+ Vídeos, noticias, libros. Por este orden. El sábado es el día anterior a fin de año. No intento hacer recuento. Leo y escucho, poco más. La vida se desliza. Sobre la desigualdad y la cuestión que aparece ante ella: está determinada. Mis problemas con el determino lastran avances, pero no puedo soslayar su peso. El peso de una certeza que se refuerza. De Miguel Morey he cogido un libro en la biblioteca: Hotel Finisterre. Me llamo a engaños, tal vez. El discurso está en el centro. Leo y escucho.
+ Llegamos a la frontera con Portugal y tuvimos que desviarnos. Una confusión. No estaba bien indicada el camino y nos encontramos en la calzada errónea. Íbamos a Portugal y las señales nos habían llevado en sentido contrario. Salimos de la autovía y deshicimos el camino, pero no volvimos sobre los pasos. Nos adentramos en Tui y cruzamos las calles. La noche era profunda y todo se vería revestido de una tiniebla húmeda. Del río ascendía una tenue niebla. El puente viejo nos esperaba y aquello tenía algo de vieja película de espías. Los tonos pastel del entramado de vigas que pertenecen a aquella ingeniería del hierro me recordaron tiempos lejanos. No tan lejanos, terminé por decirme en silencio y el aire cinematográfico permanecía: la sombras, las luces de los otros coches, . Paseamos. Vimos relojes en blindados escaparates, cenicientas mercerías, abacerías plenas de golosinas navideñas. Todo un reflejo del paso del tiempo. Recordé hace mil quinientos años cambiar billetes españoles por moneda portuguesa en una de aquellas tienditas. No fue hace tanto pero han pasado, eso, mil quinientos años. Los límites del recuerdo no permiten establecer con precisión las fechas. No había llegado el año dos mil. Los años noventa. Recordé su música y las tendencias artísticas, novelas y películas. Todo fue un infección que el puente viejo, ese hierro pintado de color pastel, me inoculó. Finalmente, merendamos torradas y café con leche. Portugal continuaba allí, para nuestra tranquilidad.
+Conozco algo sobre la muerte. Se trata de un tipo de desvanecimiento que a veces sufro y me vale para establecer un paralelismo. El sueño es una imagen de la muerte. Veo como se aproxima el desvanecimiento y sé que me derrumbaré, pero no reacciono. Confuso, desorientado, débil. Poco a poco, se adueña de mí el cansancio y el sueño. Me desvanezco, al fin. Y sé que eso mismo es la muerte. Nada recuerdo. Una niebla, poco más. Despierto y no hay nada más que el momento antes de caer. La simetría entre el desvanecimiento o el sueño y la muerte es una tópica clásica, yo lo he comprobado muchas veces y le ha restado temor a la muerte. ¿Morir? Un adormecimiento, poco más. Su presencia me acompaña. Podría tratarse de un ataque al corazón, un ictus, un accidente. Un momento, poco más. Y, como también decían los clásicos, no es poca muerte lo ya vivido. Por esto y otras cosas, hoy toca celebrar la vida. Esa construcción diaria. Sin miedo y sin esperanza.
+ He viajado en el metro bajo la égida de Bach. Veía a los otros pasajeros. Su cansancio, la ausencia, el desanimo. Sentí el impulso, me sentí un ángel en la tierra. Una fantasía infantil. En realidad, lo que yo percibía es la caducidad, la inmensidad de la obra del hombre y su insignificancia ante las magnitudes temporales y espaciales. Poca cosa es. La música describió el recorrido. Una misa, una cantata, el fluido fraseo de un teclado. Claves sin cifra. Ellos allí, yo también. Nadie sabe nada de nadie y todos nos acompañamos. Salí a la superficie y la Navidad estaba allí. La música seguía su curso, la perfección, y era un camino sin rupturas, una continuidad necesaria. Las luces, los escaparates, la felicidad, los mendigos, los árboles, perfumes, relojes y golosinas, rostros, niños, adolescentes, jóvenes, viejos y ancianos, el atuendo y el gesto, multitudes que necesitan saberse reconocidas. Me resisto a incluirme en la corrientes que se debate entre las calles. Cruzo la calle. El semáforo en verde. Recuerdo un poema, recuerdo a un poeta con el que hablé este verano. Todo estaba allí, antes de que yo llegase. Nunca antes lo había visto. Era algo y hermoso, sabedor de su belleza, la mujer que lo acompaña era muy bella. La belleza. Desaparecieron entre la multitud, con sus paquetes de regalos. Volví al metro de la mano de Bach. Nada nuevo. Los rostros, el cansancio, la música. Necesitaba dormir. No es cansancio, es la acedía que me provoca la gran ciudad. Sonreía y el tren arrancó, pronto sería Noche Buena. Me desvanezco, me diluyo en el sueño.
+ Con frecuencia me encuentro con opiniones contrarias a la democracia y a las instituciones, con alabanzas al liberalismo más feroz, mientras aparecen discutibles relatos, al servicio de intereses espurios, sobre la historia reciente. La mayoría de los asuntos públicos no se resuelven, los privados tampoco, con facilidad. Las recetas sencillas son, necesariamente, erróneas o, directamente, mentiras. La complejidad atraviesa cualquier plano de la realidad y ocultarlo es una falsificación. ¿A quién beneficia estas posiciones iliberales? La respuesta resulta de gran ayuda para comprender un estado de cosas al que nos dirigimos. El triunfo brutal de la barbarie. El objetivo es torcer el voto. Ahí estoy. Trazo una cartografía de sus canales de difusión e intento llegar al sistema de conexiones que establecen en su nada inocente necesidad de adeptos. Medios carísimos y deficitarios y la pregunta por su financiación es la misma que buscar quién es el beneficiario de sus proclamas. No puedo dejar de enfrentar estos intereses a lo que vi en mis viajes en metro hace unos pocos días y pienso cuántos de los que viven en ese estado de sonambulismo se dejan seducir por las retóricas de la extrema derecha. ¿La extrema derecha o el fascismo? Creo que es una realidad todavía en busca de un nombre, mientras no debemos dormir, aunque no sepamos cómo actuar, más allá de nuestro voto. Cae la noche.
+ Como las obras de arte se ven neutralizadas por el paso del tiempo y el relevo de los receptores, así las ideas políticas corren el riesgo de diluirse en lo automatizado. Pienso en lo cotidiano disolvente, el desvanecerse en la rutina.
+ Ha llegado el frío. Los ciclos se cumplen. Un círculo cerrado. Llegará el fin del invierno y la primavera será la misma de siempre. Otros no estarán. La generación de los hombres y de las mujeres que desaparecen y da paso a una nueva. Leo sobre la naturaleza humana. No hay lugar ya para establecer dos dominios, el físico y el moral. Solo es posible la unidad. No hay mente, espíritu o alma, por una parte y por otra el cuerpo, el cerebro. Lo sabía. De otra manera no puede ser, la materia es el sustento del espíritu. Lo uno, una vez más, con la máxima de Heráclito el Oscuro: el carácter es el destino. Se nace con un principio rector que nos acompañará hasta el último suspiro. No hay mérito en ser guapo, tampoco en ser inteligente. ¿Y en la voluntad, en la bondad, en la generosidad? ¿Tiene sentido hablar de mérito y de culpa?
+ Imagen: Las traseras de los edificios en Valença do Minho. Un apunte rápido en la transición de un año a otro.
