sábado, 28 de octubre de 2023

Sin indicaciones (9)

+  Los locales de moda. Las tabernas que merecen galardones de las guías. Lo conveniente. Me debato entre opciones y no me decido. Pienso en todos aquellos lugares donde fui feliz y me doy cuenta de que poco puedo decir. Hay una niebla que todo lo cubre. Ayer llovió mucho y la lectura de la prensa me resarció de la melancolía. Leí sobre las valoraciones de bares, cafeterías y pubs. Lugares comunes. La decoración, los productos naturales, los espirituosos bien elegidos, el café, el aroma del café, tan sumamente caro. Me convertido en una persona sin fe. He perdido la fe en la hostelería y eso me ha conducido a disfrutar más. Lo nuclear es el disfrute, nunca el ornamento. No soy el único que ha llegado a esa conclusión. Lo comparto y me siento satisfecho. Locales de moda a los que no voy a ir.


+ Retengo ideas que se vierten en esos vídeos que veo antes de dormir. Es un vicio, lo sé. Sin embargo, contienen una enseñanza sobre la época en que vivimos. La orgía de la mentira, tal vez, la imposición de ideas funestas por sujetos de una formación nula, pero con intenciones malas. Se ha roto algo y la desvergüenza campa a sus anchas, se impone desvergonzadamente la ley de la selva. No sé si en otras épocas era igual, aunque me parece que no, debido a que los medios de difusión de ideas que hoy están a disposición de cualquiera son potentísimos y baratos. Basta un teléfono y una retórica venenosa y efectiva. Uno propone que el acuerdo entre el empresario y el trabajador sea libre, otro que no se paguen impuestos ni cotizaciones sociales y todo ese dinero sea para el trabajador, el de más allá dice que el que no es millonario es porque no quiere. Sois muy quejicas, dice alguno. Yo escucho y pienso en la difusión de los mensajes, en el calado que tendrá en el electorado, en los sinuosos senderos que conducen al desastre. El desastre, el abismo. 


+ Uno se encuentra con autores que tienen interés, pero no tienen éxito, no han tenido éxito. El éxito es un asunto completo en donde el talento no tiene que, necesariamente, porque estar presente. Hay una parte de atractivo personal que pesa mucho. Una suerte de erótica, de sex appeal, que invade toda la persona y le asegura triunfos que se manifiestan más en este don que en el trabajo en sí. Sin embargo, hablaba de autores, de escritores, de poetas, tal vez. Los autores sin éxito me visitan antes de dormir y se quejan de su desgracia y yo les digo que no es una desgracia, sino un rasgo más en el complejo estar de la persona. A ellos les da igual porque lo que desean es el éxito de los otros. Ay, los otros, pero no los habéis conocido, les pregunto. ¿No sabéis que eso que ellos tienen vosotros nunca lo vais a tener? ¿Una vis cómica? No respondo y me entrego a sueño. Sí, eso eso. Como los triunfos de seductor no son explicables desde la racionalidad, desde el análisis de rasgos y elementos [ropa, musculatura, aspecto físico, conversación, artes o picardía], sino de una suma que se manifiesta como un todo, difícil de explicar, imposible de imitar. 


