sábado, 29 de noviembre de 2014

Extravíos



+ No hay momentos singulares, aderezos líricos, fantasías de oportunidad. Recuerdo cómo nos perdimos en un bosque. Nos podíamos orientar mediante el sonido de la corriente de un riachuelo y las cumbres, esto nos marcaba el posible camino, pero el bosque se espesaba y cada vez resultaba más complicado caminar, avanzar. Desviarse de la línea recta que nos habíamos marcado suponía extraviarse, una vez más, adentrarse en el centro del bosque sin saber exactamente dónde estábamos. De pronto, oímos unas voces sobre nosotros, sobre la vaguada. Un grupo  de hombres y mujeres nos llamaban. Sé que les parecimos extraños, montaraces y casi peligrosos. Nada de eso era cierto, como pudieron comprobar en cuando comenzamos a hablar. ¿Cuál es la moraleja? El desdoblamiento habita en nosotros, nuestros pliegues son parte de nuestra persona y la apariencia es siempre engañosa: como el extravío. Perderse es descubrir fragmentos en el olvido.

+ Al cabo de unos años nos reunimos ayer, viernes. Una gran comida, con vino y licores en abundancia [yo, sin desprecios, nunca bebo, nunca]. Todos han envejecido; una totalidad donde me incluyo. Dos años, tres años sin verles y eran otros y eran los mismos, esa paradoja. El trabajo del tiempo nunca se detiene: es una obviedad y una certeza, pero hay un instante en que se revela dolorosamente. Lo que no puedes cambiar es mejor dejarlo a un lado. Hablamos de los otros, los que no habían venido, de los divorcios, del paro, de lo poco que alcanza el dinero. Con todo, había alegría y cierto entusiasmo, no era el alcohol, sino una premura en el vivir, en agotar el tiempo y esparcirse. La ría estaba en calma, fuera hacía frío y, yo, con la fiebre a cuestas, desde una tranquila ausencia, escuchaba: de una manera muy similar a los efectos de un narcótico. Nos despedimos y me pregunté: cuál será el siguiente en irse, definitivamente. No sentí ni pena, ni alegría, ni siquiera indiferencia. La totalidad me pareció estática. Nos alejábamos en mi coche negro y escuchamos algunas canciones de Nick Cave [últimamente es obsesivo]. Otro cambio de registro, la manera de agotar el presente.

+ Antes de comer coincidimos con un político. Espolvoreaba felicidad y a todo el mundo le estrechaba la mano. Estaba con su mujer, con un hermano, con la mujer de éste. ¿Qué celebraban? Antes de comer, les entreví ante una enorme fuente de camarones. Sonreía, siempre sonreía. La sonrisa, esa mueca tan próxima al simio. ¿Por qué queréis ser monos si sois hombres?, me dijo alguien hace años, yo asentí en aquel momento, ahora lo recuerdo.

+ En 6music Jimmy Page habla de su primera Les Paul. Dice cosas que comprendo muy bien: también las comparto. Las guitarras tienen alma, una gran guitarra sufre mutaciones y nos sorprende, va muy por delante de nosotros. Alguien me contó que abandonó la guitarra por la artrosis: nunca le había interesado mucho, pienso, pero sé que tiene aptitudes. Eso se ve, algo que se conecta con la canción, con el baile. Pero desechó la guitarra. La guitarra es una vía de conocimiento, como tantas otras, pero en su confesión se alzó una suerte de vulgaridad. No era la artrosis, era su falta de estilo.

+ La fiebre ganó. Me metí en cama a las ocho y media de la tarde y caí en un sueño profundo. Sin pesadillas, se sucedieron episodios del pasado. Como una recensión. Oficinistas, escribientes y bedeles.  Adivinos del presente, escrutadores del pasado. Me hablaban y la fiebre era mi guía. No trataré de buscar su significado. Su relato es suficiente, mientras: se diluye en la vigilia. Son las cinco y cuarto: ¿ha desaparecido la fiebre?

+ A las diez de la mañana, últimamente, tomo una taza de té. El té tiene reminiscencias infantiles. Sin azúcar, muy caliente, negro. Devuelve una sentencia: nunca podrás parar de leer, nunca leerás dos veces el mismo libro por mucho que lo intentes. No insisto y regreso a Píndaro.

+ Imagen: tetera en un restaurante japonés: OKAN

sábado, 22 de noviembre de 2014

Un año más tarde, Madrid ( y III) - [ending]




+ Madrid: cinco días. Paseos, cine e interminables conversaciones. El color ocre resulta inspirador. Suenan teléfonos que nadie atiende. Llueve.

