sábado, 2 de septiembre de 2023

Los asuntos, el embobamiento y sus efectos


 + Me reservo el nombre del poeta, muy apreciado y laureado. ¿Por qué me lo reservo? No doy su nombre porque acepto mi equivocación, de partida, incluso. Ello se puede traducir en que el juicio sobre la literatura es pantanoso e inestable. El asunto es que, una vez más, le doy una oportunidad y abro su antología. Inicio la lectura con los versos de juventud, avanzo y llego a las última creaciones. Reconozco una capacidad y un acabado impecable, pero, a mí, los poemas nada me dicen. Cierro el libro y regreso a otros, que tampoco voy a citar. Veo un reflejo de vida que antes no encontré. ¿Llega con nombrar el amor para sentir su fuerza, la potencia transformadora que se imprime sobre lo vital? ¿Es suficiente nombrar? Creo que no. Hay un poso que se relaciona con incapacidades, dudas y deudas morales que debe ser acometido y esta tarea no deja de ser una conexión entre la sensibilidad del autor y la sensibilidad del lector. Yo estoy en el bando del receptor y en su soberanía me erijo como rey y mendigo.

+ La presencia o la ausencia de una figura en un repertorio [en un corpus] puede indicar muchos asuntos, asuntos que están por esclarecer. Cuando algo de importancia se oculta, se convierte en un rasgo que define y autoriza una investigación sobre ese emboscamiento. Me remito a mis vacaciones y a los asuntos que me he propuesto a cometer. Presencias y ausencias, poco más, ese es el límite. 


+ Tomo de un estante Historia de un abrigo de Soledad Puértolas. Ayer C. y yo estuvimos hablando del libro y de la autora. El libro lo compré por una cantidad ridícula en una tienda de empeños, no creo que llegase a los dos euros. Tiene su lírica esta compra, porque, como el abrigo, el libro vive por sí. Su biografía de librerías, estanterías y tiendas de empeño, anhelos, tiempo de ocio, tiempo de reflexión. Ay, los objetos, cuánto dicen de nosotros en su silencio y en su presencia. Dejo el libro sobre el sofá donde leo, junto a dos tomos de poesía, de los que hablé antes, sin nombrar a los autores. La vida del lector es una vida muy silenciosa y solitaria, este acomodo retrata los días desde un prisma distinto, gobernado por la etérea dimensión de lo imaginado. Hoy leeré algunas páginas y, tal vez, me sienta atrapado por el planteamiento, que recuerdo a la perfección: ese dibujo tan preciso y lírico de lo cotidiano, tal vez: comience y no sea capaz de dejar el libro a un lado. El trabajo del lector no es un trabajo y eso lo redime de tantas cosas que hemos olvidado, un olvido por conveniencia.


+ Un ligero dolor de cabeza, que termina por remediar medio gramo de paracetamol, me hace sentir mi cuerpo como una realidad objetiva, el dolor se convierte en un catalizador de lo cotidiano. Una vez superado este dolor, permanece una sorda sensación de decaimiento. La recapitulación del día resulta exigua. He leído dos capítulos del libro de S.  Puértolas y me dejo llevar por la sensación de irrealidad que transmite dentro del desarrollo de las rutinas. El ritmo lo es todo, me digo y cierro el libro. En la parte posterior aparecen los dos precios: el de la casa del libro: 15,00 €, el de la tienda de empeños: 3,50€ [había pensado que el segundo precio era inferior y he comprado que estaba equivocado]. Vuelvo sobre la idea que los objetos tienen vida propia, no resulta del todo orgánica su vida pero se aproxima. Los lectores de este libro no se terminan con mi propia lectura, sino que hay un vector que lanza hacia el futuro la novela. No se trata de adivinar, sino de las certezas que ofrecen los indicios difusos. Reflexiono un poco más, en silencio. Con los mismos datos se pueden establecer discursos diferentes y no ser, necesariamente, ninguno de ellos, erróneo ni tampoco opuestos. Así, lo que yo aventuro vale, pero también su contrario. Me gusta el libro, concluyo tras el excurso, me gusta su estructura y el tono, el ritmo. Lo sé, es un don y el don se refleja en el libro mismo. Me pregunto si hubo una planificación y sé que esto es indiferente, porque en el sistema emisora-receptor cuenta el efecto, este momento: mi lectura, y el efecto funciona. Otras vendrán y se sedimentará todas esas ideas en una suerte de espíritu de época y el libro ya solo es eso: pasado, historia de la literatura, materia de estudio, pero también un artefacto dispuesto a funcionar mediante una lectura que se traduce en mirada. 


+ Estoy de vacaciones, toda la semana, termino por colegir. 


+ “Poëta non vulgaris venae”, apunta Nicolás Antonio sobre el Conde de Villamediana en su Bibliotheca hispana nova (1672). Un poeta en una vena no vulgar. Pienso en lo que abarcan los términos vulgar y  no vulgar. Se contrapone lo popular al buen gusto con el objetivo de establecer un sistema selectivo, un artefacto de distanciamiento. Lo vulgar se desprende de lo conveniente y se aparta hacia lugares alejados. Pero desde que se produce una democratización educativa y lectora esta sentencia carece de sentido. Quizá su sentido se ciña al momento, en tanto en cuanto contexto, pero sin ir más allá. Sin embargo, la distancia no ha desaparecido, se ha transformado. Hay otras forma culturales de alejar al vulgo, de mantenerlo a raya. Y esta es la razón de una cierta estilización de formas más o menos efectista y fría. Fría, una forma fría. Solo forma, solo efecto. Me alejo y dejo los libros, acaricio a la gata y todo se ilumina. 


