sábado, 24 de septiembre de 2022

Esperas


+ He regresado a El amante de Margarite Duras. Sin duda, me atrae la novela en un sentido no imprevisto, algo que tiene que ver con una suerte de búsqueda de una voz que me sorprenda y con la que identificarme, al menos por un momento, durante un día, tal vez, una semana.

+ La espera se ha instalado en mi vida.  Espero y, afortunadamente, esta espera es un aprendizaje, una suerte oración de ateo. Un adelgazamiento. No sobra lo que falta. Poco, nada, casi. Espero resultados y espero contestaciones a correos electrónicos. No llegan. La espera en sí es una sombra que me acompaña a lo largo del día.

+ Acudo a un funeral, es la madre de P. Ha muerto tras meses de enfermedad, que se resume en la lenta evolución de un tumor, lenta e insistente. La persona se desmorona y todos esperan que desaparezca, que desaparezca en las montañas de su propia ruina, como si se adentrase en un bosque. Me siento al final de la iglesia y reconozco una suerte de perfección en el ritual, algo que nunca había percibido antes con tanta nitidez. La arquitectura, las imágenes, la música, el rito, los ropajes, el cántico, las palabras, la incidencia del olor a iglesia, aunque ya no haya cera, la altura de las bóvedas. Siento una lejanía que me hace dudar. Veo como comulgan y pienso en cuando yo comulgaba y no recuerdo si eran mis creencias o las de los otros, que como obligación se proyectaban en mí, deformando y condicionando mis expectativas. Me doy cuenta de que ya no soy joven y por eso hago este balance, sereno y distante. Escucho con atención la homilía y es una extraña peroración sobre la grandeza de Dios, pero veo como su poder resalta entre todas las otras cualidades. Soy un cero a la izquierda y no me causa pesar, un timbre a lo lejos. Termina el oficio y salgo a la calle. Hablo durante un rato por teléfono con K. Intercambiamos impresiones y estamos de acuerdo en lo frágil que resulta la vida, que nada se puede dar por hecho. Terminamos de hablar y saco mi coche del aparcamiento y transito por la autovía arropado por canciones del pasado. El pasado soy yo, parece susurrar el reproductor de MP3: tienes razón, pero también eres el futuro, pero, sobre todo, si eres es porque yo así lo decido, se ríe. Ha sido un corte en la rutina. Pienso en la muerte, pienso en la mujer que acaba de ser incinerada y pienso en sus hijos. La otra orilla se dibuja con precisión y sé que he olvidado algo mientras asistía a misa, intencionadamente me olvido del que fui, porque no me interesa, porque tal vez yo nunca fui aquel. Espero, sigo en la espera, me digo sin rencor. Soy yo el que habla.

+ Busca resumir en una sola frase su postura, pero no lo consigue. Se ha enamorado, dice alguien y esa parece la mejor explicación. A mí no me basta porque deseo escarbar más en su personalidad, en el centro de su principio rector. Lo tengo, he dibujado su perfil y se ajusta bien a la persona, a sus actos y a sus reacciones. No importa, guardo silencio y reservo para mí el diagnóstico, el certero diagnóstico. Si no me equivoco es porque sé esperar y no precipitarme. Llegado el momento, tendré una opinión.

+ La construcción de párrafos es un arte, la capacidad de apreciar su grandeza otro bien distinto. Es bien conocido este tópico: hay un arte de hacer violines y hay un arte de tocar violines. Ahí estamos.

+ Otro día que termina, otro día que requiere un balance. Me despierto temprano, conduzco cuando todavía no ha amanecido, llego a mi trabajo, mi alimenticio trabajo, ordeno la tarea del día, contesto correos y mensajes de telefonía, consulto en el ordenador las altas que se me comunican en la plataforma, todavía es de noche, palpita en mi paladar el impulso que el café me aporta en la primera hora de la mañana, avanza la jornada y comienzo mi actividad, después de haberla programado con precisión, en un descanso llamo a E. y hablamos, es agradable hablar con E., siempre es agradable hablar con E., conduzco, regreso a casa, como, duermo la siesta, hago mi ejercicio diario [esa hora de bicicleta estática], mientras escucho música, sin saber qué es, sin interés ni por lo título ni por lo interpretes, termino, me entrego a la investigación, termino y escribo esto que escribo. Iremos C. y yo a dar un paseo, hablaremos y veremos la vida desde los balcones de los bares, esos miradores desde donde se contemplan a los turistas, a los estudiantes recién llegados a esta apartada provincia, a los que nunca tienen nada que hacer: acerados noctívagos. Dormiré y no recordaré lo soñado, ahí es cuando rozo la perfección. Así, me olvido que todavía espero.

