sábado, 29 de julio de 2023

Sin indicaciones (5)

                     

+ La entrada anterior de este blog la terminé el día antes de ser publicada, algo que nunca hago, pues la composición se realiza a lo largo de semana y el jueves, como muy tarde, ya está programada. La pequeña variación en nada afecto a la calidad (buena o mala) del producto (o eso pienso yo, que tiene el valor que tiene). No tuve especiales ocupaciones durante la semana, pero se me escapó y esto se refleja más en mi reflexión sobre los días y sus trabajos y el tamiz de los placeres, bien por presencia, bien por ausencia. Quizá se tratase de falta de ganas, de motivación, de una abulia que me invade últimamente. Tal vez no, simple dejadez. No son sorpresas ni siquiera intentos de mantener una pose, es el reflejo de lo diario pues algo de confesión tienen estos fragmentarios apuntes. Alguna vez coincidí con personas que se podrían denominar sabias, al menos en este terreno de la filología, e intuí esta niebla en sus ojos: el cansancio. Bien cierto es que se trataba de personas que. Habían sobrepasado los setenta años y se aproximaban a los ochenta (¿es posible la sabiduría antes de esta provecta edad?). No quiero decir que yo me equipare con ellos, pero sí veo esa lucha entre la desorientación ante el sinsentido de la vida y la ilusionante necesidad de saber. Saber como llave para acceder una realidad superior y hermética. ¿Hay una llave para el hermetismo? No soy yo un sabio ni nunca lo seré, aunque sé leer los indicios y acierto con frecuencia debido a mi prudencia a la hora de hacer vaticinios. Inicio esta entrada cuanto la anterior acabo de publicar, solo por una cuestión de simetría. La simetría da sentido y resta incertidumbre, aunque solo sea un señuelo, aunque nada más que un truco para continuar.


+ La tarde del sábado resulta plácida. Ahora escribo y el único sonido que me llega, salvo un zumbido casi imperceptible, es el tic-tac del reloj de pared. Veo mis libros y trato de trazar un patrón en los colores de sus lomos, en su agrupamiento. No hay sentido alguno en ello, pero sé que, si lo deseo, lo encontraré. Ahí aquí un principio de ordenación. El naranja se alía con el ocre y el malva y esto es un síntoma. Así, en esta línea, leí hoy por la mañana lo de la muerte del autor de Barthes, luego seguí con Foucault. He creído entender que la disolución del autor está ligada a su muerte física. No sé es así o yo quiero que sea así. El autor muere y comienza un proceso de fosilización porque ya no tiene control sobre su obra. Es algo que se extiende a otras manifestaciones humanas. Una vez muerto, comienza la leyenda y esta es susceptible del olvido y de la adecuación a los intereses de los lectores, espectadores o familiares. Los muertos se transforman en personajes de una narración sin principio ni fin y es ahí donde yo leo los artículos de B. y de F. Nada más. Así, esta mañana extraje esta pequeña piedra.


+ El viaje que hicimos a principios de mes se desvanece en el recuerdo. Su prestancia se transforma en algo diferente, un acento lírico y sosegado. Cuando pienso en la paisaje, en las carreteras, en los pueblos que cruzamos, pienso en esos momentos de tranquilidad, en las conversaciones y en la música que sonaba en el coche mientras se deslizaba sobre el asfalto.  Entiendo que se trata de atesorar recuerdos y no tratar de entender, me resulta complicado pero a veces lo consigo. Hoy recordé la Tierra de Campos. Hoy dormí profundamente. Hoy es día de Santiago. Mientras regresaba a casa y el viaje volvía en forma de rumor me dio la impresión de que todo estaba en orden, sin necesidad de pautas todo ha terminado por ocupar su lugar. Está bien. Vale.


+ Conversaciones en cafeterías. Barrabasadas sin ton ni son. Todo lo puede decir porque tiene dinero más que necesario y porque él sabe qué es lo que la sociedad necesita: un hombre como él. Su seguridad, el lanzamiento de una personalidad, un reflejo y la recompensa por su gallardía. Yo guardo silencio y mi silencio es molesto. No quiero juzgar, no lo hago, solo describo y la descripción es suficiente. Pienso en el significante y el significado, en concreto: un significante amplio que va desde el caro I-Phone, el polo, el arreglo capilar, el reloj y una larga serie de adminículos que no es preciso detallar. Es simple, es sencillo.


