sábado, 25 de octubre de 2025

Su noble palabra demiúrgica

 

+ Vuelvo a Roland Barthes. Hoy que llueve y no dejo de pensar en guitarras, regreso a Roland Barthes. Ay, las guitarras y mi mismidad. Leo, una vez más, un artículo que aparece en Mitologías, “El escritor en vacaciones”. Resulta ilustrativo de una idea romántica de la creación literaria y del trabajo que conlleva y que permanece en el imaginario colectivo. El escritor en vacaciones es una asociación entre el mito en sí mismo del escritor y su realidad de la vida cotidiana. El acento que sobre esta circunstancia pone R.B. es definitorio y se extiende desde el momento del artículo hasta el presente. El libro, Mitologías, es un libro propio del momento, de los años sesenta, pero lo que desvela permanece. La duplicidad que encontramos entre la persona y el personaje. A la persona le gusta lo mundano en comunión con el resto de sus conciudadanos, pero tiene aquel rédito intangible: “su noble palabra demiúrgica”. Y es aquí donde se produce la intersección con las guitarras. ¿Por qué? El viernes pasado C. y yo, junto a otra pareja, L. y J., fuimos a lo que se denomina un “clinic” de dos enormes guitarristas. Los guitarritas en su atuendo roquero adquirían un tinte mitológico similar al escritor, pero acentuado por las guitarras y los amplificadores, la interpretación musical y las poses que ornamentan al roquero: herederos de un cierto romanticismo y de una idea cirquense de la vida y el espectáculo. Está bien. Son necesarias estas expresiones de divinidad y armonía. Las guitarras, los libros o las ciudades, mecanismos que activan la ilusión de una existencia verdadera o auténtica, en un sentido que ya nadie utiliza. Lo auténtico quedo relegado por otras formulaciones, pero, tanto en la escritura como en la interpretación musical, permanece incólume. Por un momento, los dioses nos visitan y los honramos en la justa medida del orden, la armonía y la serenidad.


+ Repaso anotaciones a lápiz de L.R.C. en una antología del Conde de Villamediana elaborado por él mismo. Me resulta muy difícil entender su letra, aunque tampoco es mala su caligrafía [bueno, quizá sea redundante lo dicho porque dentro de la palabra está contenido el concepto de belleza: Κάλλος, y ahí no se puede entrar: o es buena o no es caligrafía, con todo: así queda]. Pienso en cuando tomó nota, en la extrema realidad de que nunca se sabe quien terminará por leer lo que escribimos, aunque no sea nuestro propósito que alguien lo lea terminará en otras manos. Reflexiono sobre esta circunstancia a menudo. Escribimos sin saber quién será nuestro destinatario, a pesar de que esto no se considere comunicación stricto sensu, ya que para que la comunicación se produzca debe existir una intencionalidad y en este caso no la hay. La tarea se desarrolla arropada por excelsas interpretaciones de piano y con la lluvia como telón de fondo. He adelgazado mis pretensiones y ahora con observar me conformo. La letra de Luis Rosales me devuelve otra imagen de mí, un otro yo.


+ Apunto: “la imagen del barco varado y la idea de fortuna”. Podría amplificar el apunte, pero así está bien. Así queda.


+ La casualidad me lleva a una frase que flota en la página web de una compañía de logística. La frase, en su literalidad, flota: “Children are like wet cement, whatever falls on them makes an impression” [la traducción automática parece válida: “Los niños son como el cemento húmedo, todo lo que cae sobre ellos les deja una impresión”]. Pensar en la frase es pensar en si las comparaciones son acertadas por la simple inserción de la partícula que establece la comparación misma o se les debe exigir algo más. Supongo que lo último es lo que se impone, pero hay que pensar. Las cuestiones de pragmática lingüística siempre son inquietantes porque parecen desvelar aspectos que se esconden en lo cotidiano y lo dado. En realidad, lo que dice la frase a todos nos sucede y la comparación no hace otra cosa que acentuar la observación con la indiscutible realidad de la infancia, donde todo está magnificado. La frase es de un maestro y psicólogo israelí del siglo pasado, que murió a los cincuenta y un años. Bueno, no es cemento, es hormigón o mortero, por ejemplo, el cemento es un polvo gris que precisa del agua y la grava para ser algo. ¿Podría llevar este error hasta las consecuencias hermenéuticas que de él se desprenden, cuando se confunde el ingrediente con el resultado, una confusión que desarma toda la metáfora? La precisión no es cortesía, sino necesidad. Punto.


+ Las frases de calendario bien se merecen un tatuaje en su punto, siempre que reine la ironía o el sarcasmo. Pero no es posible. El tatuaje es talismán y ni la ironía, ni el sarcasmo protegen de nada.


