sábado, 14 de mayo de 2016
Tiempo sin reposo: bricolaje
+ Veo los dibujos que Xavier Villaurrutia hizo para la edición de la Dama de corazones. Todo está en la magnífica edición de la Obra poética de X. V. de Rosa García Gutiérrez. Los dibujos aportan a los textos una conexión con la interioridad del poeta, esa zona de sombra entre la pintura y la poesía, donde las limitaciones expresivas se transforman en la constancia de irregularidades y posibilidades para llegar al núcleo de toda poesía: la expresión de una realidad que transciende el texto, pero que es fundamentalmente texto. La mañana es fría para le época del año, hay una música de fondo que creo que es de Mozart, pero no lo voy a averiguar, sólo me interesa ese volumen bajo que diluye sonidos que llegan de la calle. Pienso, un poco después, en lo que supones el surrealismo y la vertiente que le transmite la vida cotidiana: un venero inagotable de perplejidades y paradojas. Dejo esto y regreso a la lectura de esta ejemplar edición.
+ Del poeta Karmelo Iribarren copio una frase que encontré por casualidad en alguna página en alguna hora del día, sin más propósito que percatarme de una envidiable puntería: “Recuerdo que durante mi segunda lectura de La montaña Mágica, hará cosa de una década, cada cuatro o cinco páginas no podía evitar preguntarme qué hacía yo allí arriba otra vez”.
+ Otra vez suena Brian Eno, un disco completo. El vapor de la mañana es certeza, la certeza se difumina y hay un aliento de fiesta próxima. Brian Eno suspende en el aire certezas.
+ Zadie Smith. Poco a poco entro en el universo de Dientes blancos. Leo y abandono el libro y siento esa melancolía más propia de un niño que de un hombre de mi edad: deseo abandonar la obligación y entregarme a la deseable transición del ocio, la lectura como entretenimiento perfecto. Me gusta tanto esa habilidad para crear mundos posibles, mundos por los que hemos transitado tangencialmente: Londres. No me resulta ajeno, el reconocimiento es uno de los grandes placeres que la lectura regala.
+ Leo unos cuentos que escribí hace tiempo, mucho tiempo. ¿Diez años, doce años? Me resultan extraños, incomprensibles, muy mal trazados. No me reconozco y, sin embargo, yo fui quién los escribió. ¿Fui yo o fue otro? ¿Un otro yo? El tiempo nos transforma, nos trabaja hasta deformarnos. O perfeccionarnos. Los cambios no han sido para peor, al contrario: me siento mejor que aquél que fui y quizá lo que reflejan esos cuentos son aquellos demonios que conseguí conjurar [no sin ayuda]. En una primera lectura no me gustaron, más tarde me di cuenta de que hay motivos de alegría insospechados y todo puede devenir en una inversión: si hay algo que te parece malo, siempre puedes darle la vuelta y aprovechar en tu favor su cualidades [= siempre hay algo que se puede rescatar, reutilizar, un bricolaje de desechos]. Como decía aquél: lo que no mata te hace fuerte o, en versión castiza, lo que no mata engorda. En eso estamos, los leeré otra vez y pensaré si retocarlos, dejarlos tal como están o, quizá, olvidarlos. En cualquier caso, el presente es mejor que el pasado. ¿Soy más fuerte? Sí, pero no importa; quizá la frase de Nietzsche esté equivocada, pero, en cualquier caso, es mejor utilizarla en beneficio propio. Un día sin trabajar, un día sin comer. More or less.
+ Imagen: un bar donde se pondían comprar discos, que en los sotanos vendían guitarras eléctricas y bajos eléctricos de segunda mano; esos súbitos descubrimientos que meses después se recuerdan en una conversación, en una terraza, mientras no comienza a llover. Así queda la constancia del verano.
