sábado, 31 de octubre de 2015
Descanso
+ Abro el juego de cartas [Oblique Strategies] que propone Brian Eno para facilitar la elaboración de un disco cuando se está en la sala de grabación o en la postproducción de la obra. Barajo y me sale, fruto del azar que facilita ese barajar propio de la baraja, una sentencia, una pregunta sin plantear, un mandato: Be less critical more often. Ser menos crítico con mayor frecuencia, traduzco automáticamente. Una cierta evaporación, una levedad esencial, el trazo aéreo de la estela de un avión que se contempla desde la tierra con indiferencia, con la ignorancia absoluta de los que viajan en el avión. No tiene demasiada importancia, hay procesos de restauración lentos, pero seguros: la culpa no añade nada. Sin intención crítica, sin descensos, sin ascensos. El justo medio.
+ La ternura del monstruo. La criatura del Dr. Frankenstein nos sorprende, le vemos caminar, confundir a la niña con una flor y arrojarla al lago: ignorante de la brutalidad que acaba de cometer. La muerte lo acosa, pero el camina y parece no pensar, su camino ha sido trazado y no puede oponerse al proyecto. Su rostro, el rostro que nos hemos formado en la lectura, ahí está y ya forma parte de nosotros, somos indisociables, una unión de márgenes y fronteras: todos somos monstruosos, lo sé y lo admito y me ayuda. Ahora veo en una estantería a mi querido Herman Monster y le doy las gracias por hacerme reír y por ayudarme a tomarme menos en serio. Debes ser menos crítico, como recomienda Brian Eno, como susurra Herman.
+ Por razones que no vienen al caso, durante toda la mañana he estado contemplando la ría. Los undosos movimientos de la sedosa lámina de agua: primero suaves, luego agitados. Su observación aporta la certeza de lo minúscula que es la vida de un solo hombre, pero al mismo tiempo de la totalidad: qué ajenas son las mareas a los desvelos de los mariscadores, agricultores del mar, nada les importan sus vidas, sus desvelos, el frío y la humedad en sus cuerpos. Pero, ya de vuelta, sonó en mi selección aleatoria Anabel Lee en versión de Radio Futura musicada del poema, que realizó en el siglo pasado Santiago Auserón. La ilustración es precisa y me lleva a fantasías que anidaron en mi infancia sin consecuencias, salvo una cierta mirada romántica sobre la realidad, que ilumina sombras y oscurece luces. Lo sé y lo repito con frecuencia: como hijos del romanticismo, que no ha sido rebasado, ni siquiera en este momento de electrónicas y comunicaciones instantáneas. Sí: el amor, la fuerza de la pesadumbre, la amistad, el arrebatado impulso del arte, la certeza de una vida en dentro de nuestra vida: como cine, como novelas.
+ Más tarde, en un desliz, virtud de la casualidad, me encuentro con que existe la posibilidad de que la Segunda Soledad de Góngora esté localizada en la ría de Pontevedra. Me centro y trato de establecer un contexto que se aproxime al momento de la Ría de Pontevedra en el Siglo de Oro. Creo que sí hay una conexión: el cielo y el recorte de los montes, el agua que undosa aletea y hace cabriolas blancas de yeso y ceniza. No sé, quizá no se ajuste a nada esa propuesta que sitúa a Góngora en Galicia, pero es válida para elevar la circunstancia ordinaria del día. Llueve y la lluvia es eterna.
+ Una cita, un fragmento de un poema de Andrés Sánchez Robayna: "Madera de una silla rota,/ tirada, sin abrigo./ Fue fatiga y reposo, fue convivir pacífico." La verdad honrada de los muebles, su estampa, el hacerse a los cuerpos como los zapatos se hacen al pie. Y como un perro viejo, con crueldad se abandonan en los vertederos, se olvidan en las cunetas, en los sobrantes de las carreteras, cuando lo suyo, lo ideal, sería que se transformasen en leña y el fuego les diese una nueva y breve vida: plena de aristocracia y certeza. Sillas que un día fuisteis reposo y hoy sois basura. El viento del Sur, una vez más, trae lluvia y un calor espeso y sobrenatural [en clara exageración, se acerca el día de Difuntos].
