sábado, 16 de agosto de 2025

Caos

 





+ “Tout est un chaos”, dice una estrofa de la canción Désenchantée de Mylène Farmer. La sensación que tengo en este momento es esa y la canción contribuye a reforzarla. Veo un concierto en el Estadio de Francia de Mylène Famer y, pese a la aparatosa arquitectura del concierto, no dejo de ver desolación. La letra, la música, el entusiasmo. Désenchantée, la voz de la canción dice pertenecer a una generación desencantada: el caos y el desencanto forman una unidad. Las noticias me afectan, hacen que, por un momento, mi ánimo se venga abajo. Están ahí, al acecho. La estupidez y la crueldad. Los fines espurios. Lo prefiero así, que no me resulte indiferente. Parece ser que Myléne Farmer cuando escribió la canción había caído en una depresión y dice que no se trata de política, sino de un estado de ánimo. Se debe respetar la intención de los autores, pero la interpretación resulta ajena a ellos. Han creado el artefacto, pero el artefacto tiene existencia por sí mismo. Yo no puedo dejar de pensar en esta canción en clave política. No es una letra alegre, pero, con todo, la canción no deja de ser una música de baile, ahí están los conciertos para comprobarlo: suena ese “todo es caótico” y se siente el ritmo y la energía: líneas melódicas, percusión, el acento de un teclado. El baile. La gente baila entusiasmada Una energía bajo la que se agita la tristeza, le malaise. En realidad, no creo que todo sea un caos, porque tampoco creo exista un orden necesario y excluyente, un orden ineludible. Todo está por construir a pesar del desencanto. El desencanto es un punto de partida y la determinación es la llave que abre aquella puerta que todos conocemos.


+ Alguien habla sobre lo complejo que resulta mantenerse sobrio. Inicio la lectura del texto con atención, pero, al poco de comenzar, lo dejo. No me interesa. Pesado, reiterativo, excluyente: beber es una opción, la bebida ni es buena ni mala, decidir no beber está bien. En otro tiempo lo leería blandiendo el escalpelo, pero hoy ya no. Todo queda lejos y no hay más interés que la muerte del día que fluye. No me puedo detener en reflexiones que me resultan ajenas. Yo no bebo y está bien, pero no quiero analizarlo. Está así y así permanecerá. Lo demás, queda al margen.


+ La sobriedad, el desencanto, el malestar. Palabras que giran en un torbellino mientras el calor golpea un día más. El calor me desarma. He leído hoy a la sombra de los cerezos, pero la contemplación de las evoluciones cazadoras de la gata me han desconcentrado. Los pájaros se han librado, otra vez, de sus ataques. La fuerza de la vida se impone. Palabras que nos acechan, palabras que no llegan a describir el estado de ánimo, que, sin embargo, son una aproximación. La sobriedad: un proyecto de vida; el desencanto: una amenaza contra la que luchar; el malestar: el estado de ánimo que nos condena y forma para de nuestra mismidad, pero que no aceptamos como designio. El determinismo está ahí presente. No podemos deponer nuestro principio vital, sino que se trata de incorporarlo, se trata de no sufrir. El calor me aturde y no encuentro consuelo en el agua fría, los abanicos, ni en la esperanza del otoño. Así es, vivir con nosotros mismos sin pedir demasiado. Es hora de perdonarnos.


+ ¿Caos?


+ [Le Louvre II]: Mientras otros se agolpaban frente a la La Gioconda nosotros, C. y yo, casi en soledad, observábamos a La Belle Ferronière. Sin entender demasiado, situarnos ante el paso del tiempo resultó inquietante, no era otra cosa que asomarse ante un abismo. La soledad ante un cuadro y la multitud ante otro no dejaba de hablar del fetichismo, el suyo y el nuestro. Nada se puede poseer, quedaba en suspenso como lección. Ver un cuadro no es poseerlo, tenerlo en propiedad tampoco. Hay un aliento de eternidad que se pierde porque no somos otra cosa que mortales. Hoy, mientras caminaba a primera hora del día escuchaba un podcast sobre el cuadro más caro de la historia, sobre el decurso de las ventas y compras de su materialidad. No es muy interesante, salvo por las cifras que supone su existencia y al mismo tiempo por el debate sobre la autoría. Que Leonardo pintase o no pintase el cuadro es irrelevante para mi propósito. Veo una imagen antes de su restauración y otra posterior. Creo que aquí cabe cualquier cosa. Regresa la vieja idea de valor de uso y valor de cambio con renovados límites. No hay una medida aplicable. Es un mundo que nos resulta tan ajeno como las vidas del pasado nos son ajenas, salvo por un esbozo que establece el relato. Me cuesta hacerme una composición de lugar. Y pienso en aquel momento ante La Belle Ferronière, que tiene un valor muy superior al cuadro más caro del mundo. Pienso en la multitud ante La  Gioconda y no me paro a juzgar a los que contemplan la imagen de aquella mujer, tras siglos de viento y olvido. ¿Es la misma pulsión la que nos lleve a agolparnos ante un cuadro que la que tiene el que paga esa desorbitada cifra? Para pensar.


+ Imagen:  Tres imágenes: la multitud ante La Gioconda, La Gioconda en soledad y La Belle Ferronière. Junio de 2025.