sábado, 24 de junio de 2023

Fatiga

 



+ K. y yo hablamos sobre política y sobre la pasión de la escritura. También, sobre el hastío que la escritura misma puede producir cuando se transforma en una profesión. Tal vez suceda con cualquier profesión. Todo llega a hartar y mantener el entusiasmo es muy difícil, solo al alcance de unos pocos. La ilusión por el trabajo es uno de los pilares de la felicidad. Pero hay un reverso, frente al profesional se sitúa  la práctica de un arte que es entretenimiento. Se da cuando al trabajo alimenticio sucede un ocio productivo enfocado a la creación, aunque esta no tenga relevancia.  Recordé viejos tiempos y cómo en esos momentos todo parecía tener sentido, como el que recolecta piezas de un puzzle con la intención de completarlo. Sin embargo, todo discurrió por otros derroteros. Creo que, en cierto sentido, fue mejor y, si no es así, otra opción no hay. Trabajo alimenticio y ocio creativo, esa es mi receta. Tendré que hablarlo con K., quizá esté de acuerdo


+ Un compañero de trabajo y yo hemos hecho un pequeño viaje que nos ocupó casi toda la mañana. Hablamos de asuntos laborales, políticos y sociales. Las relaciones sociales. Había acuerdo y nos preguntábamos si el pasado podría regresar en forma de pesadilla. El pasado no regresará, aunque el futuro sea otra pesadilla. Peor todavía puede ser que el pasado, pero siempre distinto.


+ En toda novela debe tener en sí un gran peso el contexto, que podría ser histórico o social, sociológico. En este sentido, enfoco mis lecturas. Hoy Galdós, mañana Clarín. Senderos que marcan unas posibilidades ciertas. Aterrizo en este ecosistema que yo mismo he creado. Lentamente llego hasta su núcleo y el camino nunca se termina. Hoy es miércoles y el tiempo se orienta hacia un breve viaje que emprenderemos en nada, en unas semanas. Pienso, otra vez, en la novela como vehículo de conocimiento y sé que el conocimiento que aporta nunca tiene una utilidad inmediata, como tampoco lo tiene el viaje. Viajes y novelas, he aprendido a prepararme para ambas realidades: mapas, lecturas y propósitos. He alcanzado ese punto de extraña sabiduría, doméstica y portátil. Soy yo y en ello me reconozco.


+ Se termina la tarde del miércoles, apago el ordenador y me dispongo a ir a caminar con C. La cuestión siempre es la misma: establecer ordenadas rutinas que le den sentido al día. Levantarse, trabajar, comer, dormir una breve siesta, ejercicio, estudio, paseo y sueño, pero antes el 1 % (en el libro electrónico) de la lectura de Fortunata y Jacinta. Se cierran los días con una perfección nunca antes soñada. En relación al primer segmento de esta entrada, no sé si está aquí la felicidad, pero sí hay un estático estado de tranquilidad que se me permite una despreocupada fluidez, muy próxima a lo ideal. Lo ideal no es un reflejo, ni un estado, sino un inestable caminar. Se entiende cuando se ha transitado, no mientras se transita.


+ El adelgazamiento de estos textos se debe a una cierta fatiga. La fatiga como llave para entender el momento.


+ Imagen: yuxtaposición, otra vez, yuxtaposición. Sin foco.

sábado, 17 de junio de 2023

Sin indicaciones (3)


+ Las indicaciones son necesarias, pero, en ocasiones, nocivas. Doblegar una voluntad depende, también, de una actitud del que desea. El deseo y la voluntad. Las aristas cortan, lo romo se agradece. Prefiero no mantener un punto extremo y dejarme llevar por una suave corriente de determinación, con un objetivo claro pero sin entrar en los límites de la violencia verbal, gestual. Nada más, es domingo y el sol luce, tras una semana de lluvias y calor, esa humedad penetrante que se infiltra en el sueño.


+ Aprecio la colección de imágenes que he acopiado aquí, quizá debería establecer un hilo, escribir sobre ello y volcarlo en una entrada. Tal vez. Pero no lo haré.