+ Ser un autor sin éxito no implica calidad. El fracaso no es sinónimo de talento, el talento no se refleja, tampoco, en las buenas acciones. Ni siquiera que haya yo planeado una ecuación. Como bien dijo hace tiempo una brillante historiadora del arte mientras bebíamos café y Coca-Cola: me gusta el arte, no me gustan los artistas. Y este resumen se ha convertido en un emblema menor, pero útil. Así soy yo de formalista. Las razones morales en el arte no caben, quedan al margen, la obra persiste sin necesidad del autor. Esto es lo que sucede con la artesanía. Solo el objeto, solo su presencia. Pero hay una relación romántica entre el autor y el receptor, aquellas modas de los álbumes de firmas, con dedicatorias sobre papel inmaculado y levemente ahuesado. Es otra cosa. He terminado La Regenta y veo en su perfección ecos de otro mundo, lejano. Pronto la lectura de muchas obras será compleja. ¿Quién es capaz ya de leer casi setecientas páginas? Y, vaya, todavía es, en cierta medida, un libro cercan y compresible, que no necesita demasiadas [o ningunas] notas a pie de página. Pero, lo dicho, no es sinónimo de talento el fracaso y me pregunto si las consecuencias que la obra de Clarín fue un fracaso para el autor y para su familia. Las consecuencias no son un fracaso literaria, sino que aumentan el interés del estudioso, como un red subterránea capaz de transmitir mensajes variables por descifrar. Cierro la novela y continua la duda, aletea y no me despego de su razón: he visto triunfos que brillan como fracasos.


+ Llueve intensamente. Son las ocho menos cuarto de la mañana y todavía es noche. Una noche intensa. La oscuridad no es un don. La calle es un charol brillante, con puntos de luz que se reflejan en el asfalto y describen amorfos grumos que se esparcen contra las aceras. A los peatones les cuesta caminar y sostener el paraguas, hace viento. El ansia diaria, el trabajo, los afanes. Ecuaciones, contabilidad y prisa. Desde la ventana de la oficina permanezco ante la escena durante un instante, impasible. El vigilante de la rutina. Me retiro y regreso a mi tarea. Hace calor. Es una atmósfera acogedora, confortable  y me detengo para pensar en las novelas que he leído durante los últimos meses. Solo es un momento, una pausa alargada en el trabajo diario, una pausa leve y prescindible. Encuentro un extraño placer en recrearme en la idea de que las novelas son básicamente estructura y sociología. Rechazo la novela como expresión de los sentimientos. La narración es fuerza, la sociología, alma. Es una idea propia de un día lluvioso, deprimente, y me interesa ese retrato de costumbres y no sé si tiene cabida en este mundo de hoy, en el primer cuarto del siglo XXI. Todo ha cambiado tanto. El amor, el sexo, los ritos de seducción, las traiciones y los corsés sociales que ya se han desvanecido. ¿Qué puede retratar ya el novelista? No lo sé y quizá está ahí esta suerte de vida que goza una novela de sentimientos y atmósferas, donde pesan los estados de ánimo y las vaporosas escenas que no conducen a nada más que a resaltar impresiones, sin la arquitectura del entretenimiento. El entretenimiento va por otras vías. ¿Qué contar hoy? ¿Dejar constancia de la nada?


+ La falta de capacidad para anticiparse al futuro se traduce en dolor. Al menos en su caso, me dije. No quiero juzgar, añadí, pero la observación en sí era un juicio moral. Rechazo los juicios morales desde hace tiempo. Debería planificar su futuro, me dije otra vez y sabía que erraba. Mantengo la postura y no me pliego, es mi signo [hoy].


+ Imagen: me encuentro mientras camino a recoger un presupuesto con este taller mecánico vacío. Es el vacío y la aparente ausencia de actividad lo que despierta mi interés. Aquí dejo constancia. Llovía y llovía, nadie levantaba la cabeza, los afanes guiaban los pasos. 

