sábado, 30 de mayo de 2015
Contexto
+ Un hombre me cuenta que comenzó a trabajar a los catorce años, en el mar. Se preparó: aprendió mecanografía y taquigrafía, estudió por las noches, se guardó de malgastar el dinero que tanto le costaba ganar. La vida le sonrió, afirma con solemnidad, pero el trabajo fue la clave. La suerte no existe. El trabajo y la preparación. Yo insisto en la necesidad de la suerte, la oportunidad y la visión de ambas, pero él regresa a que la clave está el trabajo y el sacrificio. Me cuenta cómo sus hijos se han colocado bien, y todo se debe a una suerte de astucia entre soltar cuerda y atar corto, dar y quitar y luego proponer la responsabilidad. El registro de su vida es positivo. Trabajón en Correos cuando Correos era Correos, hoy es otra cosa: algo que se desmorona, que languidece y se deja morir a la espera de demostrar que lo público es malo y es preferible lo privado: qué estrategia, qué ya a nadie se le escapa este truco, ese truco malo y efectivo. Se lo digo y todo lo cifra en el avance de la informática, de cómo antes no había más que dinero en papel y en moneda y hoy todo es plástico, un dinero que no se ve. Esto recoge la decadencia de la sociedad: el plástico y su baja calidad, frente al papel y el metal, frente a otros materiales: la madera, la piedra, los tejidos. Le doy la razón porque la tiene. El reloj marca las horas, y la aguja del segundero no se detiene nunca: ese inquietante flujo. Le digo que tengo prisa y, finalmente, añade que si uno conoce al padre conoce al hijo. Esta frase certifica su triunfo vital: esta orgulloso de sus hijos, de la tarea cumplida, en la espera en calma del último momento. Me voy y parece dormido, es una pieza en tres movimientos: el esfuerzo del adolescente, la consecución del hombre, el plácido retiro del viejo. La espera del último suspiro. El secreto es el mismo que para andar en bicicleta: no parares a pensar, porque el que se para, se cae.
+ Fue una agradable cena. Un dinero bien empleado. La celebración es lo más próximo al sortilegio que conjura la muerte. La lubina cruda, transparente y helada en su mar de limón y aceite, la merluza: láminas blancas y perfectas sobre una compota de tomate, el arroz, el flan de huevo y el rumor de la crema que estalla e inunda de un crujiente y esperanzado dulzor. La conversación, los otros clientes, la música entreverada con el lejano rumor del Festival de Eurovisión. Fuera ya, la noche era clara y el viento azotaba los cuerpos, como un oleaje invisible, implacable, dispar. En fin, un dinero bien empleado porque fue un regalo que no se paga con dinero.
+ Jarvis Cocker en su Sunday Service felicita a Bob Dylan, que hoy 24 de mayo está de cumpleaños. El domingo tiene sus aristas doradas, que tanto agradan a los que dormimos la siesta y soñamos con playas y relojes, guitarras y pueblos de la costa sur de Inglaterra y un Bob Dylan en coches negros, cámaras de fotos y cigarrillos, guitarras en Denmark Street. En fin, el domingo: sin restricciones. Versiones, dedicaciones, raros y especiales. All The Tired Horses.
+ Hay detalles que resuelven extrañas preguntas: motivos náuticos, faros, golondrinas, veleros. ¿Son tatuajes o son los ornamentos que decoran la entrada de una casa, junto a la carretera, frente al mar? ¿Son intercambiables: los ornamentos y los tatuajes? La mañana ofrece reflexiones que no tienen mucho valor, pero, a veces, ese punto de cocción, esa hermosa paradoja nos reconcilia con otros que fuimos: más soñadores, ebrios de viento y libres de sueldos y horarios.
+ Un estado de pasividad, la indiferencia que muestran un milano cuando se dejan caer sobre un ratón. Lo hace sin sentido alguno, un comportamiento moralmente neutro. Hay que alimentarse día a día. El presente, sin otro motivo. Llega la hora de regresar a casa y la reflexión se debate entre el silencio o la indagación en la jornada laboral. Sabemos que no hay nada más deseable que un sistema de cajas estancas. La música da paso al ensueño y a la sinestesia. El grado cero de la escritura es la desnudez de ornamentos, la expresión natural en su contexto natural, el espíritu limpio de su tiempo; pues eso: silencio.
+ Imagen: inquietantes figuras de una atracción de feria. Su relación con lo humano es algo más que una mera apariencia. Como una investigación sobre la maternidad y el egoismo, sobre la paternidad y la no consciencia. Ese niño-sirena que duerme en brazos de su madre, ese optimismo ligero y deforme. Como los clowns que habitan las películas de terror barato. Una tarde cualquiera, un tiempo cualquiera. Carpe diem.
