sábado, 1 de noviembre de 2014

La rutina.



+ Hablaron sobre la rutina detenidamente y sus conclusiones fueron opuestas. El trabajo como ordenamiento y el ocio como arbitro de todas las vidas. La habitación estaba mal iluminada y los vasos participaban de la luz del flexo: sus bordes eran círculos perfectos y dorados. Habían envejecido, casi sin darse cuenta tenían cerca de sesenta años. Ninguno había tenido hijos, ninguno tenía pareja. Dos hombres que pronto entrarán en la senectud charlan sobre los límites vitales, la hospitalidad y el vacío que toda vida contiene. El vapor del tabaco sólo era un recuerdo. Hablar y hablar, ya casi no leían periódicos, tampoco novelas,quizá algún ensayo. Uno de ellos sacó una libreta del bolsillo de la chaqueta y le mostró al otro unas notas. Sonrieron: un poema de sobremesa. Habían conocido charlatanes, estafadores, dealers. Todo se unía en un punto lejano. La indeterminación de su sistema de vida les había arrojado la comodidad de los años pasados, ahora estaban solos. De igual manera lo estaríamos, pero no lo podremos comprobar, dijo uno de ellos. Como tampoco podría comprobarse lo contrario, añadió el otro: más por polemizar que por encontrar una verdad pequeña y portátil que siempre deseaban. Y comenzaron una conversación sobre qué es la inteligencia y si hay o no hay tipos de inteligencia y si la soledad y la felicidad está relacionada con ella. ¿A quién le puede importar ya la felicidad?, dijo el primero y el segundo se rio: bebieron. La felicidad es para los criados, dijeron al unisono.

+ Una vez más llega la conversación sobre las estaciones de autobuses, cómo contrastan las estaciones de autobuses con las estaciones de tren. ¿Cuántas veces se ha intentado encontrar una explicación? Los vehículos, los pasajeros, la lírica del tren, la realidad implacable y ordinaria del autobús. La oposición entre los paisajes surcados: la brutalidad de la carretera, la bucólica poesía de las vías. Muchas otras razones poco convincentes. Pero el hecho está ahí y no se pude soslayar. Ella bebió de su infusión de las diez de la mañana y él apuró el café negro de máquina: barato y muy azucarado. La conversación era propicia, había comenzado una nueva edad en su relación de compañeros de trabajo. Hay fronteras claramente delimitadas, ésta había sido rebasada.

+  [31 de octubre]. La mañana no es fría, hay una tibieza que invita a lujuria, parece pensar el gato que camina despreocupadamente sobre la acera. Mi coche se desplaza con una agradable fluidez, los cambios de marcha son suaves y no hay interrupciones, no hay paradas bruscas e indeseadas. El tráfico es amable a pesar de ser viernes [otro viernes]. Antes de llegar a la estación de tren me fijo  un grupo de tres personas. Estoy detenido en un semáforo cercano a la estación de tren. La visión dura un instante. Una postal, una esquirla de nocturnidad, el apunte de la juventud que se desvanece. Regresan de alguna fiesta, pienso mientras no se abre el semáforo. Un tren parte hacia el Sur. La chica viste de negro y va descalza, a continuación va la pareja [que se ayudan mutuamente a caminar, ya con una pasión amortiguada, que desea más el descanso que lo verdadero de los cuerpos]. Reflexiono: hay una derrota milenaria, que se ha repetido noche tras noches desde hace diez siglos, veinte siglos, tres años consecutivos: ellos lo saben. Los tres caminan vestidos de  un negro existencial, un negro absoluto salvo una blusa de lentejuelas plateadas que aporta brillo e ironía. Hay algo triste y profético en su caminar, añado sin poder llegar al fondo de la afirmación. El tiempo borrará este día, pero, sin desearlo, prosperará esa tristeza, esa huella, el resplandor del momento que anuncia el final de la fiesta. Son las siete y media de la mañana y la jornada laboral comenzará pronto. Arranco.


+ Un poema anónimo, un fragmento: "Si la noche se hace escura / y tan corto el camino, / ¿cómo no venís, amigo?"

+ [Regreso del trabajo]. Conduzco con dificultad. Intento cambiar de carril para recuperar la dirección, una furgoneta me lo impide [intencionadamente]. En ella van un hombre y una mujer. Son jóvenes y parecen airados, agrios, funestos. Él se ha enfadado, pero ella le sobrepasa. Ella hace aspavientos y bracea, parece insultarme, parece amenazarme. Me causa una inquietante perplejidad.  La agresividad y los nervios en un viernes de octubre, más allá del mediodía. Se produce una paradoja que nadie acierta a solucionar, la olvido sin desearlo. El tráfico se hace más fluido, pero es imposible alcanzar la dirección deseada. Es preciso serenarse y no pensar en nada: salvo en el hecho mismo de conducir. O ni siquiera eso. Aquí y ahora: es deseable el vacío, siempre es deseable el vacío.

+ Imagen: Brixton, octubre 2014.