+ Imagen: un hombre pinta los ornamentos que se superponen a las hojas de una puerta. Allí en lo alto de la escalera. Y un verso resuena, sin ser citado: "Descansa, al fin publicando sus penas; yo solo, mudo amante,/ los hierros callaré de mis cadenas". Sí, se trata de Las firmezas de Isabela de Góngora, ¿la relación con la escalera, con el pintor, con la puerta? Por determinar, pero en la senda del "mudo amante" y sus cadenas y la escalera como universo simbólico pleno y autónomo: o no.
sábado, 24 de octubre de 2015
Transiciones, permanencia e intución
+ La carrera. El domingo por la mañana acompaño a mi hermano a una carrera, una media maratón. El color del cielo es el gris que trae la lluvia y la niebla, un plomo viejo y pesado. Este plomo tan otoñal hace que los atuendos de los corredores destaquen con fuerza: amarillos, azules electrizantes, naranjas, verdes explosivos. Zapatillas de ciencia ficción en el presente inmortal. La entrega es clara y certera. Más de mil participantes. Sus verdades y mi enmascaramiento tras la pantalla que traza la música del Mp3. Observo y no sé si soy observado, pero me dispongo a estudiar la carrera, sus liturgias y sus ritos, la función social y el acervo que se atesora en estas gestualidades. Un sociólogo de fin de semana, el envés del filólogo que finjo ser: un pensador de ocasión. Nada. No es una cuestión de respuestas, ni siquiera de plantear preguntas, observar sin motivo y lanzar una mirada hacia el fondo del asunto, obviarlo y dejarse mecer por una tristeza dulce y falsa, sin esperar mucho. Que el tiempo se deslice y nuestra indiferencia lo enaltezca . Y así es. Me sorprende ver a conocidos lanzarse con el rostro desencajado al final de la prueba. Una velocidad, un estilo, una razón de ser. Pienso en los que tienen hijos, en sus ilusiones y en el paso de los días, en la razón del trabajo y la reproducción. Pero, lo dicho, no encuentro nada. De regreso hablamos de la mujer de uno que falleció hace unos días, decía ella que le gustaría creer, en ese momento, pero pronto rectificaba y se entregaba a la tarea de asimilar la ausencia de su marido y la crianza de los dos hijos. Creer, ahí es donde todo se resume: la carrera, los hijos, el trabajo, el placer de ver sin ser visto. El placer y el dolor van unidos y en la carrera se percibe con claridad, la muerte es la prueba final. Todos ellos morirán, del primero al último, pero no es momento de pensar en ello, nadie ni nada se puede detener.
+ [El cambio es el motor. El motor es el cambio. No hacer nada. La inactividad]. He leído algo sobre una intervención artística: una falsa becaria, Pilvi Takala, artista finlandesa, 1981, es admitida en una empresa de auditorias. Pilvi lleva a cabo su proyecto: a la manera del escribiente Bartleby permanece en las oficinas sin hacer nada: en un rincón, en el ascensor, en un archivo. Casi nadie en la empresa sabe cuál es su propósito. ¿El resultado? Un inquietante malestar y nerviosismo entre sus supuestos compañeros de trabajo. La inactividad no se puede tolerar, ese espacio que se abre abismalmente, en el gozne del tiempo, el tiempo que se rompe y la jornada laboral comienza a perder sentido por esta manera de subrayar lo convencional que recubre la totalidad del día: horarios, tareas y responsabilidades. Como siempre, el tema es el tiempo y, por ende, la guadaña. La guadaña resume todo hacer artístico, humano: también.
