sábado, 30 de agosto de 2025

Sin indicaciones (27)


+ Deseaba las guitarras como el coleccionista ama sus muebles de fina marquetería, mientras el ebanista no podía sentir otra cosa que desdén por esas pasiones que tales beneficios le reportaban. Sólo son muebles bien construidos. Sólo son guitarras, excelentes, pero guitarras. Sólo son cosas. Yo lo sabía, la caricia del nihilismo. Ahí estaba la foto del roquero con su guitarra de diez mil euros, que no era otra cosa que un fetiche y ya no podía impostar más: los fetiches se disuelto en su propio precio, ya sin valor. Es el guitarrista el que hace a la guitarra y no a la inversa. Pensó en Rafael Riqueni en algún lugar de la provincia de Huelva, que en un chiringuito de playa, en algún mes del invierno, toma la Alhambra del niño que acaba de llegar del colegio y tocó en aquella guitarra de cien euros: no tiene timbre, no tiene misterio, pero se afina bien. El duende se lo dio Riqueni. Pensó en el Niño Miguel y la guitarra rota con solo tres cuerdas (2ª,3ª y4ª).  Pensó en la banalidad de las fiestas y de los conciertos, se dijo: como ir a misa. No iré a misa. No volveré.


+ Para pensar eso de que no es la guitarra la que hace al guitarrista, sino al contrario. Resulta válido para cualquier instrumento. Llega la afirmación hasta un adelgazamiento elegante en donde el espíritu o principio rector se impone a cualquier ornamento. Lo veo los coches caros o en las conversaciones baratas [me refiero a la imposición de opiniones sin fundamento, al “conmigo o contra mí”, afirmaciones vanas y sin respaldo, más allá de la altura de la voz o gesto torcido]. Las guías que nos vamos dando han supuesto dolor y sacrificar certezas y solidas ideas heredadas, pero es necesario no engañarse. El instrumento siempre debe estar subordinado a la voluntad del interprete, sea cual se del instrumento, sea quién sea el interprete.


+ Pero, las dificultades que ofrece un instrumento sí configuran al instrumentista, pero se aleja de la vanidad y se recoge en la certeza del esfuerzo y la soledad. El instrumento es una cosa y su fuerza o debilidad proviene del que lo acoge o rechaza.


+ Es el primer endecasílabo de un soneto de Villamediana clasificado en la edición de 1629 como amoroso: “¡Oh cuánto dice en su favor quien calla!” No se trata de un consejo de prudencia, sino que estamos ante  uno de los rasgos del neoplatonismo amoroso que el poeta tanto uso en su obra. El silencio ante a la amada y ese no estar a la altura de la dama, ese no merecer su amor, esa queja. No son otra cosa que un tópicos petrarquistas. Sin el contexto no se entiende el sentido primero y no es posible reconstruir la historia de su recepción. Pero, me digo yo, a quién puede interesar tal escondida erudición en medio de este ruido constante donde todas las opiniones tienen el mismo valor que el criterio acendrado, acrisolado en el tiempo y el estudio. Sin embargo, se debe continuar la lucha contra los desánimos y los arbitrios de utilidad y el presente, contra la calderilla de la ignorancia. Por eso, aunque no se corresponde con su primer sentido, tomo aislado el verso y lo hago mío: el silencio como ornamento traspasa esta cualidad y se establece como núcleo del estar.


+ Escucho a Bach, otra vez. La Suites Inglesas. La maestría se desplaza al paisaje que me sugiere. No hay concreción. Un vuelo que atraviesa la atmósfera. El sabor del café. La promesa de un viaje que se aproxima. Los viajes que se hacen cuando ya nadie viaja son un privilegio hasta el punto de alcanzar la abstracta categoría de viaje, en donde caben adjetivos que tienden a ensalzarlo. Me centro en el paso de los días y creo, equivocadamente, reconocer los acordes. Está bien así. Me reconocerían y no me gustaría. La ciudad es inmensa y cada peatón tiene una etiqueta que lo identifica, los conductores también la tienen. Aunque todo desemboca en la muerte, Bach parece transcender esta inaplazable realidad.