+ Imagen: momentos superpuestos de una trayectoria errante, queda la huella gráfica que se diluye en el olvido eléctrico: el disparo todo lo emascara.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Prolepsis

london

london

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+ [Le bateau ivre]: “Comme je descendais des Fleuves impassibles, / Je ne me sentis plus guidé par les haleurs : / Des Peaux-Rouges criards les avaient pris pour cibles / Les ayant cloués nus aux poteaux de couleurs.”

+ Inicio del curso, me digo y veo como los niños van al colegio. El declinar de las tardes se produce cada vez más pronto, llega la vendimia y los colores tienden al ocre, los pájaros se resguardan y la naturaleza tiene una ceguera más pronunciada. Escucho conversaciones sobre la posibilidad de admitir desacuerdos con las opiniones de los padres, conversaciones en restaurantes que ensayan con delicados peces y estructurados títulos para los platos. Nada nuevo, todo ha sido visto ya, ninguna novedad en el decurso de las edades, en ese declinar de las tardes, cada vez más temprano, siempre previsible. El barco ebrio sigue su curso y nuestro mirar es el viento que lo impulsa, la corriente río abajo que lo guía. Suena el misterioso tict-tac del reloj en esta mañana de sábado, el segundo sábado de septiembre. No es la libertad, es el golpe certero de la vida contra la impasibilidad de la naturaleza (?)

+ He leído El amante de Margarite Duras ayer sábado. La lectura resultó un ejercicio extraño que afectó a mi estado de ánimo. Nunca antes había leído nada e M.D. y me sorprendió, aunque ya contaba con ello, ese particular tono confesional, ese punto de vista sobre su propio yo. Encaja el libro en la senda de la biografía y la autobiografía, del yo y sus derivadas. Uno de los temas que subrayo, seguro que no con mucha novedad, es la importancia  de la escritura, el núcleo de toda la experiencia que se desarrolla a lo largo del libro, hasta el punto de que el amante en sí me parece una percha y las pocas referencias a la escritura son lo fundamental, unido a la asfixiante presencia de la familia, Quizá esta triada (el amante, la familia y la escritura) establezcan ese perturbador mundo, unido al paisaje y al paisanaje, los ríos, las ciénagas, el sol, los colores y el despertar al mundo, tan particular, tan personal. Queda el libro en la estantería, con algunas anotaciones, leve y complejo, con aperturas extrañas, con una invitación a otras lecturas, pero me siento incapaz: la escritura y la familia. Un abismo.

+ Prolepsis: [DRAE]: 1. f. Fil. En la doctrina de los epicúreos y los estoicos, conocimiento anticipado de algo. / 4. f. Ret. Pasaje de una obra literaria que anticipa una escena posterior rompiendo la secuencia cronológica.

+ Y califica la vida del Conde como “un vivo oxímoron”, una atinada y condensada apreciación. Reflexiono y someto a mi criterio la afirmación, llego a un punto donde la admito pero no me parece suficiente. Debo cimentar mi criterio, establecer una justificación, alzarme contra lo que me hunde. El trabajo hace que me olvide de las lagunas y las tormentas, tempestuosas noches.

+ Pienso un poco en la vida de Margarite Duras, en la necesidad de transformarla en literatura, en arte, en un objeto y en un artefacto, pienso en el autor como “índice”, pero no quiero continuar, solo quiero dormir, domir profundamente.

+ Ha llovido y el calor se instaló desde la primera hora. El lunes tiene un aire renovado, según el verano se aleja. Ahora es de noche, pienso en escritores que acaban de morir, en reinas difuntas. La muerte como equiparación, pero sobre ella el olvido. Obtengo el rédito equívoco de las últimas muertes. ¿Son ejemplares o siempre es la misma muerte, salvo la propia? Hace tiempo que la tarea de la poesía, la lectura de ciertos poetas, se detuvo y no sabría decir muy bien el porqué, salvo la pereza, la rutina contagiosa que me hace ir sobre los puntos de la agenda pero nunca sobre lo que debería improvisar. Veo los tomos en la estantería y me producen cierta melancolía, no puedo dejar se relacionarlo con el inicio del otoño, “[el] conocimiento anticipado” me digo y copio de lo copiado del DRAE un poco más arriba. Así se despide el lunes.