+ [Tarea]. Imponerse tareas y comprometerse con ellas es una medicina, un fármaco: en su doble sentido: lo que cura, lo que envenena. Así, dedico diariamente quince minutos a leer La Cartuja de Parma, así me dejo mecer por la textura de la obra de arte que se eleva sobre la narración. La narración como materia, su inconsistencia y el peligros equilibrio entre la medicina y el veneno. Ay, cuánto se ha dicho ya, cuánto se dirá. Y otra vez, en el tópico, pienso en Fabrizio del Dongo y en la batalla de Waterloo, que él no sabe que está allí, que no sabe que es el final de su admirado Napoleón, en resumen: desconoce lo que sucede. Pienso en ello en el comienzo del día y me digo que todos somos un poco Fabrizio, y no sabemos dónde estamos y solamente comprenderemos con la distancia, una vez que todo haya sucedido y tengamos la perspectiva necesaria y suficiente. La lectura, también, es un arte; en ello estoy.
+ Y decía Valcárcel Medina: "la vida bien vivida, es arte". Para tomar nota, para recordar durante todo un día, para glosa o, tal vez y mejor, para permanecer en silencio.
+ Imagen: la abstracción de un disparo fortuito: tras la lluvia aparecen claros y las sombras se recortan con dureza, sin templanza: metafóricas estelas del paso del tiempo.
sábado, 17 de octubre de 2015
Simulacro (S)
+ [La carretera y su lírica]. Recojo de la estantería un libro, una antología de Gerardo Diego y encuentro un poema que pertenece a su libro Soria. El poema se titula "Por tus carreteras largas". Lo leo mientras un molesto dolor de espalda comienza a remitir, lo leo con interés mediante una volátil conexión entre lo dicho y lo que yo alcanzo a recuperar. Al mismo tiempo, he puesto la música de Leon Bridges en un modo aleatorio, en la página de streaming que suelo utilizar. Leon Bridges me lleva, también a pensar en carreteras: Viajes que recuerdo con mucho cariño, ya por la inspiración de la amistad, ya por la certeza del amor. Escribe Gerardo Diego: "Caminar por camina,/ sin voluntad ni destino,/ por el placer de tornar/ otra vez por el camino (…)". Conducir, en ocasiones, es un placer, un placer extraño: la música, el viento, el paisaje, la conversación, el desplazamiento sin destino ni obligaciones. Una patria sin territorio / un territorio sin patria.
+ En el Fedro de Platón, respecto a la escritura: "Apariencia de sabiduría y no sabiduría verdadera (…); … y serán fastidiosos de tratar, al haberse convertido, en vez de sabios, en hombres con presunción de serlo". Así he visto el pasado, me he visto a mí mismo y el ejercicio ha sido provechoso. Como una guía para corregirse, para permanecer en silencio: atraer hacia uno la posibilidad de callar ante lo que no se conoce o se conoce mal.
+ [Alberto García-Alix]. Decía el fotógrafo que se despertó una noche que llovía intensamente y sintió la necesidad de recorrer la M-30 con su moto, bajo la lluvia. ¿Por qué?, le preguntó el entrevistador. Alguien tenía que hacerlo (sic), contestó. Durante mucho tiempo me pareció una pose, sin embargo hoy para mí es un acercamiento a una definición de la oración: rezar. Por eso escribo yo aquí: alguien tiene que hacerlo, por los que no pueden, con independencia de ser leído o no.
