sábado, 29 de noviembre de 2025

Objetos

 

+ La abstracción es un bien. Me ayuda. Me aleja de lo cotidiano o me lo devuelve en su esquema necesario. He pensado en personas que han pasado por mi vida y no han dejado huella. Es un rasgo del momento. Una tendencia a la melancolía, esa enfermedad o vicio, según dictamen de Pessoa. El otro día, de regreso a casa tras el trabajo, vi a alguien con quien tuve relación. Evitó mi mirada y luego, al pasar a mi altura, me observó de refilón. Recuerdo su nombre, el nombre de sus hermanas, la conciencia de un tiempo y el olvido de los gestos y preguntas. Todo se desvanece en un instante. Ya carece de la materia necesaria para ser mínimamente importante. ¿Importante? Qué palabra. Todo se desvanece y me dejo mecer por la agradable calma del mes de noviembre. No pensé, no dije nada y aquí queda una señal de ese no-encuentro. La vida nos aleja y convierte en extraños a los antiguos compañeros de farras, supongo que es el signo al que estamos subordinados. Un día seremos olvido. ¿Quién pronunció esta frase? No lo recuerdo, no quiero averiguarlo, pues en el mes de noviembre encuentro un antídoto para la fatiga.


+  Reflexiono sobre los objetos, su envejecimiento y la adquisición de valor que conlleva el paso del tiempo. No se puede separar ninguna de estas razones de la arbitrariedad. Nada es por sí, lo que le da ese valor es lo que nosotros ponemos en ellos: los objetos. Cuadros, instrumentos musicales y antigüedades varias. La necesidad de construir una identidad tiene que ver con el coleccionismo. Romper con ello no es conveniente, al menos en público: no suele ser entendido. Pero tenerlo presente es un plus. El sentido de la realidad viene dada por nuestra posición, es un algo interno y la manifestación de esta realidad nos conduce a lo que somos. Nada tiene sentido, salvo el que nosotros le otorgamos. El sentido es interno, que no externo.


+ Los objetos y su precio, lo arbitrario.

 

+ Imagen: acumulación.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Tiempo

 


+ Un viaje que trae consigo olvido y tristeza. El paso del tiempo, su huella en las personas, en los edificios. No hay voluntad, una ceguera. El tiempo. Todo permanece en el recuerdo. Me alejo y la tristeza persiste. No hay otra cosa que la serena certeza de caducidad. El paso de los años. Vuelvo la vista atrás y veo lo que sé que habría de ver. 


+ Fuimos a la segunda de Mahler. Todavía no me lo he explicado y persiste su influjo. En algún lugar leo que la pregunta de la obra es si hay vida tras la muerte. Yo sé que durante la interpretación de la obra el tiempo se suspendió. Me embargó la idea de impermanencia. Terminó la segunda de Mahler y ya no llovía. El público, a la salida, se arremolinaba en la entrada del metro. El viaje subterráneo, los rostros de las personas, el regreso a la superficie. Todo parecía encajar con extraña perfección. No es otra cosa: el vuelo del tiempo.


+ Como un futuro no previsto, así vague por la calles de Madrid. El primer día, visité el Prado yo solo y allí volví a ver cuadros con los que he establecido una relación íntima. El segundo caminamos juntos y fuimos al cine. Un entretenimiento. El tercero, una obra de teatro que no me gustó. El lunes, caminamos mucho y sentí el tacto de las palabras, una medicina, un ensalmo, el reverso del tiempo. El tiempo, me dije, es el tema. De regreso a Galicia, pensé en el paisaje, en los amigos, en los sueños y en la posibilidad de permanecer silenciosamente, con la mirada suspendida, sin pensar en nada, en absolutamente en nada. Es cierto, dibujé cuatro escenas urbanas y un interior: el Museo del Prado,  y fue suficiente. Los dibujos son una imagen de la muerte, también.

 

+ Imagen:  esos pasadizos futuristas que hablan del pasado, del presente y del futuro, que se repiten secuencialmente como se repiten las estaciones y las edades. Vale. El orden de las transiciones.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Sin indicaciones (32)



+ Dreams, Fleetwood Mac. Canciones que nos llevan a otro tiempo. Lo sé, una ilusión. Recuerdo escuchar la canción y preguntarme qué significado tenía la letra. Hoy no necesito respuestas, la música es suficiente y rechazo aquella hermenéutica sencilla y doméstica que trata de encontrar claves en las palabras porque las palabras se sitúan en un lugar más próximo a la música que a la lexicografía. 


