+ La deformidad es todo aquello que se aparta de la norma. Deformar, sin embargo, se reduce a alterar la forma. Pienso tras ver a dos personas que su dentadura se ha movido, por decirlo de alguna manera, y su rostro ha variado considerablemente. No resulta monstruoso, pero sí inquietante ya que parecen otros. Esa leve variación resulta algo similar a un verse suplantado. Es ese momento en que percibimos el cambio pero no somos capaces de acostumbrarnos. La voz es la misma, los gestos, la mirada, pero hay algo que se desplaza y nos ofrece la sensación de extrañeza. Estoy seguro que es algo perceptible, que no podemos ocultar: me refiero a nuestro asombro. Como una corriente eléctrica, una leve corriente eléctrica, un calambre a penas perceptible pero insistente.
+ Bebo café y vuelvo sobre ello.
+ Castilla y León, como destino de nuestro viaje. León, Palencia, Valladolid, Segovia y, yo ya solo, Ávila. En una semana estaré en las cuatro capitales de provincia. Sé que llevaré Fortuna y Jacinta conmigo, que le daré un gran impulso a novela [o no]. Quizá compré algún libro y quizá continue mi indagación sobre el Jesucristo histórico. Es un sumar en el desplazarse diario por los afanes, esas ficciones que posibilitan la vida. Ay, la vida. Un viaje es más viaje en los preparativos que en su realización. La poesía que contiene, la poesía que se recuerda y se enlaza con las ciudades y los paisajes, el rumor de los recuerdos de las conversaciones en el pasado. (Cuando hablo de poesía hablo de lírica, de un sentimiento y no de una técnica).
+ He perdido el interés, me digo y dejo el café a un lado. No me interesa escribir, hasta aquí hemos llegado, me digo y sé que no es verdad. Me siento cansado y no tengo ganas de escribir desde un tiempo a esta parte. No sé a qué se debe. Pueden ser las esperas, el tránsito entre lo viejo y lo nuevo, la aclimatación a una realidad que ahora es tan agradable que escribir ya no tiene sentido [siempre la escritura ha sido una terapia, tal vez, y ahora esa necesidad se ha disipado]. Tampoco tengo ganas de hacer ejercicio. Sin embargo, ahí sigo: escribo y hago ejercicio. Hay una suerte de hastío que tiene que ver con la prolongación de la tarea, con la monotonía, aunque yo en estas seriaciones encuentre una extraña erótica. No soy el mismo y no he variado nada, pero la prosa no fluye y siento las reiteraciones como un señuelo, las impresiones de los días como obligaciones necesarias para verter aquí.
+ Abro el periódico y leo sobre los logros de conocidos de los que hacía tiempo que no tenía noticias. Observo las fotos y estudio sus caras de satisfacción. Son indicios del paso del tiempo y de lo banal que resultan los afanes humanos. He adquirido esa perspectiva que regala el estudio de la prehistoria, la profundidad de los origines del hombre. Es volver a los clásicos, el regreso de pensadores que no hacían otra cosa que mostrar lo fútil que las empresas son. Pero ahí están, ocupan la página y su rostro es fuerza y determinación, mientras yo, del otro lado, soy duda y pereza. La pereza que otorga el verano e intoxica mi descanso: las pesadillas, los logros y el olvido.
+ Es sábado y el sol luce con majestuosa indiferencia. He hecho ejercicio y me dispongo a preparar el equipaje. Tendré, a lo largo del día, que realizar una programación. Sé que todo gira sobre la rutina y la disposición de los placeres sobre el podio del esfuerzo. Tengo que hacerlo. No es una meta. No será un logro. Es un fármaco, en sentido doble: medicina y veneno. Demasiadas palabras para la poca sustancia.
+ Esta tendencia hacia una literatura sapiencial, aunque la sabiduría tenga un peso limitado, me hace pensar en una falta de estructura. Un edificio más por acumulación que por proyecto. Es un rasgo de mi persona, que tiene reflejo en todos los ámbitos de mi vida. Por otra parte, esta la necesidad confesional amortiguada por un pudor heredado y que su explicación requeriría la habilidad de un novelista inmerso y ducho en procesos folletinescos. Ay, solo mediante una trama bien construida para capturar al lector podría explicar todas estas cosas que me llevan a escribir cada semana, sin llegar a contar aquello que considero secreto. Los secretos son un potente motor narrativo.
+ El folletín como medida de una vida, reducido a él: todo se entiende, todo se explica.
+ Imagen: piezas de un mismo muro, separadas componen una posibilidad de abstracción: la historia de los que escogieron las piezas.