+  Valoraciones de los resultados electorales y cambios de bandera. Tal vez, solo se trata de identificar adecuadamente tus intereses y obrar en consecuencia, conforme a las opciones disponibles. No es blanco, no es negro, pero tampoco gris. La insatisfacción está garantizada. Dejo a un lado los resultados de las últimas elecciones y pienso que nadie se ve libre de algún tipo de tara, más o menos visibles. Pienso en la ayudante de la veterinaria y en sus tic, en su obsesión por el orden que tan claramente se manifiesta. Hacemos valoraciones que no dejan de poner al descubierto ciertas simas y montañas que nos conforman. No he de investigar sobre ello. Me declaro incompetente mientras indago en la persona que está al otro lado del espejo.


+ Imagen: En los paseos diarios se manifiestan ciertas imágenes que provienen de un selección si no interesada, sí confesional. Las medianeras contienen una plasticidad que habla de las amenazas y la desnudez, en este momento se me aparecen así. [Otra razón no expresada sería la hierba y el contraste entre el gris y el verde, con la superioridad de la grisalla azulada que se manifiesta en el cielo nublado de julio, de finales de julio].


sábado, 22 de julio de 2023

Sin indicaciones (4)

+ Regreso a la rutina. La rutina es una bendición. Otros no piensan lo mismo, pero yo no me opongo, me dejo llevar por la corriente, la ola me conduce a la playa, a la orilla. La orilla es el sueño. Levantarse, desayunar, trabajar, la comida y la siesta, la lectura, escribir y dormir. Movimientos que se repiten y ofrecen tranquilidad. Esta reivindicación de un punto de mediocridad, esta aurea mediocritas donde encontramos un ámbito de sosiego y reposo que nos permite una lectura en profundidad, lejos del ruido, las opiniones espontáneas, la trastienda de todos los comentarios y hablillas. Esa tendencia a la soledad, la soledad elegida. 


+ Las encontramos en una terraza. Dos viejas conocidas. El tiempo hace su trabajo, lento y seguro, a veces con una indeseada celeridad que produce rechazo. Hay tanta maneras y estilos para envejecer, no siempre a elección pero sí, en muchas ocasiones, fruto de las elecciones. Hablamos y la conversación resulta fluida, pero hay un desplazamiento que me hace ponerme en guardia. Gestos, miradas, asombros inmotivados. Las miro y recuerdo otro tiempo. Termino con un largo: así es la provincia y está bien. Les hace gracia y yo no me sorprendo de mi cínico sentido del humor. No soy así, lo finjo, en este momento s un fingimiento y en otro una coraza, también una simultanea rendición de cuentas con el pasado. No estudio lo suyo pero lo intuyo: una de ella, resulta muy evidente, está deprimida. C., muy por encima, le cuenta lo de su enfermedad y comienza a llorar, no me parece oportuno y no digo nada, la observo y tiene los ojos un tanto perdidos. Luego, su amiga nos dice que esta no sale casa, que se siente bien y se complace en esa guarida, una madriguera caliente y blanda, me digo yo. Las recuerdo en otro tiempo, las recuerdo vagamente. Sé sus nombres, conozco sus apellidos, las he visto en fiestas y en días de lluvia y han cambiado para seguir siendo las mismas. Rostros que viajan en lo cotidiano para ser rutina solida y olvido.


+ [Metraje encontrado - Found footage]: La denominación se refiere a los directores de cine, también vale para algunas novelas, aunque con otra etiqueta, que fingen encontrar una película, generalmente de terror o falsos documentales. Todo un género. Me parece a mí que tiene un rendimiento alegórico y metafórico muy apto para la política . Se relaciona con los bulos, con la catarata de mentiras y falsedades a las que no nos debemos acostumbrar con el objeto de ofrecer una cierta resistencia, algo que no resulta fácil. La simulación de una realidad constituye otra realidad, tan perceptible como la primera. Este juego de espejos y trampantojos nos lleva a pensar en cómo leer el presente, pero sin llegar a automatizar la percepción. El metraje encontrado y la política responden a realidades simuladas, desvelar el truco es protegerse contra su influencia. 