+ [Relatos que parecen llegar desde el pasado, pero son presente y en el presente se desarrollan]. Después de un paseo cerca del mar, regresamos a la ciudad. Un agradable paseo: la ría, los pinos, la otra orilla y los perfiles del puerto y los barcos: descargas, estivas, grúas. Entonces, en una calle peatonal, secundaria, lo veo pasar con prisa, nervioso. Casi no lo reconozco, él no me reconoció. Está envejecido, colorado, gordo sin llegar a ser obeso. Ha perdido todo el pelo, lleva una beisbolera y una zamarra ajada por la lluvia y el sol. Continua en Londres, me dice y todavía no ha terminado de reconocerme, le llevará unos minutos todavía. Me dice que su padre ha muerto y tienen problemas para liquidar la herencia, baja los ojos y permanece en silencio. Hay algo sobre los liberales en el Reino Unido, sobre nuestros conservadores patrios. El liberalismo. Ha vivido en Londres mucho sobre los servicios sociales, pero no es culpable, no tiene maldad, ya no tiene maldad. Quedaron atrás noches eternas de alcohol y bailes, de madejas de amores e interminables cuestiones sobre el mundo greco-latino y la gloria pasada de España. Ahora suspira por un relato, una historia y me digo que ese es el momento literario que deseo, con una inflexión política, ¿con mensaje? Tal vez, pero el día es transparente y lo oscuro se remonta a años atrás, donde está el origen de todo, absolutamente de todo.
+ Cansancio de vivir. Los días son soleados, hay lecturas esperando, nada interrumpe la transición entre las noches y los días, también ha remitido el molesto dolor de espalda. Pero no. No es que vayamos a suicidarnos, nunca tan lejos de tal propósito, pero el disgusto se acrecienta y no ha motivo. Lo sé: esto dura un día y medio. Sé, también, que hay complacencia en ello, como una nota de elegancia que se rebela contra el tedio y los perfiles romos de lo diario. Ay, esa gente que se ve tan ilusionada con sus juguetes tan grandes y caros me desasosiegan. Yo no, nunca he sido así y sé que ahora soy el que soy por mis renuncias, por mi falta de interés en esos juegos y en otros juegos. El simulacro y la realidad se unen y yo no me intereso, estoy en un margen: y con Heráclito de Éfeso: el carácter es el destino.
+ Imagen: dos hombres toman café en A Casa da Música. El tiempo se ha detenido, el espacio no es una frontera y hay crédito: dinero para café y libros. ¿Es la felicidad?
sábado, 10 de octubre de 2015
Vapor
+ Las noches de los viernes acentúan una magia subterránea, aunque esto no tiene, necesariamente, un sentido positivo. Esa magia consiste en su raíz en que se ven descubiertos fantasmas, del pasado y del presente, fantasmas que profetizan un futuro indeseable. En otras palabras, el cruzarse con un conocido visiblemente deteriorado no deja de causar inquietud. Le vemos un poco más delgado, pero con un extraño sobrepeso que se localiza en su vientre, que parece caer, como un peso muerto: una balón redonde y, tal vez, negro. No se ha afeitado, pero tampoco se puede decir que tenga barba. Sus ojos están alucinados, camina con pasos pequeños y hay algo hierático en su expresión que no se concreta, que no se identifica, que resulta desagradable a la observación. Le conozco más de lo que deseo. Sus palabras fueron algo incomprensible en un primer momento, como un reguero de acertijos y dobles sentidos, luego llegó un punto sin retorno en que vi que todo aquello era una pantalla tras la cual no había nada, sólo un simulacro de ingenio y oportunidad. Ahora está gravemente enfermo, enfermo de sí mismo y su alcoholismo y su tendencia a la cocaína. Y, regreso al comienzo, es una magia lo que se aloja en su deambular, en la levitación sobre el pavimento de piedra, algún truco que desconocemos y no tenemos intención de indagar en él. Son fragmentos del pasado que emergen sin una cualidad moral clara: no hay una enseñanza, salvo la descomposición de la persona: gradual y exacta. ¿Cómo estará la próxima vez que le crucemos, cuál será su mácula? ¿Y la mía, y la tuya?
