sábado, 30 de septiembre de 2023

Un mundo que fue y ya no es

Ya ha pasado la operación y la recuperación resulta satisfactoria. El hospital es una maquinaria precisa. Los médicos, las enfermeras, las auxiliares, el personal de limpieza o el personal de mantenimiento. Yo, un elemento que se procesa. Ha sido todo lo gratificante que resultan los asuntos cuando se desarrollan adecuadamente. Me paro a pensar, recuerdo la imágenes, el sueño que provoca la sedación y la anestesia. Siempre tropiezo con la cuestión de cómo se ha construido un sistema tan preciso, tan eficaz. No lo sé. La pregunta se podría trasladar a otros ámbitos y sé que algún domino del conocimiento, desde la academia o fuera de ella, lo explicará. Pero yo no busco tanto una explicación como dar cuenta de ese resultado de organización colectiva donde todas las piezas son muy importantes o imprescindibles. Me gusta mantenerme en la sorpresa y para mí es un prodigio esta sistemática, esta estructura. Un prodigio, pero no un milagro. En milagros no creo.

+ Ayer, en esta leve recuperación, vi la película de Montxo Armendariz 27 horas. No contaba con ello. Se trata de ver lo que me ofrece la plataforma de Rtve y descartar. Dejo a un lado posibilidades y continuo. Hay un momento en que el título y la caratula de la película aparece en la pantalla. Dudo y recuerdo el momento en que la vi, en que me había gustado mucho. Esto último resulta paralizante. ¿Quién dijo aquello de que no regreses al lugar donde fuiste feliz? Lo tengo presente, pero me adentro en la película. Me atrae el paisaje del Norte, con esos rasgos comunes a Cantabria, Asturias o Galicia. Lo profundo de las montañas de la inmensidad grisácea del mar, las calles húmedas y los bares teñidos de lírica y tristeza, pobres y tristes, tal vez. La película avanza y regresan momentos de mi juventud (1986). Es un ambiente que se ha perdido, que fue y no es, aunque palpite en mi memoria, que he recuperado por ensalmo. ¿Cuándo vi la película en el cine, con quién? Son incógnitas que no tienen una respuesta clara, pero que dan lugar a un desarrollo discreto donde se dan cita lugares y personas, bares, cervezas, cigarrillos y conversaciones. Un mundo que fue y ya no es.

+ He leído críticas sobre la película que vio ayer por la noche [27 horas], unas positivas y otras negativas, también alguna neutra. No me importan mucho. Yo lo sé todo porque lo que me interesa es algo íntimo y excluye esta posición muchas otras, con su importancia, pero lo mío no dejan de ser una redención del tiempo, una reconciliación con el joven que fui y que, ahora, entiendo que no estaba tan equivocado como pensé en otras ocasiones. La sensación es de una agradable impasibilidad ante los acontecimientos. ¿Soy yo el que fui? En algún sentido, sí. En otros, no. Sin embargo, hay algo que se mantiene y que, en términos estoicos, podría decir que es un principio rector que se relaciona con la nobleza, la magnanimidad y un cierto recogimiento, timidez o desinterés por las relaciones sociales. Así soy, me digo ante la pantalla, en la oscuridad. Reconozco a través de esos paisajes que de alguna manera también son míos, como ya dije, aquel que fui, a mis amigos de aquel tiempo, los bares, los cigarrillos […] Recuerdo viajes al final de la tarde en vetusto R-8, el aroma del tabaco y del whisky, la sensación de plenitud y eternidad, las conversaciones y una estilización del gusto, una tendencia, cómo no, al romanticismo y la guitarra eléctrica, como símbolo y como síntoma. Hoy no es ayer, pero ayer no es hoy; hemos cambiado para seguir siendo los mismos y esta reiteración la veo con comulgante simetría en los jóvenes que me cruzo, esos que están en torno a los veinte. Siempre ha sido así, y siempre será. Se termina la película el rostro agonizante de uno de los protagonistas, víctima de una sobredosis, tal vez, es el rostro de aquella prestación. Pareciera que sonaban los Smiths, tal vez, los Smiths: This Charming Man (1984).