+ Hablo de dinero y tengo que hacer cuentas que son el reflejo de una medición. Es un trabajo y no lo dejo de hacer sin distancia. Busco consejos sobre la manera adecuada de negociar y nada de lo que encuentro me satisface ni me sirve. En el día a día, en el trabajo, la relación con las personas tiene un momento en que lo que se habla gira en torno al dinero, aunque este no se nombre. No es un asunto menor, aunque subterráneo. No es de buen gusto. Se oculta su presencia. Pienso en si en otros lugares se conducen de la misma manera, pero no tengo yo más experiencia que la que tengo. Algo muy español, esta discreción en cuanto al dinero y los sueldos, me digo en un momento de ensimismamiento. Seré flexible o rígido, hacia donde debo llevar los asunto. El consenso no me interesa, pero tampoco el enfrentamiento. Lo resolveré.


+ Sin discusión resuelvo. Contemporizo y me salgo con la mía. No tiene mérito porque no tengo responsabilidad en el negocio, solo soy un figurante y mis mediciones son transparentes, líquidas, evaporadas, tal vez.


+ Citas sobre saber y olvidos. No las copio. Me siento y espero. Veo pasar la vida y evito las indicaciones. Ya no son horas.


+ Imagen: después de cinco años vuelvo al mismo lugar y desde otro punto de vista disparo sobre el mismo motivo. Nada es lo mismo, todo permanece. En la propia contradicción se manifiesta la paradoja, en la paradoja me reflejo yo. Queda la segunda foto, que se solapa sobre la primera. [En Ávila]

sábado, 15 de julio de 2023

Ver la vida pasar


+ Han pasado los días de viaje. Todos queremos ser viajeros y nadie quiere ser turista. En ello me detengo. Observo en Segovia a los grupos de japoneses. Uno de estos grupos lo volveré a ver, con manifiesto cansancio, en la tarde del mismo día, en Ávila. Una vez me contaron que en tres días se puede ver una parte muy importante del patrimonio español en un radio de doscientos kilómetros en torno a Madrid, un pretendido tour en el que se incluiría el Museo Del Prado. Yo, en alguna ocasión, he participado de festines similares y he terminado con una terrible borrachera que, cómo no, derivó en una espectacular reseca. No es el síndrome de Stendhal, no hay lírica, sino malestar, profundo malestar somático. Supongo que a estos japoneses les pasará algo similar. Sin embargo, no lo descarto, quizá aquí resida el placer. Quién sabe. La digestión de tanta historia, arquitectura y arte se vuelve contra uno, creo yo. Y, aunque no soy yo quién para dar consejos, quizá sea mejor elegir dos o tres cosas [una vista de Segovia y otra de Ávila, un breve paseo por Toledo y cinco cuadros significativos en el Prado] y, luego, sentarse en una terraza a ver cómo evolucionan los españoles en todo su esplendor. Desde atalaya privilegiada, la terraza, todo se tiñe de una suave melancolía, donde se abrazan por contraste los modos y costumbres de lo propio con lo visitado para resolverse en una nueva diatriba. Un alimento para la duda, la nutritiva duda. Pero, claro, esto es literatura, ¿no?, y la literatura no es un valor en alza (de ahí su importancia). Me detengo y dejo de dar consejos que nadie me ha pedido. El apunte es válido y lo aplico a mi persona. Con calma han pasado los días de viaje, que han resultado muy provechosos y, pienso ahora, que su grandeza reside en una programada improvisación, esas leves líneas que funcionan a modo de carril, que nos protegen de pérdida indeseada del precioso tiempo y nos dejan la libertad necesaria para sentarnos en el banco de un parque cualquiera para no hacer nada, salvo ver la vida pasar.


