+ Comienza el mes de septiembre y no puedo menos que admirar la luz con que nos recibe. Anochece sobre la Ría de Vigo, escuchamos algo parecido a música electrónica y apreciamos con satisfacción la lavada luz que recorta con precisión las siluetas de los edificios, matiza y acentúa los pilotos de los coches y los rojos y verdes de los semáforos. Hay poesía. Hay lírica en el momento presente. C. y yo estamos de acuerdo. Hablamos sobre la poesía, sobre como después del arte viene el arte del negocio, como no se puede separar el autor de su figura, que la formación de una obra tiene muchas caras y cada faceta de ese prisma nos da una explicación, y que ni siquiera la suma de explicaciones agota las posibilidades de lectura. Podremos entender que el gusto es algo elitista, pero es impermanente. Nada permanece y la constante es el cambio, ese agotarse en las nuevas lecturas que van erosionando lo que un día se dijo, lo que otro día se ocultó. La tarde fue grata y la noche propicia. Hablamos, una vez más, en nuestro regreso de personas que conocimos, de traiciones y adhesiones, olvidos y manías, como los libros, las personas se prestan, en el recuerdo, a lecturas multiformes, que se establecen como verdaderas, pero, también, terminan por sumergirse en el olvido o en la confusión. Ayer era sábado, hoy es domingo. El mes de septiembre, el mes más hermoso, está en marcha.
+ Una colección de poesía que he construido en función del amontonamiento. Compro en una librería en línea un viejo tomo de Alberti, Marinero en tierra. Me cuesta dos euros setenta y un euro cincuenta los gastos de envío. No sé cuando llegará. Leeré el poemario completo, tal vez. Hay en él dos libros más. A bote pronto, El alba del alhelí, el primer libro de Alberti. Todo viene a raíz del libro que ha publicado su viuda. Recortes de prensa. Polémicas y enfrentamientos de los que nada sé y nada quiero saber. Me interesa la lectura, por añadidura, todo la que rodea, pero sé que hay ocasiones en las que establecer un compartimento estanco es muy necesario, imprescindibles.
+ Una cierta abulia, una acedía desagradable me paraliza. He leído una páginas y no he sido capaz de concentrarme, intentó hacer un breve resumen mental y fallo, recuerdo alguna idea suelta, pero el grueso del argumento desaparece. Un martillo continúa rompiendo una gran roca para abrir una calle, los golpes se meten en mi cabeza. Consigo dormir la siesta. Es un sueño profundo y agradable, trufado con esos extraños sueños que últimamente me asaltan, creo que se deben a una suerte de estado de inquietud, de necesidad de ajustar cuentas con el pasado, aunque no sé de qué manera ni el porqué. Me levanto y me decido a ir a la bicicleta. Intercambio unos mensajes de whats con K., asuntos sobre Italia, sobre el contraste entre España e Italia, resulta agradable. Recuerdo que en el trabajo se bloqueó mi cuenta y no pude pasar a limpio los datos que durante la mañana estuve recolectando, es un pequeño desastre sin consecuencias, pero me desconcertara. Hace calor y amenaza lluvia, pienso en si en el trópico será así, aunque más acusado. Seguro que no, seguro que me equivoco. Debo escribir y no lo hago [esto no es escribir, sino es la particular cita con el diario, con el blog]. La pereza se apodera de mí y no es un placer, tampoco un pecado. Es una enfermedad.
+ Espero por mi operación. Todavía no sé nada. Aprendo a convivir con la espera. Hago una pausa y todo queda en suspenso. Soy yo el que espera, soy yo el que hace una pausa. Todo muy zen, pero el vacío y la irrelevancia permanecen ahí. No voy a luchar contra molinos de viento. Sé quién soy.
+ La radio penetra en el inicio del día delicadamente. No ha amanecido todavía y escucho noticias en francés, por practicar el idioma. Mientras, a lo lejos, los primeros rayos de sol comienzan a dibujarse. En realidad, según pasan los días, resulta más evidente que los días han menguado. Escucho esas noticias de asuntos que ni me van ni me vienen, pero que despiertan mi interés, por ejemplo: un sociólogo explica como la alta velocidad ferroviaria ha conectado París con ciudades medias y pequeñas y esta conexión ha llevado a ciertos camellos a instalarse en sus periferias, no se hacen notar pero están allí, como una prolongación de sus negocios en las “banlieues”. No importa, me digo y cambio a la emisora de música pop o música electrónica, que ornamentan el día con una magnificencia inesperada. Comenzará el día y el día se parecerá al de ayer, alguien podría repudiar esta reiteración, pero a mí me agrada, me gusta.
+ Me dijo que como su yerno era psicólogo le tenía un poco de miedo, como si pudiese leerle el pensamiento. No le dije nada. Quedó pensativo. Le dije que no era posible que le leyese el pensamiento, que eso no tenía sentido. Fumó y guardó silencio. Su yerno era un estúpido que le gustaba mirar a la gente por encima del hombro, nada más. Se dejaba acosar, su hija no decía nada. Historias que escuchas y, al contacto con el aire, se inflaman y desaparecen, quedando una silueta ininteligilble.
+ Imagen: la escalera, las sombras, el rumor y la vibración de la enfermedad, en ello pienso.