+ Sin un lugar determinado a dónde ir [No particular place to go, Chuck Berry]. El otro día llegó la música de Chuck desde algún lugar profundo del reproductor de Mp3 que tengo en el coche, que funciona continuamente cuando conduzco. No recuerdo qué canción emergió, sí recuerdo la primera hora de la mañana, su luz y una vana tristeza sin motivo: Chuck Berry consiguió que me animase. Cómo se lo agradezco, de la misma manera que hay poemas que consiguen que se afine la mirada sobre el día o se oscurezca el brillo deslumbrante, obsceno y barato de la soberbia estúpida. Por eso, hoy domingo, cuando han comenzado las lluvias su trabajo, su zapa que se desliza por la piel áspera del asfalto y engasta en plomo viejo las farolas y los metales sin apresto. Total, suena la canción y me embelesa ese robar el beso a la novia, ese conducir con alegría sin un destino determinado, la luna dorada, ella le dice que conduzca despacio y el viaje es un fin en sí mismo. Kokomo, Indiana, es el destino; tal vez. Ay, quién pudiera escribir un soneto que diese con esta intensidad; mientras tanto: No particular place to go.
+ Por la noche, antes de dormir, El cuaderno de vacaciones, de Luis Alberto de Cuenca. Ay, qué mundos. No sé si participo en ellos, pero sé que disfruto, que su lectura reconforta sin ser empalagosa, hiriente, entrometida. Qué clásico, qué moderno, qué equilibrio. Aquí vive la lírica y su perfil claro, la línea clara tan amada [por Luis Alberto y por mí]. Tintín me ayudará, una vez más, a conciliar el sueño.
+ Preparación. Primero se reduce la ingesta: sólo arroz blanco, carnes blancas y ausencia de lácteos. Un juego de blancos. Luego, el último día, se llega al ayuno, salvo un poco de caldo transparente y agua. La comida se aleja y su carencia ilumina partes de la realidad que no estaban ocultas pero sí enmascaradas. Así, un paseo por las calles nos muestra cómo la gente se comunica con sus teléfonos 'inteligentes', cómo comen, beben y charlan. Hay una distancia que desautomatiza lo ordinario y lo lanza a una red de perplejidades. No importa, el curso de la vida es poco o nada reflexivo, como el que pedalea: si piensa se cae. Pero el hambre es un estilete. Permanece la visión, cuando ya la performance está en lo diario y su concreción artística es residual y museística: todo es puesta en escena, escenario y sin un lugar determinado a donde acudir, toda visión se fundamenta en lo diario, me digo. La violenta atracción que produce lo cotidiano se refleja en el espejo del hambre.
+ ¿Es el mismo cuadro que yo veo que el que tú ves, el que ve el que no le interesa la pintura o la desprecia o el que se ha pasado años en su compañía mediante visitas, contemplaciones y lecturas? ¿Qué hay por encima de ella? No lo sé, pero ese algo está mucho más allá de las intenciones del autor y al mismo tiempo es inaprensible, como lo demuestra la historia de la crítica en materia de arte o literatura, cada época y sus variaciones, ese diálogo, al menos, una interpretación, cuando no innumerables. Así me asomo al estimulo del centro de salud, donde me harán la prueba. Tantos rostros, tantos afanes. Observo. Es un entretenimiento portatil, auténticamente portatil. Atuendo, maquillaje, relojes, zapatos, uñas pintadas, gafas, batas, ropa interior que emerge en una transparencia, bastones, disposición, gesto, postura o posición, escorzo o decúbito, luz perpendicular, luz mortecina, ascensores y ojos clavados en el techo de celofán, la mujer que camina despacio, la mujer joven que se resguarda en una esquina y solloza, el hombre que sonríe levente tras salir de la consulta, llaves, taquillas, camisones hospitalarios, camillas, visitadores médicos, mujeres con maletín y tableta electrónica, teléfonos 'inteligentes', cielos de neón, cielos fluorescentes, armonía y belleza, vida y transición. El cuadro no necesita ser pintado, en cada visión hay un gran fresco: en este caso renacentista: según mi criterio y gusto, con un surtido de claves e insinuaciones. Luego, algo fauvista, después el desorden de una secuencia televisiva atrapada en un cuarto oscuro en el vientre del museo. Cuánto se contiene en quince minutos, que realidad tan inabarcable. El reloj se detiene, por un momento, aunque sólo sea una fantasmagórica apariencia.