+ Encuentro breves notas sobre novelas que no he de leer. Me interesa ese reflejo de la lectura de otros, pero que no abre ninguna otra puerta que esa crónica. La crónica en sí. Quizá es porque tengo la convicción de que esa lectura me decepcionará y no tengo mucho tiempo, aunque pierdo mucho tiempo. No busco una voz. Ni una visión. Son relámpagos que me ofrece el suplemento literario antes de dormir la siesta. Quién será el hombre que tenga todo el tiempo necesario para leer todo lo que se ha escrito. Son notas que no están bien escritas y son pedantes. La buena escritura es la que comunica con fluidez, luego está el estilo. El estilo es secundario. Hay que oír esa voz interna, como si uno fuese otro. Leo y me gustaría tener indicaciones, pero no las hay. Continuo con Fortunata y Jacinta, que me habla, también, de otros lectores y otras expectativas. Otros ámbitos de lectura condicionados, ya que nunca ha sido de otra forma, por el mercado, en una equiparación con el gusto. El estilo es secundario y yo busco un grado cero.


+ Una breve nota para una idea sobre un guión que nunca se escribirá [al menos: yo no lo escribiré]: distonía focal: un músico (guitarrista clásico) se ve obligado a tomar un descanso, por un tiempo indeterminado, para guardar reposo y así tratar de curar su enfermedad (distonía focal) / Llega a Galicia, a la costa gallega, a Ortigueira / No va a tocar en todo ese tiempo, ese es su propósito, pero también espera, de alguna manera, alejarse de la música / Graba sus pensamientos en teléfono móvil mediante un sistema de carpetas que un momento dado le explica a alguien, pero sin entrar en demasiados detalles, la razón: no se deben utilizar ni las los dedos ni las manos / Nadie sabe a qué se dedica: ¿nadie?


+ Ahí queda en el tintero porque tan importante es la idea como su desarrollo, su gestión y la ambición para llevarla a cabo. Cualquiera de los tres puntos me falla.


+ El dilema de comer o no comer carne. Indagar en la posibilidad de no comer carne me interna poco. ¿Reducir el consumo de carne? La ambivalencia del postulado me deja indiferente. Hay animales que son para comer y otros no, pero si dejamos que se impregne esta distinción de sus rasgos morales perdemos un cierto punto de vista. No estoy en el debate, me alejo y dejo constancia de algo que leí de refilón en algún lugar perdido de la red.


+ Tomamos varias personas café hacia las nueve de la mañana. Las conversaciones se cruzan. Así pasamos de lo imposible de una ciencia económica, en sentido estricto, a una apreciación leve sobre cuestiones educativas: el ciber optimismo y el ciber pesimismo. Atraviesan fugaces ráfagas de opiniones sobre las elecciones próximas, pero son tan fugaces que no consigo recordar nada: no hay mucha voluntad de profundizar en todo lo demoscópico, por un lado, y en la doxografía por otro. El café está delicioso y los pequeños croissants se convierten en el complemento ideal. Alguien dice, acertadamente, que se debe recuperar el aburrimiento como cura existencial: esperar en una estación de tren y ver el paisaje, fijarse en la gente, sin música en los auriculares, sin teléfono. Es un proyecto. Se enlaza todo y hay un punto de perfección, quizá esto sea la felicidad, pero siempre en el recuerdo, nunca en instante.


+ Se va la semana en andas, todo se desvanece, permanentemente escucho y asiento, no hay otra. El aburrimiento es una medida perfecta. 


+ Imagen: de azules de tardes de verano de[l] pasado [de: preposición, y como preposición con su carácter de tornillería necesaria: el que no lo vea, no lo sabe]. 




sábado, 10 de junio de 2023

Sin indicaciones (2)


 + Sigo con mi indagación sobre Clarín. Comienzo a leer el libro de Ricardo Labra, El caso Clarín. Hay una senda, la sigo.

+ ¿El mal absoluto es el olvido? Sigo la conferencia de Enrique del Teso, me hago la pregunta al hilo de su afirmación. 


