sábado, 9 de mayo de 2015

La oscuridad

 
+ En ocasiones un pequeño detalle, una frase suelta, una mirada de desdén o desprecio nos hacen reconocer una suerte de enfermedad que ha vivido en nosotros durante años y no la habíamos reconocido, o nos negábamos a reconocer. Una enfermedad que nos ha hecho daño, silenciosamente. Son venenos que nos inyectaron y los desconocemos. Tal vez en la infancia, quizá en la adolescencia, podría que ser que más tarde: en el inicio de la madurez. Cuando digo esto me resulta imposible no pensar en una persona en concreto: se trata de una vecina que no me saluda fuera del edificio y cuando coincido con ella en el ascensor se esponja en una suerte de confidencias estúpidas: los quebraderos de cabeza que le supone la mudanza a la casa en la playa, las preocupaciones que le da su marido con la moto de gran cilindrada con la que se pierde en la costa o su hijo en una universidad británica, tan cara, un esfuerzo tan grande. Con el dinero que tiene no sé porqué vive todavía en un edificio tan cutre como este, me pregunto. Se tiene por una persona con clase, que pertenece a un sector social superior, un círculo importante en la capital de provincia, y le gusta que quede constancia en sus gestos y sus palabras, aunque siempre hay algo que la traiciona. Por ejemplo: su dequeísmo. Su vida es simple, que no sencilla. Ella es profesora en un colegio religioso y su marido empleado de banca, aunque su porte es aristocrático y elegante: es guapo, sin duda. Ella desconoce su lugar en el mundo: vive una ficción de casino y corbatas de seda, de veraneos y gin-tonic en club de yates, de hijos, bodas gloriosas y colocaciones soberbias. Su felicidad radica en el desconocimiento de su posición: ha creado una hornacina impenetrable donde una persona del vulgo no tiene cabida. No deseo intimar con ella, pero si me tuerce la cara en la calle y luego en el ascensor me hace esas confidencias tan importantes, con ese tono tan intimista,  me esta otorgando un incierto derecho. Puedo juzgarla, puedo hacer un retrato, puedo utilizar bien la sátira o la ironía, según me levante. Sin embargo hay algo nuclear en sus maneras que traza el mapa de su estupidez, la estupidez propia de la ciudad en la que vivo: para bien y para mal. Ella es un emblema y su marido su ayudante mágico. Esa perfección inquebrantable de mesocracia falsa y verano y casino, y traje de noche y cocteles bien afinados. Es esa novela de lo barato y la aspiración, donde los vestidos se cortan de las cortinas y al tiempo se fingen embutidos en el viento de la historia porque un día el presidente del gobierno les dio la mano y otro día vieron bailar al rey en la Escuela Naval. Total, que no me interesan sus opiniones, no me interesan sus hijos, ni su patriotismo, nada me es próximo en ellos, pero debo aguantar con educación su confidencia en el ascensor: una vez más. Y nos da una lección, una más: cómo hacer una maleta para un vuelo trasatlántico. Qué estilo, qué manera de retratarse.

+ Mientras escribo suena el Nº9 de los Beatles: todo ayuda.

+ La noche es oscura y llueve. Es una lluvia molesta y constante, fina, afilada, que a veces crece y se transforma en un torrente que golpea un pequeño tejado: suena rítmica y amenazante. El día de hoy ha terminado, pronto apagaré la luz. El tránsito hacia el domingo siempre es extraño. Ese sumirse en el sueño sin la condena del despertador. Pronto estaré en los portales del sueño y pensaré en todo lo que el día me ha dado y me ha quitado. Pensaré, ante todo, en la enfermedad, en el torbellino que nos conduce a lo oscuro que habita en nosotros, un otro yo que desconocemos, que regresa en ocasiones con toda su herencia de odio y rencor, que emerge de las tinieblas del pasado. ¿Es el destino? Cada nombre que empleamos se apropia de una parte de nosotros, las etiquetas no son gratuitas. He leído páginas insustanciales en periódicos insustanciales, y al leerlas he sentido una melancolía muy unida a su raíz etimológica: la bilis negra. El color negro que todo lo abarca. Ese oscuro líquido que circula por las venas de la provincia. Es una cárcel, son sus habitantes, sus maneras, su peculiar y estúpida mediocridad. El sueño es reparador, en mi caso. La noche es una ciénaga y pienso en los que abrevan en los bares, los que fuman en los soportales y ven llover, en el tacto suave de un seno en la bancada junto a una iglesia, en esos besos que no volverán. Y la lluvia no cesa y el sueño no llega. Apago la luz.

+ El fragmento anterior estaba gobernado en su redacción por el dolor de cabeza. Agudo, afilado, exacto. Qué lírica contienen el dolor de cabeza si nos aleja y nos lanza contra un pozo oscuro donde el silencio y la oscuridad son el único consuelo.

+ La totalidad es móvil. Nada permanece, todo cambia. ¿No lo sabías?

+ En la óptica observo cómo se desenvuelven los empleados y los jefes, cómo utilizan sus reglas metálicas [sobre el rostro de una mujer de mediana edad], sus lupas, la maquina que se asoma a la profundidad del globo ocular, los gestos y la proximidad. Espero mi turno. Es el dueño quién me atiende, solícito. Tiene mi edad. Es un hombre pulcro, aunque huele a tabaco: suave y perfumado. La vida es un espectáculo asombroso cuando uno comienza a fijarse en los pequeños detalles que estructuran la escena. Adminículos, monturas, expositores, espejos, una oreja de goma donde se aloja un audífono, la silla de plástico transparente, sobres, bolsas con el logotipo, herramientas delicadísimas, esferas de metal que no sabría decir si la suya es una función decorativa o técnica. Pero, más tarde, prefiero centrar mi atención en el fluir de las palabras, en su tono y ornato: otro nivel de abstracción, me digo no sin pedantería. Hay algo allí que me reconcilia con mi mismidad, que rebaja un malhumor que arrastro desde hace días. Supongo que se relaciona con el orden, con la pertinencia de los ritos y ese aroma de limpieza y muebles nuevos. El viernes semeja evanescente, qué palabra para este momento, pero qué precisa para el instante y para la eternidad.


+ Imagen: en algún edificio, mientras en el exterior llueve: hay una abstracción en el recorte, el recorte es intencionado: la búsqueda de una composición que desmonte lo reconocible.