+ Lo líquido define el momento. El viaje acentúa esta certeza. Presentadoras de televisión que viajan en el bajo coste: no son humanas, tampoco son divinas. Son muy hermosas e inmateriales, pero no son humanas.

+ Las listas aportan conocimiento. Ordenar una colección es una confesión. Libros, discos, pensamientos al calor de una tarde en soledad, en la nuclear soledad del aeropuerto: coca-cola, un libro y el espectáculo de la humanidad doliente: el aburrimiento.

+ Tanto las nubes como el humo trazan formas caprichosas que pueden ser interpretadas o ignoradas [con displicencia ejemplar]. Es un entretenimiento viejo y eficaz. Un barco, un dragón, una cometa o una mano. Apariencia o realidad. No es momento para dudar.

+ Conduce su coche hacia la costa y encuentra en cada curva una razón para el olvido. Han sido años de sufrimiento, pero ahora el cielo es limpio y sobre el paisaje se dibujan promesas. Es un capricho o son decisiones bien fundadas. No debe pensar, tan solo conducir. Lo líquido, lo fluido, lo inasible.

+ Viajas en tren: una excavadora abría una gran zanja, como un sueño. Ese recuerdo regresa cada vez que pasas por allí. Fue hace más de veinte años, pero vuelve con una intensidad desconcertante. Lo sabes y te inquieta, los recuerdos son fantasmas: llegan con indeseables resonancias: el arrepentimiento, la culpa y el error. Ahora podrás dormir tranquila, no volverán a perturbar tu descando.

+ [Madrid - Guadajara]. Llueve. Las harineras jalonan el paisaje y se alejan de lo humano: como si una civilización de gigantes las erigiese para dejar constancia de su impotencia. Tal vez se trata de que sus perfiles son hirientes, que el paisaje es desolación y soledad, que es un lunes extraño y fósil. En Madrid es fiesta y en Guadajara siempre es domingo: calles desiertas, confiterías cerradas, extraños muros, extrañas ventanas. Temas para un poemario futuro: la telefonía inteligente (?), las fábricas abandonadas, el traqueteo del cercanías y el pasaje: sueño, cansancio, un dolor sordo, pero constante.

+ En el museo, en un folleto: " (…) el arte moderno no había abolido los pedestales y los marcos (…), sino que los había convertido en el contenido fundamental de su desarrollo (…)". El contexto es la totalidad, insinua. He visto la exposición y me sorprendió, pero conforme el día avanza recupero una afilada duda. Es el espectáculo lo que hace que gire el turbión de personas e intereses, crear un valor y elevarlo mediante la maquinaria del museo. No le doy demasiada importancia y el sueño me abraza. ¿El contexto? El dinero es el contexto

+ "Odio a los adolescente / es fácil tenerles piedad. / Hay un clavel que se hiela en sus dientes / y cómo nos miran al llorar". Pere Gimferrer.

+ Nick Cave en el Mp3: Push the Sky Away. Insistentemente viene una y otra vez la canción, el disco. Las obsesiones establecen nuestro núcleo, su resistencia, su verdad a medias. [Necesidades y objetivos, el paso del tiempo, la edad, las pérdidas, más allá de los acentos y los subrayados, los muebles y los cuadros, libros, pequeños objetos que atesoran el recuerdo, significados ocultos, ¿por qué has de mostrarte amable?, la conducción responsable, el testigo del depósito de gasolina estás averiado: supongo pero no afirmo, ¿cuántos kilómetros restan?, un curso sobre primeros auxilios y emergencias en el trabajo, los amigos que no volverán, los padres y los hijos, guitarras, violines y tambores, how to write about contemporary art: en la estantería, instrucciones, charlatanes, incendios interiores, pesares y plegarias, ensayos y errores, regreso al mar y me encuentro con los restos de mi biografía, sirenas y naufragios, cierro los ojos y sé que el avión me sostiene en el aire, pero la música establece el contexto y me aleja del no-lugar: el avión, el viaje, el regreso].


