+ Ya ha pasado la operación y la recuperación resulta satisfactoria. El hospital es una maquinaria precisa. Los médicos, las enfermeras, las auxiliares, el personal de limpieza o el personal de mantenimiento. Yo, un elemento que se procesa. Ha sido todo lo gratificante que resultan los asuntos cuando se desarrollan adecuadamente. Me paro a pensar, recuerdo la imágenes, el sueño que provoca la sedación y la anestesia. Siempre tropiezo con la cuestión de cómo se ha construido un sistema tan preciso, tan eficaz. No lo sé. La pregunta se podría trasladar a otros ámbitos y sé que algún domino del conocimiento, desde la academia o fuera de ella, lo explicará. Pero yo no busco tanto una explicación como dar cuenta de ese resultado de organización colectiva donde todas las piezas son muy importantes o imprescindibles. Me gusta mantenerme en la sorpresa y para mí es un prodigio esta sistemática, esta estructura. Un prodigio, pero no un milagro. En milagros no creo.
+ Ayer, en esta leve recuperación, vi la película de Montxo Armendariz 27 horas. No contaba con ello. Se trata de ver lo que me ofrece la plataforma de Rtve y descartar. Dejo a un lado posibilidades y continuo. Hay un momento en que el título y la caratula de la película aparece en la pantalla. Dudo y recuerdo el momento en que la vi, en que me había gustado mucho. Esto último resulta paralizante. ¿Quién dijo aquello de que no regreses al lugar donde fuiste feliz? Lo tengo presente, pero me adentro en la película. Me atrae el paisaje del Norte, con esos rasgos comunes a Cantabria, Asturias o Galicia. Lo profundo de las montañas de la inmensidad grisácea del mar, las calles húmedas y los bares teñidos de lírica y tristeza, pobres y tristes, tal vez. La película avanza y regresan momentos de mi juventud (1986). Es un ambiente que se ha perdido, que fue y no es, aunque palpite en mi memoria, que he recuperado por ensalmo. ¿Cuándo vi la película en el cine, con quién? Son incógnitas que no tienen una respuesta clara, pero que dan lugar a un desarrollo discreto donde se dan cita lugares y personas, bares, cervezas, cigarrillos y conversaciones. Un mundo que fue y ya no es.
+ He leído críticas sobre la película que vio ayer por la noche [27 horas], unas positivas y otras negativas, también alguna neutra. No me importan mucho. Yo lo sé todo porque lo que me interesa es algo íntimo y excluye esta posición muchas otras, con su importancia, pero lo mío no dejan de ser una redención del tiempo, una reconciliación con el joven que fui y que, ahora, entiendo que no estaba tan equivocado como pensé en otras ocasiones. La sensación es de una agradable impasibilidad ante los acontecimientos. ¿Soy yo el que fui? En algún sentido, sí. En otros, no. Sin embargo, hay algo que se mantiene y que, en términos estoicos, podría decir que es un principio rector que se relaciona con la nobleza, la magnanimidad y un cierto recogimiento, timidez o desinterés por las relaciones sociales. Así soy, me digo ante la pantalla, en la oscuridad. Reconozco a través de esos paisajes que de alguna manera también son míos, como ya dije, aquel que fui, a mis amigos de aquel tiempo, los bares, los cigarrillos […] Recuerdo viajes al final de la tarde en vetusto R-8, el aroma del tabaco y del whisky, la sensación de plenitud y eternidad, las conversaciones y una estilización del gusto, una tendencia, cómo no, al romanticismo y la guitarra eléctrica, como símbolo y como síntoma. Hoy no es ayer, pero ayer no es hoy; hemos cambiado para seguir siendo los mismos y esta reiteración la veo con comulgante simetría en los jóvenes que me cruzo, esos que están en torno a los veinte. Siempre ha sido así, y siempre será. Se termina la película el rostro agonizante de uno de los protagonistas, víctima de una sobredosis, tal vez, es el rostro de aquella prestación. Pareciera que sonaban los Smiths, tal vez, los Smiths: This Charming Man (1984).
