sábado, 24 de febrero de 2024

En silencio


+ Las conversaciones de café tienen la particularidad de que mediante leves rasgos en las opiniones, día tras día, se terminan por desvelar simas de la persona. Ella habla con una particular gracia, rítmica y con acentos precisos. Habla mucho. Sonríe y ríe. La escucho. Yo he aprendido a guardar silencio, no es prudencia, tampoco defensa. Una incertidumbre, un alejarse y estudiar a los humanos, como si yo fuese un gato. Desearía no analizar, y lo consigo y caigo en el vicio de medir y acotar las palabras y las ideas. Mariposas clavadas en el alfiler que se clava, a su vez, en el corcho. Tras el cristal veo y no opino. Llueve. Las palabras tamizadas por las lluvia son menos palabras. El traqueteo contra los cristales me desconcentra y ya ni siquiera escucho. Son rumores. He oído tantas veces la sentencia sobre la paternidad, la crianza y el estado de las cosas presentes. Ya se sabe, podría añadir y guardo silencio. La lluvia es una compañía casi agradable, aunque, a veces, hiriente. Llueve. Hablan. El silencio.


+ Algo de Walter Benjamin sobre la escritura en la primera hora de la mañana del sábado. No es desconcierto lo que inaugura el día. La sorpresa, tampoco. Una lejanía, la certeza de la imposibilidad. Cansancio. No ha amanecido, por el momento. Desayuno y me dirijo a la bicicleta. La música. De pronto, una vieja canción de los Smiths. ¿Soy yo? Reconozco al que está al otro lado del espejo. Un escritor afirma que su impulso es el rechazo a la muerte. Pensamiento y circunstancia que me asaltan mientras pedaleo. No me gusta hacer ejercicio y cada día me entrego a la bicicleta estática con la terca voluntad de la oración. No pido nada. No ofrezco nada. Mi corazón es una máquina que funciona muy bien. Calle de sentido único, ese es el libro de W.B.


+ Me llegan censos de lecturas anuales. El año 2023, que se terminó y no volverá. La acumulación de obras literarias y libros sobre las mismas me deja un tanto en suspenso. La lectura es un vicio, no me cabe la menor duda. Si a ello sumamos una exhaustiva contabilidad sobre su acción y permanencia, el vicio se transforma, quizá, en enfermedad. Una enfermadas que yo también padezco. En realidad, de esto y no de otra cosa trata este diario en línea. La lectura posee la extraña cualidad de hacer perceptible una idea de trabajo, pero no deja de ser un simulacro de tarea. Pienso en el silencio del que hablaba en el primer párrafo y tiene un nexo innegable con lo expresado hace un poco: el silencio me lo da todo aquello leído y olvidado, ese poso que permanece y nos da distancia y pereza. La pereza, el no deseo de intervenir, la grieta entre lo social y lo individual. Ni siquiera es una tendencia elitista, sino un capital simbólico y una identidad secreta pero solida. En ello descansamos, pero silenciosamente.


+ El ruido, la tensión, la fuerza. El día amanece despejado, escucho algo de Bach, reitero mi necesidad de música. La música y el silencio. La lejanía de las montañas ofrece una idea que no desarrollo. Demasiada lectura, poca vida. No son opuestos, pero la simetría no admite matices. Fragmentos de vida, poco más.


+ Aparece en la playa una agenda que llega del pasado. Nombres, teléfonos, direcciones. Cuántos de esos ya no están. La playa de los trabajos y los días. Aquí adivino personas que no recordaba. Hace tanto tiempo de todo esto y fue ayer cuando los vi por última vez. El cambio. La tintura del olvido. 


+ Leí el endecasílabo en el artículo y me dije: ya nada merece la pena. El silencio. Luego, en la ironía y la distancia, me reí. “Quién lo probó lo sabe”, pero omitía, quien el artículo escribía, las primeras sílabas del verso. Ya nada merece la pena, repetí y volví a sonreír. Ahora yo copio otro en descargo del uso espurio del anterior: “queda libre del tiempo y del olvido”, no tan perfecto, no menos cierto. [Realmente, ¿es un uso inadecuado, quién soy yo para juzgar lo conveniente y lo inconveniente de invocar citas clásicas? ¿en virtud de qué autoridad?, pero así lo siento: esa expansión de la letra escrita quizá le dé la razón al que la denigraba. No sé a dónde conduce todo esto, aunque mucho no importa]. Muere el día.