+ Imagen:  recogida, todavía no ha amanecido.

sábado, 23 de agosto de 2025

Ruido Blanco

 


+ Hay cuestiones musicales que tengo olvidadas o relegadas. He visto una cierta tendencia a sacralizar lo musical que me produce rechazo. Son rasgos que la edad acentúa. Lo sé. Escucho una canción de Heavenly [es la primera vez que oigo su nombre y la búsqueda, en principio, conduce a grupos que no son el que yo quiero encontrar] y percibo una sensación que se aproxima al rastro de un pasado que nunca existió. La banda de Oxford resulta evocadora. Esas confusiones. Paisajes, amores, edades. Nada de eso existió, salvo como confusa narración. Ahora cobra forma y, en otro tiempo, se hubiese transformado en barata erudición: saber de música pop. Lo apreciaba y ahora no me dice nada. Me he sumergido en otras aguas más profundas y misteriosas. ¿Me gustan? No lo sé y sí sé que otro tiempo me hubiesen gustado, pero ahora soy otro bien distinto. Cierro el reproductor y el silencio se erige en rey, salvo por el sordo trabajar del deshumificador. Ruido blanco.


+ El ruido blanco cura el alma cuando se aproxima el sueño, pero, también, puede tener un efecto mortal Una medicina sonora, un bálsamo para el alma. Un arma de acoso, también. Silencio, ruido blanco, la mente en blanco. Lo aleatorio y lo desordenado. No es un caos. Tiene propiedades el ruido blanco que se emplean en los interrogatorios porque crea desorientación. La desorientación previa a las simas del sueño. En bajas intensidades favorece el sueño. Particular esta dualidad: para interrogar, por la desorientación, para dormirse, por la relajación. La doble marca de la persona: desorientada o relajada. La esencia dual del fármaco: cura y veneno.


+ Entre los restos de naufragio, el desmantelamiento de la casa de mis padres, encontré diez sellos que rinden homenaje a Federico de Madrazo mediante su cuadro La Condesa de Vilches. Un cuadro que está en el límite de no ser muy conocido a convertirse en un fetiche. A mí el cuadro me gusta, me gusta mucho. Me gusta la carnación de la modelo, su pose, la pose plena de sensualidad. Lo he visto varias veces y siento ese temblor ante los cuadros que no admiten la reproducción. Encontrar en una carpeta esos sellos consiguió que regresase a un tiempo lejano, 1977. En aquel momento la suma del valor de los sellos fue de cien pesetas, que hoy podrían alcanzar los quince euros (esto es algo muy discutible y el cálculo que he realizado admite una horquilla tan amplia que la cifra no da idea alguna, pero dejo la mantengo). Guardo los sellos en una de las primera páginas de Omeros, el libro de Derek Walcott, una cuenta pendiente. Sé que me olvidaré y el día que abra otra vez el libro regresará este apunte. Dejamos rastros y pistas para que nuestra memoria se oriente, pero no hay un propósito preciso en ello.


+ No lo sabía, pero la palabra ‘socializar’ aparece en el diccionario de la Real Academia con la acepción de “intr. Hacer vida de relación social. Para los niños es indispensable socializar.” Está bien así. Yo la utilizo y me parece una buena pieza léxica para ciertas situaciones. No me gusta socializar, por ejemplo, que se equipara a los bailes regionales, a las fiestas o conciertos, a las celebraciones de pandillas, celebraciones familiares o de peñas quinielísticas, por ejemplo. ¿Siempre en negativo? No, no siempre, pero sí este envés es el habitual.