+ 27 horas se estrenó en 1986

+ Al siguiente, en la postración de mi convalecencia, ya bien entrada la noche, decido ver otra película. No pensé mucho, pero al poco comenzar a ver Otra ronda me di cuenta que era otra película sobre la ebriedad. Sin embargo, no hablan ambos relatos de lo mismo. En el primero, 27 horas, hay una lírica que traspasa el film y perdura a través de los años, que me interpela directamente a pesar de no haber sido nunca consumidor de heroína. El segundo, con las expectativas que generan conversaciones con personas que se tenía en cuenta su gusto, me decepciona. A pesar de un inicio que me parece muy bueno, de unos interpretes de altura, de una fotografía y una ambientación extraordinaria, la película es una gran mentira o, lo que es peor todavía, un discurso hipócrita que no tiene respeto por la adicción en sí misma. Me llegó a molestar. La relación con el alcohol es complicada y hay una implicación entre él y los personajes que estúpida y poco creíble. Leí críticas y, salvo unas pocas, eran muy elogiosas. No, me dije, es una obra fallida porque se queda en esteticismo prescindibles, en una ensoñación adolescente con el alcohol y no hay profundidad ninguna, que contrasta, para mayor Inri, con el fascinante inicio, que se va desmoronando conforme avanza la película y se transforma en una suerte de gincana etílica sin ninguna lírica, sin épica, sin interés. Se resuelve toco con un pequeño drama fúnebre, reconciliaciones amorosas y un aquelarre alcohólico desagradable, molesto, falso. Mads Mikkelsen me encantó, pero esa es otra historia

+ Paul Weller tocó en Vigo y puede haber asistido y no asistí. No me enteré del cambio de sala. No fui y no me preocupa. Me río. Durante tiempo era una deuda y decía yo que era el único concierto eléctrico al que asistiría. No es necesario. Y lo que pesa es, precisamente, el rechazo a convertir en un drama la pérdida de tan brillante y memorable concierto. Relativizar, quitar importancia, centrarse en lo nuclear, no hay otra. Entiendo que hay una lección, pero no deseo indagar, investigar en la posibilidad de una conseja. Sin moraleja.

+ Vuelvo a leer la frase que da título a la entrada y entiendo que así es. Un rasgo principal de la vida es el cambio. ¿Un rasgo o el rasgo? No es un algo en un amplio conjunto, sino una vía para entender lo que nos sucede y no que no llega a ocurrir. El cambio todo lo articula y todo lo desmota. Un día somos hijos y otro padres. De alumno a profesor. Asalariados, parados, novios, marido, viudas o divorciados. La sensación de quietud no es otra cosa que eso: una sensación. Veo el fallido debate de investidura y son los asuntos del candidato los pilares de una voluntad que los sostiene, podríamos llamarlo soberbia o impericia. Cambia el paso que le marcaron, los augurios ahora son funestos. Cambio y transformación. Dejo el debate y vuelvo sobre los libros.

+ La Regenta como penetración en la realidad de la provincia, de todas las provincias.

+ ¿Debería ver otra película de Thomas Vinterberg? El problema reside en que el cine me interesa de una manera tangencial. Mis intereses son otros. La lectura. La escritura, esta escritura y otras escrituras. Los humildes dibujos coloreados de mis libretas rojas. Si veo cine estos días es porque estoy convaleciente, de otra manera no hubiera visto ninguna película. Lo dejo y sé que no investigaré y así se constituye mi opción en una muy poco fundada opinión. Sin embargo, no se trata de esto, ni de aquello, sino de dar cuenta de los días, los placer, trabajos y descansos.

+ Leo algún suelto sobre el alcoholismo en las sociedades nórdicas. Son cuestiones sabidas, me digo y continuo. Elevado consumo de antidepresivos, soledad, individualismo, autosuficiencia, altas tasas de suicidio. Yo no sé mucho. Hace años conocimos a un enfermero noruego. Tenía una piso en Bergen, una cabaña en un fiordo y frente a ella, una barca muy bonita en un bonito embarcadero de madera. Nos enseñó fotos. Las fotos eran hermosas, una fotos que parecían trascender el disparo del aficionado o la foto meramente documental. Lo acogimos en el grupo sin preguntar demasiado, entre risas. Pasadas unas horas, se acercó a mí y me dijo que me quería preguntar algo. Me dijo si yo sabía cómo se podía convalidar su título para ejercer en España, si era muy difícil trabajar aquí. Por aquellos tiempo, allí cobraba, al cambio, cerca de cinco mil euros. Ayer, la enfermera que me atendió, me dijo que cada día trabajaba en sitio distinto. Me acordé del enfermero noruego, pensé en la felicidad, lo material y lo social. El dolor impidió el curso de mi pensamiento.