+ [León]: Todo fue caminar y detenerse, retomar el paseo y preguntarse por los motivos que la ciudad eleva, por los razones de los ciudadanos para levantarse cada mañana y trabajar, ese ciclo indesmallable. Agua, café, algo de conversación, el color de la piedra, las líneas y los perfiles del horizonte, pájaros y gatos. Hablamos y recordamos otros tiempos, otros viajes, recordamos como un año atrás, cuando comenzó el tratamiento para la enfermedad de C, las laberínticas transiciones no agotaron las fuerzas, sin desfallecer avanzamos en aquella noche de pasillos blancos, máquinas dosificadas del carísimo líquido naranja, analíticas y medicina nuclear. La medicina nuclear y la estricta postración que exige para que funcionen sus elementos de diagnóstico. Ha pasado el tiempo y estamos aquí, ha pasado un año y en la catedral de León, ante sus vidrieras, pienso en ese intangible que es estimar a todos los que antes vieron la luz y la piedra desde aquí, desde donde ahora estamos los dos, un tanto abortos, un tanto escépticos. No hay solución de continuidad. Hace calor y siento la urgencia de descansar, pero no es cansancio sino la sed de otro tiempo, un tiempo que no ha de volver. Me hago cargo de mi edad. Guardo silencio y me reconcentro, es un defecto que yo tengo, algo que no me gusta: subir, bajar, no alcanzar la estabilidad, y saber que nadie está libre de las simas de lo cotidiano, mi humor es cambiante, el cierre es austeridad y ausencia de la generosa comprensión del otro. Solo es un momento, pero es. Demasiado examen de conciencia, me digo y alzo la vista y trato de entender el programa propagandístico de la catedral: no lo conseguiré, pero abandono la expresión interior de los pecados y sus penitencias. Cuánto daño me ha hecho la técnica de la confesión. He aprendido a vivir con todo ello. Guardo silencio y no es agradable. Paseamos junto a los restos de la muralla y la mano es el dibujo del amor, la leve mano de C.


+ [Palencia]: Dibujo una silla, una botella y un vaso. Son dibujos característicos en mis libretas, un rasgo o un índice. Deliberadamente asimétricos, contienen una idea sobre el dibujo en sí mismo más próximo a una práctica que a un resultado, más el trabajo en sí que el producto del mismo. Comimos en un restaurante un tanto pasado de moda pero muy limpio. El color verde de las paredes me recordó tiempos pasados y me detuve en ello mientras guardaba la libreta roja. En realidad hay demasiadas cosas que me recuerdan el pasado, mi tiempo se orienta hacia el pasado, se hunde en recuerdos que se desdibujan en una niebla, pero que siempre terminan por concretarse. Así, me hizo recordar tiempos de la infancia y viajes larguísimos en tren, estaciones ocres y paisajes secos y duros, como si viese a mi padre mucho más joven de lo que yo ahora soy, a mi madre, a mis hermanos que son niños. Ese verde no es otra cosa que una guía. Los colores, la historia, la narración de la infancia. Todo se acumula y nada se pervierte, lo conservo con cariño y no lo comento. Guardo silencio. Estoy callado en exceso y no es bueno. Trato de corregirme. Comemos y nos encaminamos a Valladolid. La música establece seguridad y confianza. El coche se desplaza con soltura, responde bien. No necesito ir rápido, la velocidad no me interesa. El color verde que vi en las paredes del restaurante es ese que llaman verde inglés, creo. No sé. Queda atrás y, como sucede con los sueños, lo recordado se difuminó. El navegador me indica el camino al parking del hotel, pero yo me confundo varias veces y realizamos varios círculos, que se terminan por resolver. Valladolid. 


+ [Un banco cualquiera en el Campo Grande, Valladolid]: Nos sentamos porque estábamos cansados. Nos sentamos en el banco porque nos gusta sentarnos en los bancos y ver a la gente pasar. En silencio. A veces, consulto el teléfono, otras veces: no. El tiempo pasa y yo dibujo, sin mucha intención, en la liberta roja. Trato de memorizar los colores para que, en el futuro, cuando llegue a casa y toqué colorear, ser lo mas fiel posible a lo observado. Es un propósito fallido de partida, pero el objeto no es acertar, no se trata de constatar fielmente lo que vi, sino dejar testimonio de un algo que observé y que brotaba de la voluntaria y voluntariosa torpeza de mi mano derecha. Hablamos de la familia y de los amigos, fuimos generosos con sus errores y maldades y, también, agradecimos cierta cortesía, poco más. Las conversaciones fueron breves. Hablamos de Valladolid, de las esculturas que vimos antes de comer, de Vicente Escudero y su arte. Conversaciones reflexivas, pausadas, atenuadas por el rumor de la leve brisa entre los árboles. Pensé en los árboles. Pensé en cómo se adquiere, en medio del caluroso julio de Castilla, al fresco abrigo de los árboles en el Campo Grande, la condición de intimidad con la otra persona, ese trabajo. Todo es trabajo, esfuerzo, orden y estructura. Ay, la estructura y lo arquitectónico de la vida, de la novela de la vida. Pasó una mujer muy joven con un perro y un niño, se detuvieron ante nosotros y ella nos sonrió. No sé. Si das alegría, recibes alegría, también: a la inversa. El cielo era claro y en el teléfono se anunciaban tormentas que nunca llegaron. Seis días estuve en Castilla y no llovió, todos los días el teléfono vaticinó lluvias.