+ Imagen: un sala de exposiciones, pero la trastienda del vídeo, lo que no se ve, lo que no interesa (?).

sábado, 15 de noviembre de 2014

Un año más tarde, Madrid (II) - [spleen]


+ [Aviones]. Mientras eleva el vuelo no dejo de preguntarme por el sentido que tiene tomar notas en una libreta: en un desorden estimulante, aleatorio y fructífero. Semeja que se fijan observaciones y ocurrencias, pero no sucede así: si se recuerdan los hechos es porque se han vertido en la libreta, no al contrario. La caligrafía constituye la materia del día, que ha nacido hace unos instantes. No importa. El avión es hermético. La música establece fronteras. ¿Bach? La música se confunde  con el rumor de los motores. Es un vuelo tranquilo y la lectura avanza con singular fluidez. La música es papiltación y aliento. Anotaciones que reflejan el estado de un momento vital: la amistad. Un niño llora y hombres maduros consultan sus dispositivos:  crucigramas y fotos de viajes. Una concentración excesiva. La lectura abarca una totalidad que se enmascara en la niebla. El género, el estilo, el miedo, la vergüenza, la inseguridad, una estructura, una dinámica ya prevista, el estatismo, la redención. Las palabras son evocadoras. Cierro los ojos y trato de no pensar en nada, salvo la realidad del vuelo: las explicaciones que la ciencia arroja sobre los hechos se apartan a un lado para elevar el misterio que la vida cotidiana otorga. La vida cotidiana es un espejo sin azogue.

+ Madrid (1). La lírica de los objetos. Nacimiento, vida, muerte. La ultramodernidad se desvanece. Deshilachados jirones de niebla. El suburbano contiene la metáfora del momento. Maletas, teléfonos, gafas, bolígrafos, abrigos, zapatos, pantallas, esferas donde se alojan cámaras. Sueños imperfectos que atraviesan el trayecto, sin una finalidad. Una señora entra en el vagón y explica porque se ve obligada a pedir una ayuda. Su rostro es tristeza y dolor, pero, también, hay dignidad. La dignidad es profunda y sólida. En el Mp3 suena María Callas, se une a la sensación de desamparo. Todavía es temprano en este sábado de noviembre. Una rutina.

+ Madrid (2). (…) arrojaba polvo de oro a los perros. ¿Soy yo?

+ Madrid (3). El todo terreno es un símbolo de seguridad. Barrios con acceso restringido y especulares superficies comerciales, autopistas y barreras automáticas. "Estos vehículos parecen disipar el temor que la clase media urbana siente cuando se desplaza por su ciudad de residencia o se ve obligada a detenerse en algún atasco". [Ray Surette: Media, Crime and Criminal Justice, citado por  Z. Bauman en Vida líquida]. Cinco días en Madrid, cinco días fuera de casa; durante este intervalo de tiempo leí Vida líquida y, simultáneamente, su núcleo era un contraste entre el desarrollo del viaje y lo obvio que se extendía ante mis ojos. Los barrios, los medios de transporte público, los márgenes sociales, mi propia posición en el mundo y su flexible inconsistencia, la estructura del poder [se intuye y uno no sabe si su percepción es acertada o errónea, pero se mantiene esa desconfianza que conduce a una verdad que, paulatinamente, se fosiliza]. Hay una melancólica sensación de pérdida: son los años, tal vez, es el momento histórico, quizá. Ha terminado la postmodernidad, me digo ante un semáforo. Los coches cruzan rápidos ante mí, colores y formas, escenarios de comedias y dramas. El cielo está limpio y espero mi turno. La música también aporta hermetismo, me repito y observo los perfiles del Reina Sofía. Como burbujas o espuma liberada, así se desplaza la masa. Hay africanos que venden bolsos falsos, discos piratas y bufandas o guantes. La calidad del aire es transparente y tiene un tono ocre en el azul tan puro. Me parece que todo ha llegado de un mundo que he olvidado. La sinestesia me asalta: el olor tan penetrante de una muchacha que me pide la hora: entre humo de tabaco rubio y limpieza y jabón con aroma de remotos baños ingleses. El Museo espera. Se evoca otro tiempo y la melancolía se ha licuado. Soy otro porque soy el mismo: lo paradójico es mi signo. La muchacha se pierde en la multitud.

+ [Sinestesia:  con la mezcla de tabaco y la lozana limpieza llega el aliento de la adolescencia. Tan lejana. Calles húmedas, lecturas virginales, tabaco, elevación, alcohol barato, el sonoro pop, el martillo de los deseos, aroma de invierno, monedas y hachís falso. Descreídos, cínicos, pálidos. Guitarras, amplificadores, playas en invierno. Otra vez se pierde en la multitud, durante unos minutos permanece una melancolía evaporada. Esa sensación agradable, el spleen, la transparencia, la niebla, el desarreglo].

