sábado, 20 de junio de 2015
Retorno
+ [Noticia sobre monstruos]. Leo sobre el vampiro. También sobre el hombre creado con fragmentos de otros hombres. Es sábado y llega con el periódico la crónica del año sin verano, del largo invierno al que sucedió, por caprichos meteorológicos, otro invierno. Un extenso e interesante artículo de P. Unamuno en El Mundo da alcance al encierro que propició Lord Byron el 16 de junio de 1816 en la Villa Diodati, a orilla del lago Lemán. Allí se gestó la historia del vampiro, de Pollidori, y el Monstruo del Dr. Frankenstein, de Mary Shelly. Se detallan partes del libro que sobre el acontecimiento escribió el colombiano William Ospina: El año del verano que nunca llegó, Random House. Tras la siesta y mientras escucho a Bach, leo el artículo con agrado, otra vez, sin prisa. Reconozco en el desarrollo del artículo partes que me pertenecen, que son elementos móviles y vivos de mi biografía. Recuerdo, así, Remando al viento, la película de Gonzalo Suárez. Luego, me llega una breve exposición que hice en una clase de inglés sobre Mary Shelly y su libro. Un poco más tarde recuerdo cuando C. y yo recorrimos Cambridge sin prisa, en una tarde de otoño, recuerdo como entramos en una librería plena de tomos del siglo XIX y grabados, recuerdo las acristaladas vitrinas con cerrojo donde se alienaban joyas que no bajaban de las quinientas libras, pero guardo con cariño la imagen de un pequeño libro donde se recogían fragmentos en prosa de Lord Byron: no era caro, pero no lo compré. Ahora pienso en él, ¿continuará en el estante, habrá sido vendido o tendrá que esperar unos cuantos años? Su vida es muy parecida a la de cualquier persona, el futuro es un haz de vacíos, mientras: la balda y el cristal.
+ Una de mis posesiones más preciadas es una figura de unos quince centímetros de altura. Es Herman Monster. Es un emblema, es un dios lar: mejor. Me fascina esa reunión entre comedia y terror, el monstruo como imagen de uno mismo, pero revestido de la risa. Frente al miedo, la risa.
+ Comienzo a leer La broma infinita de D.F. Wallace. Una reconciliación con la novela, después de ¿tanto tiempo? Nunca ha habido un alejamiento. Leo Cabalos e lobos. La novela, su momento, el diálogo con la vida cotidiana, ese contraste, su elevación, su defunción y su resurrección. Pienso en eso que he oído tantas veces: ya no leo novelas, me han dejado de interesar. No quiero entrar en ese círculo de referencias y tópicos. [Un poco después]. La medida es la novela, es la forma artística que fundamenta un conocimiento social más allá de números y casillas, llega a lo que no se puede abarcar con el conocimiento exacto, lo plural y lo multiforme. ¿Qué interés tiene este saber? Es una pregunta que vuela sin respuesta, lo sabremos.
+ Suena Snow Patrol. Cierra tus ojos y piensa en un no-lugar, piensa en la nieve. Lo hago. La música me retorna al pasado, me dejo llevar y vuelvo a cerrar los ojos y las guitarras son las balizas que me guían, hay algo que comprendo y no quiero que se sedimente en palabras e ideas.
+ En otro momento, y como retorno, Las palabras y las cosas de Foucault. Ya casi no recordaba el inicio, dedicado a Las Meninas. Recupero el cuadro, busco el ejemplar de José López-Rey sobre Velázquez y me sorprende encontrar junto al cuadro que busco una reproducción del Matrimonio Arnolfini. Tanto uno como el otro los he visto varias veces; el primero no sabría decir cuántas, el segundo: dos al menos. Recuerdo, en ambos casos, pararme durante tiempo ante ellos y escrutar con una curiosidad rayana con la lujuria sus detalles, los espejos: fundamentalmente. Los espejos son una fuente de misterios, pero en la pintura, con su lírica callada, logran establecer territorios más allá del espectador y del pintor, esquemas y cuestiones insolubles. Dejó el libro y, una vez más, certifico que la relación con los cuadros es cambiante. Así me sucede hoy con Foucault, que me resulta luminoso, lleno de transparencias y veladoras que inspiran el comienzo del fin de semana: tan deseado, que sumergen la incertidumbre y el malestar en una laguna negra y desplazada.
+ Reflexiono, por un instante, en cómo las familias se forman, en el amor de las hijas por la madres, de las madres por las hijas, en la enfermedad y el cuidado y la cura. Pero no llego a ningún lugar, sólo es un repertorio, un catálogo de las familias que he visto fundarse en los últimos años, cómo unas han resistido [hasta el momento] y cómo otras se han roto sin remedio. Todo es fluir y no se puede detener, la muerte es más un desplazamiento hacia un punto que ese mismo punto. Dónde copié la cita del Cuaderno de Nueva York, de José Hierro: "Engaño es grande contemplar de suerte / toda la muerte como no venida, / pues lo que ha se pasó de nuestra vida / es no pequeña parte de la muerte" Lope de Vega. Y así, así se va la vida y detenerse es un imposible y es más extraño el fluir que el reposar, aunque el primero sea lo esencial y lo segundo un imposible. Lo paradójico da la medida, siempre. ¿Esencial, imposible? ¿se contradicen?
+ Imagen: fragmento del cuadro de David Hockney Mr and Mrs Clark and Percey 1970-1. El recuerdo del momento, de la hora del día: la llovizna débil. La soledad de las salas, el encuentro con el cuadro permanece. Puedo volver ese preciso instante cuando disparo sobre la parte inferior derecha del cuadro. Este teléfono atesora un momento de alegría y reencuentro con la pintura y con el amor. [Más tarde, mientras busco referencias del cuadro, me encuentro con la ficha de la propia Tate: el cuadro se relaciona con el Matrimonio Arnolfini: es un círculo se cierra sobre sí mismo: como esta figura: ourobouros].
