sábado, 2 de agosto de 2025

Las pérdidas

 




+ En un inciso, leo las primeras páginas de Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite y me encuentro con una prosa que me atrapa. La palabra “prosa” se adhiere a “musical”, algo que está relacionado con la eufonía y con una inteligente distribución de los tiempos y los argumentos. Dejo el libro y, un poco triste, me doy cuenta de la imposibilidad de la lectura, la inabarcable tarea y el olvido de lo leído. Es tan breve la vida. Hay tantos libros que me gustaría leer de nuevo; también hay cuentas pendientes que no sé si llegaré a pagar. En fin, el viernes festivo anuncia una cierta alegría y comprobar que hay lecturas que merecen el esfuerzo restituye un cierto joie de vivre perdido en los últimos días.


+ La tristeza que me invadió días atrás se relaciona con una sobresaturación de noticias y opiniones sobre el mudo actual. Me sobrepongo a la postración con dificultad. El futuro, siempre, da miedo y contra estas falsas certezas hay que rebelarse. Luchar con “determinada determinación”, me digo. Ahora lo escribo y sé que, arrastrado por la corriente nefasta de las declaraciones de una bruja [otro nombre no encuentro para ella], que pide sacrificios mientras ella nada en la abundancia, en ocasiones, el dolor me incapacita y me transformo: un silencio reconcentrado que me hace girar sobre una idea obsesiva que no encuentra salida del laberinto que ella misma ha creado. El asomo del desamparo me hirió. En este momento, tras haber caminado durante cuarenta minutos y hacer mi rutina de ejercicios que me he impuesto, me encuentro mejor.Mientras caminaba, me digo: tengo que perdonarme y no temer a las brujas. El esfuerzo es necesario.


+ Todo es perder y con su asunción se inicia el movimiento, se comienza a ganar. Es uno de los secretos de la vida: la pérdida. El otro, el cambio. Debería indagar y hacer una lista. Una lista para revisar cada cierto tiempo. Hay dos ítems: la pérdida y el cambio, que están tan relacionadas que en ocasiones se solapan. 


+ Al hilo de lo que escribo, de lo que leo para poder escribir, surge un refrán: “De poetas, músicos y locos, todos tenemos un poco”. No le doy mucha importancia, pero entiendo que crea un marco y el marco está implícito en muchas opiniones con las que nos encontramos a diario. Una idea de la creación que está más unida a la inspiración que al trabajo, una idea que tiene su arranque en el Romanticismo. Pienso en ello y entiendo que es algo a tener en cuenta cuando se escuchan ciertas opiniones. La poesía y la música unidas por la locura, algo que no deja de ser interesante, ya que para mí ambas ocupan la cima de la expresión humana, a la que sigue, muy cerca, la pintura; las demás artes, algunas disciplinas que ni siquiera considero arte, se distancian. Bien. Me quedo con la afirmación, el refrán que intenta constituir sabiduría y no lo logra. El fuego robado a los dioses, esa llama perdura y el resto, no. Vale.


+ ¿El museo tiene que ser necesariamente enciclopédico o caben otras posibilidades? Leo un artículo sobre la exposición comisariada por Manuel Borja Villel, donde se cuestiona el museo tradicional. La pregunta resulta pertinente. Dejo a un lado el contenido descriptivo del artículo y me centro en esta idea de cuestionamiento. Poner en tela de juicio la percepción sobre lo que los museos, las exposiciones y el arte es necesario y enriquece la percepción, nos aleja de lo dado y nos abre la posibilidad de establecer nosotros un marco propio. Los ejemplos son muchos y variados. Valga el último viaje a París. Estuvimos en el Louvre y comprobé como la pedagogía enfocada al compendio histórico bajo el hilo temático y cronológico se ha transformado en la opción de un escenario especular y espectacular. Todo aquello, en el momento de su fundación, sin duda, estaba dirigido a una élite. Hoy no es así. Hoy estamos ante una sección más del parque temático. Quizá hubo un tiempo intermedio donde no había fronteras, ni líneas divisorias, pero la posibilidad indeseada que se ha abierto se inserta en el amplio abanico que la ciudad ofrece al visitante, al turista. Otra vez: es el parque temático, donde la simulación vence a la vida. Así, voy a una exposición, de indiscutible interés,  en una capital de provincia, y la retórica del político local que la promueve se centra en este preciso aspecto: el retorno monetario, la consecución de unos objetivos turísticos, la repercusión en las redes sociales. ¿Otras posibilidades, otras narrativas? Sí, las hay, pero no son las que me gustarían a mí. Borja Villel cita a Benjamin y yo me quedo pensativo. ¿Persiste en elitismo?, y cuando me hago esta pregunta recuerdo a un joven a la moda de la música urbana haciéndose un selfie ante la La balsa de la Medusa de Géricault mientras hace unos cuernos con su mano izquierda y sonríe con amplitud. En fin, a pesar de ello, no puedo dejar de admitir que turismo, turismo todos lo practicamos.


+ No sé si lo anterior es una pérdida o el discurrir propio de la historia. La Historia. Las series y los fragmentos. El desplazamiento y la contemplación son dos rasgos de nuestra época. Nos desplazamos para poder ver y certificar que aquello existe. Llegamos y estudiamos la escala, debatimos un momento en el restaurante. El desplazamiento tiene ese marco extraño que son los aeropuertos. En ellos me siento en el no-lugar por antonomasia: cuanto más transitados, mejor. 


+ Géricault murió a los treinta y dos años. Los últimos años de su vida los pasó postrado en la cama debido a la caída de un caballo. Era muy aficionado a la hípica. Se dice que probablemente murió a causa de una enfermedad venérea. Podríamos destacar las pinturas de caballos y locos, esto daría casi para una título: De caballos y locos. Para pintar el cuadro de La balsa de Medusa construyó una réplica de la balsa a tamaño natural e hizo traer restos humanos de las salas de disección. Trabajo en el lienzo a lo largo de un año. En línea, se pueden observar los estudios de brazos, manos o pies amputados. Hay algo en todo ello misterioso y alegórico, instructivo y emblemático. Eso lo veo ahora, no cuando en junio C. y yo estuvimos ante el cuadro. La lección llega ahora, pero no soy capaz de pasar a limpio estos apuntes en sucio. Me falta orden. Me falta estructura. Todavía permanece ante mí el joven que hace los cuernos, sonríe y se fotografía ante el arquitectónico y anatómico e inquietante cuadro de Géricault. La vida.


+ Pero no es un pérdida, tampoco una ganancia. Está en otro orden de cosas. A su ámbito me remito. Mientras, suena, como tantas veces, Bach.


+ Imagen: Recupero fotos tomadas en Londres en el 2010. Hace quince años. Son fotos de fotos, fotos de carteles publicitarios. Si tienen algún sentido, este se lo da la yuxtaposición y el paso del tiempo. Todos somos turistas, hasta que el tiempo hace que el recuerdo se pose en el fondo de la botella: así somos memoria de un tiempo que no ha de volver, que se sedimenta al ritmo que la muerte con su danza marca.