+ Dejé a C. en la Estación de Segovia, Guiomar. Salí de la estación solo y puse la música muy alta, dejé que el navegador me guiase hacia Ávila. El coche se deslizaba con una asombrosa fluidez. Quise a mi viejo Skoda como se quiere a un viejo amigo. A pesar de los gastos causado en los últimos meses, quise a mi viejo Skoda. Le agradecía que estuviese allí conmigo. El aire acondicionado me produjo placer. Me distancié de lo que llevaba días pensando y logré un aislamiento ambiguo e impuro, pues no resultaba todo lo terapéutico que yo hubiera podido desear: al contrario. Cambié en la radió en línea la emisora pop por la de música clásica. Qué revelación. Un piano, sobre el que no quise indagar, esmaltaba el paisaje de geométrica vanguardia. Recordé personas que se han alejado, de las que yo me he alejado. Recordé las cosas que de ellos aprendí y me di cuenta de que había olvidado sus voces, pero no sus rostros. Regresé a ese vacío que me ofrecía la música, el paisaje y el aire acondicionado. Una cámara hermética. ¿Dónde estaba C.? Estaría, a esa hora, en Madrid para hacer el transbordo y volver sobre los pasos, ya sin parar en Segovia, para regresar a Galicia [qué trayecto tan absurdo]. Mientras, yo me deslizaba por las pendientes con asombrosa facilidad. Mi conducción estaba en el justo punto, dentro de las normas que la vía precisaba, que la señalización horizontal y vertical imponen con sabio criterio. En el reloj vi que eran ya las cuatro y cuarto, lo que se traducía que C. ya lleva un corto trecho del viaje de regreso (Madrid - Pontevedra). Yo me dirigía a tareas que me he impuesto (pensé en ello y abandoné pronto esas ideas). Calculé gastos e ingresos, el balance desde principio de año y me pareció que tenía que, en los próximos meses, contener los gastos. Ahí quedó este breve examen de conciencia. Ay, la conciencia. “Estos días azules y este sol de la infancia…” Repetí el nombre de la estación de Segovia y me dije qué extraña es la vida de las palabras. 


+ [Un paseo nocturno por Ávila, intramuros]: También mi vida es extraña y extraña es toda vida que llegas a conocer con algún grado de penetración e intimidad. Ávila se dibujaba en perfiles y sombras. Investigaba los escaparates de las tiendas de alimentación, me demoraba ante la luz de una ventana (allí, en lo alto), saboreaba el silencio y la soledad. Paseaba absorto en el recuerdo de Fortunata y Jacinta. Esto me devolví un tiempo que nunca fue el mío, pero podía intuir. Aquellas casas, aquellos palacios, el descenso de la vida en sus últimos tramos. La verdad oculta tras las piedras, sentencias que no alcanzarán concreción. Escuché a unos adolescentes hablar en árabe, tal vez árabe. Eran fuertes y vestían galácticamente. Me senté a una distancia prudencial y sus voces tenía algo de hipnótico: el idioma, su contundencia gutural, los gestos y la desafiante certeza de los que todavía son eternos. El horizonte de montañas azules y nubes espesas que el inicio de la noche comienza a difuminar. Todavía no era de noche y amenazaba una tormenta que no llegó a cuajar. Cayó la noche, bebí agua (se había calentado y ofrecía una blanda y sensual sensación de fluido, como un cuerpo que se recuerda por extraña sinestesia: su dibujo, su silueta), terminé la botella y la tiré a la papelera. Traspasé la muralla por la puerta del Mercado Grande y continué mi paseo. Toda la vida se ahorma en un trazo: solo es un deseo. Me senté, intenté dibujar y no lo conseguí. Hay que saber cuándo es el momento y cuándo uno debe detenerse. Así, otro espacio estanco, un aislamiento, un silencio y una acotación [ya no eres joven y compórtate, aunque no te guste, conforme a tu edad].