+  Cuatro pilares: el ejercicio, la alimentación, el sueño y la tranquilidad [= ausencia de angustia y estrés]. Lo anoto. Valdría esto, que es muy cierto, para fundar una secta que se proclamaría desde YouTube, por ejemplo. No. 

+ El tres es el número mágico. Ayer vi la tercera película, El espíritu de la colmena. Me volvió a conmover. Ana Torrent y yo nacimos en el mismo año. Veo la película y regreso a la infancia. Han sido días de regresos al pasado, de un retorno a lo que creemos, en este momento, haber sido y tal vez sí, tal vez fuimos esos que ahora pensamos. La fina niebla que se levanta entre la vigilia y el sueño me otorgó la estampa de la infancia y la adolescencia y me dije: tampoco está mal. [Fuera queda Otra ronda, pero el contraste es siempre necesario].

+ Imagen: el disparo fortuito encierra una enseñanza: quien hace la foto es la cámara, no el fotógrafo. Con otra técnica esto sería imposible: ¿una novela fortuita, una sinfonía, un soneto, una película? Pero en lugar de ser algo negativo, yo lo prefiero en su grandeza. Así, en esta imagen se contiene el momento especial: verano, regreso en tren, a punto de bajar en la estación y un aroma a juventud que perdura. Más allá de la foto, simple y fungible, sencilla y eterna.

sábado, 23 de septiembre de 2023

Nuevas vías

 

+ Llega la lluvia. Me despierto a las cinco y media de la madrugada y la lluvia está ahí, rítmica y persistente. La lluvia crea una metáfora que no soy capaz de desentrañar y regreso a la cama, vuelvo a dormir y el sueño es agradable aunque no recuerde nada [el resultado ideal]. Los días se van y llegan las noches, un tránsito suave, grácil. Un tránsito que se asemeja bastante a la felicidad y esta palabra en sí no me gusta, pero acierta. La despreocupación cristaliza y la operación está próxima. Un estado de cosas que me permite detenerme durante un momento y rendir pleitesía al dios del momento, soy yo y mi dios lar. Mi dios lar, me digo y recuerdo una clase de una profesora de historia que nos hablaba de esos dioses particulares que los romanos tenían en sus casas para uso y disfrute. Llueve. No despierto hasta las ocho, que para mí es lo contrario a madrugar [una perspectiva arbitraria, finalmente]. No interpretaré los sueños, no leeré la palma de mi mano, tampoco echaré las cartas. No me hacen falta muletas para caminar, ni para interpretar, si de eso se trata, la vida, mi vida.


+ Nuevas vías que se abren al contacto con personas con las que hablamos a diario. Basta prestar atención a sus palabras y a sus gestos, detenidos en el pasmo de un breve instante. La fracción de tiempo es minúscula, pero suficiente. La paternidad, el control de las emociones, la responsabilidad en el trabajo, el amor, la amistad, la buena cocina, una sobremesa, los licores, el futbol, los padres, que ya son mayores, la imagen de la infancia y de la juventud en una conversación pausada, en la hora del café, la niña, que crece, el niño, que hace deporte, lecturas, los periódicos, los amigos, los conocidos, los compañeros de trabajo. Hablamos y las palabras parecen no costar nada y nos equivocamos. Una estela de éxitos y fracasos termina por no ser nada, mientras se diluye. Eso entiendo en la hora del café y de sus conversaciones. Todo lo he oído previamente y esto es un síntoma. La vejez no es otra cosa que un olvido larvado desde la juventud; ahora, que cobra sentido, lo ensalzo. Nuevas vías, tal vez.


+ El gusto nos da una forma de acercamiento a las personas, quizá, y mal está decirlo, un principio de clasificación. Observo las filias y las fobias y todo ello se dirige a crear compartimentos estancos, a distinguirse del otro o a unirse a personas mediante esta suerte de milicia. Lo que me gusta soy yo y lo que me disgusta son ellos. No son baladíes las preferencias, lejos de la frivolidad tienen un punto nuclear en el discurrir del día, de la vida. La vida es poca cosa, a veces, por ello se debe cargar de sentido y estas elecciones no tienen otra función que esa: la subordinación de lo posible a lo necesario.