+ [Desplazamiento (-s)]: nos relatan los preparativos de su próximo viaje, que las llevará a Buenos Aires. A mí me gustaría ir a Buenos Aires por razones literarias, principalmente: por el recuerdo que tengo del libro de Ernesto Sábato Sobre héroes y tumbas. Sin embargo, pensar en un viaje tan largo, pensar en el encierro en el avión durante tantas horas me desmotiva de una manera absoluta. El avión no me gusta y tantas y, lo dicho: tantas horas encerrado en el avión, me hace sentir angustia. Pensarlo me devuelve a lo terrenal y a la racional idea de que nada voy a encontrar allí que no hubiese encontrado en el libro de Sábato. Sé que admite discusión. Pero hoy el desplazamiento por placer es uno de los rasgos que definen nuestra época. Lo he pensado muchas veces, sobre todo cuando estaba en el avión hacia algún destino Europeo [yo nunca he salido de Europa y es muy posible que la cosa quede ahí]. Yo no me resisto, pero me resultan situaciones ásperas: el desplazamiento al aeropuerto, el aeropuerto en sí mismo, el avión, todos los rituales que implica el vuelo y la entrada en otro país, otro aeropuerto, otro desplazamiento del aeropuerto a la ciudad y el camino inverso. Me condiciona. No es la edad. Nunca me he sentido cómodo en el avión. Creo que no iremos a Buenos Aires y, simultáneamente, abrimos la posibilidad de viajar a los Países Bajos. Nosotros, aunque nos resistamos, también estamos imbuidos en el desplazamiento. Todos somos turistas. El fin de semana, las vacaciones como enseña. Ese fin de semana eterno que es el siglo XXI, mientras otros nos contemplan extrañados: los que pueden permitirse el viaje y los que no pueden permitirse el viaje. Se hace solida la posibilidad de un viaje a los Países Bajos [esta vez, con una idea pictórica].


+ De la misma manera que me recreo en esta boutade: “solo leo escritores muertos”, traspaso la idea a la música y, así, me interesa el rock o el blues porque me remiten a músicos muertos, una música que es ya arqueología. Por eso he comprado una Gibson Standard 50’s (Olivia es su nombre, ya que se terminó de fabricar el día 3 de febrero de 2025 y es Olivia, virgen y mártir, santa del día, entre otras y otros). Porque me relaciona con la muerte. Por eso conservo la Telecaster (Odette, proustianamente nombrada). Entiendo las guitarras eléctricas como una referencia al pasado, a mi pasado, algo que tiene aquel nombrado acento arqueológico o museístico. ¿Monumento o documento?, me digo. Cuestión siempre presente. Cómo vemos el arte: como objeto digno de admiración y culto, o, por el contrario, como una herramienta que nos permite adentrarnos en una realidad con la idea de reconstruirla. Creo que las guitarras y el rock and roll me dan la posibilidad de aunar en un solo objeto las dos posibilidades. [Durante la media hora diaria que me puedo permitir ese contacto con tan extraña realidad, media hora no es asunto menor]. La realidad que se distancia y que es preciso reelaborar.


+ Imagen: el vacío de la hora prima: lo inalcanzable. 6:45 am.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Sin indicaciones (31)

 


+ En tres noches, antes de dormir, he leído La casa encendida de Luis Rosales. La sensación de pertenencia a un mundo que ya no existe me ha embargado durante esas tres noches. Todo parece estar bien en el refugio. La luz, las ventanas, los libros. El verso preciso, la palabra medida, el peso de las imágenes en su justa dosis. Pronto regresaré a Madrid y quizá visite este entorno de la calle Princesa, en donde se desarrolla el poema [si es que los poemas tienen un desarrollo y no son, más bien, elementos estáticos y ajenos al tiempo en sí mismo, que lo fosilizan para una posterior reconstrucción]. Conozco este barrio. He dormido en pensiones y pisos que alquilan habitaciones por días en las proximidades de la calle Princesa, por la que . he paseado y he ido caminando al mirador que se asoma desde los jardines del Templo de Debot, el Parque del Oeste y, desde allí, el sur de Madrid. Librerías, cafés y tiendas de instrumentos musicales. Percibí algo que se desprende del libro: la rutina como estancia agradable: los libros, el calor del hogar, la luz amarillenta de los salones de aquellas modestas casas que se construyeron a principios del siglo XX y hoy son mansiones, más por su elevado precio que por sus dimensiones. Tanto ha cambiado todo. Un mundo que yo conocí y hoy es arqueología. Sin remedio avanza la rueda de la Fortuna.


+ La Fortuna, tema tan particularmente propio de Villamediana, que hoy comprendo mucho mejor, aunque todavía no alcanzo sus dimensiones totales. 


+ Los papeles me acechan. Pongo orden y, otra vez, crecen para mi espanto. No lucho contra ello y en esa marea me dejo descansar.


+ Se resiste el pensamiento. Detenido por labores meramente contables, parece no haber espacio para la ocurrencia. No siempre es igual. Lo fluido no se busca, se encuentra. Una frase, me digo. Descanso un momento y retomo la lectura de poemas escritos en cancioneros con más de cuatrocientos años de antigüedad. ¿Cuatrocientos años, cuánto es esto? ¿Un suspiro?


