sábado, 3 de febrero de 2024

Sin indicaciones (15)

 

+ He terminado El tragaluz. Encuentro entre mis libros dos obras más de Buero Vallejo en un solo tomo. Comienzo Madrugada. Mientras leo no puedo dejar de pensar en el ambiente social de los años cincuenta, en un Madrid que yo no conocí, pero tal vez mi padre sí, pienso en el entretenimiento propio de la época. Esa idea me ayuda a esbozar lo que podrían ser los decorados, pero no se trata de eso, sino de algo lejano y ausente de nuestros días. Son recreaciones que establezco para conciliar el sueño, no son intentos vanos. Luego, al día siguiente, en recuerdo, no puedo dejar de verme sorprendido por la capacidad que tiene la escritura de Buero. Concisión. Los diálogos, los personajes, los estaciones. Una atmósfera que contiene sentimientos cotidianos y, al la vez, ocultos y perversos, negros, con destellos de dignidad. No son contradicciones, es la vida. 


+ En la mañana de hoy, lunes, surgen reflexiones sobre el gasto, el dispendio y la extraña manera de mostrar ahorros que no son tales. Alguien decía: “disparar con pólvora del rey.” De eso se trata. Yo no puedo hacer nada, pero el Ministro tampoco. Es una tendencia, una inercia histórica. En todo ello veo la sombra del XIX donde se enraíza nuestro presente. Aunque nos resistamos, las naciones parecen dotarse de una biografía marcada por un carácter como las personas van hacia donde su particular inercia los lleva. Ese carácter las condiciona, en lo bueno y en lo malo. Ecos del Siglo de Oro, sobre el que reflexiono tras lecturas y silencios. La mañana es una parte del día, la siesta lo parte en dos y, renovadamente, despierto al día por segunda vez: ejercicio, lectura y escritura, el paseo, la cena y el regreso a la cama. En el tránsito descrito se dan las conversaciones y en el regreso a casa termino por relacionarlas con lo leído. Trato de no hacer literatura de todo, a pesar de que me cuesta mucho. No lo evito. La literatura aporta un plus. Veo muy lejos, escruto el horizonte y guardo silencio. El dispendio no me resulta indiferente, la batalla se perdió hace tiempo.


+ Mi estado de ánimo ha cambiado. Sin embargo, contengo un cierto impulso, una tendencia a encontrarme enérgico y decidido. Son los años. Pienso demasiado en el paso del tiempo. He encontrado en los últimos días respuestas que terminarán por diluirse y no sé si está dilución aportará serenidad. Espero que sí. En definitiva, lo intuía: el único sentido que la vida puede tener es la perpetuación de la especie, pero hablar de sentido en sí es un error. Como si la ley de la gravedad universal tuviese un sentido. Ahí dejo yo mi brújula: la arbitrariedad del signo lingüístico. Una voz me aconseja silencio y calma. Somos nosotros y mil voces que se contraponen a nuestra razón. Leeré un poco más del libro de Miguel Morey, a la espera de que el sueño me alcance, de que el viernes llegue. Así son los afanes, nuestro humildes afanes.


+ Sigo con el teatro de Buero.


+ Me cuesta escribir. Escribo, hago ejercicio, leo y trabajo. El paso cambiado, falta de ritmo, ausencia de oído musical. Todo suma y la suma se transforma en resta. Me resisto a la renuncia, a conformarme. Solo la música tiene valor, me digo en las primeras horas del día. Siempre veo pasar a mi lado a las mismas personas. Escribo, ahora, sobre esta circunstancia. Entre cinco y diez personas que nos cruzamos. Me cuesta escribir y debo hacerlo porque son tareas que me he impuesto. Me levanto, desayuno, me lavo los dientes y salgo al mundo. Camino bajo el manto de la noche. Somos fantasmas. El día nos transformará. El estado de ánimo pesa. Soy otro, hoy soy otro y no he renunciado, repito, no me resigno. Leo la prensa y no sé si soy yo el que lee o es otro. Es otro, claro. Una reflexión sobre la personalidad y sus consecuencias. La vida. Un párrafo más. Cierro el ordenador.


+ Imagen: en el bronce confío.