+ Escribía para los pocos, hoy plural y arborescente: puebla bibliotecas. Comenzamos con su lectura, desde el respeto, pero sin miedo. Ahí estamos, aquí estamos.
+ Littera gesta docet; quid credas alegoría. Moralis quid agas; quo tendas, anagogia. Lo literal te enseña los hechos, lo alegórico lo que hay que creer; el sentido moral lo que has de hacer, la anagogia [= paso de lo literal a una esfera superior: topos uranus: lugar celestial] a dónde has de tender.
+ En Italia hay un rapero que titula uno de sus discos: Anagogia. Lo plural, lo múltiple, lo inasible.
+ Hoy viernes se presenta el otoño con el aspecto independiente de un gato aventurero, pero con necesidad de cariño y caricias. La tarde establece un cálido filo de compras, terrazas y madres e hijos en el comienzo del fin de semana. Se presiente, una vez más, la lluvia y esto no deja de invitar al disfrute, a tomar el valor del momento y olvidar su precio: es precario. Cada enseñanza se incrusta en la edad alcanzada, como la carrera hacia la nada.
+ Imagen: el fantasma que se hace carne en la imagen de Eduardino, esa etiqueta. Qué miedo transmite ese payaso, que invita a beber y casi es una advertencia. Qué ebriedades, qué vapor.
sábado, 3 de octubre de 2015
La entrada del otoño
+ La niebla toma la ría. Entre los pinos se desliza sinuosa y en silencio. Caminamos por el paseo de tablones, bajo los pinos, una pulverizada lluvia nos humedece la ropa y el pelo y casi no es lluvia, sino una concreción de la niebla. Resulta extraño. Hablamos y nos cruzamos con otras parejas. Allí abajo la playa es una estática metáfora de lo permanente: por encima de la fragilidad de lo humano: la obra caduca. Nada permanece, ni siquiera esa playa que parece dormir a la espera de otro verano. Aquella vieja frase tan manida: llegará un día en que el sol se apague. Con todo y después de todo, no alcanzamos a ver la isla. Siento no tener la cámara de fotos, y de alguna manera hay una enseñanza en ello, un emblema de tiempo y voluntad. Más tarde habré de oír en la radio que esta niebla se debe a un fenómeno relacionado con el viento del sur y la temperatura del agua y del aire, ese contraste que hace que se eleve la cortina opaca, que todo lo inunda. La belleza que contiene colabora con el momento, es un establecerse la complicidad del paseo y la inercia de los besos y los abrazos: vemos niños, padres, abuelos, coches que avanzan, árboles, bicicletas y jóvenes que se ríen, todo tiene un aire de irrealidad irrecuperable: nada lo puede contener, ni las fotos, ni las descripciones y pienso que su presencia es más musical que plástica, pero esto no se traduce en nada, salvo en la certeza de la fugacidad del momento. Avanza el día y comienza la noche, en su seno un gatito intenta dormir, así se presenta, hoy, el paso del tiempo: un leve maullido.