+ Imagen: el banco: un espacio a preservar frente al mar: dimensiones, ubicación y materia.

sábado, 1 de noviembre de 2025

Forsan et haec olim meminisse iuvabit

 



+ Extrañas citas que me llegan sin desearlo. No sé a qué atenerme. Dedico un instante a la reflexión y no digo nada. ¿El silencio es una decisión o una muestra de la falta de sangre en las venas? No le doy importancia porque yo no quiero responder. Sé demasiadas cosas como para expresar mi rechazo. Es un truco que aprendí hace no demasiado: el silencio ante los terraplanistas es aplicable a muchas otras necedades, incontables necedades. Este es mi silencio. Leo, otra vez, la cita que ha puesto en su perfil y creo desvelar ciertos secretos, pero no es así. En realidad he recompuesto las piezas y me he aproximado un poco más a la totalidad, su totalidad. Lo dejo a un lado. No tiene importancia.


+ Estampas de la gran ciudad: obras, autopistas, aeropuertos, el metro, taxis, calles desiertas, calles abarrotadas, tiendas y bares giratorios, discotecas y pubs elegantes, decadentes, miserables. Todo lo recuerdo y nada olvido. Acabo de leer un breve texto de un escritor que en otro tiempo me gustó mucho . No leeré otra vez sus novelas, no quiero correr el riesgo de una decepción o de que regrese un transido entusiasmo. El gesto de una mujer con falta muy larga que apoya su pie en una pared para atar los cordones de sus zapatillas de baloncesto verdes: estudiar el gesto desde la anatomía y conformarse con el esbozo que se hace mientras todo se desvanece. Ese extraño erotismo que es suponer una vida, encajar en la suposición el amor y el deseo. Estampas que no olvido. La mujer que llora en el metro como si susurrase, nadie le dice nada, yo tampoco. En el metro otra vez, alguien ofrece pañuelos de papel mientras enseña la llave de una casa que dice que acaban de embargarle, nadie le mira y él pide que le miren a la cara, una mujer le da una moneda y él le ofrece el paquetito de pañuelos de papel, ella rechaza los pañuelos y le desea suerte al hombre. Desayuno tres días en el mismo bar, pido, los tres días, la misma comanda, veo que hay rostros que se repiten, otros no, no creo que haya un significado oculto en estas simetrías. Una pensión cerca del corazón de la ciudad: largos pasillos, puertas cerradas, la decoración extraña de las pensiones, algo humano, algo impersonal, célebres cuadros en formatos muy reducidos, un llavero con tres llaves: la del portal de la calle, la de la puerta de entradas, la llave de la habitación. Veo la televisión a oscuras. En la calle hay una manifestación. Rostros, animales de compañía, ropa de deporte, canciones que ya no recuerdo y alguien las silba mientras pasa delante de mí: estoy sentado en un banco y observo. Una lámina de agua muy brillante, un hombre vestido de verde y amarillo riega los árboles, no hay ruido alguno. Paseo y veo una placa: consulto el teléfono y veo que aquí asesinaron a un hombre de treinta y cinco años, soltero. Volvía de hacer deporte. Yo no olvido, fue ETA: qué miseria. Cerca hay otra placa: una mujer de setenta y dos años volvía de una celebración, la alcanzó una bomba, murió. Queda la placa. Todo se olvida, me digo y sigo el paseo sin poder dejar de pensar en aquellas vidas quebradas hace cuarenta años. Quizá son más de cuarenta años. No lo sé. Ya nadie se acuerda. ¿Alguien se para en estas placas? La vida no admite definiciones. La muerte cesa todo intento de definir la vida. Demasiado amplio todo para un instante. El metro una vez más y hay otras historias que prefiero dejar a un lado. Quizá en otro momento. Hoy no. Son las estampas de unos días que estuve en Madrid. Son asunto que poco a poco olvidaré. O tal vez no.


+ No es verdad que el buen paño en el arca se venda. Hoy menos verdad que nunca antes. Lo que no implica calidad, ni bondad, ni un posible optimismo.


+ En uno de los cuadernos de Luis Rosales me encuentro con la cita en latín:  «Forsan et haec olim meminisse iuvabit» se traduce con un significado similar a "Quizás algún día nos acordemos de esto con alegría" o "Tal vez algún día nos plazca recordar estas cosas”.  Gobierna el afán del día la posibilidad que abre, a modo de cura, a modo de táctica en el conjunto de la estrategia. Un día recordarás esto que te causa dolor con cierto agradecimiento: soy el que soy por aquello que fue. El afán del día de hoy es este.


+ Imagen: tres momentos: la pensión y la pintura simétrica [la reproducción del cuadro de Murillo que encuentro en el pasillo de la pensión habla desde el pasado y ofrece una visión que nos desarma, esa es la duplicidad o simetría], la calle y su expresión plástica que tiende a lo espontáneo [carteles que anuncian diversas noticias y convocatorias, el perro impasible que corona el conjunto, se conforma una inveterada expresión artística: la necesidad de ser y ser escuchado y el arte se destila de esta casualidad], el metro [la soledad, lo actual y la fugacidad: el tiempo se hace carne es su fluida realidad].