sábado, 17 de febrero de 2024

Living in Flashback

 


+ El viento ha impuesto su ley. El viento hace y deshace, mueve y golpea. Alguien me dice que le ha resultado imposible dormir la noche pasada, que vive en piso alto y que el viento le da miedo. El miedo. El viento. Las palabras evocan, la lírica las ordena, hay una suerte de indicio que se agita violentamente. Tenía miedo, repitió. La conversación terminó ahí. El miedo. Yo no dije mucho. No sabía qué decir. Cambiamos de tema y volvimos a nuestro asunto. El día y sus obligaciones, cómo no. El trabajo aporta distancia y consigue alejarnos de las preocupaciones. Fuera de la oficina el viento continuaba con su trabajo, pero no se escuchaba su agitada respiración. Estábamos a salvo.


+ Poemas que copio. Los transcribo a una libreta apaisada. Anoto algo. En realidad, solo copio el primer verso y su localización en el libro. Los textos nos invaden y no sabemos lidiar con ellos. Lidiar, término taurino. Lo dejo a un lado. Contemplo las estanterías. Los libros, las libretas de notas, los bolígrafos, alguna fotografía, postales imposibles. Los poemas me acompañan, mudos insectos de una naturaleza sin biología. Pequeños insectos que se esparcen por la página en blanco. Febrero avanza. Hay planes de viaje. Los poemas no me resultan indiferentes, pero no me afectan.


+ Recupero un disco duro que contiene fotos del pasado. Diez, quince años atrás. Mientras, suena una precisa interpretación al piano de una fuga de Bach. La combinación de las imágenes y la música me devuelve otro recordatorio de cómo el tiempo es una magnitud en la que pesa más la impresión que la posible realidad física, que la medición de la misma mediante instrumentos. El calendario, el reloj, las estaciones. La desazón tiene su momento. Nada de esto volverá.


+ [Linving in Flashback]. Hago ejercicio y escucho música. A diario, salvo el viernes (mi día de descanso). Hoy sábado, como todos los sábados, mientras pedaleaba, sonó una canción de Pete Doherty, “The Ballad Of”. En un momento en la letra se dice “living in flascback”. Me pareció instantáneamente un hallazgo. Lo hago mío y lo transcribo. Ese vivir en el pasado, que no es otra cosa que una maldición. Escribir sobre su profundo desagrado no es igual a conjurarlo. Me quedo con el talento de P.D., al tiempo que Normandía está presente. Sin duda.


+ Una constante insatisfacción. Así se puede definir uno de los motores que consiguen el avance de la humanidad. Cuando ganas 100, no entiendes por qué no son 150 y al llegar a los 150 deseas los 200. Y así. Todo este hilo de necesidades articulan un devenir. Nada más próximo a la reproducción. Algo leído en estos días pasados lo atestiguaba. Veo fotos de un escritor que falleció hace dos años, quizá menos. Fotos con sus hijos y hay algo que creo entender. Algo que hermana a los hombres: el rechazo de la muerte, pero la rendición inevitable a ella. Ahí es donde lo veo: la pulsión reproductiva. Yo no estoy ahí. No dudo, tampoco afirmo. Un estilo que decrece. Todo el mundo tiene derecho a su libro, toda vida merece la pena ser contada. Su vida fue exitosa, una línea clara y recta, aunque con baches. Es un motivo de estudio. No lo hago. Me sumerjo en cientos de sonetos que me esperan sin ilusión. Leo otra vez el endecasílabo primero y regreso al estudio. Vivo en el recuerdo.


+ Escribo devenir y no sé lo que escribo. Así se eleva una galaxia de acepciones. ¿Llegar a ser o sobrevenir, suceder, acaecer? Estas son las dos posibilidades que aporta el DRAE. Aunque yo la resumiría en la posibilidad de cambio. El cambio es lo único permanente, de ahí el error de esa vida en el pasado de la que hablé antes. Precisamente centrarse y postularse en el pasado resulta ser un error. El verbo ser no admite el pasado, pero tampoco el futuro. El verbo ser ocupa el presente y no admite la temporalidad, ni la cronológica ni el tiempo de la oportunidad. Las reflexiones que ofrezco responden más a mi estado de ánimo que a un verdadero análisis. Deslavazado estado de ánimo, definiciones y tautologías.


+ Dejo más entradas en el diario electrónico del teléfono. No hay propósito. Disparo alguna foto y escribo una frase. La ausencia de una finalidad le otorga una razón especial que se conecta con el vapor del día. El vapor que se diluye. La disolución del tiempo es un buen tema. Vivo en el pasado, pienso mientras inserto una foto y escribo: “comienza a llover.” Sí, es cierto, llueve, una vez más, llueve.


+ Sentir protección frente a los embates de la estupidez. No es posible. Siempre hay una rendija. Solo materia y tras la materia nada más. Voces que resuenan en la mañana y no soy capaz de ordenar. Una quiebra, un rasguño, incierto desliz. No he argumentado bien y eso me produce desazón. Trato de luchar contra esa incomodidad, la música que tengo el reproductor no ayuda: me sumerge en una lechosa y tibia acedía. Las temperaturas ascienden y vemos que la maleza se adueña del jardín. No es la estupidez, exclusiva y distante. Hay algo más, pero es interno. Es una incapacidad para argumentar, una manera de detenerse que se relaciona con una incierta tendencia a la soledad. Ay, soledad y la vida en el pasado: funesta combinación.


+ Surge la palabra: sprezzatura. La busco. La encuentro. La traducción es distancia, pero no solo distancia. Es una barrera que ciertos elegantes muestran hacia la vulgaridad y los vulgares. Busco imágenes y aparecen una serie de hombres trajeados y con aspecto estúpido. Podríamos traducirlo como “los sobrados”, pero dejaremos en el tono caballero, el que corresponde al cortesano con sus criados. Ese tono. Dejo a un lado una posible cita a Baltasar Castiglione. 


+ Imagen: vieja foto que inspira un estado de ánimo, tal vez, una distancia. Las fotos que se recuperan hablan demasiado y hoy es un día propicio para el silencio. La batería del ordenador está baja, toda una señal.