sábado, 6 de mayo de 2023

Los condicionantes y las condiciones

 



+ Todavía sigo dandole vueltas al asunto del banquete. No creo que deba emitir juicios, desde hace tiempo escapo de las valoraciones morales por un asunto de higiene mental, me gusta mantenerme al margen, pero no siempre es posible, hay unos límites. Los limites se traspasan cuando afectan mi estado de ánimo y mi estado de ánimo se ha visto alterado por el choque entre lo que yo entiendo por correcto y lo se me parece como inadecuado. No sé si se trata de buen gusto o de una posición particular que he construido en los últimos años y que tiene una clara conexión con mi rechazo tanto de la ebriedad como de las supuestas bondades del alcohol, que no son tales bondades. Mi rechazo a la ebriedad tiene relación con el daño que me provocó hace ya muchos años. La posición que he alcanzado es la correcta, para mí, aunque no quiera imponerla tampoco quiero que me impongan la contraria. Así, el asunto del banquete, a pesar de que nadie me dijo que bebiese, gira sobre el eje de la ausencia al no tener ese punto que da la bebida. Uno es otro. Ese otro es el abstemio y esa lucidez molesta al que bebe. He pensado en esta posición en la que me encontré y en mi lugar en el mundo, pero no hay un lugar sino muchos, y son variables, móviles y abstractos. Se superponen planos y el pasado se hace presente, la explicación no es tal sino se subordina a una serie de causas y contextos. Poco importa. Esto no deja de ser un excurso y no una nota como tantas otras, se traduce, pues, en los últimos flecos que se resisten a desaparecer y me causan una leve desazón que tiene que ver más con mi biografía que con la de los comensales. Pensar en exceso es malo, pensar en defecto es un derecho. 


+ Leo algunos poemas de Dylan Thomas que K. ha traducido. Otro ámbito, otra voz. Se solapa con lo anterior. Se solapa, también, con la elección del libro para la próxima convalecencia: La Regenta. ¿Cuánto podemos ser a una tiempo?


+ Mi última ocurrencia es que no puedo entender lo literario sin un tiente sociológico. Es desde ahí desde donde quiero leer. Comenzaré con este presupuesto la lectura de La Regenta, pero no está claro cuando será la operación, por lo tanto: la novela debe esperar.


+ Los veranos vistos como un mundo eterno, una edad imperecedera, me embargan hoy. Los veranos y su ámbito eterno, que no tiene reflejo ni extensiones. Una edad que solo es posible en la infancia o en la primera juventud y que luego desaparece para no volver nunca, en el verdor de la adolescencia se percibe nítidamente esa Arcadia, pero, vaya, por poco tiempo. Un espacio que se ensancha y desaparece. Como si después de leer los poemas de Dylan Thomas quedase un anhelo de inmortalidad, mediante la letra o la música de la vida. Los veranos se han desvanecido y queda este otoño brillante de dorados y granas, rojos que van más allá de la sangre. Otra edad, otro espacio, otro mundo, aunque con las mismas raíces.


+ He llegado a Clarín, a La Regenta por el ensalmo del viaje recién terminado. Ahí se gestó la lectura que todavía no ha comenzado. La esperanza de continuidad se manifiesta en la intriga que me produce el tomo que guardo cerca de la cama, a la espera de que llegue el día de acudir al hospital para ser operado. Para la convalecencia guardo el libro, así se construye la ilusión.


+ Leo, en la mañana del domingo, unas pocas páginas de Viaje a Portugal, de Saramago. Hay algo en su prosa que me seduce y tiene más que ver con una atmósfera y una suerte de recuerdos que con el ritmo, que también es importante y aquí se da en su punto de maestría. La mañana es luminosa, oigo como los pájaros cantan, la primavera está en su esplendor y hay una serenidad que no es un estado sino un regalo. La lectura me ha inspirado cierta confianza. Una invocación al dios del instante me hace sentir la punzada agradable de la felicidad. No me siento un extranjero, pero tampoco un militante patriota. Es un término medio y en su justa temperatura. Este ámbito que nos han regalado se compone de piezas diminutas y no intercambiables, que permanecen exentas pero se pueden unir, me dejo llevar por geometría y trato de abstraer sus razones y rasgos, no lo hago. Finalmente, no lo hago. Dejo el libro y me paro a estudiar como la gata estudia a las urracas. Un estudio vano, porque las urracas, para ella, son inalcanzables, pero el gesto está ahí. Mi gesto, también.


+ La novela de la vida, cuántas veces vistas y siempre renovada.


+ Indago en las razones que me conducen a la lectura de La Regenta, que se demora hasta mi próxima convalecencia. Hay una conexión entre lectura y postración que me interesa y es aquí donde comienza la lectura, en esa premonición de lo que sucederá. Creo que se relaciona con mi tendencia a tener bajo control las acciones futuras y las consecuencias del presente, por eso dejar atado todo me resulta muy necesario. Y en ello estoy. He realizado algunas lecturas sobre la novela y el autor. Me ha llamado mucho la atención que durante el franquismo la novela estuviese postergada, que se considerase inmoral; también, que al hijo de Leopoldo Alas, rector de la Universidad de Oviedo, lo fusilasen. Los datos previos a la lectura la condicionan, pero yo deseo estos condicionamientos porque resultan ser los inicios de una suerte de argumentación, que da razones para su lectura y la explicación de la misma. Me siento en plenitud. Como el regreso necesario a los años ochenta, cuando por primera vez visité Oviedo. Lo recuerdo y el recuerdo es una unión entre lectura y conversaciones, que no deja esto de ser otro condicionante.


+ Y el eximio prosista escribe: “mi trabajo de campo y oficina consistía en…” y yo me pregunto: ¿por qué no campo y gabinete, tan evocador como poético y decimonónico? Es lo que tiene ser prosista y estilista, a tiempo completo, uno se conforma con ver y anotar, leer y olvidar. Qué si no. 


+ Imagen: la insistencia en un color podría tener un significado o un sentido, pero no: carece de propósito.