+ Leo algo sobre Gerhard Richter y encuentro ciertas concomitancias con ideas sobre la imagen y el devenir del presente. Son ideas que tienen algo en común con una forma que he desarrollado de ver, pero que nunca termina de plasmarse [si dejamos a un lado las fotografía de este blog y las imágenes de aquel que abandoné cuando murió mi madre]. Es algo que se relaciona con lo cotidiano, con lo que carece de valor, una suerte de elevación del desecho, pero también con una tendencia hacia un intento de capturar un esbozo de lo contemporáneo, a sabiendas que esto no deja de ser la fundación de una arqueología. En fin. Me interesó el artículo y recordé al artista. Poca cosa no es. 


+ Imagen: la biblioteca, como residencia de aquella palabra demiúrgica que es escritor empuña.


sábado, 18 de octubre de 2025

Sin indicaciones (30)


+ Si me preguntan por mis opiniones sobre el arte, me mantengo al margen. Me cuesta. Cada año que pasa, más me cuesta tener una opinión. Ay, las opiniones. La observación de la realidad me distancia de aquella manera del yo siempre presente y dispuesto para el combate. El concepto me abruma, digo. Solo hay concepto, repito y me abstengo de opinar. Mi interlocutor sonríe. Tiene veintiséis años y hay en su mirada la ilusión que yo he descargado: soy un observador, me digo, casi sin saber que es algo más propio de la edad que de mi condición. Ahora, tras ver las impresiones sobre paneles de madera de grandes páginas de conocidos tabloides que hizo en los años noventa Sarah Lucas, me reafirmo. En realidad, son más balizas que objetos en sí mismos estas extrañas expresiones. Se transforman en expresión de un tiempo. El contexto y del discurso que las ampara le otorga el sentido. Eso busco, le digo y él vuelve a sonreír. Son cosas sin importancia que puntean el día a día de transiciones, agradables transiciones.


+ Clara Shumann, es el sábado. El piano desliza dificultades y soluciones. Una parte de luz, otra de sombra. El piano sugiere las medidas precisas. El sábado resulta luminoso, extraño para esta época del año. Un camino en el bosque, accidentes, conversaciones, silencio. El mar, quizá.


+ En una transcripción de un texto alguien confunde espera con esfera. ¿Es un hallazgo? ¿Es el camino para un hallazgo? La esfera se podría unir a una idea de totalidad y, al tiempo, de perfección. La espera casi se puede tomar como una cualidad. La esfera y la espera, la determinación en la espera de una cierta armonía perfecta. Aunque, claro, ya sabemos, la perfección de la esfera solo existe en la abstracción de una geometría matemática, en cuanto esta se materializa, la perfección desaparece. Ahí está la espera, la espera de la perfección. Solo fue una confusión entre palabras que tienen cierta proximidad en el sonido, pero tender puentes entre orillas imposibles resuelve un entretenimiento más. 


+ Imagen: otro recorte, el recorte acentúa una nota absurda en lo cotidiano. Poco más.


sábado, 11 de octubre de 2025

Le flâneur

 


+ Escucho, en el reproductor en línea, a Miguel Sánchez-Ostiz leer un fragmento de su dietario de 1995. Me quedo con la idea del naufragio y el no saber a dónde de se va. La escritura de los diarios que tienen por objetivo su publicación tiene algo de puesta en escena, un aderezarse en trucos y emboscaduras. He escuchado a M.S.-O. con interés. Me intereso, así mismo, por su libro La negra provincia de Flaubert, que  es más el interés por el título que ninguna otra cosa. No poca cosa, me digo. Y sigue la tarde en su órbita.


+ El bosque, árboles. El monte, árboles esparcidos y otras cosas. No sé. La división entre una realidad y la otra tiende a unos límites imprecisos, pero el bosque se impone magnánimo. Un capricho, solamente.


+ Veo unas fotos y un texto de Sophie Calle en una revista antigua. La revista se acerca, o sobrepasa, ya, los treinta años. Los años noventa, me digo. El Europeo. Es antigua, pero no ha envejecido y mantiene un aliento de actualidad. Reflexiono sobre el texto de S.C., sobre los días que pasé en Madrid, sobre las tareas y su resolución. Esa felicidad que produce rematar bien las tareas, por una parte. Por otra, la suma de conversaciones, paseos y desplazamientos, clases y reuniones informales y productivas. Vuelvo a S. C. y me doy cuenta que hay una serie de intereses que se han mantenido a lo largo de los años. Antes no, pero ahora sí lo comprendo: ciertos meandros me han conducido hasta donde estoy. La travesía es un relato. Todo narrar es un viaje. Llegué a Madrid un domingo y regresé un viernes. Llegué a las dos y a las dos me fui. Ese arco. Los cuerpos, las voces, la silueta de los cuerpos. Una definición que no se deja atrapar. El texto de S. C. habla de matrimonios, divorcios, encuentros y despedidas, Paris o Nueva York, por ejemplo. El aeropuerto de Orly, una avenida sin nombre, el filo de una foto en blanco y negro. Todo deviene en una escritura automática, la que se desliza de las sugerencias que ofrece el tomar de una estantería la revista de la que me había olvidado. Se trata de eso: pasear sin rumbo ni propósito. Je suis le flâneur.