+ En tres lugares muy alejados hoy he encontrado la palabra devenir. No creo que se haya puesto de moda, tampoco me parece significativa su reiterada presencia en el día de hoy, martes. Si tuviese un poco de fe en destino o cosas similares, vería una señal. El único destino que puedo entender es el que marca la genética, los fenómenos que hay a su alrededor y el contexto, todo ello traducido en cierto determinismo. Recuerdo y, al momento, olvido esos tres lugares.


+ Traducción: me voy conociendo y este conocimiento es de gran ayuda para identificar la culpa, una identidad desagradable, un rumor sordo, una deriva indeseable. La culpa. En silencio cae la noche.


+ Imagen: la oficina en la última hora del día, cuando ya la labor de la limpieza ha terminado. Embalsamada, espera un nuevo día, pero la noche todavía no hecho su trabajo.

sábado, 17 de febrero de 2024

Living in Flashback

 


+ El viento ha impuesto su ley. El viento hace y deshace, mueve y golpea. Alguien me dice que le ha resultado imposible dormir la noche pasada, que vive en piso alto y que el viento le da miedo. El miedo. El viento. Las palabras evocan, la lírica las ordena, hay una suerte de indicio que se agita violentamente. Tenía miedo, repitió. La conversación terminó ahí. El miedo. Yo no dije mucho. No sabía qué decir. Cambiamos de tema y volvimos a nuestro asunto. El día y sus obligaciones, cómo no. El trabajo aporta distancia y consigue alejarnos de las preocupaciones. Fuera de la oficina el viento continuaba con su trabajo, pero no se escuchaba su agitada respiración. Estábamos a salvo.


+ Poemas que copio. Los transcribo a una libreta apaisada. Anoto algo. En realidad, solo copio el primer verso y su localización en el libro. Los textos nos invaden y no sabemos lidiar con ellos. Lidiar, término taurino. Lo dejo a un lado. Contemplo las estanterías. Los libros, las libretas de notas, los bolígrafos, alguna fotografía, postales imposibles. Los poemas me acompañan, mudos insectos de una naturaleza sin biología. Pequeños insectos que se esparcen por la página en blanco. Febrero avanza. Hay planes de viaje. Los poemas no me resultan indiferentes, pero no me afectan.


+ Recupero un disco duro que contiene fotos del pasado. Diez, quince años atrás. Mientras, suena una precisa interpretación al piano de una fuga de Bach. La combinación de las imágenes y la música me devuelve otro recordatorio de cómo el tiempo es una magnitud en la que pesa más la impresión que la posible realidad física, que la medición de la misma mediante instrumentos. El calendario, el reloj, las estaciones. La desazón tiene su momento. Nada de esto volverá.


+ [Linving in Flashback]. Hago ejercicio y escucho música. A diario, salvo el viernes (mi día de descanso). Hoy sábado, como todos los sábados, mientras pedaleaba, sonó una canción de Pete Doherty, “The Ballad Of”. En un momento en la letra se dice “living in flascback”. Me pareció instantáneamente un hallazgo. Lo hago mío y lo transcribo. Ese vivir en el pasado, que no es otra cosa que una maldición. Escribir sobre su profundo desagrado no es igual a conjurarlo. Me quedo con el talento de P.D., al tiempo que Normandía está presente. Sin duda.


+ Una constante insatisfacción. Así se puede definir uno de los motores que consiguen el avance de la humanidad. Cuando ganas 100, no entiendes por qué no son 150 y al llegar a los 150 deseas los 200. Y así. Todo este hilo de necesidades articulan un devenir. Nada más próximo a la reproducción. Algo leído en estos días pasados lo atestiguaba. Veo fotos de un escritor que falleció hace dos años, quizá menos. Fotos con sus hijos y hay algo que creo entender. Algo que hermana a los hombres: el rechazo de la muerte, pero la rendición inevitable a ella. Ahí es donde lo veo: la pulsión reproductiva. Yo no estoy ahí. No dudo, tampoco afirmo. Un estilo que decrece. Todo el mundo tiene derecho a su libro, toda vida merece la pena ser contada. Su vida fue exitosa, una línea clara y recta, aunque con baches. Es un motivo de estudio. No lo hago. Me sumerjo en cientos de sonetos que me esperan sin ilusión. Leo otra vez el endecasílabo primero y regreso al estudio. Vivo en el recuerdo.