+ Mi persona se refleja en los dibujos de mi cuaderno rojo. Rápidos y nerviosos trazos sobre lo cotidiano, los objetos, nunca las personas, sin intención de perfeccionar la técnica porque más que una práctica es una terapia. Más tarde, una vez en casa, coloreo lo que antes dibujé sin arte ni parte. Coloreo y todo se para, la conexión entre la mano y el papel precisa un mediador: el lápiz de color [para lo torpe que soy, qué exigente soy con las herramientas: la manía es mi identidad, pero lo disimulo]. 


+ “Elle prenait déjà les courses suivantes de la main gauche et tapait sans regarder de la main droite.” La place, Annie Ernaux.


+ La cita anterior es la última frase de la breve ¿novela? de A.E. He pensado mucho en este final y entiendo lo literario que hay aquí, en ese punto de conocimiento que no resulta transmisible salvo por el desarrollo narrativo magistralmente ofrecido. El secreto está en la cantidad y la administración de la misma. Sé que voy a releer el libro. En breve, quizá en breve. La próxima lectura tiene que ser, necesariamente, la traducción al español. Tarea pendiente, pues. Apunto en la agenda electrónica en que se han constituido las lista que me ofrece mi sesión en la Biblioteca Pública de Pontevedra.


+ ¿La traducción del libro de A.E. es lectura o re-lectura?


+ Llego a la biblioteca y finalmente decido no coger el libro de A.E., quizá por no romper cierta magia que quedó en suspenso tras su lectura. Quizá cambie de opinión.


+ En sueños me llega un título: El papel tumbado. Lo escribí en un post-it porque sé que, de no haberlo hecho, nunca lo hubiera recordado. Intento darle sentido pero no soy capaz. Se lo comenté a C. y me dijo que no le gustaba. No sé, creo que no se trata de gustar o no gustar. ¿Podría conmutar ’tumbado’? Tampoco tengo una opinión sobre ello, prefiero mantener el adjetivo, alejarme de cierta idea del buen o mal gusto, establecer mi razón en el desarrollo de una ráfaga de onírico absurdo, incluso: áspero y punzante sueño. ¿Podría eliminar, así, ‘papel’, y como resultado: El tumbado? Sigo sin saber y esta ausencia es precisamente donde se muestra su inquietante realidad, porque cuando el sueño apunté en el papel amarillo [ese post-it] renuncié deliberadamente a dejar constancia de su contexto: por lo tanto, difuminadas las condiciones para su explicación, queda solo una huella que podría llevar a reconstruir aquello que nunca existió. De esto sí que estoy seguro, no irá más allá su vida de esta anotación en esta suerte de diario.


+ Por encima he leído algo sobre los hermanos Machado. Algo, también, sobre Guiomar y Leonor. Sobre Leonor Izquierdo un poco más. No entiendo el porqué se me aparece un hilo que me lleva a Fortunata y Jacinta. ¿Una tarea más que apuntar y resolver? No.


+ Imagen: tapia, pájaro, cielo.



sábado, 8 de julio de 2023

Los logros, el olvido y el folletín.

 


+ La deformidad es todo aquello que se aparta de la norma. Deformar, sin embargo, se reduce a alterar la forma. Pienso tras ver a dos personas que su dentadura se ha movido, por decirlo de alguna manera, y su rostro ha variado considerablemente. No resulta monstruoso, pero sí inquietante ya que parecen otros. Esa leve variación resulta algo similar a un verse suplantado. Es ese momento en que percibimos el cambio pero no somos capaces de acostumbrarnos. La voz es la misma, los gestos, la mirada, pero hay algo que se desplaza y nos ofrece la sensación de extrañeza. Estoy seguro que es algo perceptible, que no podemos ocultar: me refiero a nuestro asombro. Como una corriente eléctrica, una leve corriente eléctrica, un calambre a penas perceptible pero insistente.


