sábado, 31 de enero de 2015

Al anochecer



+ Una oficina de correos. Desorden y vejez repentina. Uno de los empleados dice que no sólo los recortes afectan a la sanidad y se encoge de hombros. La empleada no dice nada, mira hacia sus manos. La empleada se come las uñas y se acerca a los cincuenta años, es amable y sosegada, conserva algo infantil o inocente. Fuera el viento anuncia lluvia y hay una sombra que ha teñido la calle. Camiones, furgones, coches y motos esperan que el semáforo se abra. La gente camina sin prisa, es media mañana. Vuelan las gaviotas, se alejan del mar: es un mal presagio.

+ Por la mañana, cuando todavía es noche cerrada, suena, camino del trabajo, un barroco especial: dulces y afilados acordes de clave, surca la atmósfera, posteriormente, un bajo continuo. Son espectros, los coches a esas horas son espectros que la música transforma en poesía: los pilotos rojos, su deslizarse en las glorietas, la velocidad y la señalización. Como el torrente sanguíneo, como la savia que asciende por el tronco, como el río que se precipita en el mar. Pero ahí está, ahí esta la música y su encantamiento.

+ Otra mañana: canciones sin palabras de Felix Mendelssohn. Hay una iluminación lírica: la lluvia intensa, la oscuridad el deslizarse, una vez más, de los coches. Espectros poblados de biografía y circunstancia. Cristaliza el invierno: el viento y la lluvia, el frío, la decadencia. 

+ ¿Experiencia o experimento? Entresacada la pregunta del perfil de Rafel Argullol en la web, flota esta oposición en los interludios del miércoles. La experiencia nos remite al poso, a la sedimentación, a la certeza de lo visto cien veces, mientras que el experimento es la novedad que se abre paso trazando un camino en la espesura. Bosques, sederos, cumbres. Las metáforas nunca son gratuitas, su eficacia depende más del momento que de su verdad nuclear, el que sabe apuntar acierta. La contraposición continúa en el filo del jueves.

+ Un comportamiento paradójico: hace meses que no habla con nadie, salvo lo estrictamente necesario. Siempre está ausente, da los buenos días y se refugia en una sala: mira hacia la pared. Silva y canta. No hay nada que comprender. Un viernes hace una afirmación extemporánea que a todos sorprende y provoca un nerviosismo tenso. Su cuello palpita. Todo ello lleva a plantearse qué es el trabajo, qué une, qué separa. Ese equilibrio de buen hacer y distancia. Pero la enfermedad  y su circunstancia determinan la mañana. Me preguntan: hago un relato breve y añado que nadie está libre del abismo [no con estas palabras, pero es el espíritu]. Continua lloviendo y el viernes se vierte en la nocturnidad, en el sueño o en la ebriedad, según las apetencias.

+  Suena 'Yo la tengo'. Es una música muy adecuada para el día. La lluvia golpea los cristales.

+ Es un amante de las cafeterías, del café y de la conversación. Una vez por semana se lo permite, con su mujer. La tarde del sábado. Café fuerte, espeso, sin azúcar. Para beberlo lentamente, en pocillo pequeño, sin música, con el calor de conversaciones extrañas, ante una cristalera amplia, arropado por la voz de su mujer. Después de tantos años, la ama sinceramente y bebe una vez más, del pequeño pocillo [¿pocillo= pozo pequeño?]

+ Imagen: otoño en Bath, Inglaterra. La foto me plantea una cuestión personal y biográfica: de dónde viene mi interés por las fotos fuera de foco, un error que va más allá de la casualidad y podría explicar como algunas zonas de sombra se constituyen en territorios de explicación. El espacio, la figura, las luces, esa totalidad desenfocada que establece un dominio: qué se desvanece, quién se desvanece en la oscuridad [de la noche].