+ El debate, hoy, está en si contemporizar o no contemporizar. No es sencillo saber si ceder y aguantar resulta más beneficioso que la postura contraria. Sin embargo, hay un error analizar al las situaciones desde un punto de vista del caso como piedra de toque para descifrar una realidad compleja. Es más conveniente abstraerse y determinar qué sucede independientemente del momento y el caso concreto (plural o singular). Y lo que yo alcanzo a entender es que esta forma de actuar, la conciliación, está dada por la personalidad, algo que no es ni móvil ni circunstancial. Pero el debate está ahí: debemos guardar silencio ante la estupidez o, por el contrario, emprender una cruzada contra las tonterías que nos llegan con o sin finalidad. He optado por el silencio, de una manera táctica y en consonancia con mi principio rector. Poco más puedo decir. 


+ Nos encaminamos al final del verano y el ruido blanco se alza como emblema. Llega el privilegio del otoño. Ruido blanco.


+ Imagen: Acceso al parking, el no-lugar, la transición entre espacios, el espacio neutro .

sábado, 16 de agosto de 2025

Caos

 





+ “Tout est un chaos”, dice una estrofa de la canción Désenchantée de Mylène Farmer. La sensación que tengo en este momento es esa y la canción contribuye a reforzarla. Veo un concierto en el Estadio de Francia de Mylène Famer y, pese a la aparatosa arquitectura del concierto, no dejo de ver desolación. La letra, la música, el entusiasmo. Désenchantée, la voz de la canción dice pertenecer a una generación desencantada: el caos y el desencanto forman una unidad. Las noticias me afectan, hacen que, por un momento, mi ánimo se venga abajo. Están ahí, al acecho. La estupidez y la crueldad. Los fines espurios. Lo prefiero así, que no me resulte indiferente. Parece ser que Myléne Farmer cuando escribió la canción había caído en una depresión y dice que no se trata de política, sino de un estado de ánimo. Se debe respetar la intención de los autores, pero la interpretación resulta ajena a ellos. Han creado el artefacto, pero el artefacto tiene existencia por sí mismo. Yo no puedo dejar de pensar en esta canción en clave política. No es una letra alegre, pero, con todo, la canción no deja de ser una música de baile, ahí están los conciertos para comprobarlo: suena ese “todo es caótico” y se siente el ritmo y la energía: líneas melódicas, percusión, el acento de un teclado. El baile. La gente baila entusiasmada Una energía bajo la que se agita la tristeza, le malaise. En realidad, no creo que todo sea un caos, porque tampoco creo exista un orden necesario y excluyente, un orden ineludible. Todo está por construir a pesar del desencanto. El desencanto es un punto de partida y la determinación es la llave que abre aquella puerta que todos conocemos.


+ Alguien habla sobre lo complejo que resulta mantenerse sobrio. Inicio la lectura del texto con atención, pero, al poco de comenzar, lo dejo. No me interesa. Pesado, reiterativo, excluyente: beber es una opción, la bebida ni es buena ni mala, decidir no beber está bien. En otro tiempo lo leería blandiendo el escalpelo, pero hoy ya no. Todo queda lejos y no hay más interés que la muerte del día que fluye. No me puedo detener en reflexiones que me resultan ajenas. Yo no bebo y está bien, pero no quiero analizarlo. Está así y así permanecerá. Lo demás, queda al margen.


+ La sobriedad, el desencanto, el malestar. Palabras que giran en un torbellino mientras el calor golpea un día más. El calor me desarma. He leído hoy a la sombra de los cerezos, pero la contemplación de las evoluciones cazadoras de la gata me han desconcentrado. Los pájaros se han librado, otra vez, de sus ataques. La fuerza de la vida se impone. Palabras que nos acechan, palabras que no llegan a describir el estado de ánimo, que, sin embargo, son una aproximación. La sobriedad: un proyecto de vida; el desencanto: una amenaza contra la que luchar; el malestar: el estado de ánimo que nos condena y forma para de nuestra mismidad, pero que no aceptamos como designio. El determinismo está ahí presente. No podemos deponer nuestro principio vital, sino que se trata de incorporarlo, se trata de no sufrir. El calor me aturde y no encuentro consuelo en el agua fría, los abanicos, ni en la esperanza del otoño. Así es, vivir con nosotros mismos sin pedir demasiado. Es hora de perdonarnos.


+ ¿Caos?


