sábado, 13 de mayo de 2023

Los días: trabajos y placeres

 

+ “Los placeres y los días”, titulaba un artículo Umbral, que luego daría titulo a su columna en El Mundo. Lo encontré, el artículo, en un pequeño y viejo volumen que hay en nuestra casa, en un altillo. El libro no es otro que Diario de un snob. Todas estos haces se dirigen hacia un punto que se desliza de mi personal y lectora biografía, los años en que esa suerte de dandismo era  una brújula. Hoy sé que eso no era más que una tabla de salvación o un salvavidas, en la deriva de los años adolescentes. Hoy sé de donde Umbral sacó su título y este hallazgo encierra una explicación bastante ajustada de aquellos lejanos años. La fuente es “Los trabajos y los días” de Hesíodo, el poema se resuelve en un calendario agrícola y es esa la razón que todo lo explica. Más que los placeres, lo que importa y cuenta es el trabajo y la división del tiempo en función de las labores del campo, como los ritmos de la naturaleza hacen que el hombre discurra más acorde con su verdad animal: nacimiento, reproducción y muerte, así sí se encuentra el sentido de la vida. Ay, pero vuelvo a coger el libro de Umbral y me acerco a lejanos asuntos de actualidad: las progres, el centrismo, los barrios que crecen en esos decolorados años setenta. Temas que reverdecen en mi memoria y, al mismo tiempo, son una extraña arqueología, viva para mí, muerta para los jóvenes. Ay, los jóvenes, ay, los placeres y los días.


+ El tacto de los papeles del pasado transmite una extraña forma de asombro. Un asombro que se une a la intriga que no se podrá, bajo ningún término, resolver. Quiénes compraron este tomo que ahora tengo en mis manos, quiénes lo leyeron, qué viaje sufrió hasta llegar aquí. Veo su desgastada portada y los signos son de uso y olvido. Mis amores son reales, la obra dramática de Joaquín Dicenta (Hijo), una pieza dentro de la investigación que, con más osadía que autoridad, he emprendido. Me pregunto por la vida del libro, del objeto y sé que es imposible descifrarla, como esas personas que uno se encuentra en una ciudad extraña, en el metro, en un avión. Uno se preguntas por sus vidas y es una apuesta por la equivocación. Hojas amarillas, letras desvaída, páginas dobladas como señal de última lectura. Todo eso y más, duerme su vida en mis mano.


+ Qué extrañas son las vidas de los demás, pero, cuánto más, las propias.


+ Quizá no estaría de más tener una idea del mundo literario más acorde con una profesión que con algo vocacional próximo al sacerdocio. No se debe obviar las razones sociológicas que condicionan el arte, el éxito y el fracaso, ese campo de batalla. Veo, en línea, a escritores hablar de su vocación y de las pruebas que han tenido que superar para llegar al eximio puesto que ocupan en el escalafón. No muy distinto ese prurito a otros

en esferas muy disímiles. Siempre hay engolamiento y el escritor en la televisión parece contrariado por el medio en sí mismo, algo vulgar, algo que carece de distinción, pero solo es una pose y en la pose se esconde la razón de su presencia: la promoción, pues es de las ventas y sus alrededores de lo que vive. Un espejo y una pistola, pero una pose es: no hay tal suicidio. Leo los viejos artículos de Umbral y pasado tanto tiempo, ahora, entiendo muchas cosas. La carrera y su consecución, construir un personaje y dotarlo de esa prestancia, del peso y la dignidad que solo puede otorgar el disfraz bien ajustado, la levita que se ha cosido en esos trabajos diarios, en los placeres nocturnos. En este sentido, siempre me ha llamado la atención la invocación al trabajo solitario y duro, a una suerte de obligación penitencial que parece dotar a este escritor en la televisión de una poderosa y misteriosa fuerza que se vierte en sus páginas, como si se hubiesen escrito con sangre. Sangre y lágrimas.


+ Claro, antes hablaba de un tipo de escritor. La clasificación es tan sumamente amplia que una golondrina no hace verano.


+ Uno debe dotarse de herramientas con las que trabajar los materiales para, de esta forma, obtener objetos y, en este caso, lecturas sociales de la realidad que le ha tocado en suerte. El problema es que herramientas y materiales, a veces, se confunden. Tanto lo uno como lo otro no dejan de ser la vida misma, eso creo yo. Así, he incorporado una herramienta nueva (que no sé si es materia de trabajo también o útil para modelar esa arcilla vital). Se trata de una visión construida mediante una idea de perspectiva de los hombres de las cavernas, de los hombres del Paleolítico y su inclinación por el arte. Veo que hay una evolución en la técnica pero el sentido artístico ya está completo en sus obras, bien estéticas, bien funcionales. Aplico esta herramienta de medida para evaluar el presente, mi presente, vuestro presentes, nuestro presente. Ver desde aquellos ojos lo que hoy se expande resulta dar un giro a la supremacía del siglo XXI. No se trata de maravillarse, sino de sentir cierta modestia entre nuestra mismidad. Somos los últimos de un conjunto de integrantes de una especie y, cómo no, también nosotros desaparecemos (conocemos el viejo dicho de que un día hasta el sol se apagará). Solo desde el arte prehistórico podré entender, aunque solo sea un intento, poco más que una vía de conocimiento que ilumine ciertas sombras y soberbias en lo diario.


+ A veces, cuando uno obtiene el resultado esperado, no siente esa satisfacción que se presupone necesaria. No está el acierto en el punto de la recompensa, sino que el hallazgo que cimienta la tranquilidad, la certeza de que el juicio certero, el plan bien trazado y la ejecución precisa conducen a ese éxito que se traduce en paz para el espíritu. Dicho esto, el anuncio de un desastre nunca es motivo de alegría, aunque sea el resultado de una ecuación antes prevista, valorada y resuelta con destreza. 


+ Imagen: el tren, placer y/o trabajo.