sábado, 27 de junio de 2015
Lo verosímil
+ Me encamino al hospital para hacer una visita. Subo en el ascensor a la planta a donde debo ir y me encuentro con la mujer de un sonriente político. La acompañan dos mujeres, semejan una madre y una hija, parece que se han encontrado casualmente hace un momento. La madre y la hija son solícitas y la mujer del político es condescendiente, displicente. Le explican los problemas que han tenido con un niño: un hijo o un sobrino. No le presto mucha atención, porque me interesa el atuendo de la mujer del político, su bolso carísimo [Loewe], su fular, los zapatos, el dibujo de sus uñas estilizadas por el esmalte, su risa, su sonrisa un tanto carnavalesca y ficticia. Hay algo luciferino en su manera de asentir, pero inverosímil. Es el posibilismo, la certeza de un poder no demasiado concreto, pero certero y exacto. Se despiden al salir del ascensor. Cada una de ellas representa una edad. Continuo mi camino por los pasillos, ante el resplandor del verde agua y el suelo color burdeos desleído. No hay tristeza, el aire acondicionado subordina mi respiración. Hay paz, son las seis y media de la tarde. La visita es breve y regreso al ascensor. Una vez fuera, con el viento cálido que llega de la montaña, siento que la caducidad de la vida es necesaria. Recuerdo a la mujer del político y me da la impresión de que su tiempo ha pasado, que habita en lo pretérito y arqueológico. Estas impresiones se deshacen conforme me alejo en el coche, con la música alta, con el pensamiento en otra tarea.
+ Los días y las noches, sus ocupaciones, sus placeres, se suceden fluidamente. Lo deseable, lo accesorio, lo presente, la ausencia. No hay un momento de cortes abruptos. Hay un dios lar al que agradecer esta dádiva. Mi cita anual con el reconocimiento de empresa ha sido un éxito. Mi salud es buena. Otra dádiva.
+ Hay un hombre que limpia su coche con un escrúpulo inverosímil. No es un coche especial, al contrario, se trata de un Citroën ZX que tiene más de veinticinco años. Utiliza un spray de silicona para las partes plásticas, dos tipos de jabón, dos tipos de bayetas. Fuma con parsimonia, mientras contempla como va quedando el coche. Termina y recoge el instrumental, se aleja despacio. Me dicen que sería motivo suficiente para un cuento o para un corto cinematográfico, no lo dudo, pero me parece más acertado indagar en sus pulsiones, eso que lo arroja al comportamiento compulsivo: la limpieza, el brillo, el humo del tabaco. Si uno se detiene, ve a un hombre sin interés, un hombre que se disuelve con facilidad en la masa, pero esa obsesión le otorga un estatuto de símbolo. Un desliz, un error quizá, algo hay que se oculta en esta tarea incesante y precisa. El ejemplo supera al ejemplar.
+ Otro día en el hospital, entre conversaciones y enfermos. Alguien llora, alguien con resignación se deja llevar por el consuelo del que parece ser su padre, una mujer ríe con alegría indisimulada. En la sala de espera hay una luz de última hora de la tarde: tangencial y dorada, que oscila entre el naranja y un ceniciento amarillo pálido. Hablamos y escucho, no intervengo, salvo para asentir. La enfermedad es un medida, los enfermeros evolucionan por los pasillos con sus tareas a cuestas, los médicos son los grandes ausentes, pero, en la constante paradoja, su ausencia es un presencia absoluta. Es un mundo extraño e incomprensible para mí, cuando regreso a él siempre regreso al mismo lugar de inexistencia y punto muerto. Un no tiempo, un no lugar.
+ Hay un momento del día en que el recuerdo de Madrid llega sin avisar. Mediante los acordes de una guitarra eléctrica pasada por el filtro de un chorus y una distorsión ligera. Ese momento de la canción me trae estampas de Madrid, que no son otra cosa que paseos sin rumbo, aleatorias conversaciones y cafeterías sin identidad, que acogen al paseante con rutinaria hospitalidad. Un pastel con frutas, un café negro y aguado, la picante agua con gas es metafórica cuando salta en la caverna de la boca. El viento es un turbión de líricas locuras ancladas en la adolescencia, como una rémora, como una elevada noticia del no lugar. Madrid espera. Noviembre.
+ Imagen: Madrid, durante un largo paseo. Una estatua, sus ojos pintados de rojo, su suficiencia. Son restos de otro mundo. El tiempo no se detiene.