+ ¿Envejecer es despojarse de las capas que se han acumulado en función de las expectativas de los otros o, por el contrario, llegar a un punto de ser uno mismo el que siempre ha tendido a ser, vaya, una solidificación del yo? No podría responder de manera tajante a la pregunta, pero me atrae la primera posibilidad porque todo aquello que sea un adelgazamiento del yo me resulta un punto más que deseable. Una forma de enfrentarse por las mañanas, en soledad, cuando el día todavía no ha abierto y uno no se ha aseado, sin peinarse aun, es pensar en qué pensaría el adolescente que fuimos de ese que tenemos ante nosotros. Me estudio y no respondo, pero sé que no le desagradaría a aquel que fui y eso me hace sentir bien, como si hubiese culminado el proceso de un proyecto que nunca fue explícito. Me veo y sé quién soy, que no es poca cosa porque eso se traduce en que sé lo que quiero y como alcanzarlo. CIerto es que ese querer es querer poca cosa, quizá solo la tranquilidad, el sueño reparador, una mano amada, unas pocas líneas rectas que he conseguido que reflejen la proporción de una fachada, otra entrada en este diario y así. Pocas y  humildes cosas, que ni siquiera está aseguradas. Ese es tesoro, el oculto tesoro de la bendita rutina.

+ En adelanto de lo que habrá de llegar, tomo la antología de Margarit y leo “Cálculo de estructuras” Es lo que tiene el final del día, que, quizá, no recuerde cuando llegue la mañana, ese punto de ebullición que tienen las seis y veinte del nuevo día.

+ De viris illustribus. La necesidad de explicar la vida a partir de un momento del camino se hace dolorosa pero necesaria, la etiqueta “sobre los hombres ilustres” tiende a diluir su influyo y mostrar que todo se equipara. Sigo en la mima senda, en la senda que marcó hace ya tiempo el deseo de minimizar y someter el prestigio y el mérito a una manejable escala, en equiparar a todos los hombres. ¿Lo he conseguido? Sin atributos me veo y esto es un deseo más que una realidad. [Se extiende la reflexión en el ámbito actoral que precede a toda narración, pero no es impostura sin el reflejo inexacto en el espejo]. Ha muerto un hombre ilustre y las loas resultan cargantes, de tan estereotipadas, forzadas, amaneradas. No he leído nada de lo que él escribió y, en un futuro más o menos próximo, tampoco lo haré, pero me quedó con el personaje y el horizonte de expectativas que eleva, que condiciona al lector. Ese soy yo en disolución, el que duda y el que niega, el que se resiste a ver lo que todos ven, el que se excluye y el que se embosca en la tranquilidad de su estudio, bajo la égida de los gatos nocturnos, como ellos desconfío y me quedo dormido con los ojos abiertos, muy abiertos.

+ ¿La relación entre el discurso funerario y la biografía, el epitafio y la autobiografía?

+ Imagen: un tríptico con raíces londinenses; Londres, ese universo tan lejano. Pienso en Holland Park y subo las fotos. Muere el día.

sábado, 10 de septiembre de 2022

Mis dioses lares, los eones

eon

+ [La mala educación] Hay comportamientos que no soporto, comportamientos que rompen un orden casi natural, que al menos tienden a establecer unas rutinas que se confunden con una suerte de orden natural derivado de la costumbre. Sé que soy un maniático y tengo rasgos que me inclinan hacia ciertos trastornos compulsivos, pero sin llegar a la patología, sin embargo, tengo por seguro que mi comportamiento con los demás es el que deseo que tengan conmigo [y salvo los imperativos categóricos sobre los que reflexiono, entre el fin y la regla en sí misma, sin decantarme por ninguna de las opciones: así de dubitativo soy]. Con todo, entiendo que aquello que rompe la convivencia es reprobable, porque me inclino por el silencio y la serenidad. Poco más. Así actué hace más de una semana al indicarle a alguien que debía cerrar la puerta que había abierto y que, antes, estaba cerrada. Me molestaba la puerta abierta. Se lo pedí y me dijo que sí, que podía pero que no le daba la gana de hacerlo. ¿Qué hacer? Nada, no se puede hacer nada salvo conjurar el mal trago y pasar a otra cosa. Yo mismo cerré la puerta después de decirle que tenía una educación exquisita. ¿La ironía es una distancia? Me molestó grandemente el impulso violento que se despertó en mí: deseé agredir a aquel sujeto; obviamente: no lo hice, pero la pulsión continuó vibrando durante un período demasiado largo. Caminos C. y yo, lo comentamos y le expuse mi malestar. Comprendió mi desazón y ahogamos en el malestar en helado, dos bolas: una de fresa y la otra de tutti-frutti. La mala educación, cuando nos ataca, se debe eliminar con ironía, indiferencia y pequeños regalos para nuestra sublime persona [ese yo que triunfa sobre los otros, tan prescindibles como ajenos a una suerte de estabilidad deseada, deseable].

