi una bicicleta, que es casi una silla de ruedas, pero no se concreta en ninguna de las dos cosas. Poco importa, pero sí cuenta ese paisaje elevado sobre el mar: como un fiordo. Son obsesiones paisajísticas que me acompañaron semanas atrás: bosques hasta la propia orilla del mar, elevadas cumbres, islas cubiertas de nieve, animales sin identificar, hombres que cortan leña y la aplican, el invierno absoluto; entre ello la narración de la intimidad: abandoné el segundo libro de Karl Ove Knausgård por aburrimiento, después de interesarme tanto el primero. La ciudad de Oporto era un recuerdo, con su luz de primavera, en los parques y las fachadas. Muebles, madres, hijas, acordeones, libros, librerías, hoteles y restaurantes. Muere el día.
+ No es convenientes escribir sobre lo que se sueña.
+ Es muy recomendable tener una libreta y un bolígrafo en la mesilla de noche por si uno se despierta en mitad de la noche, víctima de un sueño sorprendente. Es muy benificioso anotarlo.
+ Imagen: notas en una biblioteca: qué calidad de madera, qué inspiradora. Era ya tarde, debía marcharme, pero antes hice una foto. Esta foto.