+ [Le Louvre II]: Mientras otros se agolpaban frente a la La Gioconda nosotros, C. y yo, casi en soledad, observábamos a La Belle Ferronière. Sin entender demasiado, situarnos ante el paso del tiempo resultó inquietante, no era otra cosa que asomarse ante un abismo. La soledad ante un cuadro y la multitud ante otro no dejaba de hablar del fetichismo, el suyo y el nuestro. Nada se puede poseer, quedaba en suspenso como lección. Ver un cuadro no es poseerlo, tenerlo en propiedad tampoco. Hay un aliento de eternidad que se pierde porque no somos otra cosa que mortales. Hoy, mientras caminaba a primera hora del día escuchaba un podcast sobre el cuadro más caro de la historia, sobre el decurso de las ventas y compras de su materialidad. No es muy interesante, salvo por las cifras que supone su existencia y al mismo tiempo por el debate sobre la autoría. Que Leonardo pintase o no pintase el cuadro es irrelevante para mi propósito. Veo una imagen antes de su restauración y otra posterior. Creo que aquí cabe cualquier cosa. Regresa la vieja idea de valor de uso y valor de cambio con renovados límites. No hay una medida aplicable. Es un mundo que nos resulta tan ajeno como las vidas del pasado nos son ajenas, salvo por un esbozo que establece el relato. Me cuesta hacerme una composición de lugar. Y pienso en aquel momento ante La Belle Ferronière, que tiene un valor muy superior al cuadro más caro del mundo. Pienso en la multitud ante La  Gioconda y no me paro a juzgar a los que contemplan la imagen de aquella mujer, tras siglos de viento y olvido. ¿Es la misma pulsión la que nos lleve a agolparnos ante un cuadro que la que tiene el que paga esa desorbitada cifra? Para pensar.


+ Imagen:  Tres imágenes: la multitud ante La Gioconda, La Gioconda en soledad y La Belle Ferronière. Junio de 2025.

sábado, 9 de agosto de 2025

Deshacer la casa de la madre, deshacer la casa del padre

 



+ Mi padre murió hace cinco meses. Su muerte fue rápida e indolora, supongo, como si se hubiese dormido, pero no lo sé y mi suposición se extiende. A veces, pienso que se murió de pena. Una veces dudo, otras tengo plena seguridad. Quizá me equivoque, quizá no. Poco a poco, su recuerdo se cimienta en viajes a las montañas, en aquellos recorridos pegados a los ríos en donde él trabajó en la construcción de las presas, paseos por las estribaciones de la sierra que le vio nacer, un territorio que se ubica en las mitologías de mi infancia: caballos, uces y piedras, grandes y desnudas piedras, retamas y el agua cristalina de las fuentes del campo, perros, ovejas y caballos. Los caballos. Ha pasado ya y una niebla lo recubre todo. Recupero carnets que fueron de él, carnets que fueron de mi madre. Sus fotos con treinta años. Vuelo a ver la letra de mi padre, vuelvo a ver la letra de mi madre. Todo tiende a la oscuridad. Han pasado unos meses desde la muerte de mi padre, casi quince años desde que mi madre murió. No hay nada que entender, me digo con la certeza de la descomposición de la materia orgánica y lo vanas que son las empresas humanas, cuando todo se dirige a la disolución plena en la tierra [por eso somos humanos: porque regresamos al humus]. Todo lo que hay en la casa son objetos, cosas que tienen un valor muy relativo. Yo no creo en los recuerdos tal como los he visto estos días. La forma en que mis hermanos los han valorado mientras yo guardaba silencio. Todo eso irá a cajones que, dentro de unos años, pasaran por el mismo trámite del reparto y el descarte: la basura, el ropero de la caridad, regalos a personas que desean recordar al muerto mediante objetos, la tienda de empeños o el mercadillo dominical. Tantas veces he visto las posesiones de los muertos extendidas sobre el paño del chamarilero. Ay, los objetos, con su vida inorgánica, con su vida que no es vida, con ese depósito de recuerdos que no soportan el paso de una generación. Yo no lo veo así y así lo manifestó aquí, que es una suerte de eco en la soledad de la montaña. Sin embargo, cuentan los momentos vívidos, los momentos que en su día se aparecían ya como gemas de valor incalculable, pero sin posibilidad de cambiarlas por dinero, al contrario que los objetos. Ay, el dinero. Las herencias son un reflejo de los muertos, una síntesis incompleta de sus vidas porque no alcanzan a describir sus trayectorias, son, no hay otra, pobres aproximaciones. Fotos, sellos, monedas, gafas, plumas estilográficas, bolígrafos de publicidad, el vaso donde bebió agua fría durante sus últimos años, por ejemplo y sin extenderse más: el ajuar. Todo se desvanece, finalmente. Yo mantengo ese extraño sueño que fue subir a la montaña y notar la caricia del frío en agosto junto a la Laguna de Peces, no alcanzar la cumbre, por precaución, cenar y dormir en Ponferrada, en donde caminamos como dos secretos escritores sin obra, que dejan su rastro en el viento que se aleja por el horizonte, que perciben que los que están en las terrazas y se preguntan: quiénes son esos dos y, en realidad, no éramos nada, salvo un padre y un hijo. Todo fue hace más de diez o quince años, pero perdura el sueño, su recuerdo, permanece por encima de las fotos, las cartas o las joyas. Queda así.