+  Leo una critica sobre libro reciente que aborda las piscinas como amplio tema de interés. Debo reconocer que es un tema que, en principio, resulta atractivo. Las piscinas ofrecen una doble dimensión, la arquitectónica y la sociológica, sin olvidar una cierta deriva literaria. Un espacio extraño que transmite modernidad y lujo, un cierto emblema de unas ciertas clases sociales. Me detengo y contemplo la imagen de las piscinas de Alvaro Siza en Matosinhos; hay algo pictórico e hipnótico en la imagen que corona el artículo. Todavía estoy en cama y el periódico es día anterior, por ello estoy embargado en los flecos del sueño y ello condiciona positivamente la lectura. Sin embargo, mi experiencia me dice que no se puede esperar mucho del libro. Esto último se debe a que ya he caído en otras ocasiones en trampas similares; bienintencionadas, pero trampas finalmente. Sé que lo que busco en tal libro no lo encontraré y lo que me ofrecerá será un tanto decepcionante. Mi papel de lector se ha afilado mucho y su filo es mi criterio, mi criterio termina por llegar a un punto donde me digo a mí mismo: pues escríbelo tú, si puedes. Esa tensión no se resuelve y queda en suspenso. Las piscinas son interesantes, la natación también, pero no me aportará nada. ¿Aportar? En este punto de la lectura, tras la lectura de la crítica, abandono el periódico y desayuno. Es domingo y hay una plomiza atmósfera que invita a la melancolía. Me sacudo la melancolía y busco el libro de Cheever, El nadador. También en el libro que no leeré se habla de esta novela, ya no recuerdo si leí El nadador. Y así.


+ No sé si se trata de la tormenta en ciernes o se debe a otro tipo de cansancio, pero he caído en una cierta abulia con su punto de erotismo atemperado. Lectura nocturna, divagaciones a media mañana, a primera hora algún periódico digital o el poema de una joven promesa de la lírica patria. Son trazos sobre el mapa de lo diario: no lo pervierten. Yo me repliego y ya casi es miércoles. Me gustaría entregarme a un poco a la lectura o la escritura, pero soy “un vate vago”, en este día de junio. Ha llovido un poco, gruesas y escasa gotas que se estrellaban contra el pavimento para formar redondeles irregulares, donde se podían adivinar formas de la misma manera que e hace con las nubes. Un poco de Champagne, algo de frivolidad, los días son sucesiones que se necesitan las unas a las otras, mientras: observo [sentarse en un banco y ver gente pasar, entrar en el detalle de su atuendo y su manera de moverse, sus aderezos y afeites, el dibujo de una sonrisa o un mal gesto, conversaciones que nos llegan al vuelo, el banco permanece y la impresión de ver la vida florecer, también]. 


+ Sigue la lectura de Fortunata y Jacinta. Poco más, esa es la lectura nocturna.


+ La brevedad de la entrada nada indica.


+ Imagen: como si se tratase de otro mundo: y así es, el pasado: toda foto es un otro mundo. 

sábado, 3 de junio de 2023

Imposible distancia


+ Continuo con mis indagaciones. Leo sobre los Neanderthal. Trato de hacerme cargo de nuestro puesto en el desarrollo histórico, hacerme cargo de la Historia misma. En otro lugar, leo que en cualquier momento llegará un nuevo virus que diezmará o aniquilará a la humanidad. Somos animales, no me cabe la menor duda, lo que nos lleva a estar condicionados por todos los elementos naturales. Quizá no sea el cambio climático o emergencia climática lo que ponga el punto final a la historia, sino los virus. Una oleada que exterminará al ser humano. Lo sé, la historia tendrá un punto final y el hombre terminará por desaparecer, nada es eterno, pero lo importante es adoptar en función de esta realidad un punto de vista. El punto de vista de la mortalidad, de la finitud. 