+ Bebo café y vuelvo sobre ello.


+ Castilla y León, como destino de nuestro viaje. León, Palencia, Valladolid, Segovia y, yo ya solo, Ávila. En una semana estaré en las cuatro capitales de provincia. Sé que llevaré Fortuna y Jacinta conmigo, que le daré un gran impulso a novela [o no]. Quizá compré algún libro y quizá continue mi indagación sobre el Jesucristo histórico. Es un sumar en el desplazarse diario por los afanes, esas ficciones que posibilitan la vida. Ay, la vida. Un viaje es más viaje en los preparativos que en su realización. La poesía que contiene, la poesía que se recuerda y se enlaza con las ciudades y los paisajes, el rumor de los recuerdos de las conversaciones en el pasado. (Cuando hablo de poesía hablo de lírica, de un sentimiento y no de una técnica).


+ He perdido el interés, me digo y dejo el café a un lado. No me interesa escribir, hasta aquí hemos llegado, me digo y sé que no es verdad. Me siento cansado y no tengo ganas de escribir desde un tiempo a esta parte. No sé a qué se debe. Pueden ser las esperas, el tránsito entre lo viejo y lo nuevo, la aclimatación a una realidad que ahora es tan agradable que escribir ya no tiene sentido [siempre la escritura ha sido una terapia, tal vez, y ahora esa necesidad se ha disipado]. Tampoco tengo ganas de hacer ejercicio. Sin embargo, ahí sigo: escribo y hago ejercicio. Hay una suerte de hastío que tiene que ver con la prolongación de la tarea, con la monotonía, aunque yo en estas seriaciones encuentre una extraña erótica. No soy el mismo y no he variado nada, pero la prosa no fluye y siento las reiteraciones como un señuelo, las impresiones de los días como obligaciones necesarias para verter aquí.


+ Abro el periódico y leo sobre los logros de conocidos de los que hacía tiempo que no tenía noticias. Observo las fotos y estudio sus caras de satisfacción. Son indicios del paso del tiempo y de lo banal que resultan los afanes humanos. He adquirido esa perspectiva que regala el estudio de la prehistoria, la profundidad de los origines del hombre. Es volver a los clásicos, el regreso de pensadores que no hacían otra cosa que mostrar lo fútil que las empresas son. Pero ahí están, ocupan la página y su rostro es fuerza y determinación, mientras yo, del otro lado, soy duda y pereza. La pereza que otorga el verano e intoxica mi descanso: las pesadillas, los logros y el olvido.


+ Es sábado y el sol luce con majestuosa indiferencia. He hecho ejercicio y me dispongo a preparar el equipaje. Tendré, a lo largo del día, que realizar una programación. Sé que todo gira sobre la rutina y la disposición de los placeres sobre el podio del esfuerzo. Tengo que hacerlo. No es una meta. No será un logro. Es un fármaco, en sentido doble: medicina y veneno. Demasiadas palabras para la poca sustancia.


+ Esta tendencia hacia una literatura sapiencial, aunque la sabiduría tenga un peso limitado, me hace pensar en una falta de estructura. Un edificio más por acumulación que por proyecto. Es un rasgo de mi persona, que tiene reflejo en todos los ámbitos de mi vida. Por otra parte, esta la necesidad confesional amortiguada por un pudor heredado y que su explicación requeriría la habilidad de un novelista inmerso y ducho en procesos folletinescos. Ay, solo mediante una trama bien construida para capturar al lector podría explicar todas estas cosas que me llevan a escribir cada semana, sin llegar a contar aquello que considero secreto. Los secretos son un potente motor narrativo. 


+ El folletín como medida de una vida, reducido a él: todo se entiende, todo se explica.


+ Imagen: piezas de un mismo muro, separadas componen una posibilidad de abstracción: la historia de los que escogieron las piezas.


sábado, 1 de julio de 2023

Por un sendero lateral


 + El verano ha entrado con fuerza. El calor intenso se transforma una niebla en mi cabeza que se disipa con el ejercicio a primera hora y con una ducha templada. Me veo renovado. No he podido dormir adecuadamente y regresaba el recuerdo de lo último que había leído en Fortuna y Jacinta. Valorar ciertos libros es reconocerse como un lector capaz, con su punto artístico, con una cierta vena de sabiduría, pensaba yo mientras admiraba la arquitectura de la novela. Un mundo que se eleva en el silencio de la lectura silenciosa, a esas horas previas al sueño. 

