sábado, 27 de enero de 2024

Primera lección, la muerte

 

+ No me consuela. Escucho a Jarvis. House Music All Night Long (Extended All Night Gonz version ft. Chilly Gonzales & Naala). Es otra cosa. No es dolor. No es tristeza. Una vida que no se vivió y que ahora se añora, tal vez. Un juego de espejos. Espejos rotos. Un poema que no se ha leído [todavía]. He comprendido el funcionamiento del éxito y la comprensión causa dolor, no por estar al margen sino porque fracaso y triunfo se equiparan. Triunfo, fracaso y miseria. Un punto de vista, el envés. Todo desemboca en lo mismo.


+ Es lo Barroco del día. Hoy. Mañana, tal vez.


+ Esquivé la visita al cardiólogo. No hizo falta su ciencia porque con la del médico de cabecera fue suficiente. Contaba con ello. Contaba con la visita al cardiólogo y no fue necesaria. Pasillos, blanco nuclear, pasillos, mascarillas, pasillos, sillas, esperas, las palabras técnicas y condescendientes gestos [en realidad, entiendo que los enfermos cansemos a los doctores]. La fatiga. He aprendido a morir y eso cuenta a mi favor. Desapego, indiferencia, aceptación. Renuncia. Entiendo aquello que decía Radio Futura en alguna de sus canciones, mejor: Santiago Auserón: “estoy acostumbrado a morir”. Mis desmayos me han entregado esa lección de vida. Lección de muerte. Rebota la electrónica que ha trenzado Jarvis, me parece un buen decorado para un final. El final no está cerca, pero tampoco me preocupa. Cierta aridez, algo áspero en los días que van pasando. No me encuentro y ni siquiera sentí alegría cuando me dijo mi médico que el electrocardiograma era perfecto. Así, hoy, hice mi ejercicio diario, sin ganas, sin ganas fui al trabajo y trabajé bien, tampoco me apetecía establecer límites en la investigación, pero ahí estaba yo y mis herramientas. Sigo el afán del día y el día muere.


+ “Mecanismos de inclusión y exclusión”, leo y me remiten a la vida cotidiana, pero también a las últimas lecturas. En el día a día, a poco que se fije uno, estas herramientas están muy presentes. A la necesidad de pertenecer a un grupo se une, en no pocas ocasiones, a la imposibilidad misma de colmar estas ansias. Hay incluso estrategias de simulación que intentan esquivar estos mecanismos que impiden ingresar en el grupo: tan deseado. He dejado a un lado la lectura de la novela de Karl Ove Knausgård, toda la novela me parece que responde a una necesidad, necesidad cumplida, de entrar a formar parte de un grupo. Hay más asuntos, pero los dejo a un lado. Ese punto tóxico y luciferino me produce rechazo. Paso página.


+ Abandono la novela de Karl Ove. 


+ He comprado por 1 € El tragaluz de Buero Vallejo. Una lectura sustituye a otra y se emprende por razones bien distintas. Hoy busco la en autenticidad de la expresión algo más sintético y universal. Me asombra la historia, la síntesis, el acierto.


+ Imagen: de camino al trabajo cruzo los campos, antes de que amanezca, mientras: escucho algo de Charlotte Gainsbourg. Jueves.

sábado, 20 de enero de 2024

[No]_Eres_alguien_especial


+ Finalmente encuentro la cita que presidía la consulta de mi médico de cabecera: “La vida es breve, el arte es largo, la oportunidad fugaz, la experiencia engañosa y el juicio difícil”. Me vuelvo a centrar en la engañosa experiencia, porque el juicio ya lo consideraba yo complejo, imposible en muchas ocasiones. El médico se ve obligado a juzgar, la base de la experiencia es muy importante, pero no se debe fiar todo a ella. Tal vez es un instrumento que debe ser afinado cada cierto tiempo, que precisa una comprobación antes de iniciar su uso. Así sucede con la guitarra. Sin embargo, al mismo tiempo, considero que la experiencia cimienta los juicios, que los modera, que los dirige. Sin ella, qué nos queda.