+ [Libros]: Tantos y tantos libros. Los libros ocupan mucho espacio y su peso no es despreciable. Su traslado es complejo. Alguna vez oí a alguien que no tenía libros porque había aprendido en las mudanzas que no son otra cosa que un estorbo: se iba de una casa y dejaba allí aquella biblioteca provisional o fugaz. No lo entendí y ahora lo entiendo. Son una rémora. Demasiados libros, demasiado peso en cualquier traslado. Yo tengo libros en exceso y sé que esto es un vicio, una compulsión. Me doy la vuelta y contemplo ese extraño muro multicolor, informe y elocuente. Habla demasiado de mí. Lo sé, buscar lo que ahora se llama un perfil bajo es una obligación en este momento de perenne narcisismo. No entra nadie aquí, donde estoy yo, mi ordenador y mis libros, también mis libretas. No pienso mucho. Los libros de mi padre vienen de un mundo que ya desapareció. Los tomos de la editorial Aguilar, novelas que han amarilleado, Espasa-Calpe, libros técnicos que se han visto rebasados por lo digital, pero que todavía están vigentes a pesar de que hoy la topografía es mucho más fácil, accesible y no necesita de aquellos cuidados en la anotación de las razones trigonométricas y las distancias. Su mundo ya no es de este mundo. El mío también se desvanece. Después de sacar los libros de la casa de mis padres intuyo que he aprendido una lección que todavía debo de concretar. Esa niebla me intriga, mientras: me define.


+ De un tiempo a esta parte me he aficionado a escuchar música para piano en el reproductor en línea. Sin orquesta, sin ornamentos, sin acompañamiento. El piano en la soledad del estrado, en el escenario. En su momento vimos a Maria Joao Pires en Madrid, creo haberlo dicho en algún momento. Vimos a Grigori Sokolov en Nápoles, también lo dije aquí. Vimos en Londres a un pianista alemán que no recuerdo su hombre, pero sí tengo un disco suyo, fue en el Wigmore Hall, aquí también lo anonté. Desde hace tiempo y sin haberlo previsto, el piano me acompaña mientras escribo o cuando me paro a pensar. Es una suerte de refugio en donde hay un sentido que trato de establecer, pero que no alcanzo a atisbar. Se ha detenido el día mientras en el reproductor en línea suena Brahms. No es una promesa, sino que el regalo vibra en la habitación. Más allá de palabras y deseos, es una realidad no prevista. La circunstancia. Me lo dejó mi padre en herencia: el amor a la música y a la verdad. No dudo. Sigo ese camino.


+ Pesa más la construcción de una memoria, su elaboración. El valor de los objetos suele ser nulo, otra cosa es su precio. Como casi siempre, es un asunto de elección: entre el barro y el oro. 