+ He tomado una decisión. La decisión tiene su origen en el viaje que hicimos C. y yo a Asturias en abril. Llegué a la ciudad y sentí aquello de "La heroica ciudad dormía la siesta”, leí al respecto y elegí para la estancia hospitalaria La Regenta. Ahora ha llegado el momento. Sí. ¿Dudé? Sí. Ahora debo establecer una segunda lectura. Lo haré espontáneamente, pero no tiene tanta importancia. Ha llegado el esperado momento.


+ ¿Necesariamente esta entrada es breve?


+ Imagen: Muros como expresión plástica de una idea de pintura, la fotografía logra atrapar viejos anhelos de creación y aristocracia. Había un error, en el muro no lo hay. Es el tiempo el que triunfa, en su tamiz.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Sin indicaciones (7)

 

+ Leo Marinero en tierra y leo La arboleda perdida, una vieja edición de los años setenta. Ambos libros los he comprado en una web de libros de segunda mano. Durante el fin de semana me he dedicado a sumergirme en ese universo que construye Alberti. Resulta próximo, cerrado y vívido. La vitalidad transmitida me inunda y, luego, pienso y reflexiono y sé que la figura del autor no la conozco tanto. Esta primera etapa me conmueve y la siento cercana. ¿Deberé indagar hasta romper esta magia? Con otros autores me ha sucedido. Indagar demasiado en un escritor puede llevar a un rechazo de su obra que no se justifica, salvo por razones morales y, ya sabemos, en literatura las razones morales están de más. Un libro es un objeto, un artefacto que se cierra sobres sí mismo. Qué útil me resulta en este momento la postulada muerte del autor, y así lo tomo: un índice más en el conjunto del artefacto: un paratexto. A nadie quiero escandalizar, salvo utilizar las herramientas que a mi disposición tengo. 


+ “Bendita rutina, quien la denosta es un necio”. 


+ Pierdo el tiempo en extrañas cosas. Entrenadores personales que citan apócrifos de Marco Aurelio. Tatuadores que explican el porqué cubrir de negro uno de sus brazos. Fundiciones indues que fabrican sartenes o crucifijos. Lo sé. Es una pérdida de tiempo y describe nuestro mundo, ese presente del que me veo alejado, cada vez más, mientras me hundo el vicio de la lectura. Otra pérdida de tiempo. ¿Seguro? No lo creo.


+ En breve me operaré y trato de pensar en qué libros me llevaré para mi estancia en el hospital, que será, al menos, de tres días. Es una elección que me gusta hacerla con cuidado. Hay un libro que sé que voy a llevar: La Regenta, estaba planificado desde hace tiempo. Sin embargo, no es suficiente y debo llevar algún refuerzo, pero tampoco puedo excederme. El límite está en tres libros, contando la obra maestra de Clarín. Dos libros. ¿Poesía, ensayo o, quizá, otra novela? La elección es importante. Puede, no lo sé, que llevé Las armas y las letras de Trapiello, porque el tema me interesa mucho y deseo indagar en ciertos aspectos de biografía y la imagen autoría de Alberti. Bien, es una posibilidad. Hay ciertas cosas de Bourdieu que podrían incluirse en esa dupla, pero, lo sé, hay una posibilidad de abandono muy grande, ya que la concentración necesaria, aunque no imposible, se me asemeja muy difícil. Dicho esto, ¿algo de poesía, un libro extenso y complejo, en la línea de las Soledades gongorinas? No me preocupa y me satisface esta movilidad de las lecturas, un regalo de los dioses, el regalo que mis padres me inocularon en la infancia. Hasta aquí. Mi yo lector se conmueve y se emociona, su vida se sobrepone a casi cualquier aspecto vital, incluso a la enfermedad, al defecto que los doctores deben solucionar. Mi objetivo, la lectura en la postración del hospital.


+ Declaraciones que no son otra cosa que la manifestación de la identidad. Mostrar preferencias, disgustos o indiferencia tratan de ofrecer un retrato de lo que se desea que los demás, yo en este caso, vean en la persona que habla. No me puedo sustraer a toda esas suma de rasgos. La entonación, las manos, los ojos, inflexiones, dudas y certezas, sonrisas y el fruncimiento de los párpados. Así, estudio a la persona sin más objetivo que encontrar algo que me indique que sí, es un personaje válido para esa novela que no escribiré. Diálogos y silencios, suficiente.


