sábado, 13 de enero de 2024

Sin indicaciones (14)

 


+ Se unen fragmentos arquitectónicos en un solaparse fotos nuevas sobre fotos viejas. Ventanas, tubería, rejas. Siempre lo mismo y la tendencia es más que un rasgo. No tienen nobleza, son materiales pobres, vulgares, sin interés. El escombro habla desde su elocuente silencio. Fotografío partes que nadie fotografía [sí que hay fotos muy similares, nada es nuevo]. Imágenes pobres. Sin belleza. Atesoro datos sobre el sentido de las porciones de la realidad [cómo si esta fuese una una, solo una y no un torrente de posibilidades inasibles]. Releo lo escrito y vuelvo sobre mi idea de construir una sistemática en mis disparos fotográficos. Sí, hay un sistema. Sin duda. De una manera espontánea se ha ido consolidando y la reflexión sobre el mismo arroja esa idea de lo falto de interés, los recovecos y rincones, la perecedero y lo perdurable. Nada perdura, me digo. El cambio resuelve cualquier pregunta sobre la vida. Todo es cambio, nada permanece. Los aspectos antiestéticos de la realidad guardan en sí posibilidades que el futuro termina por descubrir.


+ En el sentido anterior, recuerdo bares de Madrid a los que iba sin ningún interés y que me gustaban porque representaban cierto genio del lugar, por el paisanaje y porque me sentía cómodo. Eran lo que luego se denominaron bares feos, como epítome de los mismos: El Palentino. Ahora son modernos y ser moderno me parece lo más antiguo. O lo antiguo es moderno. El pasado termina por apreciarse ya que nunca se podrá volver, y esa imposibilidad alimenta la nostalgia en su sentido lato: el deseo de regresar al hogar, al nostos. Pero el hogar ya no existe, se ha hundido en la niebla de los tiempos. Ahora mismo esos bares ya no me interesan y voy a los bordes de la ciudad, y más allá, en busca de lo que no tiene valor. Esa falta de valor y estilo me subyuga, todas las edades son mi edad. [Paseo por la zona de Las Ventas].


+ [Fragmentos]. Devuelvo un libro en la biblioteca y cojo otro. Fin de K. O. Knausgård. No es el primero ni el segundo de sus libros que leo. Hace tiempo de esas lectura. No sé si yo era otro, pero hoy soy el que soy [frase arrogante donde las haya]. Ayer a la noche comencé su lectura sin saber si llegaré a terminar este libro, de su saga de infausto título. El detalle de lo cotidiano sin atisbos de pudor, la exhibición de las heridas familiares, una extraña puesta en escena de una voz narcisista y sorda. Me interesa y siento cierta desazón o antipatía por la voz narradora, que, desde esa minuciosa reconstrucción de lo cotidiano, nunca me deja de parecer una impostura. Lo estudio, estudio los párrafos y los diálogos. Leo muy despacio y la noche me llama a su seno, el sueño. Dejo el libro con esa mezcla de aversión y fascinación. Karl Ove es un seductor, no me cabe la menor duda. Un seductor con éxito literario indiscutible y no por lo que cuenta, sino por la precisión de su prosa, por sus observaciones minuciosas y definitivas, por el fluido retrato de lo cotidiano. Pero hay algo que aborrezco en la persona del narrador [yo nunca confundo escritor y narrador, si hay algo que la filología me ha enseñado es a separar voces, personas y ámbitos]. Entre tanto que no soy arrebatado por los abismos del sueño, leo Finisterre de Miguel Morey. Lo leo con verdadero placer. Apago la luz y, antes de que el sueño me acoja, me pregunto por la inclinación que sufro hacia ambos libros. Lo cifro en la voz, eso que me gusta escuchar y no llegar a entender, un algo que queda en suspenso y resulta netamente literario. Este rasgo inefable siempre me ha parecido que resulta una característica de lo literario, en la que algunos teóricos han incidido. Quizá sea necesaria este margen de indefinición para perfilar espacios de lo real. El dibujo interior se manifiesta en estos intersticios. Aquí queda esta noticia de algunas lecturas actuales, las que siguen a la Navidad, que ya parece tan lejana como lejana es.


+ Para continuar sobre lo mismo: libros que se acumulan en la mesilla de noche y en las estanterías. La lectura tiende al infinito.


+ Acudo a la cita que tengo con mi médico de cabecera. En una parte del despacho hay unas impresiones con frases de Hipócrates. Las leo mientras el médico escruta la pantalla del ordenador. De todas ellas una llama mi atención porque cuestiona la experiencia. Interesante, me digo. Desconfiar de todo, incluso de propia experiencia. El tiempo pasa y, por fin, me dice que se debe hacer una electrocardiograma. Tiene dudas sobre unas curvas, no le sirven las comparativas que aparecen en el expediente. Bien. Me intriga la medicina como práctica. Llega la noche y leo un poco más de lo de Karl Ove. Algo me repugna en el personaje, ese narrador en primera persona que no quiero identificar con el escritor. Recuerdo que debemos poner en cuarentena la experiencia. La lectura también es un práctica, como la medicina, pero la consecuencias son bien distintas. En ello descanso. Un poco de lo de Miguel Morey y la noche me acoge en su seno.


+ Soñé y no recuerdo lo soñado, salvo los escenario. No sé si se trataba de Málaga o Nápoles. El mar estaba allí, en todas su plenitud. Volví a la habitación después de acudir al baño, eran las cuarto y media de la mañana. Contesté un whatsapp y tardé mucho en dormir. Otra vez pensé en si debe cuestionar la experiencia o no se debe cuestionar. Regresé al sueño y no encontré repuesta. Me desperté, desayuné e hice mi ejercicio diario. La mañana fría perfilaba el final de mis pequeñas vacaciones. También la experiencia nos puede engañar.


+ Imagen: espera: [me pregunté por el porqué de haber arrancado la parte delantera de la encuadernación de los libros, abandonarlos sobre la losa de piedra, un banco, a disposición del paseante, me hice preguntas a sabiendas de que no había respuesta y esto era mejor que una fugaz solución].