+ No deja de ser una cita de calendario, que está bien, pero que no resuelve. No se deben evitar los discursos y el resumen que ofrece una cita es un atajo y los atajos se resuelven en errores. Cierro el paréntesis.


+ Bien. Ahí está, es el narcisismo. Es la clave. Lo que nos atrae de sus novelas. Él lo reconoce, se percibe claramente, su ex-mujer también lo manifiesta y sabe que ese material produce dolor y atrae a los lectores que buscan ese más difícil todavía. Ahí está la llave que abre las puertas del entendimiento. Resulta claro que lo que me molesta es esa superioridad sobre los demás. Insisto. Es la voz del narrador, el escritor es un otro, la persona no me interesa. Nunca le conoceré. Lo sé. Como los diez mandamientos, dispuestos a transgredirlos uno por uno con el único fin de alcanzar la celebridad. Es un buen escritor y me pregunto exactamente a qué responde ese calificativo. Lo minucioso y lo desvergonzado. Nos sorprende. Eres alguien especial. Una losa con la que vivir. 


+ He dormido la siesta y me he despertado sumido en una cierta confusión. Ahora no llueve, pero pronto lo hará. Me duele la cabeza. Leí un unas cuantas página de los de Karl Ove. Reconozco la capacidad para fascinar al lector, para atraparlo, entiendo que está muy bien construida la novela, la línea entre la persona, el escritor y el narrador es débil, muy fina y eso añade a la lectura un punto de interés. Se trata del cotilleo, me pregunto sin alcanzar a evitar la cuestión. La perversión de adentrarnos en la vida de los otros, en sus conflictos irresolutos. Algo de eso hay. Algo de chismorreo. La indagación en la intimidad, el espionaje sin consecuencias, la certeza de una caída, un error, la posibilidad de ser moralmente superior al que cuenta, al observado. Sí. Al tiempo, me produce rechazo aquello que el libro destila. ¿Aburrimiento? Creo no cabe la cuestión.


+ En un vídeo en línea dicen que la novela de K.O.K. , los seis libro, es una novela generacional y creo que tienen razón. Cuando pienso en mi padre como lector, que ahora está disfrutando con La Regenta, sé que esta novela no le interesaría. Por lo tanto, surge una pregunta: ¿puede resistir un texto tan anclado en el tiempo el paso del mismo? La respuesta es que no hay respuesta, pues tan imprevisible y aleatoria es la posteridad que cualquier juicio apuesta por el error.


+ Sigue lloviendo.


+ [El éxito, el reconocimiento y la soberbia]. Escribir sobre lo propio, sin barreras. Escribir sobre las personas cercanas, sobre el pasado, con detalle y minuciosas apreciaciones, sin barreras. Las barreras. Vender el alma al diablo. ¿Eso es la literatura o es el siglo XX y el siglo XXI? ¿Se puede dejar a un lado el impacto de los medias en los libros de Karl Ove? A mí todo lo de K.O.K. me ha llegado vía internet, desde la primera noticia. No había hablado previamente con nadie sobre el autor. La vida precisa barreras, unas veces son el silencio necesario para poder continuar y otras los buenos modales que evitan la violencia, el insulto, la bestialidad que todos nosotros anida. Romper ese pacto hace que peligre la estabilidad, lo cotidiano. No entiendo el porqué, salvo desde la necesidad de reconocimiento y una soberbia intensa. Creo que la fuerza de los seis libros que componen Mi lucha proviene de ese núcleo: la desvergüenza y la soberbia. Una extraña combinación. Sé que yo nunca sería capaz de escribir algo similar, aunque sé que la materia de la escritura, directa o tamizada, es la propia vida. La existencia. No soporto esa desvergüenza y no soy capaz de parar de leer. Tal vez sea verdad, hay un pacto satánico en todo ello.