+ Muere el día. Me pregunto si realmente es cierto que hay una suerte de cierre literario con polos, por poner dos ejemplos, que serían Carmen Martín Gaite y Paco Umbral, pero, sin embargo, a la lista podríamos añadir otros escritores. Era una forma de narrar, de establecer el mundo y de describir retratos y paisajes mediante un minucioso análisis. Pienso en ello y pienso en la casa de mis padre en donde leí aquellos libros y muchos otros. Elegí a Martín Gaite y a Umbral porque la lectura de sus libros fueron instantes de iluminación, el encuentro con unas prosas certeras y hermosas, plásticas, que me transportaban a tiempos que no viví pero, de alguna manera, conocía y me resultaban muy próximos. Se enlaza con lo que enlaza y se difumina como todo se difumina. Ahora trato de ahuyentar la melancolía, pero la nostalgia se impone [el deseo de volver a la Patria, pero la Patria ya no existe]. Queda una serena tristeza, queda el reflejo que el tiempo obra en nuestro rostro, en nuestro cuerpo y, mientras, nuestros padres son solo ceniza. La ceniza a la que todos tendemos sin conmutación por la pena.


+ [Entrada del 2 de noviembre del 2019, hoy cobra sentido y no estaba errado cuando la escribí: vale] "En los últimos días me ha comenzado a interesar Michel Onfay y no tengo una idea clara sobre él. Su biografía me resulta próxima. Un sentido de obligación que nace del trabajo manual y se aleja de las aulas, de la lectura, de la meditación sobre la propia escritura. Hoy, al salir de la biblioteca, me tomé un café carísimo y muy bueno, pedí un agua y el agua era agua mineral. Lo disfruté y no me pareció mal pagar un cierto sobre precio. Esto tiene su importancia, pues mientras leí el prólogo de Cosmos me tomé con deleite el café y el agua, con una temperatura adecuada y una precisa salinidad, leve y graciosa. La conjunción del café y el prólogo resultó extrañamente agradable: la tarde del miércoles, la sensación de irrealidad en los rostros que veía a mi paso, las nubes bajas y el perfil de las iglesias y de las ruinas. En el prólogo M.O. habla de la muerte de su padre, de un viaje que hacen al Polo Norte y de una anécdota de cómo los perros de los inuit fueron masacrados por los norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial para impedir que pudiesen regresar de la dispersión forzada a los que los sometieron, con el objeto de que no los molestasen en las acciones militares que en el Polo Norte desarrollaban. Leí el prólogo con interés y sentí una proximidad presentida. Pensé en Caen, pensé en los días en Normandía, pensé en cuando nuestro coche alquilado nos transportaba por aquellas hermosas carreteras secundarias. Ay, todo resulta redundante. En el café, unos clientes permanecían en silencio y otros hablaban, pero en contra da la costumbre, lo hacían en voz baja. Terminé el prólogo, pagué y me fui. La vibración permanecía y pensaba en la muerte de los seres queridos, como cada muerte es un peldaño más, un peldaño que se asciende en un conocimiento profundo e inesperado. De algún lugar ascendió el zumbido de la muerte de mi madre. La ciudad perdió todos los colores y los rostros se desvanecieron. Fantasmas que transitan a tu lado, me dije, soy tan misántropo [¿es totalmente cierto?]. Entonces me encontré con mi antigua compañera de trabajo. Yo caminaba y la vi, ella me vio y se acercó. Hablamos. Estaba contenta. Me dijo que su salud había mejorado mucho y así lo certifiqué: una alegría sincera emanaba de sus manos y de sus ojos, su voz tenía el tono adecuado y había desaparecido una crispación cristalizada, una crispación característica de otros momentos. Nos despedimos y me pregunté por qué me interesaba Michel Onfray. No tengo respuesta por el momento, prefiero que lentamente cuaje o se disipe. Entré en la tienda de empeños y me interesé en unos pedales de efectos para guitarra, estudié un amplificador Yamaha y leí los lomos de algunas novelas románticas de portadas color pastel y letras doradas. Es miércoles. Caía la noche. Pensé en Normandía, en C. y en su trabajo, pensé en E. y sus estudios, pensé en la oposición de L., en mis hermanos, en el equilibrio y en el vértigo. Es miércoles. Volvía casa con los dos libros y no había más que decir. Mi padre estaba allí con la televisión encendida. Hablamos un rato y yo sabía que esto era irrepetible, todo es susceptible de ser atesorado, salvo el tiempo, el tiránico tiempo."