+ Madrid (4). Las oportunidades perdidas. El amor, el sexo, el dinero. Hay una pequeña muerte en todo arrepentimiento. La melancolía es un atavismo. Diariamente se debe establecer una frontera clara entre el deseo y su consecución. Demasiado zen para este momento, me dice. Alguien me reprochó: no se puede estar inactivo. ¿Mi actividad? El estoicismo es una filosofía de señoritos, me dijo y volvió a beber de su cerveza, quedó en el vaso la marca aceitosa de su pintalabios y sacó de su bolso un omeprazol: mi estómago es un infierno en vida. ¿La acción? Recuerdo aquél momento, no tan lejano, pero de un modo vago, inexacto. Ubi sunt?


+ Imagen: los espejos y sus apariciones inesperadas. En un contenedor de escombros duerme el espejo, sin miedo, sin esperanza.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Un año más tarde, Madrid (I) - [previous]




+ No era una causalidad, ni se podría hablar de inercia. Con todo, la librería se visita cada dos meses, cada dos meses y medio, tres meses: tal vez. La sección de poesía, el moderado aroma a vainilla, el crepitar, lejano, del tráfico. Novelas policiacas, ensayos de lingüística o biografías de filósofos [como guías en las nocturnidades y mapas para las iluminaciones, iluminaciones previas al sueño: aproximaciones y alejamientos de la mismidad]. Una historia imposible de la literatura universal o libros de cocina italiana para restaurantes fuera de Italia. La cocina italiana nunca falla, es la mejor del mundo, alguien musita a mis espaldas: ni siquiera le presto atención. Sin esperarlo, sin explicación, uno se da cuenta de que ya sólo compra/lee autores fallecidos: ¿es un signo o es un presentimiento? Sin indagar más, la vista regresa a la mesa de la poesía. Allí estaba el tomo de la poesía completa de Borges. Lo abrí en su justo medio [eso pensé yo y me equivocaba, pues era la página 613 de 642] y una suerte de retrato de Sherlock Holmes aguardaba mi lectura. Como una droga sutil, desveló particulares aspectos de una autobiografía temprana, sin alcanzar el arqueo final de la caja. Tan reciente está en la memoria Inglaterra [Bath, v. gr.] que el cotejo fue innecesario, aunque súbito. Se elevaron telones. La memoria como acto creativo alcanza la altura de las conversaciones con viejos amigos, donde se ha diluido el disfraz y el equivoco [=Madrid]. Con cincuenta años no se puede uno ocultar tras los engaños y las embocaduras, los libros ofrecen más que las palabras que contienen.

+ [Poco antes de comenzar a dormir]. Surge una conexión entre Maigret y Tintin. No es del todo imposible: la línea clara, el detalle, el gusto por la exactitud. Paisajes surcados por estilizadas carreteras, pueblos que bordean esa misma carretera más proximos a la perfección de la maqueta que al prosaismo de lo real, talleres mecánicos y su lírica de rótulos y herramientas y maquinaria, el atuendo, el trazo de la trama tan exactamente delineada como el dibujo está delineado con pulcritud. El sueño acoge placenteramente la idea, le da forma y se convierte en nota. La nota es este apunte. Transparente, el día es un regalo que contiene una cuestión compleja, de difícil escrutinio. Los enlaces que se establecen perduran y determinan la capacidad de evocar visiones, intuiciones apenas desveladas.


+ Poetas decimonónicos que atesoran un inquietante tono de sorpresa. En Madrid hay una conexion que se desliza desde Barajas hasta Atocha, allí persevera el ángel de la indignación.

+ Bécquer, Rosalía, Esprondeda. Una lista puede llegar a ser una vía para describir la realidad, para redibujarla. Detallar los intereses o las deserciones, los odios o las adhesiones, una contabilidad que aproxima lo exacto a lo verosímil. 10 canciones, 10 cuadros, 10 restaurantes, 10 poetas, 10 malditos. Meditadas o espontáneas, exhaustivas o exiguas, opacas o traslúcidas. Un grano de realidad que atraviesa velozmente el ámbito de lo cotidiano.

+ Prefiero disfrutar del paisaje que entenderlo. [4/11/14].


+ Imagen: [Londres, hace dos o tres semanas. Los fantasmas no se pueden resistir al encanto de las cámaras fotográficas: por ejemplo].

sábado, 1 de noviembre de 2014

La rutina.