+ Escribo devenir y no sé lo que escribo. Así se eleva una galaxia de acepciones. ¿Llegar a ser o sobrevenir, suceder, acaecer? Estas son las dos posibilidades que aporta el DRAE. Aunque yo la resumiría en la posibilidad de cambio. El cambio es lo único permanente, de ahí el error de esa vida en el pasado de la que hablé antes. Precisamente centrarse y postularse en el pasado resulta ser un error. El verbo ser no admite el pasado, pero tampoco el futuro. El verbo ser ocupa el presente y no admite la temporalidad, ni la cronológica ni el tiempo de la oportunidad. Las reflexiones que ofrezco responden más a mi estado de ánimo que a un verdadero análisis. Deslavazado estado de ánimo, definiciones y tautologías.


+ Dejo más entradas en el diario electrónico del teléfono. No hay propósito. Disparo alguna foto y escribo una frase. La ausencia de una finalidad le otorga una razón especial que se conecta con el vapor del día. El vapor que se diluye. La disolución del tiempo es un buen tema. Vivo en el pasado, pienso mientras inserto una foto y escribo: “comienza a llover.” Sí, es cierto, llueve, una vez más, llueve.


+ Sentir protección frente a los embates de la estupidez. No es posible. Siempre hay una rendija. Solo materia y tras la materia nada más. Voces que resuenan en la mañana y no soy capaz de ordenar. Una quiebra, un rasguño, incierto desliz. No he argumentado bien y eso me produce desazón. Trato de luchar contra esa incomodidad, la música que tengo el reproductor no ayuda: me sumerge en una lechosa y tibia acedía. Las temperaturas ascienden y vemos que la maleza se adueña del jardín. No es la estupidez, exclusiva y distante. Hay algo más, pero es interno. Es una incapacidad para argumentar, una manera de detenerse que se relaciona con una incierta tendencia a la soledad. Ay, soledad y la vida en el pasado: funesta combinación.


+ Surge la palabra: sprezzatura. La busco. La encuentro. La traducción es distancia, pero no solo distancia. Es una barrera que ciertos elegantes muestran hacia la vulgaridad y los vulgares. Busco imágenes y aparecen una serie de hombres trajeados y con aspecto estúpido. Podríamos traducirlo como “los sobrados”, pero dejaremos en el tono caballero, el que corresponde al cortesano con sus criados. Ese tono. Dejo a un lado una posible cita a Baltasar Castiglione. 


+ Imagen: vieja foto que inspira un estado de ánimo, tal vez, una distancia. Las fotos que se recuperan hablan demasiado y hoy es un día propicio para el silencio. La batería del ordenador está baja, toda una señal.

sábado, 10 de febrero de 2024

Sin indicaciones (16)

 


+ Sin conocer el porqué, llevó un diario electrónico en el teléfono, que se compone de capturas de pantalla (la música que suena en el momento), fotos y breves textos que buscan el hiato, deliberadamente. Poco a poco, hay una colección de momentos. Los he repasado y, por una parte, me reconozco. Sin embargo, veo otro yo que no acostumbra a asombrase. Somos tantos, me digo. Esta escisión me agrada en esta hora de la tarde, cuando casi son las siete, y suena algo de Bach. La música adorna los momentos, los eleva, aporta una solemnidad inesperada. Esa es la palabra: solemnidad. Un yo solemne y distante, que no me juzga, pero me describe en la evolución del día. Apago la música y se sostiene una vibración eléctrica. No soy yo, pero me identifico.


+ “Amor no es voluntad, sino destino”, es el primer endecasílabo de un soneto que acabo de leer. Una vez más, el Conde de Villamediana. Lunes, siete de la tarde.


+ Apunto en el diario algunas ideas, hago una foto y cuelgo otra captura de pantalla. Como si me ayudase a cambiar el punto de vista, cada entrada en este diario electrónico en la pantalla del teléfono me traslada a una suerte de maqueta total. El 1:1. Piensan en ello mientras suena algo de Bach (otra vez). La música camina sin precipitación. Es una marcha suave y acompasada que me ayuda a céntrame. Para eso está. Cada uno siente su utilidad de una manera distinta. Yo hoy la veo reflejada en el camino de ida y el camino de vuelta.


+ “Clima de irrealidad. Hora de regresar a casa. Los días se repiten y no son siempre iguales, lo que pensamos los diferencia: a veces.” Foto en perspectiva cónica de un sendero urbano flanqueado de edificios, captura de pantalla de Sophia Kennedy “Seventeen”, otra foto con una perspectiva similar. Lo irreal como moneda de cambio. La realidad se construye al caminar. En cualquier circunstancia, una invención. Así deseo ver yo el regreso a casa. Lo consigo y ya es otro día. El martes martes fenece.