+ Es la primera vez en tanto tiempo que subrayo una frase. Tiene sentido.


+ Imagen: la última y la primera hora de día. Al amanecer, de camino al trabajo, pensaba en lo que escribí. En la última hora del día, C. y yo hablamos de lo que acabo de firmar. Se cierra un círculo. Las fotos son testimonios de aquellos movimientos. 

sábado, 2 de agosto de 2025

Las pérdidas

 




+ En un inciso, leo las primeras páginas de Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite y me encuentro con una prosa que me atrapa. La palabra “prosa” se adhiere a “musical”, algo que está relacionado con la eufonía y con una inteligente distribución de los tiempos y los argumentos. Dejo el libro y, un poco triste, me doy cuenta de la imposibilidad de la lectura, la inabarcable tarea y el olvido de lo leído. Es tan breve la vida. Hay tantos libros que me gustaría leer de nuevo; también hay cuentas pendientes que no sé si llegaré a pagar. En fin, el viernes festivo anuncia una cierta alegría y comprobar que hay lecturas que merecen el esfuerzo restituye un cierto joie de vivre perdido en los últimos días.


+ La tristeza que me invadió días atrás se relaciona con una sobresaturación de noticias y opiniones sobre el mudo actual. Me sobrepongo a la postración con dificultad. El futuro, siempre, da miedo y contra estas falsas certezas hay que rebelarse. Luchar con “determinada determinación”, me digo. Ahora lo escribo y sé que, arrastrado por la corriente nefasta de las declaraciones de una bruja [otro nombre no encuentro para ella], que pide sacrificios mientras ella nada en la abundancia, en ocasiones, el dolor me incapacita y me transformo: un silencio reconcentrado que me hace girar sobre una idea obsesiva que no encuentra salida del laberinto que ella misma ha creado. El asomo del desamparo me hirió. En este momento, tras haber caminado durante cuarenta minutos y hacer mi rutina de ejercicios que me he impuesto, me encuentro mejor.Mientras caminaba, me digo: tengo que perdonarme y no temer a las brujas. El esfuerzo es necesario.


+ Todo es perder y con su asunción se inicia el movimiento, se comienza a ganar. Es uno de los secretos de la vida: la pérdida. El otro, el cambio. Debería indagar y hacer una lista. Una lista para revisar cada cierto tiempo. Hay dos ítems: la pérdida y el cambio, que están tan relacionadas que en ocasiones se solapan. 


+ Al hilo de lo que escribo, de lo que leo para poder escribir, surge un refrán: “De poetas, músicos y locos, todos tenemos un poco”. No le doy mucha importancia, pero entiendo que crea un marco y el marco está implícito en muchas opiniones con las que nos encontramos a diario. Una idea de la creación que está más unida a la inspiración que al trabajo, una idea que tiene su arranque en el Romanticismo. Pienso en ello y entiendo que es algo a tener en cuenta cuando se escuchan ciertas opiniones. La poesía y la música unidas por la locura, algo que no deja de ser interesante, ya que para mí ambas ocupan la cima de la expresión humana, a la que sigue, muy cerca, la pintura; las demás artes, algunas disciplinas que ni siquiera considero arte, se distancian. Bien. Me quedo con la afirmación, el refrán que intenta constituir sabiduría y no lo logra. El fuego robado a los dioses, esa llama perdura y el resto, no. Vale.