sábado, 21 de octubre de 2023

500 [entradas], lo cotidiano y el no-lugar



+  500 entradas equivalen a 500 semanas, a lo largo de casi diez años. Recuerdo cuando comencé a escribir este diario, porque de otra forma no se le puede denominar. Fue allá por el 2014, de regreso de un viaje a Madrid. Volvía en el avión y pensaba que sería buena idea hacer algo así, algo como esto. Una suerte de taller para, disciplinadamente, anotar a vuela pluma detalles de la vida cotidiana. Creo que salió bien y la prueba es esta, la entrada número 500. Pero, al mismo tiempo, no se debe insistir demasiado en ello y resulta necesario continuar con el trabajo, con la cita, con la obligación que me he impuesto a cambio de nada. ¿A cambio de nada? De acuerdo, no se trata de dinero y una vez que esto queda fuera, lo que se recoge es algo muy valioso, que nos ayuda a sobrellevar los sinsabores de lo cotidiano, traiciones y demás, como decía un grupo allá por los ochenta, cuando éramos muy jóvenes y no sabíamos que éramos, también, eternos. Hoy soy mortal. Mi mortalidad se relaciona con el número quinientos, es todo un logro a lo largo de estos diez años, pero no tiene más valor que el que yo deseo darle, y esto no es estático. Aquí queda, vale.


+ [Regreso a la vida cotidiana, que es lo que se trata: my everyday life].


+ Pronto viajaré a Madrid. Hace ya tres años que no quedamos K. y yo. Ha llegado el momento. Ahora debo esperar un poco más de un mes, no es mucho. Paseos, largos paseos, conversaciones y bares. La ciudad y sus particularidades, esa sociología recreativa. La política. Poco a poco, se aproxima el momento y sabemos que el disfrute está más en la espera que en la consecución. Tal vez era en El Quijote donde se decía que importa más el camino que la posada. Alguna vez lo oí y me pareció bien. Así, oigo citas apócrifas y entiendo esa necesidad que todos tenemos de acudir al argumento de autoridad. Me disipo, me disperso. Madrid está en el horizonte y espero el momento con ilusión. Las ilusiones son necesarias. Soportar la vida, saberse moral, llega el momento de poner en claro el balance. Leo periódicos y retengo datos y anécdotas para cuando llegue el momento. Leo y olvido, pero una huella queda. Todo volverá a ser lo que fue. Estudio el tiempo que me ha tocado vivir y sé que es una tarea compleja de la que nunca llegaré a vislumbrar su solución. Detengo el cronómetro y sé que todo es anécdota, aunque, cómo no, esta también es su fuerza.


+ Vídeos en línea donde se explica la diferencia entre Kronos y Kairós, se cita a Marco Aurelio o a Kierkeegard. Son los mentores en crecimiento personal. Qué bien no ser joven y qué bien no dejarse llevar por esos vientos. Todas estas cosas yo las leí hace tiempo y se han asentado, un proceso de sedimentación que finaliza en su descomposición, su desvanecimiento, el borrado que da paso a la calma, al vacío, a un suerte de ataraxia donde culmina una vida y sus aspiraciones. La conciencia de la muerte es el tema de toda poesía. La épica nos viste de ceremonia distancia, la lírica otorga humanidad, separados de ambas somos nosotros mismos, es decir: la nada de  la que nos elevamos y a la que regresaremos, como barro o humus que somos.


+ Algunos fragmentos de Walter Benjamin, en esta hora, con un sonido de ruido blanco extraído de un avión de pasajeros, turbinas y colchones en la noche que nos acoge. Pienso. Pienso poco. Veo y estudio vídeos en línea que ofrecen consejos de como dirigir la vida. Leo a Benjamin. “En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones.” “Gasolinera”, es el título del fragmento. La convicciones y los hechos, no hay lugar para lo primero y lo segundo no es ya un relato. El fragmento atesora una idea que palpita en mi percepción desde hace tiempo: la imposibilidad de establecer una cartografía de la realidad, porque esta tarea asesina las posibilidades de lo real, lo real como construcción. Por eso no tengo tatuajes, entre otras razones. Hay radica mi rechazo a la identidad, el emboscamiento de la misma. El retratado no se reconoce en el retrato y yo lo veo y descubro aristas y matices que no había percibido y estaban ahí. Lo mismo sucede con las caricaturas. Malas caricaturas que hacen artistas callejeros, pero que, sin embargo, desvelan algo oculto en los rostros. ¿Desvelan, crean o recrean? No hay mucho más.