+ La rutina desdibuja el peso de los gestos y el movimiento de los cuerpos. Las personas pierden su sustancia, se diluyen en un gris extraño y profundo. Bastan unos días fuera de los días de trabajo, con sus ritmos y sus pausas, para volver a ver lo que ya no veíamos. Lo decía David Hockney: el mayor espectáculo es ver a las personas en su desarrollo diario. Lo suscribo. 


+ “The idea that figure painting might disappear has always seemed naive to me. The most interesting thing we see in the world is another human being." David Hockney.


+ ”Other people fascinate me, and the most interesting aspect of other people— the point where we go inside them— is the face. It tells all.” David Hockney.


+ Con esta idea implícita fuimos a París y allí nos encontramos con esto que el pintor manifestó en su momento y hace un poco copié. 


+ Imagen: fruto de la casualidad es el recorte. Recorto un pequeño fragmento de una foto y aplico una serie de efectos. Queda lo que queda. Un baño de irrealidad. Como el paseo mismo, como la observación misma. 

sábado, 4 de octubre de 2025

Sin indicaciones (29)

 


+ Las pruebas médicas son balizas en el camino. Separan la rutina de una posible excepcionalidad, pero hemos aprendido a construir cajas herméticas. Ay, las cajas herméticas, qué bien funcionan. El instante eterno, me digo y continuo con la escritura, a la espera de que llegue la noche y pueda leer alguna cosa suelta, algún fragmento que me aleje de la investigación y sus incertidumbres. Cuando llegue a la prueba, esa es mi intención, estudiaré con milimétrico ánimo el escenario, las posibilidades pictóricas, pero no me apartaré del verdadero propósito de la cita: descubrir si algo se esconde, o no, en la oscuridad del cuerpo. La oscuridad del cuerpo, ese sintagma.


+ Próximos viajes a Madrid. Iré, por motivos distintos, dos veces a Madrid antes de que termine el año. No tiene mucha importancia. Antes era distinto. Nos acostumbramos. Hoy intenté hacer un recuento de las veces que he estado en Madrid y me ha resultado imposible. No tiene mucha importancia. Algo que se desliza, un error en la memoria, paisajes, anécdotas, conversaciones. El aeropuerto, la estación del tren o la estación de autobuses, el metro. Rostros indefinidos. No tiene mucha importancia. Retomo el hilo. Antes de que acabe el año iré dos veces a Madrid [de hecho, cuando esto se publique, la primera estancia se habrá terminado]. Largos paseos por calles y parques, las avenidas y los monumentos. Todo se aleja y algo queda en el aire. No comprendo. Me dejo ir y no pienso mucho, eso he ganado con los años. Una reverberación en la última hora de la tarde. Ya está preparados los billetes de tren. Leeré y espero trabajar en la investigación, que no es una investigación sobre le mal, sino sobre la lectura de un poeta. Empresa imposible. Calles. Agenda. Bibliotecas. Mapas. Ocupaciones. Todo me hace olvidar esa condición mortal que me embarga. Soy yo y mi tiempo, limitado y precioso. 


+ Hoy de refilón le vi y él me vio. Me reconoció y yo a él lo reconocí. Bien. No nos saludamos. La última vez que hablé con él fue en un garito de ultimísimas horas, en avance de una ebriedad desaconsejable. No hay que pensar mucho. Veinte, treinta años, tal vez. Me confesó, en aquel momento, su ambición más firme: dinero. Se casó bien. Lo último es una suerte de expresión un tanto desagradable, pero en su léxico encaja perfectamente, supongo hoy, supuse ayer. Ha hecho dinero y eso se refleja en su atuendo, de un gusto pasado de moda y un tanto preppy, en sus coches, en su moto, en la localización de su vivienda, junto al parque principal de la pequeña ciudad [La negra provincia de Flaubert, es el título de un libro de Miguel Sánchez-Ostiz que me viene al pelo], hermosas vistas, suelo de mármol y cuadros con firmas destacadas de la remota región de los ríos y la lluvia, cuadros que están perfectamente ubicados: siempre dentro de un realismo sin escorarse [en la conjetura flota una afinada certeza]. No nos saludamos, yo no tenía ganas, él no lo sé, pero supongo que tampoco. El tiempo cubre de una capa de polvo y oscuridad hechos del pasado. A veces emergen. Hoy, ya no. Mejor así, para todos.


+ Lo reconozco: no evité su mirada y, luego, torcí la cara. No es mala educación, es la moneda falsa y la moneda buena en carne mortal. La moneda falsa desplaza a la buena.


+ Imagen: Un cierto desorden; así, estos días: acumulaciones caóticas que se resuelven en un sistema de mínimos y máximos que termina por darle sentido a las tareas. Así sea.