sábado, 19 de abril de 2014

Tensiones y resistencia


+ Sillas. La silla es sencilla. Asilada contra una pared, tiene fuerza y presencia. El cemento blanco la recorta y le ofrece el cobijo de su propia forma, sin interferencias. El objeto supera la función. Es una silla humilde y barata, sin interés. Por un momento se convierte en una nota disonante, en la escultura del momento. El dios del instante obra en su favor. Observarla y preguntarse por su historia es una pérdida de tiempo. Allí está a salvo. Lustrosa y olvidada. Sin función, ya.

+ Entro en unas oficinas y me recibe un ordenanza con una extraña cortesía. Parece desorientado, víctima de un narcótico o un licor viejo y peligroso, que le ha raptado durante unos segundos, los suficientes como para indicarme, para guiarme en la subordinación del espacio a las jerarquías burocráticas. Accedo a un hall, hay mucha gente y un desorden larvado. Carpetas, tomos, archivadores. La luz no es natural. El aire resulta espeso, caliente, ácido. La luz que desciende de los fluorescentes tiñe todos los rostros, los rostros adquieren un aspecto fantasmal. No hay espejos, la madera aporta cierta solemnidad y distancia, infunde un respeto reverencial: parece haber sido estudiado, aunque muy posiblemente se debe a una incierta costumbre, a programas larvados en la constitución de elementos: piezas y principios que indican cómo incrustar esas piezas, ensamblarlas, desmontarles, también. Es un edificio viejo, hay algo  adherido a los paneles de madera. Se trata de una pátina de irregular indiferencia, más próxima a la enfermedad moral que a una carencia estética. Tal vez la mala educación de la funcionaria, que no responde al saludo de buenos días, la densidad del ambiente, su coloración amarillenta y opaca, suma, eleva la sensación de desamparo. La brutalidad abstracta de la administración. No hay rostros. Es un vacío que oprime. Culminado el tramite con fortuna, la calle es un estallido de vida: mujeres que fuman en un jardín, adolescentes que se alejan hacia sus ocupaciones, sin prisa, hombres luctuosos transidos de indolencia, los bares próximos, las tiendas, los parques. Hay vidas que semejan cajas olvidadas, almacenadas en la oscuridad de los sótanos.

Viajes en coche: la música desvela los recónditos acentos del paisaje, la pastosidad de la niebla en la primera hora de la mañana. No hay, en mi opinión, otro lugar más apropiado para la música que el coche. Un volumen considerable, una conducción tranquila, una velocidad moderada. Bach hace que el tiempo se detenga y la carretera es una esquirla de ciencia ficción. Toda la humanidad ha trabajado para que esto sea posible: la música, su reproducción, el automóvil y su mecánica, la carretera y su geometría. Rebasar etapas vitales, estudiar y descansar, trabajar y ejercitarse. Hay una metáfora en todo ello que no debe ser desvelada, quizá sea el centro de la existencia. En ese instante: Partita Nº2, BWH 1004.

+ Foucault: " [el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo] (…)¿No cosiste más bien, en vez de, en legitimar lo que ya se sabe, en comenzar a saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?"

+ Hay cuestiones sobre el cuidado de uno mismo a las que se vuelve una y otra vez, como el que regresa a una casa de veraneo donde fue feliz. Técnicas que se han mostrado útiles y solidas. No son necesarias las constataciones, como la silla que permanece contra la pared, en el olvido de su función. Pero, con todo, continúa siendo silla. En ella reside lo permanente. Después del aprendizaje, la contemplación debe ser mínima.