+ Abro un periódico en línea y un artículo se anuncia con el titular de que los hombres tienen cada vez menos amigos. Se abre la incógnita de qué hay tras la etiqueta “amigo.” En primer lugar se trata, según el artículo, de un declive de la institución y el concepto. Sé que leo con un exceso de precisión, que lo microscópico muestras razones que desbaratan el texto, pero, en esta ocasión, prefiero seguir con la lectura porque me parece que algún momento del artículo obtendré una revelación que me permitirá adivinar otros rasgos de este tiempo que comienzo a desconocer. Así dejo a un lado lo que podría significar “institución” y “concepto.” Vamos. Todo, vaya, gira en torno a las redes sociales y a la falta de tiempo. [Esto me recuerda, y esto es un excurso, que ayer una dependiente de El Corte Inglés, mientras nos empaquetaba para regalo una botella de Tokaji, nos dijo que el teléfono trae una reducción del espacio y que los jóvenes deben saber que tienen que convivir con los mayores y los mayores necesitan espacio, espacio frente a la unívoca pantalla]. Las redes sociales, que he probado y abandonado tras comprobar que me resultan prejudiciales, son una de las claves. ¿Es desde ahí, en esa toxicidad, donde se inicia la erosión de la amistad? ¿Será, también, responsable la pandemia, este mundo postpandémico que, en algún momento, se le llamó la nueva normalidad? ¿O, tal vez, se trate de que según los años pasan las personas se vuelven rígidas y este acantonamiento impide la amistad? No lo sé, no quiero aventurar nada, salvo continuar con la lectura de tan relevante artículo, pero me resulta imposible. De partida considero que es un texto insustancial y oportunista, un propósito oculto para agarrar a los lectores mediante la técnica de aunar una serie de modernos lugares comunes con citas de psicólogos y psicólogos: la falta de tiempo, la anomia de las redes sociales, la irrelevancia de persona, cuantificaciones de la temporalidad necesaria para hacer de un conocido un amigo. Todo ello bajo la nueva religión de la matemática: la estadística. La estadística palpita y mientras yo me pregunto por origen del ser humano, por la humanidad (de la que no dudo) del Neanderthal. Cierro, al fin, la página y me entrego a mi café y a la lectura de novelas, en su más auténtica y literaria verdad: aquella lectura de la que nada se aprende, de la que nada se saca, salvo la sabiduría de los amigos silenciosos (los libros) y el agradable tacto del entretenimiento recóndito, grácil y gratuito.


+ Los tantos por ciento adoptan un aire de talismán, de amuleto, de intrincada superstición.


+ Hoy domingo llueve y se anuncian fuertes lluvias durante toda la semana que mañana comienza. Leo el periódico en la cama, me levanto y estudio un poco, estructuro un texto que debo presentar, lo hago sin demasiadas ganas, pero lo hago, tomo el café templado y mágico, la música barroca inunda la habitación, la luz tenue del ordenador es inspiradora, me pregunto por los artículos leídos y encuentro un punto de distancia. La distancia. Imposible distancia. Hay algo que como un aburrimiento generalizado y una glotona necesidad de imágenes que se manifiesta en la profusión que, en cascada, deviene de las redes sociales. Me siento ajeno. Como decía el hombre que analizaba el discurso, soy un observador, no cabe otra. Un soneto es una suerte perfección, inmortal, tal vez, pero no va más allá del papel. Llueve y la música hace eterno el momento, me recuerda a la canción, “1979”, donde el aburrimiento trazaba el perímetro de la existencia y, esto, así, parecía que la vida era eterna, pero no lo era porque el reloj no se para, más allá de nuestros deseos y percepciones. Llueve y soy eterno.


+  "La luz desmayada", leo en un viejo libro de perceptiva. La luz desmayada esta tarde tiene su corto reinado y se resuelve en una lluvia fina que tamiza el espacio, lo empequeñece y el cielo ya no es la inmensidad. Las palabras se tiñen de nostalgia, un aliento y una revolución. Las elección llegará y pasarán, la historia comenzará a posarse, a establecer su reino de muertos y memoria. Hoy ya somos otros.


+ Imagen: la foto de una pompa de jabón, ligeramente tratada: queda, tras el proceso, una imagen falsa que parece lo que no es, pero de esto se trata, un trampantojo.