sábado, 16 de mayo de 2015
Kitsch
+ “I think that minimalism has become kitsch”, Grayson Perry.
+ El kitsch es un territorio, un algo a lo que pertenecemos. Sin darse cuenta uno entra en su ámbito comparativo: yo no soy kitsch, eso es para los demás. Pero, como tantas otras cosas, es un punto de vista y todo el mundo tienen un punto de vista: lo que no es decir mucho. Otra cosa es la elegancia, que tiende a lo absoluto y se escapa del corsé territorial. La elegancia se reconoce pronto: quién puede dudar de las manos de un pianista, de los lienzos en un corredor bien iluminado y sin público, de la maestría de unos tomos en el mercado de las pulgas: baratos y singulares. Pero la vulgaridad habita en nosotros, en gestos y renuncias, en las discusiones, en los desencuentros, y mientras caminamos con prisa no reparamos en la belleza de los detalles. No es elitismo, se trata de elecciones.
+ La niebla, en la primera hora, cubre la ría. Ese desvaído paisaje, los elementos fuera de foco, el gris apagado y los pájaros que vuelan sin fuerza, que se dejan mecer por la brisa, la suave brisa de la mañana. Lucho contra la melancolía y recuerdo frases que dan fuerza, alegría circunstancial y risa y música. Hay algo que queda en suspenso. Se repite la escena y recuerdo haber ya escrito este párrafo. Secuencias, hitos, marcas en el calendario: todo pasa y la niebla regresa, como habrá de regresar cuando ya no estemos, cuando ya no importe. Pero hoy es martes, y me espera la lectura y el estudio: la rutina diaria que vivifica los días y las noches. El placer de la conversación, el regalo del silencio, el amor y su solida realidad. Como si este apunte hubiese sido ya escrito: certifico su permanencia.
+ Reflexión sobre la pasiva: el foco en el sujeto acrecienta su peso. ¿Era necesario? Se debe vivir para el instante. Nadie lo hará por ti: la lectura o el alimento.
+ [Empleada de banca, tal vez]. Traté de recordar a modo de inventario su comportamiento las cuatro o cinco veces que la vi en las últimas semanas. El cálculo y las metas, la consecución y el trabajo duro. Las metas. Vuelven las palabras de los faunos una y otra vez, su correr por los campos, más allá de los árboles, más allá del bosque. La risa es la medida, no hay otra cura. Esto queda a un lado: recuerdo sus palabras y sus gestos, su manera de mover las manos, sus botas rojas, su chaqueta roja y su vestido negro, sus medias negras. La plasticidad de su atuendo era inadecuada, elegida con cuidado, pero inadecuada. Entre lo formal y lo informal, para la calle y para la oficina. El peinado completaba el esquema: corto y desordenado. Manos afiladas y poco maquillaje. No se rió, no sonrió, no dijo nada y dejó la moneda sobre la barra. Tomó su café en una de las mesas próximas al ventanal. Era su media hora de descanso. El café, el periódico y una llamada. No podía dejar de pensar en cuáles serían sus ocupaciones, al tiempo que no entendía muy bien por qué me intrigaba: un veneno que se llama curiosidad o novelería o fermento para lo literario, para lo inútil. Sin ganas de investigar, prefería imaginar su vida: oficinista, empleada de seguros, recepcionista en una clínica dental. No sé. Otras veces la vi en la cola del banco. Jugaba con la llave de su coche: nerviosa y segura de su belleza. Es tan compleja y equívoca la belleza. Llegué al final: su atractivo era un equilibrio entre su indudable belleza y su kitsch espontáneo.
+ Otra mujer: pienso en su piel destrozada por el viento y el sol, por las mañanas cerca del mar. La salitre, la arena. Su pelo parece quemado, sus labios secos apenas sonríen. Un reloj parpadea: la consulta se demora. Ella me mira y me pregunta cuál se mi turno. ¿Qué edad tiene? No creo que supere los treinta y cinco, pero no lo podría afirmar. El viento ha dibujado su cara y sus hombros desnudos. El trabajo y la fe en la vida. Yo carezco de esas certezas, me digo y ya es su turno. Todo esa baratija minimalista de la consulta contrasta con la verdad del cuerpo escuálido que desaparece tras la puerta de aluminio. Sí, el minimalista es el nuevo snob: sine nobilitas. El centro del kitsch: el contraste entre la mujer y el centro de salud: el margen de aristas y el cuerpo trabajado por la naturaleza: el viento, el mar, la arena.
+ Para su Audi: antiguo y ventrudo, viejo y lustroso, plata pulida, cristal verde pálido. Baja la ventanilla y me dice que hay una pila de piedras: si lleva un leve temblor las piedras se caerán sin remedio. No sé, ¿un terremoto? Asiente y yo me fijo su camisa: en cada pecho un tigre. LA barba recortada, las gafas oscuras, el gran anillo. El disco de zarzuelas. Sonríe y es educado, un tanto entrañable. Nos saludamos y sube la ventanilla. Veo como el coche se aleja y trato de establecer nexos: no merece la pena: la estampa del momento. Poco más. Los tigres, la zarzuela, los terremotos. Etc.
+ Una simulación, una forma simple: como siempre. El fragmento y lo entrevisto es un contrapeso, una medicina en el paso del tiempo.
+ El ruido me molesta y busco una emisora: música clásica, sin saber en concreto qué suena: es música renacentista: un laúd y una voz evaporada en el transito de los siglos. El valor del vapor: ninguno, el mismo que la totalidad ante la muerte. Es esta mi tendencia y debo conseguir reírme de ella: en ello trabajo y por momentos lo consigo. El día llega a su fin.
+ Imagen: lo mínimo: líneas. El minimalismo, en verdad, es otro kitsch más, pero es el nuestro: con plena consciencia.