+ Por un sendero lateral se encaminó hacia el viejo deposito de fuel. Una frase contiene posibilidades insospechadas, enunciar una posibilidad es segmentar un universo en, al menos, dos partes: la elección de un camino niega la posibilidad del que se desecha. Automáticamente escribo la frase y la tomo como título de la entrada. Por un momento pienso en como continuar lo que he escrito en versal y me digo que hay un escenario y unos actores posibles, una radiación narrativa, un núcleo que se establece entre los vasos comunicantes, lo leído y lo escrito. Pero no. No hay nada, salvo un deseo insatisfecho, una espera, una oración para un dios que no existe más allá de una suerte de esperanza, que más que esperanza es un amuleto. Palabras que se lleva el viento.


+ C. y yo vamos en tren a Vigo. Hablamos y observamos al pasaje, sin medirlos, pero sin perder la atención sobre la variedad de los tatuajes. No es fácil su clasificación, pero en todos ellos domina lo identitario. Quizá el tatuaje no sea otra cosa que una manera de comunicar la esa extraña cosa de quiénes somos. Así, vemos elfos, dibujos geométricos, runas, rostros híper realistas, pájaros o flores, serpientes que se abrazan a dos rosas entrelazadas, y así todo. Es un rasgo de nuestro tiempo, sin duda. Quizá se trate de un reducto para sentirse alguien, para singularizarse, para alcanzar una identidad propia, sin más propiedades compartidas. Luego, no hay más remedio, pienso mientras el paisaje se desliza ante nuestros ojos, los tatuajes se degradan y se convierten en un borrón, en una mancha oscura sobre la piel, una enfermedad dérmica sin mayores consecuencias que la extrañeza estética. ¿Hay una enseñanza en ello? Siempre hay una enseñanza que se puede aceptar o rechazar, y en este caso me remito a la erosión de los años, a cómo se desgastan las creencias y se materializa el escepticismo, al menos, en mi caso así ha sucedido, pero sin tatuajes, sino con ideas que hoy han caducado y no se han visto reemplazadas por otras. Sigue el viaje y los tatuados son la nueva normalidad, no aquella que nos prometieron, sino la que ya estaba. 


+ No en pocas ocasiones he esbozado aquí trazos de una narración, que finalmente queda en nada. No me preocupa esta carencia cognitiva, esta incapacidad para tomar la tarea y continuarla, vaya: el desarrollo de un esquema y el mantenimiento del pulso de una intriga. El ámbito de la novela se me negado y es un deseo, un anhelo no colmado. Se aprende de lo que se alcanza, nos otorga un perfil que define lo nuestro de manera implacable. Lo acepto como nunca antes lo había aceptado, en ello descanso.


+ Una cierta limpieza en las tareas diarias es salud. La organización del tiempo y las tareas, eso es. Me siento ligero y acometo las obligaciones con alegría y sin convencimiento.


+ Leo sobre la vida de Jesucristo [La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía, de Fernando Bermejo Rubio] y recuerdo la afirmación que en un café escuché el otro día a un ingeniero. Mantenía desde una brillante posición que la economía no era una ciencia, luego lo explicaba. Esta afirmación la comparo con la exposición metodológica que en el libro se realiza y entendiendo ese humilde acercamiento a un tema tan complejo mediante los indicios a sabiendas que lo que se ofrecerá será una propuesta y no una conclusión. Cuando el brillante ingeniero pronunció su sentencia alguien le replicó que la medicina tampoco alcanza resultado definitivos y asintió y dijo que la medicina no era una ciencia, sino una práctica. Nadie dijo nada, la ingeniería también resultaba ser una práctica, pero el mes de junio ofrecía extrañas reverberaciones sobre al asfalto, los aspersores trazaban cortinas transparente y un pájaro desafía al tráfico. El recorte de los árboles, algunos jóvenes despreocupados, una moto muy bonita y lustrosa que cruzó la avenida, nada más. Ay, la ciencia, el brillo y la juventud. Sigo en la misma línea, el descenso de la identidad.


+ Imagen: el disparo errado.