+ Llueve con intensidad. La intransitividad del verbo refleja muy bien mi estado de ánimo ante la inclemencia meteorológica, una suerte de indiferencia. Un regalo, un don. La indiferencia. Mientras, leo sobre las desgracias que suceden en el mundo o en la provincia, muertes, asesinatos y masacres. Todo permanece inalterable, en apariencia. El cambio lo es todo, pero la lluvia nos sumerge en la melancolía y la reflexión. Mi impasibilidad se embosca, desaparece, muta, se disfraza y ya no es tal. Soy otro. Pienso en los muertos, en esta hora, en los cementerios y en la lluvia que cae sobre el bosque, el que vi esta mañana con S. El árbol caído sobre la calzada, lo apartamos con la ayuda de una machada, pequeña y sin filo. Las ramas rotas eran bellas, las amontoné. Un roble, roto por el viento, su fuerza destronada. Es el inicio del otoño y pienso en los muertos. Mañana S. y yo iremos a visitar a un enfermo. La cosa pinta mal, le digo, cuando comienzan estas intervenciones sin mucho sentido, esta pérdida de peso sin más explicación que la que todos conocemos, el color ceniciento de la piel. Sí. Hablamos de las hijas del enfermo, que no van a visitarlo y él se muere de pena. Con todo lo que ha hecho por ellas. No me sorprendo y llueve. Llueve. 


+ Al enfermo le dieron el alta porque no lo pueden operar, ha bajado muchísimo de peso y eso impide la intervención. He oído cosas esta mañana sobre las hijas, sobre la madre, sobre la idea que tienen de enviarlos a una residencia. Él creo que no durará mucho, ella quizá tampoco, pero sí un poco más. La pena es una enfermedad moral. No reflexiono, describo y en la descripción hay una enseñanza. El tiempo, la cordura, los ahorros, la infancia. Todo ello se convierte en materia de olvido. Una losa, una lápida, un nombre, unas fechas y una cruz. Nos damos al olvido, otros: a la bebida.


+ 500 entradas y casi diez años. No es mucho, no es poco.


+ Imagen: escaleras, otra vez, y la estampa de una pared y la pista de entrada a un parking, podría se cualquier. parking. Imágenes sin relevancia, sin identidad [una otro identidad, tal vez] e intercambiables. Así, celebro las quinientas entradas, en la balsa del no-lugar.

sábado, 14 de octubre de 2023

Sin indicaciones (8)


+ Se ha terminado la convalecencia. Podría prolongarla, pero no quiero. Ha resultado un tiempo provechoso, la lectura y la escritura han estado ahí como siempre han estado, el tiempo se ha ensanchado y me muestra posibilidades insospechadas. La Regenta establece un marco decimonónico que ya no es tal, porque avanza hacia el siglo XX y esa forma de relacionarse se debilita para dar paso a otros usos y maneras, pero lo viejo se resiste a morir. Siempre ha sido así. La muerte de un siglo se prolonga durante un largo tiempo en el siguiente. Este es una idea que me ha acompañado durante la convalecencia, que ya estaba ahí. Lo constato porque la novela y las ideas se unen en un horizonte de expectativas donde el principal actor es el extrañamiento.


+ Tomo prestados libros en la biblioteca. Pido dos libros a dos librerías de lance. Como si tuviese poco con lo que tengo. Es un vicio, no me cabe duda. ¿Cuánto puede leer un hombre, cuánto puede ansiar leer? Cuestiones que no merecen respuesta.