+ Hablaron sobre la rutina detenidamente y sus conclusiones fueron opuestas. El trabajo como ordenamiento y el ocio como arbitro de todas las vidas. La habitación estaba mal iluminada y los vasos participaban de la luz del flexo: sus bordes eran círculos perfectos y dorados. Habían envejecido, casi sin darse cuenta tenían cerca de sesenta años. Ninguno había tenido hijos, ninguno tenía pareja. Dos hombres que pronto entrarán en la senectud charlan sobre los límites vitales, la hospitalidad y el vacío que toda vida contiene. El vapor del tabaco sólo era un recuerdo. Hablar y hablar, ya casi no leían periódicos, tampoco novelas,quizá algún ensayo. Uno de ellos sacó una libreta del bolsillo de la chaqueta y le mostró al otro unas notas. Sonrieron: un poema de sobremesa. Habían conocido charlatanes, estafadores, dealers. Todo se unía en un punto lejano. La indeterminación de su sistema de vida les había arrojado la comodidad de los años pasados, ahora estaban solos. De igual manera lo estaríamos, pero no lo podremos comprobar, dijo uno de ellos. Como tampoco podría comprobarse lo contrario, añadió el otro: más por polemizar que por encontrar una verdad pequeña y portátil que siempre deseaban. Y comenzaron una conversación sobre qué es la inteligencia y si hay o no hay tipos de inteligencia y si la soledad y la felicidad está relacionada con ella. ¿A quién le puede importar ya la felicidad?, dijo el primero y el segundo se rio: bebieron. La felicidad es para los criados, dijeron al unisono.

+ Una vez más llega la conversación sobre las estaciones de autobuses, cómo contrastan las estaciones de autobuses con las estaciones de tren. ¿Cuántas veces se ha intentado encontrar una explicación? Los vehículos, los pasajeros, la lírica del tren, la realidad implacable y ordinaria del autobús. La oposición entre los paisajes surcados: la brutalidad de la carretera, la bucólica poesía de las vías. Muchas otras razones poco convincentes. Pero el hecho está ahí y no se pude soslayar. Ella bebió de su infusión de las diez de la mañana y él apuró el café negro de máquina: barato y muy azucarado. La conversación era propicia, había comenzado una nueva edad en su relación de compañeros de trabajo. Hay fronteras claramente delimitadas, ésta había sido rebasada.

+  [31 de octubre]. La mañana no es fría, hay una tibieza que invita a lujuria, parece pensar el gato que camina despreocupadamente sobre la acera. Mi coche se desplaza con una agradable fluidez, los cambios de marcha son suaves y no hay interrupciones, no hay paradas bruscas e indeseadas. El tráfico es amable a pesar de ser viernes [otro viernes]. Antes de llegar a la estación de tren me fijo  un grupo de tres personas. Estoy detenido en un semáforo cercano a la estación de tren. La visión dura un instante. Una postal, una esquirla de nocturnidad, el apunte de la juventud que se desvanece. Regresan de alguna fiesta, pienso mientras no se abre el semáforo. Un tren parte hacia el Sur. La chica viste de negro y va descalza, a continuación va la pareja [que se ayudan mutuamente a caminar, ya con una pasión amortiguada, que desea más el descanso que lo verdadero de los cuerpos]. Reflexiono: hay una derrota milenaria, que se ha repetido noche tras noches desde hace diez siglos, veinte siglos, tres años consecutivos: ellos lo saben. Los tres caminan vestidos de  un negro existencial, un negro absoluto salvo una blusa de lentejuelas plateadas que aporta brillo e ironía. Hay algo triste y profético en su caminar, añado sin poder llegar al fondo de la afirmación. El tiempo borrará este día, pero, sin desearlo, prosperará esa tristeza, esa huella, el resplandor del momento que anuncia el final de la fiesta. Son las siete y media de la mañana y la jornada laboral comenzará pronto. Arranco.


+ Un poema anónimo, un fragmento: "Si la noche se hace escura / y tan corto el camino, / ¿cómo no venís, amigo?"

+ [Regreso del trabajo]. Conduzco con dificultad. Intento cambiar de carril para recuperar la dirección, una furgoneta me lo impide [intencionadamente]. En ella van un hombre y una mujer. Son jóvenes y parecen airados, agrios, funestos. Él se ha enfadado, pero ella le sobrepasa. Ella hace aspavientos y bracea, parece insultarme, parece amenazarme. Me causa una inquietante perplejidad.  La agresividad y los nervios en un viernes de octubre, más allá del mediodía. Se produce una paradoja que nadie acierta a solucionar, la olvido sin desearlo. El tráfico se hace más fluido, pero es imposible alcanzar la dirección deseada. Es preciso serenarse y no pensar en nada: salvo en el hecho mismo de conducir. O ni siquiera eso. Aquí y ahora: es deseable el vacío, siempre es deseable el vacío.

+ Imagen: Brixton, octubre 2014.