+ Otra vez de una balda recojo el libro de Nuno Ferreira Portugal de perto. Lo abro y leo unas frases suelta. Llega el sueño sin avisar y el libro me cae de las manos. Pero, antes, pienso en los viajes en coche que he hecho por Portugal, en las carreteras secundarias, en los pueblos y las cafeterías, los cafés, los bares. Es otro mundo, sin duda alguna. Al final, es una reflexión sobre un algo que nos une a un paisaje y a una idea de un país. Es la nostalgia de un tiempo indefinido, de un ámbito donde habita una suerte de magia o enamoramiento. La primera vez que estuve en Portugal me llamó mucho la atención un puente de hierro, creo que era en Viana do Castelo. Volví a pasar por allí muchas veces, eso creo, y una latente colección de imágenes estalla y me trasladaba al final de la infancia. Un valor acumulativo. El libro duerme en un estante, pero lo recupero, una y otra vez, sin prisa por terminarlo, pero es un libro muy breve y en cualquier momento llegará a su final. La relación con Portugal viene de muy lejos, así que he llegado a pensar que es anterior a mi nacimiento, como si existiese la posibilidad de una suerte de reencarnación: sin mucho convencimiento, no está mal concederse ese paréntesis que supone una fingida fe en la reencarnación.
+ Una fría sensación de hastío se instala en las primeras horas del día. Una desazón que se condensa en el lento avanzar de los coches hacia el trabajo, hacia el colegio, la ocupaciones y el olvido de lo fundamental: la muerte. Las luces de los pilotos son rojas, las luces del peaje de la autopista dibujan algo que semeja ciencia ficción: las veo desde la carretera y trazan un perfil elegante. Un brillo absurdo desciende de las farolas, la rutina y una niebla que se disipa. Aparece una luna enorme y teatral, imposible. El escario de todas la mañanas y la música de un Bach renovado. Es el momento del aquí y ahora, que se olvida tan fácilmente y con funestas consecuencias.
+ Alegría: en el modo aleatorio del reproductor de música salta la elegante caligrafía guitarrística de Chuck Berry, su voz y su estilo. Qué certeramente evocador.
+ Se aproximan las lluvias. En el aire se agita una certeza, vibra su anuncio. Decido aprovechar la tarde del viernes, en que luce el sol. Me voy a un parque para leer y escuchar unas grabaciones de María Callas, fragmentos de óperas. Estoy sentado en un banco corrido frente a la puerta de un instituto de enseñanza secundaria. Leo con atención, pero a veces levanto la vista y trato de estudiar a los adolescentes, su energía, su fuerza, la vitalidad indiferente a lo tangible. El libro me ayuda a centrarme en el momento, pues trata de los últimos años, del embate del neoliberalismo, de su asunción y la complejidad de su estructura. Los adolescentes parecen felices y no sé si son ajenos a toda la problemática del momento, es imposible saber qué piensa otra persona. Una mujer se sienta a mí lado, nos miramos y sonreímos, sin saber por qué, al menos yo. Continuo la lectura, con despreocupación. La mujer se levanta y corre hacia un chico, ella es mucho más joven que yo, coge un papel que le ofrece el chico y niega con la cabeza, pero acaricia con amor la cabeza del que es con total seguridad su hijo. Llega un viento con noticias de su amiga la lluvia, como decía la canción de Pete Doherty. El gesto recompone la percepción de la tarde, lo fragmentario cobra sentido o estructura. Cierro el libro y me dirijo a un café pastelería. Pido un café largo y me siento. La lectura es más dificultosa, ya que una pareja, a mi lado, habla en voz alta. Toda su conversación gira en torno a planes y a maneras de organizar el equipaje. Él está nervioso, ella habla muy rápido, No quiero oírles, pero hablan muy alto y sus voces se cuelan con claridad en la música de mi reproductor, mi viejo reproductor. Me detengo un momento y me digo que parecen seguir la moda, pero no lo logran, hay algo que les falta y otro tanto que les falla. Dan la impresión de sentirse especiales, yo sé que no lo soy y eso me reconforta. Cierro, otra vez, el libro, pago y emprendo mi camino hacia mi casa. No sé cómo, pero he conseguido conjuntar la proximidad y certeza de la lluvia.
+ Imagen: lector de periódico en el jardín de un museo. Mañana calurosa y húmeda. Cerveza sin alcohol y tranquilidad, esos momento ajenos a las prisas, las ocupaciones y la responsabilidad/esclavitud del reloj.
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