+ He adquirido las actas del simposio internacional celebrado en Oviedo en 1984 bajo el título de “Clarín y La Regenta en su tiempo”; mientras, continuo con la lectura de la novela. Sé que no hay nada que supere el acercamiento a la propia novela, pero sí veo una suerte de oportunidad en acercarme desde la academia a aspectos que me resultan novedosos e iluminadores. Esta iluminación es lo que busco, pero no como un final, sino como inicio. Lo que en otras palabras se podría denominar sugerencia, inspiración, de invitación a la escritura: quizá esta escritura. Recuerdo, así, un viaje que hicimos K. y yo hace cientos de años a Vestuta, a Oviedo. Llegamos por casualidad después de haber estado unos días en Ferrol y decidir coger el Feve sin un destino claro y, por ensalmo, nos encontramos allí, en Oviedo, en las fiestas de San Mateo. No es más que una niebla que se engarza en los recuerdos, distorsiones que la edad hace tomar con precaución. Pero con nitidez regresan las conversaciones sobre La Regenta, sobre la capacidad del autor, la sociología y la prosa, el estamento y su historia, la iglesia, la aristocracia local, la burguesía, y la estampa de la provincia. Me quedé pensativo, ante la catedral y reconocí algo que volvería con la lectura de la novela. No alcanzo a nombrarlo, pero tiene que ver con la eficacia de una estructura, como presentación de una idea, como única vía. Mediante el orden mostramos el desorden. Ahora veo el grupo tomo y regresan aquellos tiempos de la primera juventud. Eran días despreocupados, donde gobernaba la eternidad y La Regenta orlaba el paisaje, el ornamento propio de indigentes y pedantes adolescentes, todavía adolescente. Así me reconozco hoy, pero sin ningún tipo de rencor hacia aquel que fue, muy al contrario. La lectura nos salvó.


+  Poco más, poco menos.


+ Un día festivo que ha transcurrido entre la escritura, la lectura y el estudio de las costumbre y maneras de los gatos. Ninguna de las tres actividades, en principio, parece ni seria ni provechosa. Y por esto mismo es por lo que me interesa. Frente a la híper velocidad que se ha instalado, encuentro en las artes contemplativas un refugio contra el marasmo que nos acosa. Veo una suerte de viaje hacia el interior, un ensueño transitorio. Luego está la vida práctica que desarrollo con total competencia. Es lo mío, saltar de un mundo a otro y que ambos sean compartimentos estancos. Esa capacidad la aprecio ahora, en las puertas de la senectud. Puedo, hábilmente, modular cada impulso y darle el valor que preciso en cada momento, también: el reposo y la contemplación. Ha sido un buen día. Todo se desliza con suave alegría, suavemente fluye.


+ Imagen: Rescato la imagen de un algo a punto de desaparecer y me pregunto: ¿qué no está a punto de desaparecer? Ni soy Tomás de Kempis ni lo deseo. Dejo el ordenador, dejo la cámara y la imagen flota. [En Vigo, cuando se inicia el final del 2023].

sábado, 7 de octubre de 2023

Claves para el inicio del nuevo curso




+ El título de la entrada se relaciona con la línea divisoria que ha supuesto el ingreso hospitalario, la intervención y la posterior y afortunada recuperación. Comienza un nuevo curso, de eso se trata. Simplemente. Leer, escribir, pasear. Poco más. El coche, las caminatas y el agua con gas muy fría y con hielo y limón en las últimas horas de luz, mientras no vemos acogidos por el otoño. Los días se asemejan y eso está bien, me digoy bebo un poco más del bendito café. El propósito para el nuevo curso no es muy distinto al anterior y esa es la clave. Sin embargo, sí creo que se debe insistir en la determinación, en la claridad de objetivos y la perseverancia. Poco más hay. La voluntad como piedra de toque. En fin, no son nuevos propósitos, sino la reiteración de los de años anteriores. El orden delimita este ámbito de tranquila rutina.