+ Cada día tiene su afán. Jueves. El viernes asoma. El viernes descanso del ejercicio diario, de la lectura y la escritura. Quizá cerrar la entrada semanal del blog obliga a dejar a un lado razones menos perentorias. Hay tiempo para todo. Reflejos. Un punto en el horizonte: es un gran buque. Lo veo. No distingo la forma, pero lo sé. El viernes se asemeja a ese buque. No importa. Otra foto.


+ Imagen: La noche no se ha desvanecido por completo, el día todavía no es tal, la realidad se trenza. Un elemento que suma, el camino continua. 1:1, la maqueta total.


sábado, 3 de febrero de 2024

Sin indicaciones (15)

 

+ He terminado El tragaluz. Encuentro entre mis libros dos obras más de Buero Vallejo en un solo tomo. Comienzo Madrugada. Mientras leo no puedo dejar de pensar en el ambiente social de los años cincuenta, en un Madrid que yo no conocí, pero tal vez mi padre sí, pienso en el entretenimiento propio de la época. Esa idea me ayuda a esbozar lo que podrían ser los decorados, pero no se trata de eso, sino de algo lejano y ausente de nuestros días. Son recreaciones que establezco para conciliar el sueño, no son intentos vanos. Luego, al día siguiente, en recuerdo, no puedo dejar de verme sorprendido por la capacidad que tiene la escritura de Buero. Concisión. Los diálogos, los personajes, los estaciones. Una atmósfera que contiene sentimientos cotidianos y, al la vez, ocultos y perversos, negros, con destellos de dignidad. No son contradicciones, es la vida. 


+ En la mañana de hoy, lunes, surgen reflexiones sobre el gasto, el dispendio y la extraña manera de mostrar ahorros que no son tales. Alguien decía: “disparar con pólvora del rey.” De eso se trata. Yo no puedo hacer nada, pero el Ministro tampoco. Es una tendencia, una inercia histórica. En todo ello veo la sombra del XIX donde se enraíza nuestro presente. Aunque nos resistamos, las naciones parecen dotarse de una biografía marcada por un carácter como las personas van hacia donde su particular inercia los lleva. Ese carácter las condiciona, en lo bueno y en lo malo. Ecos del Siglo de Oro, sobre el que reflexiono tras lecturas y silencios. La mañana es una parte del día, la siesta lo parte en dos y, renovadamente, despierto al día por segunda vez: ejercicio, lectura y escritura, el paseo, la cena y el regreso a la cama. En el tránsito descrito se dan las conversaciones y en el regreso a casa termino por relacionarlas con lo leído. Trato de no hacer literatura de todo, a pesar de que me cuesta mucho. No lo evito. La literatura aporta un plus. Veo muy lejos, escruto el horizonte y guardo silencio. El dispendio no me resulta indiferente, la batalla se perdió hace tiempo.


+ Mi estado de ánimo ha cambiado. Sin embargo, contengo un cierto impulso, una tendencia a encontrarme enérgico y decidido. Son los años. Pienso demasiado en el paso del tiempo. He encontrado en los últimos días respuestas que terminarán por diluirse y no sé si está dilución aportará serenidad. Espero que sí. En definitiva, lo intuía: el único sentido que la vida puede tener es la perpetuación de la especie, pero hablar de sentido en sí es un error. Como si la ley de la gravedad universal tuviese un sentido. Ahí dejo yo mi brújula: la arbitrariedad del signo lingüístico. Una voz me aconseja silencio y calma. Somos nosotros y mil voces que se contraponen a nuestra razón. Leeré un poco más del libro de Miguel Morey, a la espera de que el sueño me alcance, de que el viernes llegue. Así son los afanes, nuestro humildes afanes.


+ Sigo con el teatro de Buero.


+ Me cuesta escribir. Escribo, hago ejercicio, leo y trabajo. El paso cambiado, falta de ritmo, ausencia de oído musical. Todo suma y la suma se transforma en resta. Me resisto a la renuncia, a conformarme. Solo la música tiene valor, me digo en las primeras horas del día. Siempre veo pasar a mi lado a las mismas personas. Escribo, ahora, sobre esta circunstancia. Entre cinco y diez personas que nos cruzamos. Me cuesta escribir y debo hacerlo porque son tareas que me he impuesto. Me levanto, desayuno, me lavo los dientes y salgo al mundo. Camino bajo el manto de la noche. Somos fantasmas. El día nos transformará. El estado de ánimo pesa. Soy otro, hoy soy otro y no he renunciado, repito, no me resigno. Leo la prensa y no sé si soy yo el que lee o es otro. Es otro, claro. Una reflexión sobre la personalidad y sus consecuencias. La vida. Un párrafo más. Cierro el ordenador.


+ Imagen: en el bronce confío.