+ 27 horas se estrenó en 1986
+ Al siguiente, en la postración de mi convalecencia, ya bien entrada la noche, decido ver otra película. No pensé mucho, pero al poco comenzar a ver Otra ronda me di cuenta que era otra película sobre la ebriedad. Sin embargo, no hablan ambos relatos de lo mismo. En el primero, 27 horas, hay una lírica que traspasa el film y perdura a través de los años, que me interpela directamente a pesar de no haber sido nunca consumidor de heroína. El segundo, con las expectativas que generan conversaciones con personas que se tenía en cuenta su gusto, me decepciona. A pesar de un inicio que me parece muy bueno, de unos interpretes de altura, de una fotografía y una ambientación extraordinaria, la película es una gran mentira o, lo que es peor todavía, un discurso hipócrita que no tiene respeto por la adicción en sí misma. Me llegó a molestar. La relación con el alcohol es complicada y hay una implicación entre él y los personajes que estúpida y poco creíble. Leí críticas y, salvo unas pocas, eran muy elogiosas. No, me dije, es una obra fallida porque se queda en esteticismo prescindibles, en una ensoñación adolescente con el alcohol y no hay profundidad ninguna, que contrasta, para mayor Inri, con el fascinante inicio, que se va desmoronando conforme avanza la película y se transforma en una suerte de gincana etílica sin ninguna lírica, sin épica, sin interés. Se resuelve toco con un pequeño drama fúnebre, reconciliaciones amorosas y un aquelarre alcohólico desagradable, molesto, falso. Mads Mikkelsen me encantó, pero esa es otra historia
+ Paul Weller tocó en Vigo y puede haber asistido y no asistí. No me enteré del cambio de sala. No fui y no me preocupa. Me río. Durante tiempo era una deuda y decía yo que era el único concierto eléctrico al que asistiría. No es necesario. Y lo que pesa es, precisamente, el rechazo a convertir en un drama la pérdida de tan brillante y memorable concierto. Relativizar, quitar importancia, centrarse en lo nuclear, no hay otra. Entiendo que hay una lección, pero no deseo indagar, investigar en la posibilidad de una conseja. Sin moraleja.
+ Vuelvo a leer la frase que da título a la entrada y entiendo que así es. Un rasgo principal de la vida es el cambio. ¿Un rasgo o el rasgo? No es un algo en un amplio conjunto, sino una vía para entender lo que nos sucede y no que no llega a ocurrir. El cambio todo lo articula y todo lo desmota. Un día somos hijos y otro padres. De alumno a profesor. Asalariados, parados, novios, marido, viudas o divorciados. La sensación de quietud no es otra cosa que eso: una sensación. Veo el fallido debate de investidura y son los asuntos del candidato los pilares de una voluntad que los sostiene, podríamos llamarlo soberbia o impericia. Cambia el paso que le marcaron, los augurios ahora son funestos. Cambio y transformación. Dejo el debate y vuelvo sobre los libros.
+ La Regenta como penetración en la realidad de la provincia, de todas las provincias.
+ ¿Debería ver otra película de Thomas Vinterberg? El problema reside en que el cine me interesa de una manera tangencial. Mis intereses son otros. La lectura. La escritura, esta escritura y otras escrituras. Los humildes dibujos coloreados de mis libretas rojas. Si veo cine estos días es porque estoy convaleciente, de otra manera no hubiera visto ninguna película. Lo dejo y sé que no investigaré y así se constituye mi opción en una muy poco fundada opinión. Sin embargo, no se trata de esto, ni de aquello, sino de dar cuenta de los días, los placer, trabajos y descansos.
+ Leo algún suelto sobre el alcoholismo en las sociedades nórdicas. Son cuestiones sabidas, me digo y continuo. Elevado consumo de antidepresivos, soledad, individualismo, autosuficiencia, altas tasas de suicidio. Yo no sé mucho. Hace años conocimos a un enfermero noruego. Tenía una piso en Bergen, una cabaña en un fiordo y frente a ella, una barca muy bonita en un bonito embarcadero de madera. Nos enseñó fotos. Las fotos eran hermosas, una fotos que parecían trascender el disparo del aficionado o la foto meramente documental. Lo acogimos en el grupo sin preguntar demasiado, entre risas. Pasadas unas horas, se acercó a mí y me dijo que me quería preguntar algo. Me dijo si yo sabía cómo se podía convalidar su título para ejercer en España, si era muy difícil trabajar aquí. Por aquellos tiempo, allí cobraba, al cambio, cerca de cinco mil euros. Ayer, la enfermera que me atendió, me dijo que cada día trabajaba en sitio distinto. Me acordé del enfermero noruego, pensé en la felicidad, lo material y lo social. El dolor impidió el curso de mi pensamiento.
+ Cuatro pilares: el ejercicio, la alimentación, el sueño y la tranquilidad [= ausencia de angustia y estrés]. Lo anoto. Valdría esto, que es muy cierto, para fundar una secta que se proclamaría desde YouTube, por ejemplo. No.
+ El tres es el número mágico. Ayer vi la tercera película, El espíritu de la colmena. Me volvió a conmover. Ana Torrent y yo nacimos en el mismo año. Veo la película y regreso a la infancia. Han sido días de regresos al pasado, de un retorno a lo que creemos, en este momento, haber sido y tal vez sí, tal vez fuimos esos que ahora pensamos. La fina niebla que se levanta entre la vigilia y el sueño me otorgó la estampa de la infancia y la adolescencia y me dije: tampoco está mal. [Fuera queda Otra ronda, pero el contraste es siempre necesario].
+ Imagen: el disparo fortuito encierra una enseñanza: quien hace la foto es la cámara, no el fotógrafo. Con otra técnica esto sería imposible: ¿una novela fortuita, una sinfonía, un soneto, una película? Pero en lugar de ser algo negativo, yo lo prefiero en su grandeza. Así, en esta imagen se contiene el momento especial: verano, regreso en tren, a punto de bajar en la estación y un aroma a juventud que perdura. Más allá de la foto, simple y fungible, sencilla y eterna.