+ El orden. La disposición arbitraria de los elementos de trabajo es un retrato en sí. Algo de eso vimos en una exposición que no me aportó nada, a pesar de su innegable pulcritud formal. Con todo, me hizo pensar en los instrumentos de trabajo y su vida, la aproximación a un retrato mediante estos órdenes y selecciones. El fotógrafo, el pintor, el escritor. El médico, el arquitecto, el carpintero. La herramienta es una extensión del cuerpo que caracteriza al que la usa, para terminar siendo una sola unidad. El caso más palpable, el que sobre todos se eleva, es el del instrumentista. Llegado un momento, no se sabe si el violín o el violinista, la guitarra o el guitarras o, en menor medida, debido a su dimensión, el piano o el pianista. Dejo a un lado el aspecto del taller y me centro en la consecución de una agenda, lo diario, la rutina y su fruto. Ay, el orden, me digo en la tarde de inicio del otoño, cuando la luz nos regala los más cinematográficos momentos del año. [No me he librado de la influencia de El espíritu de la colmena, tampoco quiero].


+ He de reflexionar sobre críticas artísticas y críticas de arte, sobre críticos y escritores. ¿Por qué? Leo demasiada prensa y, a veces, me da la impresión que me intoxica. Leo mucho y no recuerdo nada [esto no es cierto, pero entiendo que la impostura en este caso contribuye a una suerte de estado de cosas, en ayuda de tiempos y espacios propicios para una lírica tardía, para un spleen interesado, para tomar una posición o un punto de vista]. No reflexiono y escribo, no reflexiono y leo. Antes de dormir me plantearé si la cultura no es algo político, si está en un estado prístino al margen de cualquier contaminación. Lo dudo y el crítico también lo duda, porque sabe que todo texto es, en su naturaleza, político, pero dice lo contrario porque en realidad su posición está clara y negar el carácter político es afirmar su condición conservadora. La crítica está bien, si no es definitiva.


+ Veo tres documentales, me entra el sueño y apago la luz. Duermo. Me despierto y recuerdo casas en medio del desierto, una modernidad de mediados del siglo pasado. Regreso al sueño y a la mañana siguiente no consigo distinguir entre la narración onírica y los documéntales en sí. El día es claro. Recuerdo aquellas geometrías, las piscinas, los setos, las tumbonas, los cócteles, el bronceado, el desierto, campos de golf, gasolineras art-decó, palmeras y grandes extensiones de césped. Palm Spring. Vi otro documental sobre la arquitectura franquista y me di cuentas que yo ya tenía una idea sobre todo aquello, tantas veces visitado y tantas veces comentado. Yo sabía lo suficiente, quizá más que el que había realizado el documental. Son paseos que K. y yo hicimos durante años. Hay que pensar que el autor del documental era francés y yo me veo enraizado en esas disposiciones delimitadas por paseos y charlas. Está bien. El tercero no lo recuerdo, tampoco hago esfuerzos por recordar. Recordar se relaciona con el corazón. Ay, el corazón. Dormí bien y me desperté despejado. Leí un capítulo entero de La Regenta, el número nueve. Disfruté de la prosa y me supe poseído de una cierta ebriedad que devenía de la arquitectura, la arquitectura del desierto y la arquitectura del franquismo. El sueño las mezcló hasta conseguir la calidad precisa para ser lo que eran, venenos en su justa dosis.


+ [Sobre La Regenta y Fortunata y Jacinta]. No se puede entender la novela decimonónica sin la obligación de entretener y, como derivación de lo anterior, su capacidad de análisis sociológico. Pero, incluso, iría más allá para afirmar que la novela es por antonomasia la novela decimonónica. Quizá sea un tanto vehemente en mi afirmación, pero así lo veo, hoy, al despertarme y leer el capítulo nueve de La Regenta. Se trata de una cuestión de exactitud que se relaciona con un fin, con la finalidad misma de ser fiel a un proyecto. En realidad, cuanto releo la novela, me doy cuenta de que la protagonista de la ciudad no es tanto Ana Ozores como Vetusta misma. Algo que sucede en menor medida con el Madrid de Fortunata y Jacinta. No es esto más que un apunte a primera hora de la mañana, que debería guardar para mí durante un tiempo, pero este cuaderno digital también es una libreta de apuntes que luego deberían pasarse a limpio, cosa que nunca sucede.