+ Con agrado he leído algunas páginas más del libro de Soledad Puértolas.


+ Me tumbo en el sofá para continuar con la lectura y es imposible. Logro avanzar unas cuantas páginas, pero no es suficiente. El ruido impide que me concentre. Es un ruido constante, percutivo, asolador. Me afecta físicamente y no me gusta el efecto que causa, me pone nervioso. De vez en cuando pasa un coche y el amortiguado y sordo ritmo del motor me consuela. No sé, si tuviera talento escribiría un poema. Los mimbres están ahí.


+ La vida de los famosos es extraña. Todas sus vidas tienen algo de ejemplar, aunque en el relato esto no haya sido buscado. Sus bodas, los decorados de su felicidad, la atmósfera de sus desgracias, todo ello se suma y muestra un mundo donde la moraleja es la salsa que hierve y tonifica los rostros, los vehículos y el avance de la historia. La pantalla del teléfono arroja noticias, rostros y sonidos confusos, todo ello es extraño. Basta quebrar un poco los automatismos para ver como el sentido viene dado por la narración misma, por ese encajar piezas y recursos, con la apariencia de lo fluido, como si no hubiese un narrador. Y me pregunto: ¿quién establece la estructura del relato de la vida de los famosos?


+ Vacaciones en la última semana de agosto para recluirse a leer y en la fallida escritura. Espero, antes de que termine la semana, poner remedio a esto último.


+ Me he enganchado sin remedio a la novela de Soledad Puértolas. Poco a poco, he ido cayendo en la novela, sin remedio, como en una suerte de ebriedad. Es la segunda vez que la leo, recuerdo algunas cosas, pero consigo dejar que una suerte de intriga subterránea de la narración se imponga. Aprendo cosas. Cosas sobre mí, sobre las las cosas que me interesan, sobre lo que he olvidado, sobre lo que me ha traído hasta aquí. Por ejemplo hay ciertas maneras de percibir la realidad que me subyugan, apreciaciones que vienen de lejanos anhelos y que yo he sentido en su momento: la humedad que se destila en una ciudad extraña y que la configura, las conversaciones con otros hombres, observar a la gente como camina por calle, su atuendo y sus afanes, el amor, la amistad, una conversación en un bar madrileño a media tarde, en octubre, un teléfono móvil o un ordenador portátil, las esperas en los aeropuertos, la soledad en una estación de tren, la soledad del avión cuando uno se aproxima al destino y se sabe solo. Solo. Al tiempo, reconozco que toda esta forma de ver no deja de ser una forma de ver burguesa, netamente burguesa. Es la narración de alguien que pertenece a una clase social media alta. Y eso no es malo, tampoco bueno; es la realidad de la escritora y desde donde ella observa la vida. Su mundo. Un poco el mío, un mundo un tanto desgastado, una melancolía que recuerda citas de Pessoa, que recuerda poemas leídos en la adolescencia y que mantienen su fuerza. Así, uno la Historia de un abrigo con la lectura de Pierre Bourdieu. Pero, qué bien lo sé, restringir la lectura de una novela a la sociología es asesinarla un poco. Hoy no vulneraré este principio, mañana: no lo sé. 


+ Lo sé, tengo suerte, he tenido suerte de llegar hasta aquí.


+ Leí algunas críticas espontáneas sobre la novela recién terminada y estaba de acuerdo con sus juicios, aunque no me pareciesen relevantes. Nada de lo expresado tenía importancia, obvias apreciaciones sin más peso que la tendencia a determinar la fórmula de planteamiento, nudo y desenlace como posibilidad única. Y está bien, pero lo literario va mucho más allá. Sí, se puede acertar y que el acierto no tenga interés alguno. Recuerdo leer una novela muy construida que al terminarla me quedé como estaba, impasible; se podía decir que no había aprendido nada, pero no sería justo, porque sí aprendí cosas pero no me conmovió en absoluto. Las obras de arte tienen  en sus imperfecciones recónditos valores que conectan mágicamente con el receptor, el lector, el espectador. En el caso de la Historia de un abrigo, la levedad de la prosa, la acumulación de historias, la falta de relieve de los personajes [o de nosotros mismos y de ahí cierta identificación] o la trampa [si trampa se le puede llamar, pues no hay trampa en literatura porque la literatura es en sí misma una emboscada y ese pacto lo gobierna absolutamente todo] de mostrar cuentos mediante un ensartarlos en la historia que no se termina por resolverse, todo ellos, y muchos otros, resultan rasgos que en lugar de restar suman. La novela es una novela coral y, por lo tanto, su mecanismo remite a ese multiplicidad de voces que retrata la vida con una precisión inestable pero efectiva. Dejo esta batalla sin campo de batalla y me dedico a mis labores, más aburridas, menos tolerables.


+ “El embobamiento y sus efectos” me remite a estos días de vacaciones y a lo mal que me sienta un cambio operado en mi medicación. Me mareo. Hay una falta de concentración que me recuerda ebriedades olvidadas. Tiene algo en común, que son el embobamiento pero, también, una percepción acusada de los detalles. Creo que toda la entrada está gobernada por esta circunstancia, este embobamiento y sus efectos.


+ Imagen: conexiones.