+ Hay laberintos administrativos de los que puedo intuir su funcionamiento. Cada vez que indago en ellos no dejo de sentir una suerte de estremecimiento. La desprotección del ciudadano ante la máquina que controla y gestiona sus asuntos, muchas veces de vital importancia, es tan abstracta como fría, a pesar de estar integrada por personas que llevan una vida ordinaria de ilusiones, hijos y deudas saldadas. No se trata de apariencia, de sino de la dura realidad: inamovible y lejana, incomprensible y sorda, también muda. Esos laberintos que trato de explicar y no lo consigo ocultan el proceso y eso, aunque no creo que se espontáneo, sí son efectivos. 


+ Imagen: Vacío.

sábado, 9 de septiembre de 2023

Una enfermedad


+ Comienza el mes de septiembre y no puedo menos que admirar la luz con que nos recibe. Anochece sobre la Ría de Vigo, escuchamos algo parecido a música electrónica y apreciamos con satisfacción la lavada luz que recorta con precisión las siluetas de los edificios, matiza y acentúa los pilotos de los coches y los rojos y verdes de los semáforos. Hay poesía. Hay lírica en el momento presente. C. y yo estamos de acuerdo. Hablamos sobre la poesía, sobre como después del arte viene el arte del negocio, como no se puede separar el autor de su figura, que la formación de una obra tiene muchas caras y cada faceta de ese prisma nos da una explicación, y que ni siquiera la suma de explicaciones agota las posibilidades de lectura. Podremos entender que el gusto es algo elitista, pero es impermanente. Nada permanece y la constante es el cambio, ese agotarse en las nuevas lecturas que van erosionando lo que un día se dijo, lo que otro día se ocultó. La tarde fue grata y la noche propicia. Hablamos, una vez más, en nuestro regreso de personas que conocimos, de traiciones y adhesiones, olvidos y manías, como los libros, las personas se prestan, en el recuerdo, a lecturas multiformes, que se establecen como verdaderas, pero, también, terminan por sumergirse en el olvido o en la confusión. Ayer era sábado, hoy es domingo. El mes de septiembre, el mes más hermoso, está en marcha.


+ Una colección de poesía que he construido en función del amontonamiento. Compro en una librería en línea un viejo tomo de Alberti, Marinero en tierra. Me cuesta dos euros setenta y un euro cincuenta los gastos de envío. No sé cuando llegará. Leeré el poemario completo, tal vez. Hay en él dos libros más. A bote pronto, El alba del alhelí, el primer libro de Alberti. Todo viene a raíz del libro que ha publicado su viuda. Recortes de prensa. Polémicas y enfrentamientos de los que nada sé y nada quiero saber. Me interesa la lectura, por añadidura, todo la que rodea, pero sé que hay ocasiones en las que establecer un compartimento estanco es muy necesario, imprescindibles.


+  Una cierta abulia, una acedía desagradable me paraliza. He leído una páginas y no he sido capaz de concentrarme, intentó hacer un breve resumen mental y fallo, recuerdo alguna idea suelta, pero el grueso del argumento desaparece. Un martillo continúa rompiendo una gran roca para abrir una calle, los golpes se meten en mi cabeza. Consigo dormir la siesta. Es un sueño profundo y agradable, trufado con esos extraños sueños que últimamente me asaltan, creo que se deben a una suerte de estado de inquietud, de necesidad de ajustar cuentas con el pasado, aunque no sé de qué manera ni el porqué. Me levanto y me decido a ir a la bicicleta. Intercambio unos mensajes de whats con K., asuntos sobre Italia, sobre el contraste entre España e Italia, resulta agradable. Recuerdo que en el trabajo se bloqueó mi cuenta y no pude pasar a limpio los datos que durante la mañana estuve recolectando, es un pequeño desastre sin consecuencias, pero me desconcertara. Hace calor y amenaza lluvia, pienso en si en el trópico será así, aunque más acusado. Seguro que no, seguro que me equivoco. Debo escribir y no lo hago [esto no es escribir, sino es la particular cita con el diario, con el blog]. La pereza se apodera de mí y no es un placer, tampoco un pecado. Es una enfermedad.