+ De alguna manera me molesta que el libro de K.O.K. me interese como me interesa. Creo que tiene que ver bastante con la intriga que genera la vida de los demás. Los recovecos que explican comportamientos misteriosos, lugares a los que nunca terminamos de llegar, que colman conversaciones. Ahí está. De eso se trata. Pero no es sano esta curiosidad. He leído algunas críticas y en algún entrecomillado el autor llega a decir que se arrepiente de haber escrito esa larga novela troceada en seis extensos fragmentos. Miles de páginas. El detalle y el dato que se debe ocultar por pudor, por decencia. No está bien. Lo sabemos mientras leemos las cosas de Karl Ove y su familia, sus amigos, sus parejas, sus hijos […] Nosotros sabemos que no está bien, Karl Ove también lo sabe.


+ Otros asuntos: en el trabajo encuentro equilibrio, pero, no pocas veces, siento pena. Me resulta tan evidente el paso del tiempo. No sé si se trata de mi edad. No sé si es la arquitectura, exterior e interior. El Ministerio como un extraño e incomprensible animal gigantesco. Me levanto temprano y bajo el manto de la noche me dirijo hacia allí. Oigo música. Cuanto más sintética, mejor. Una maniobra de alejamiento. No pienso. Trato de no pensar. Soy yo y el profundo negro nocturno, que la lluvia acentúa. En su tristeza, la vida no se detiene.


+ He pensado en la pena y en la tristeza. Camino del trabajo, otra vez, bajo la lluvia, arropado por la oscuridad. La música me vuelve a salvar y yo reflexiono sobre la pena y la tristeza. Una enfermedad que crece en el interior, se expande por el pecho y la respiración se torna dificultosa, no imposible, pero sí una fatiga suave nos acosa. Decía Pessoa que la tristeza era un vicio. Una vez escuché a un cura utilizar esta máxima y no me pareció bien porque no creo que en la voz de Pessoa haya algo moral. Al contrario. 


+ Una cita de Larra: “¿Quién ignora que los goces acaban [con] la vida, y que cada deseo realizado se lleva una porción de nuestra existencia?” No copio la cita completa sino lo que me interesa. Lo tomo de una larga reflexión sobre que es la historia de la literatura, la historia de la literatura española, de Leonardo Romero Tobar. En el libro tiene peso la segunda parte, en el discurrir del día esta primera que copio. Que conste. 


+ Imagen: la ausencia del contexto es su núcleo.

 

sábado, 13 de enero de 2024

Sin indicaciones (14)

 


+ Se unen fragmentos arquitectónicos en un solaparse fotos nuevas sobre fotos viejas. Ventanas, tubería, rejas. Siempre lo mismo y la tendencia es más que un rasgo. No tienen nobleza, son materiales pobres, vulgares, sin interés. El escombro habla desde su elocuente silencio. Fotografío partes que nadie fotografía [sí que hay fotos muy similares, nada es nuevo]. Imágenes pobres. Sin belleza. Atesoro datos sobre el sentido de las porciones de la realidad [cómo si esta fuese una una, solo una y no un torrente de posibilidades inasibles]. Releo lo escrito y vuelvo sobre mi idea de construir una sistemática en mis disparos fotográficos. Sí, hay un sistema. Sin duda. De una manera espontánea se ha ido consolidando y la reflexión sobre el mismo arroja esa idea de lo falto de interés, los recovecos y rincones, la perecedero y lo perdurable. Nada perdura, me digo. El cambio resuelve cualquier pregunta sobre la vida. Todo es cambio, nada permanece. Los aspectos antiestéticos de la realidad guardan en sí posibilidades que el futuro termina por descubrir.


+ En el sentido anterior, recuerdo bares de Madrid a los que iba sin ningún interés y que me gustaban porque representaban cierto genio del lugar, por el paisanaje y porque me sentía cómodo. Eran lo que luego se denominaron bares feos, como epítome de los mismos: El Palentino. Ahora son modernos y ser moderno me parece lo más antiguo. O lo antiguo es moderno. El pasado termina por apreciarse ya que nunca se podrá volver, y esa imposibilidad alimenta la nostalgia en su sentido lato: el deseo de regresar al hogar, al nostos. Pero el hogar ya no existe, se ha hundido en la niebla de los tiempos. Ahora mismo esos bares ya no me interesan y voy a los bordes de la ciudad, y más allá, en busca de lo que no tiene valor. Esa falta de valor y estilo me subyuga, todas las edades son mi edad. [Paseo por la zona de Las Ventas].


