domingo, 6 de abril de 2014
Rostros. [Oporto, 1996-2014]
+ Calles húmedas. Escamas, brillos, ensayos de conversaciones y silencios. El acharolado asfalto tras la lluvia, trajes oscuros, el humo espeso de tabaco negro, una estela de ceniza y olvido. El vacío es una expresión necesaria, alguien susurraba mientras la ciudad se entretenía en el relato de su biografía más íntima: sin prisa, sin peso. La expresión de la mujer en el mercado contiene verdades: cada rostro oculta una herida.
+ ¿Es imposible encontrar un rostro duplicado? Resulta inquietante pensar en ello, ¿todos tenemos un doble? ¿Dónde? Algún día lo veremos llegar, quizá sea una estallido, un déjà-vu. La nostalgia de lo no vivido. Ahora, en algún lugar, en este mismo tiempo nuestro, se pregunta quién es el otro, dónde está el otro. Y el otro somos nosotros, nuestro yo de este momento.
+ Fotocopias: rostros fotocopiados hasta perder su aura. Se diluyen los rasgos. Ese ruido que introduce la reproducción perdura más allá del original. Una colección de piezas y un sistema principios para ensamblar estas piezas. Así funciona la totalidad: cada acto tiene consecuencias.
+ Oporto se ilumina débilmente cuando la noche cae. Niebla y vampiros. Las farolas arrojan en ocasiones un verde clorótico, en otras un naranja brillante resalta el latido de los últimos bares. Hay un recuerdo de vino y pastas de coco. Veladores. En la última hora. Cruzan hombres solitarios la calle y un eco de música y viento traslada la escena a otro tiempo. No es la nostalgia. El jazz es ahora una caligrafía. Pensaba en aquellos poetas que se leyeron en portugués mientras cristalizaba la ebriedad. No hay otro presente, pero el recuerdo atesora instantes y decisiones. No es un abrazo gratuito.