+ Espero por mi operación. Todavía no sé nada. Aprendo a convivir con la espera. Hago una pausa y todo queda en suspenso. Soy yo el que espera, soy yo el que hace una pausa. Todo muy zen, pero el vacío y la irrelevancia permanecen ahí. No voy a luchar contra molinos de viento. Sé quién soy. 


+ La radio penetra en el inicio del día delicadamente. No ha amanecido todavía y escucho noticias en francés, por practicar el idioma. Mientras, a lo lejos, los primeros rayos de sol comienzan a dibujarse. En realidad, según pasan los días, resulta más evidente que los días han menguado. Escucho esas noticias de asuntos que ni me van ni me vienen, pero que despiertan mi interés, por ejemplo: un sociólogo explica como la alta velocidad ferroviaria ha conectado París con ciudades medias y pequeñas y esta conexión ha llevado a ciertos camellos a instalarse en sus periferias, no se hacen notar pero están allí, como una prolongación de sus negocios en las “banlieues”. No importa, me digo y cambio a la emisora de música pop o música electrónica, que ornamentan el día con una magnificencia inesperada. Comenzará el día y el día se parecerá al de ayer, alguien podría repudiar esta reiteración,  pero a mí me agrada, me gusta.


+ Me dijo que como su yerno era psicólogo le tenía un poco de miedo, como si pudiese leerle el pensamiento. No le dije nada. Quedó pensativo. Le dije que no era posible que le leyese el pensamiento, que eso no tenía sentido. Fumó y guardó silencio. Su yerno era un estúpido que le gustaba mirar a la gente por encima del hombro, nada más. Se dejaba acosar, su hija no decía nada. Historias que escuchas y, al contacto con el aire, se inflaman y desaparecen, quedando una silueta ininteligilble.


+ Imagen: la escalera, las sombras, el rumor y la vibración de la enfermedad, en ello pienso.

sábado, 2 de septiembre de 2023

Los asuntos, el embobamiento y sus efectos


 + Me reservo el nombre del poeta, muy apreciado y laureado. ¿Por qué me lo reservo? No doy su nombre porque acepto mi equivocación, de partida, incluso. Ello se puede traducir en que el juicio sobre la literatura es pantanoso e inestable. El asunto es que, una vez más, le doy una oportunidad y abro su antología. Inicio la lectura con los versos de juventud, avanzo y llego a las última creaciones. Reconozco una capacidad y un acabado impecable, pero, a mí, los poemas nada me dicen. Cierro el libro y regreso a otros, que tampoco voy a citar. Veo un reflejo de vida que antes no encontré. ¿Llega con nombrar el amor para sentir su fuerza, la potencia transformadora que se imprime sobre lo vital? ¿Es suficiente nombrar? Creo que no. Hay un poso que se relaciona con incapacidades, dudas y deudas morales que debe ser acometido y esta tarea no deja de ser una conexión entre la sensibilidad del autor y la sensibilidad del lector. Yo estoy en el bando del receptor y en su soberanía me erijo como rey y mendigo.

+ La presencia o la ausencia de una figura en un repertorio [en un corpus] puede indicar muchos asuntos, asuntos que están por esclarecer. Cuando algo de importancia se oculta, se convierte en un rasgo que define y autoriza una investigación sobre ese emboscamiento. Me remito a mis vacaciones y a los asuntos que me he propuesto a cometer. Presencias y ausencias, poco más, ese es el límite. 


+ Tomo de un estante Historia de un abrigo de Soledad Puértolas. Ayer C. y yo estuvimos hablando del libro y de la autora. El libro lo compré por una cantidad ridícula en una tienda de empeños, no creo que llegase a los dos euros. Tiene su lírica esta compra, porque, como el abrigo, el libro vive por sí. Su biografía de librerías, estanterías y tiendas de empeño, anhelos, tiempo de ocio, tiempo de reflexión. Ay, los objetos, cuánto dicen de nosotros en su silencio y en su presencia. Dejo el libro sobre el sofá donde leo, junto a dos tomos de poesía, de los que hablé antes, sin nombrar a los autores. La vida del lector es una vida muy silenciosa y solitaria, este acomodo retrata los días desde un prisma distinto, gobernado por la etérea dimensión de lo imaginado. Hoy leeré algunas páginas y, tal vez, me sienta atrapado por el planteamiento, que recuerdo a la perfección: ese dibujo tan preciso y lírico de lo cotidiano, tal vez: comience y no sea capaz de dejar el libro a un lado. El trabajo del lector no es un trabajo y eso lo redime de tantas cosas que hemos olvidado, un olvido por conveniencia.