+ [Fragmentos]. Devuelvo un libro en la biblioteca y cojo otro. Fin de K. O. Knausgård. No es el primero ni el segundo de sus libros que leo. Hace tiempo de esas lectura. No sé si yo era otro, pero hoy soy el que soy [frase arrogante donde las haya]. Ayer a la noche comencé su lectura sin saber si llegaré a terminar este libro, de su saga de infausto título. El detalle de lo cotidiano sin atisbos de pudor, la exhibición de las heridas familiares, una extraña puesta en escena de una voz narcisista y sorda. Me interesa y siento cierta desazón o antipatía por la voz narradora, que, desde esa minuciosa reconstrucción de lo cotidiano, nunca me deja de parecer una impostura. Lo estudio, estudio los párrafos y los diálogos. Leo muy despacio y la noche me llama a su seno, el sueño. Dejo el libro con esa mezcla de aversión y fascinación. Karl Ove es un seductor, no me cabe la menor duda. Un seductor con éxito literario indiscutible y no por lo que cuenta, sino por la precisión de su prosa, por sus observaciones minuciosas y definitivas, por el fluido retrato de lo cotidiano. Pero hay algo que aborrezco en la persona del narrador [yo nunca confundo escritor y narrador, si hay algo que la filología me ha enseñado es a separar voces, personas y ámbitos]. Entre tanto que no soy arrebatado por los abismos del sueño, leo Finisterre de Miguel Morey. Lo leo con verdadero placer. Apago la luz y, antes de que el sueño me acoja, me pregunto por la inclinación que sufro hacia ambos libros. Lo cifro en la voz, eso que me gusta escuchar y no llegar a entender, un algo que queda en suspenso y resulta netamente literario. Este rasgo inefable siempre me ha parecido que resulta una característica de lo literario, en la que algunos teóricos han incidido. Quizá sea necesaria este margen de indefinición para perfilar espacios de lo real. El dibujo interior se manifiesta en estos intersticios. Aquí queda esta noticia de algunas lecturas actuales, las que siguen a la Navidad, que ya parece tan lejana como lejana es.


+ Para continuar sobre lo mismo: libros que se acumulan en la mesilla de noche y en las estanterías. La lectura tiende al infinito.


+ Acudo a la cita que tengo con mi médico de cabecera. En una parte del despacho hay unas impresiones con frases de Hipócrates. Las leo mientras el médico escruta la pantalla del ordenador. De todas ellas una llama mi atención porque cuestiona la experiencia. Interesante, me digo. Desconfiar de todo, incluso de propia experiencia. El tiempo pasa y, por fin, me dice que se debe hacer una electrocardiograma. Tiene dudas sobre unas curvas, no le sirven las comparativas que aparecen en el expediente. Bien. Me intriga la medicina como práctica. Llega la noche y leo un poco más de lo de Karl Ove. Algo me repugna en el personaje, ese narrador en primera persona que no quiero identificar con el escritor. Recuerdo que debemos poner en cuarentena la experiencia. La lectura también es un práctica, como la medicina, pero la consecuencias son bien distintas. En ello descanso. Un poco de lo de Miguel Morey y la noche me acoge en su seno.


+ Soñé y no recuerdo lo soñado, salvo los escenario. No sé si se trataba de Málaga o Nápoles. El mar estaba allí, en todas su plenitud. Volví a la habitación después de acudir al baño, eran las cuarto y media de la mañana. Contesté un whatsapp y tardé mucho en dormir. Otra vez pensé en si debe cuestionar la experiencia o no se debe cuestionar. Regresé al sueño y no encontré repuesta. Me desperté, desayuné e hice mi ejercicio diario. La mañana fría perfilaba el final de mis pequeñas vacaciones. También la experiencia nos puede engañar.