+ ¿El museo tiene que ser necesariamente enciclopédico o caben otras posibilidades? Leo un artículo sobre la exposición comisariada por Manuel Borja Villel, donde se cuestiona el museo tradicional. La pregunta resulta pertinente. Dejo a un lado el contenido descriptivo del artículo y me centro en esta idea de cuestionamiento. Poner en tela de juicio la percepción sobre lo que los museos, las exposiciones y el arte es necesario y enriquece la percepción, nos aleja de lo dado y nos abre la posibilidad de establecer nosotros un marco propio. Los ejemplos son muchos y variados. Valga el último viaje a París. Estuvimos en el Louvre y comprobé como la pedagogía enfocada al compendio histórico bajo el hilo temático y cronológico se ha transformado en la opción de un escenario especular y espectacular. Todo aquello, en el momento de su fundación, sin duda, estaba dirigido a una élite. Hoy no es así. Hoy estamos ante una sección más del parque temático. Quizá hubo un tiempo intermedio donde no había fronteras, ni líneas divisorias, pero la posibilidad indeseada que se ha abierto se inserta en el amplio abanico que la ciudad ofrece al visitante, al turista. Otra vez: es el parque temático, donde la simulación vence a la vida. Así, voy a una exposición, de indiscutible interés,  en una capital de provincia, y la retórica del político local que la promueve se centra en este preciso aspecto: el retorno monetario, la consecución de unos objetivos turísticos, la repercusión en las redes sociales. ¿Otras posibilidades, otras narrativas? Sí, las hay, pero no son las que me gustarían a mí. Borja Villel cita a Benjamin y yo me quedo pensativo. ¿Persiste en elitismo?, y cuando me hago esta pregunta recuerdo a un joven a la moda de la música urbana haciéndose un selfie ante la La balsa de la Medusa de Géricault mientras hace unos cuernos con su mano izquierda y sonríe con amplitud. En fin, a pesar de ello, no puedo dejar de admitir que turismo, turismo todos lo practicamos.


+ No sé si lo anterior es una pérdida o el discurrir propio de la historia. La Historia. Las series y los fragmentos. El desplazamiento y la contemplación son dos rasgos de nuestra época. Nos desplazamos para poder ver y certificar que aquello existe. Llegamos y estudiamos la escala, debatimos un momento en el restaurante. El desplazamiento tiene ese marco extraño que son los aeropuertos. En ellos me siento en el no-lugar por antonomasia: cuanto más transitados, mejor. 


+ Géricault murió a los treinta y dos años. Los últimos años de su vida los pasó postrado en la cama debido a la caída de un caballo. Era muy aficionado a la hípica. Se dice que probablemente murió a causa de una enfermedad venérea. Podríamos destacar las pinturas de caballos y locos, esto daría casi para una título: De caballos y locos. Para pintar el cuadro de La balsa de Medusa construyó una réplica de la balsa a tamaño natural e hizo traer restos humanos de las salas de disección. Trabajo en el lienzo a lo largo de un año. En línea, se pueden observar los estudios de brazos, manos o pies amputados. Hay algo en todo ello misterioso y alegórico, instructivo y emblemático. Eso lo veo ahora, no cuando en junio C. y yo estuvimos ante el cuadro. La lección llega ahora, pero no soy capaz de pasar a limpio estos apuntes en sucio. Me falta orden. Me falta estructura. Todavía permanece ante mí el joven que hace los cuernos, sonríe y se fotografía ante el arquitectónico y anatómico e inquietante cuadro de Géricault. La vida.


+ Pero no es un pérdida, tampoco una ganancia. Está en otro orden de cosas. A su ámbito me remito. Mientras, suena, como tantas veces, Bach.


+ Imagen: Recupero fotos tomadas en Londres en el 2010. Hace quince años. Son fotos de fotos, fotos de carteles publicitarios. Si tienen algún sentido, este se lo da la yuxtaposición y el paso del tiempo. Todos somos turistas, hasta que el tiempo hace que el recuerdo se pose en el fondo de la botella: así somos memoria de un tiempo que no ha de volver, que se sedimenta al ritmo que la muerte con su danza marca.