+ Un ligero dolor de cabeza, que termina por remediar medio gramo de paracetamol, me hace sentir mi cuerpo como una realidad objetiva, el dolor se convierte en un catalizador de lo cotidiano. Una vez superado este dolor, permanece una sorda sensación de decaimiento. La recapitulación del día resulta exigua. He leído dos capítulos del libro de S.  Puértolas y me dejo llevar por la sensación de irrealidad que transmite dentro del desarrollo de las rutinas. El ritmo lo es todo, me digo y cierro el libro. En la parte posterior aparecen los dos precios: el de la casa del libro: 15,00 €, el de la tienda de empeños: 3,50€ [había pensado que el segundo precio era inferior y he comprado que estaba equivocado]. Vuelvo sobre la idea que los objetos tienen vida propia, no resulta del todo orgánica su vida pero se aproxima. Los lectores de este libro no se terminan con mi propia lectura, sino que hay un vector que lanza hacia el futuro la novela. No se trata de adivinar, sino de las certezas que ofrecen los indicios difusos. Reflexiono un poco más, en silencio. Con los mismos datos se pueden establecer discursos diferentes y no ser, necesariamente, ninguno de ellos, erróneo ni tampoco opuestos. Así, lo que yo aventuro vale, pero también su contrario. Me gusta el libro, concluyo tras el excurso, me gusta su estructura y el tono, el ritmo. Lo sé, es un don y el don se refleja en el libro mismo. Me pregunto si hubo una planificación y sé que esto es indiferente, porque en el sistema emisora-receptor cuenta el efecto, este momento: mi lectura, y el efecto funciona. Otras vendrán y se sedimentará todas esas ideas en una suerte de espíritu de época y el libro ya solo es eso: pasado, historia de la literatura, materia de estudio, pero también un artefacto dispuesto a funcionar mediante una lectura que se traduce en mirada. 


+ Estoy de vacaciones, toda la semana, termino por colegir. 


+ “Poëta non vulgaris venae”, apunta Nicolás Antonio sobre el Conde de Villamediana en su Bibliotheca hispana nova (1672). Un poeta en una vena no vulgar. Pienso en lo que abarcan los términos vulgar y  no vulgar. Se contrapone lo popular al buen gusto con el objetivo de establecer un sistema selectivo, un artefacto de distanciamiento. Lo vulgar se desprende de lo conveniente y se aparta hacia lugares alejados. Pero desde que se produce una democratización educativa y lectora esta sentencia carece de sentido. Quizá su sentido se ciña al momento, en tanto en cuanto contexto, pero sin ir más allá. Sin embargo, la distancia no ha desaparecido, se ha transformado. Hay otras forma culturales de alejar al vulgo, de mantenerlo a raya. Y esta es la razón de una cierta estilización de formas más o menos efectista y fría. Fría, una forma fría. Solo forma, solo efecto. Me alejo y dejo los libros, acaricio a la gata y todo se ilumina. 


+ Con agrado he leído algunas páginas más del libro de Soledad Puértolas.


+ Me tumbo en el sofá para continuar con la lectura y es imposible. Logro avanzar unas cuantas páginas, pero no es suficiente. El ruido impide que me concentre. Es un ruido constante, percutivo, asolador. Me afecta físicamente y no me gusta el efecto que causa, me pone nervioso. De vez en cuando pasa un coche y el amortiguado y sordo ritmo del motor me consuela. No sé, si tuviera talento escribiría un poema. Los mimbres están ahí.


+ La vida de los famosos es extraña. Todas sus vidas tienen algo de ejemplar, aunque en el relato esto no haya sido buscado. Sus bodas, los decorados de su felicidad, la atmósfera de sus desgracias, todo ello se suma y muestra un mundo donde la moraleja es la salsa que hierve y tonifica los rostros, los vehículos y el avance de la historia. La pantalla del teléfono arroja noticias, rostros y sonidos confusos, todo ello es extraño. Basta quebrar un poco los automatismos para ver como el sentido viene dado por la narración misma, por ese encajar piezas y recursos, con la apariencia de lo fluido, como si no hubiese un narrador. Y me pregunto: ¿quién establece la estructura del relato de la vida de los famosos?