+ Laberintos. El lector abre un libro que ha leído hace tiempo y se encuentra con el retrato del que fue. Son fogonazos. Chispas que adelantan un relato. Su relato. La novela es un espero pero también un viaje al pasado. La Regenta me devuelve las lejanas imágenes de un Oporto que conocí con K. hace muchos años. Una presencia que permanece. La novela me permite alejarme del paisaje que hoy en día ofrece esta ciudad. Me gustaría no dar un juicio, sino una aproximación, pero termino por no hacer nada de nada y regresar al libro. El libro en sí. Trabajo me cuentas que las imágenes de otro tiempo no surjan y me interrumpan en el desarrollo de la historia de Ana Ozores, de los otros personajes, de Vetusta, la más auténtica protagonista de la novela, sin desmerecer a la que le da título a la novela, a la obra de arte, como decía el autor. Ahí sigo.


+ “El proceso por el cual se da a las concepciones morales abstractas un contenido histórico específico es un proceso histórico, y además nuestros juicios morales proceden de un marco conceptual que es él mismo creación de la historia” (Carr, 2017: 147). CARR, Edwar Hallet, Qué es la historia, Barcelona, Ariel, 2007.


+ “La técnica se debe olvidar, una vez que se adquirido toca regresar a la espontaneidad, aunque no siempre es posible”. Son consejos que hemos oído y nos parecen grandes tonterías, cosas que nos dijeron y las tomamos en serio. Hoy es distingo. Recuerdo aquellas personas y no son otra cosa que fantasmas en la niebla del olvido. “La memoria es la inteligencia de los tontos”, decía aquel hombre de poblado bigote al tiempo que abrevaba sin cesar cervezas y encendía uno tras otro espesos cigarrillos de tabaco negro. El tiempo ha pasado y en aquel momento eran tontería, ahora son imágenes muy tristes, de desolación, hombres perdidos en su propia selva, enjaulados en la jaula que ellos construyeron. Así recuerdo hoy todo, mientras leo La Regenta, porque, con el tiempo, todo se torna en elementos para reconstruir el pasado y, mediante las novelas o las películas que tanto nos gustaron, elevamos con precisión el tiempo que se fue, las personas que ya no están o aquellos bares que, tal vez, nunca existieron. Hoy no escucho consejos, nunca los di.


+ Indagaciones en torno a La Regenta. Se ve que el libro más que sobre una persona, un  conjunto de persona, versa sobre la totalidad de un pueblo. Hay una sociología que se ve superada por lo literario en el sentido que se puede otorgar al estudio de costumbre que supone la novelística del XIX. Estudio de costumbres, la etiqueta que hay bajo el título de Mme. Bovary.  A través del adulterio se realiza la autopsia social, el análisis del medio y sus contrapesos. Clarín avanza entre la niebla y de la mano de Ana Ozores. Se eleva la ciudad, como una metáfora o una parábola. Vetusta es cualquier ciudad de provincia, esa negra tiniebla que se apostilla en los corazones, el ser y el parecer, la represión y el erotismo. Tormentos silenciosos tras los espesos muros aristocráticos, burgueses, pero también menestrales. La lectura me devuelve ideas que el tiempo no ha borrado, pero sí ha ocultado. Ahora que lo pienso, recupero un tiempo [ya lo dije antes]. Y esta recuperación se ha convertido en la tarea de los últimos meses. La indagación obligada a plantearse la razón misma de la lectura y coligo que es un vicio. Un fetiche o un instrumento.


+ Imagen: la playa en el inicio del otoño. Un algo romántico, un algo de pop de los ochenta, como la costa inglesa. Tal vez. [Ya utilicé las tres imágenes en un estado de WhatsApp, lo que nada quiere decir, salvo la reiteración en sí misma].