+ Imagen: espera: [me pregunté por el porqué de haber arrancado la parte delantera de la encuadernación de los libros, abandonarlos sobre la losa de piedra, un banco, a disposición del paseante, me hice preguntas a sabiendas de que no había respuesta y esto era mejor que una fugaz solución].

sábado, 6 de enero de 2024

Sin indicaciones (13)

 

+ Vídeos, noticias, libros. Por este orden. El sábado es el día anterior a fin de año. No intento hacer recuento. Leo y escucho, poco más. La vida se desliza. Sobre la desigualdad y la cuestión que aparece ante ella: está determinada. Mis problemas con el determino lastran avances, pero no puedo soslayar su peso. El peso de una certeza que se refuerza. De Miguel Morey he cogido un libro en la biblioteca: Hotel Finisterre. Me llamo a engaños, tal vez. El discurso está en el centro. Leo y escucho.


+ Llegamos a la frontera con Portugal y tuvimos que desviarnos. Una confusión. No estaba bien indicada el camino y nos encontramos en la calzada errónea. Íbamos a Portugal y las señales nos habían llevado en sentido contrario. Salimos de la autovía y deshicimos el camino, pero no volvimos sobre los pasos. Nos adentramos en Tui y cruzamos las calles. La noche era profunda y todo se vería revestido de una tiniebla húmeda. Del río ascendía una tenue niebla. El puente viejo nos esperaba y aquello tenía algo de vieja película de espías. Los tonos pastel del entramado de vigas que pertenecen a aquella ingeniería del hierro me recordaron tiempos lejanos. No tan lejanos, terminé por decirme en silencio y el aire cinematográfico permanecía: la sombras, las luces de los otros coches, . Paseamos. Vimos relojes en blindados escaparates, cenicientas mercerías, abacerías plenas de golosinas navideñas. Todo un reflejo del paso del tiempo. Recordé hace mil quinientos años cambiar billetes españoles por moneda portuguesa en una de aquellas tienditas. No fue hace tanto pero han pasado, eso, mil quinientos años. Los límites del recuerdo no permiten establecer con precisión las fechas. No había llegado el año dos mil. Los años noventa. Recordé su música y las tendencias artísticas, novelas y películas. Todo fue un infección que el puente viejo, ese hierro pintado de color pastel, me inoculó. Finalmente, merendamos torradas y café con leche. Portugal continuaba allí, para nuestra tranquilidad.


+Conozco algo sobre la muerte. Se trata de un tipo de desvanecimiento que a veces sufro y me vale para establecer un paralelismo. El sueño es una imagen de la muerte. Veo como se aproxima el desvanecimiento y sé que me derrumbaré, pero no reacciono. Confuso, desorientado, débil. Poco a poco, se adueña de mí el cansancio y el sueño. Me desvanezco, al fin. Y sé que eso mismo es la muerte. Nada recuerdo. Una niebla, poco más. Despierto y no hay nada más que el momento antes de caer. La simetría entre el desvanecimiento o el sueño y la muerte es una tópica clásica, yo lo he comprobado muchas veces y le ha restado temor a la muerte. ¿Morir? Un adormecimiento, poco más. Su presencia me acompaña. Podría tratarse de un ataque al corazón, un ictus, un accidente. Un momento, poco más. Y, como también decían los clásicos, no es poca muerte lo ya vivido. Por esto y otras cosas, hoy toca celebrar la vida. Esa construcción diaria. Sin miedo y sin esperanza.