+ Vacaciones en la última semana de agosto para recluirse a leer y en la fallida escritura. Espero, antes de que termine la semana, poner remedio a esto último.


+ Me he enganchado sin remedio a la novela de Soledad Puértolas. Poco a poco, he ido cayendo en la novela, sin remedio, como en una suerte de ebriedad. Es la segunda vez que la leo, recuerdo algunas cosas, pero consigo dejar que una suerte de intriga subterránea de la narración se imponga. Aprendo cosas. Cosas sobre mí, sobre las las cosas que me interesan, sobre lo que he olvidado, sobre lo que me ha traído hasta aquí. Por ejemplo hay ciertas maneras de percibir la realidad que me subyugan, apreciaciones que vienen de lejanos anhelos y que yo he sentido en su momento: la humedad que se destila en una ciudad extraña y que la configura, las conversaciones con otros hombres, observar a la gente como camina por calle, su atuendo y sus afanes, el amor, la amistad, una conversación en un bar madrileño a media tarde, en octubre, un teléfono móvil o un ordenador portátil, las esperas en los aeropuertos, la soledad en una estación de tren, la soledad del avión cuando uno se aproxima al destino y se sabe solo. Solo. Al tiempo, reconozco que toda esta forma de ver no deja de ser una forma de ver burguesa, netamente burguesa. Es la narración de alguien que pertenece a una clase social media alta. Y eso no es malo, tampoco bueno; es la realidad de la escritora y desde donde ella observa la vida. Su mundo. Un poco el mío, un mundo un tanto desgastado, una melancolía que recuerda citas de Pessoa, que recuerda poemas leídos en la adolescencia y que mantienen su fuerza. Así, uno la Historia de un abrigo con la lectura de Pierre Bourdieu. Pero, qué bien lo sé, restringir la lectura de una novela a la sociología es asesinarla un poco. Hoy no vulneraré este principio, mañana: no lo sé. 


+ Lo sé, tengo suerte, he tenido suerte de llegar hasta aquí.


+ Leí algunas críticas espontáneas sobre la novela recién terminada y estaba de acuerdo con sus juicios, aunque no me pareciesen relevantes. Nada de lo expresado tenía importancia, obvias apreciaciones sin más peso que la tendencia a determinar la fórmula de planteamiento, nudo y desenlace como posibilidad única. Y está bien, pero lo literario va mucho más allá. Sí, se puede acertar y que el acierto no tenga interés alguno. Recuerdo leer una novela muy construida que al terminarla me quedé como estaba, impasible; se podía decir que no había aprendido nada, pero no sería justo, porque sí aprendí cosas pero no me conmovió en absoluto. Las obras de arte tienen  en sus imperfecciones recónditos valores que conectan mágicamente con el receptor, el lector, el espectador. En el caso de la Historia de un abrigo, la levedad de la prosa, la acumulación de historias, la falta de relieve de los personajes [o de nosotros mismos y de ahí cierta identificación] o la trampa [si trampa se le puede llamar, pues no hay trampa en literatura porque la literatura es en sí misma una emboscada y ese pacto lo gobierna absolutamente todo] de mostrar cuentos mediante un ensartarlos en la historia que no se termina por resolverse, todo ellos, y muchos otros, resultan rasgos que en lugar de restar suman. La novela es una novela coral y, por lo tanto, su mecanismo remite a ese multiplicidad de voces que retrata la vida con una precisión inestable pero efectiva. Dejo esta batalla sin campo de batalla y me dedico a mis labores, más aburridas, menos tolerables.


+ “El embobamiento y sus efectos” me remite a estos días de vacaciones y a lo mal que me sienta un cambio operado en mi medicación. Me mareo. Hay una falta de concentración que me recuerda ebriedades olvidadas. Tiene algo en común, que son el embobamiento pero, también, una percepción acusada de los detalles. Creo que toda la entrada está gobernada por esta circunstancia, este embobamiento y sus efectos.


+ Imagen: conexiones.