sábado, 10 de enero de 2015

Afanes

 
+ Es un deseo incontrolado, deliberadamente incontrolado. Arranco el coche y me dirijo a la costa. Aparco y entro en el bar. Mi intención es leer. Pido un café y me siento. Allí está ella: es muy joven y viste de negro, el pelo lo recoge en una coleta, se mueve con agilidad y sin nerviosismo, parece transmitir un dominio sobre sí misma que no le corresponde a su edad. Su tono, su parloteo incesante, las costuras de sus palabras. Cuenta cómo le robaron hace pocos días, cómo fue a denunciar, los laberintos de la denuncia. Luego pasa a narrar la navidad de una mujer de ochenta y tanto años muy presumida: ahorra todo el año para hacer regalos en Navidad, regalos caros que se substancian en las astillas de su pensión: 580 euros. Da paso al relato de los días de un tío suyo, que vivía en un desván, que hacía pequeños trabajos de marquetería en el mismo desván y que coleccionaba chapas. Tenía miles de chapas, que al día siguiente de su muerte fueron a la basura. Añadió: sólo me acuerdo de las escaleras. Pagué y me fui con la sensación de haber recortado el esquema de una vida o algo similar.

+ El bar: azul cielo, azulejos, paredes blancas, paneles azules, la playa  en el ventanal, el horizonte, una pareja que pasea al borde del mar, el bar en invierno preparado para el verano. Abrí El Príncipe, de Maquiavelo sin esperanza. Sé lo que se esconde en él, aunque ese mal sabor de boca me detenga, también sé que no por no gustarme dejan de ser verdades. Como el bisturí, como los elementos de la autopsia que se disponen sobre el mármol. La autopsia no es agradable, pero alumbra la verdad. Las voces que a mí llegaban pertenecían a un estrato olvidado y necesitado. La violencia, la mentira, lo ambiguo. Aparté el libro y me fijé en los movimientos de un perro que se dirigía a la carrera hacia el agua, llegó hasta allí y se paró en seco, las olas rompieron en espuma y olvido.

+ Compra: Antonio Vega 1980-2009. De un momento a otro me llegaron cuatro o cinco canciones de A.V. No sabría qué decir, pero me transportaron a otra época de mi vida [olvidada]. No se puede obviar: son buenas canciones, muy buenas canciones: algunas, no todas. ¿Importa algo más? ¿Canciones para pijos canallas, el pop-baboso, algo de mediocridad, una pizca de un genio a media luz? No creo que importe mucho, en este momento. Poco  a poco el olvido caerá sobre las canciones, como sobre nuestra propia vida. No hay nada que sobreviva al impulso del tiempo, a su ciega brutalidad. No es momento para juzgar al músico, sus adicciones, su inconsistencia, quedan las canciones y su inasible realidad. Hegel propugna la superioridad de la música y la poesía sobre el resto de artes, no hay duda alguna: suena Se dejaba llevar por ti y hay un momento que se vuelve a dibujar un todo: playas, el amanecer, tristeza y personas que no han de volver nunca más.

+ Al hilo de lo anterior, no he parado de tener conversaciones sobre adictos a la heroína durante estas navidades. Es un tema crucial, del pasado, casi cristalizado. Esa droga, sus derivadas. Conocidos y compañeros de clase, sin ir más lejos. El ejemplo de A.V. es válido para muchos otros que nosotros vimos engancharse y morir. Sus agonías ejemplarizantes, como si su decadencia escondiese un negro rumor moral. ¿Está ahí la equiparación de la normalidad como lo moral? He de pensar en ello y establecer correcciones y medidas provisionales. Todas las medidas son provisionales, pues esa es la vida: provisión y  temporalidad. Creo que una  lectura alternativa de esas canciones se hace necesaria mediante el prisma de la vida de un toxicómano: su debilidad y las necesidades diarias de unas dosis. La lectura nunca es estática, las lecturas definen al lector y su capacidad de cambiar el rumbo da su altura.

+ A cada día su afán, basta a cada día, su propio mal. Mateo 6 versículo 34.

+ Imagen: [Puerto de A Garda, antes del comienzo del verano: intensidad].