+ He viajado en el metro bajo la égida de Bach. Veía a los otros pasajeros. Su cansancio, la ausencia, el desanimo. Sentí el impulso, me sentí un ángel en la tierra. Una fantasía infantil. En realidad, lo que yo percibía es la caducidad, la inmensidad de la obra del hombre y su insignificancia ante las magnitudes temporales y espaciales. Poca cosa es. La música describió el recorrido. Una misa, una cantata, el fluido fraseo de un teclado. Claves sin cifra. Ellos allí, yo también. Nadie sabe nada de nadie y todos nos acompañamos. Salí a la superficie y la Navidad estaba allí. La música seguía su curso, la perfección, y  era un camino sin rupturas, una continuidad necesaria. Las luces, los escaparates, la felicidad, los mendigos, los árboles, perfumes, relojes y golosinas, rostros, niños, adolescentes, jóvenes, viejos y ancianos, el atuendo y el gesto, multitudes que necesitan saberse reconocidas. Me resisto a incluirme en la corrientes que se debate entre las calles. Cruzo la calle. El semáforo en verde. Recuerdo un poema, recuerdo a un poeta con el que hablé este verano. Todo estaba allí, antes de que yo llegase. Nunca antes lo había visto. Era algo y hermoso, sabedor de su belleza, la mujer que lo acompaña era muy bella. La belleza. Desaparecieron entre la multitud, con sus paquetes de regalos. Volví al metro de la mano de Bach. Nada nuevo. Los rostros, el cansancio, la música. Necesitaba dormir. No es cansancio, es la acedía que me provoca la gran ciudad. Sonreía y el tren arrancó, pronto sería Noche Buena. Me desvanezco, me diluyo en el sueño.


+ Con frecuencia me encuentro con opiniones contrarias a la democracia y a las instituciones, con alabanzas al liberalismo más feroz, mientras aparecen discutibles relatos, al servicio de intereses espurios, sobre la historia reciente. La mayoría de los asuntos públicos no se resuelven, los privados tampoco, con facilidad. Las recetas sencillas son, necesariamente, erróneas o, directamente, mentiras. La complejidad atraviesa cualquier plano de la realidad y ocultarlo es una falsificación. ¿A quién beneficia estas posiciones iliberales? La respuesta resulta de gran ayuda  para comprender un estado de cosas al que nos dirigimos. El triunfo brutal de la barbarie. El objetivo es torcer el voto. Ahí estoy. Trazo una cartografía de sus canales de difusión e intento llegar al sistema de conexiones que establecen en su nada inocente necesidad de adeptos. Medios carísimos y deficitarios y la pregunta por su financiación es la misma que buscar quién es el beneficiario de sus proclamas. No puedo dejar de enfrentar estos intereses a lo que vi en mis viajes en metro hace unos pocos días y pienso cuántos de los que viven en ese estado de sonambulismo se dejan seducir por las retóricas de la extrema derecha. ¿La extrema derecha o el fascismo? Creo que es una realidad todavía en busca de un nombre, mientras no debemos dormir, aunque no sepamos cómo actuar, más allá de nuestro voto. Cae la noche.


+ Como las obras de arte se ven neutralizadas por el paso del tiempo y el relevo de los receptores, así las ideas políticas corren el riesgo de diluirse en lo automatizado. Pienso en lo cotidiano disolvente, el desvanecerse en la rutina.


+ Ha llegado el frío. Los ciclos se cumplen. Un círculo cerrado. Llegará el fin del invierno y la primavera será la misma de siempre. Otros no estarán. La generación de los hombres y de las mujeres que desaparecen y da paso a una nueva. Leo sobre la naturaleza humana. No hay lugar ya para establecer dos dominios, el físico y el moral. Solo es posible la unidad. No hay mente, espíritu o alma, por una parte y por otra el cuerpo, el cerebro. Lo sabía. De otra manera no puede ser, la materia es el sustento del espíritu. Lo uno, una vez más, con la máxima de Heráclito el Oscuro: el carácter es el destino. Se nace con un principio rector que nos acompañará hasta el último suspiro. No hay mérito en ser guapo, tampoco en ser inteligente. ¿Y en la voluntad, en la bondad, en la generosidad? ¿Tiene sentido hablar de mérito y de culpa? 


+ Imagen: Las traseras de los edificios en Valença do Minho. Un apunte rápido en la transición de un año a otro.