+ ¿En qué se diferencia la explicación de la comprensión, el ámbito de las ciencias naturales y el ámbito de las humanidades? Una senda se abre, ninguna se cierra. He leído un tweet sobre el tema, una pregunta que se deja en el aire y no se resuelve. Basta, sin embargo, ir al buscador e indagar en la dicotomía. ¿Se resuelve? Nunca nada se resuelve satisfactoriamente, salvo si es explicado, pero queda, en el aire, la comprensión. En eso estoy, ahora.

+ Soy fuerza y soy duda, en ello busco un equilibrio.

+ Como tenía previsto, mientras a C. le realizaban una prueba en el Hospital Universitario de Santiago de Compostela, me dediqué a leer con atención del libro de Pozuelo De la autobiografía. Es un texto que manejo últimamente, durante los últimos meses, un texto me abre paisjaes que estaban ocultos. Me fijo, en concreto, en algunos aspectos sobre la crisis de la identidad y como las memorias pasan de ser documentos a convertirse en procesos de búsqueda de la identidad misma. Más que su reflejo, el objeto en sí. La identidad. La identidad me parece un problema fundamental sobre el que reflexionar y sobre el que atraer otros haces temáticos. La escritura es una cuestión de identidad, pero, al tiempo, me digo, qué no es una cuestión de identidad. ¿No lo son, también, los signos externos, el atuendo, la pertenencia a una clase social, la exclusión de ella, […]? Y, sigo con la lectura y se ofrece una posible explicación en una cita de Gusdorf [“creación narrativa de la imagen de identidad”]: “… el hombre que recuerda su pasado hace tiempo que ha dejado de ser el que era en ese pasado.”  Anoté la cita en una hoja de papel y ahora la transcribo porque me parece certera, adecuada para estos días, para esta época donde veo transformación e impermanencia.

+ Sin embargo, queda el pacto con el lector, ya que bajo cualquier libro de memorias se agazapa esa conexión con la realidad que la etiqueta marca sin posibilidad de confusión. Hay un salto entre la ficción y la autobiografía porque el lector toma la última con un no incierto anclaje en la realidad, en algún tipo de realidad, una realidad que quizá no existió en ningún otro lugar que en el acto de la escritura. Ay, la escritura como constitución de la persona, la lectura como elevación de esa misma persona a personaje. El viento parece propicio.

+ El viento es propicio y pronto comenzará a llover. El verano ha terminado y en las montañas se perfilas las nubes, heraldo de una nueva estación. El otoño nos corona de lirismo y nostalgia, así, somos románticos en su estricto sentido, el más profundo, el menos elusivo.

+ “Quién te da el pan te da el afán”, leo y asiento. El trabajo y sus obligaciones, las obligaciones y sus servidumbres. Converso en ocasiones sobre el tema y termino por llegar siempre al mismo punto, donde el debate se centra entre la alimentación y la identidad. El trabajo como identidad, una realización o construcción de la persona o del personaje. Era, tal vez, aquello de la acumulación de capital simbólico. Mi trabajo no es precisamente un refuerzo o una construcción de la identidad, mi trabajo alimenticio tiene un punto de anomia o se establece en un grado cero. Ese grado cero me interesa para elaborar este trabajo que hago ahora, también el de la investigación y, sobre todos ellos, el de la lectura. Ay, trabajo en recóndita madriguera, para mí, sin intención de trascendencia, sometido a mi altura y a mis estrecheces, sin más propósito que el trabajo mismo, el que hace que la temporalidad se someta al dios del instante. Esa tarea imposible. Los eones me protegen de la vanidad.

+ Son los eones, esa medida de las edades geológicas, mis dioses lares, pues ante ellos todo, absolutamente todo, se desvanece, se minimiza, se descompone en fragmentos inapreciables. Cuánto le debo yo a los eones.

+ En la senda, como siempre. Pero, claro, mi tiempo no se rige por los eones, sino por otras edades y en ellas me sumerjo, sobre ellas construyo mi castillo de lectura y olvido, dos polos que orientan lo diario, esa colmena de circunstancias y adjetivos.

+ Imagen: la puerta en la desnuda pared, una cuestión y una propuesta.

sábado, 3 de septiembre de 2022

Desde el presente

o

+ Una palabra que encuentro y desconozco: nefelibata. Nefelibata: según la definición de la RAE tiene origen griego y, en su literalidad, viene a ser la persona que camina por las nubes; por lo tanto, la definición gira en torno a esta circunstancia tan gráfica: el adjetivo se refiere a una persona soñadora, que no se apercibe de la realidad. Qué extensión tiene, si yo fuera o fuese columnista me daría para un artículo o columna; como no paso de emboscado prosista en la sombra, me conformo con dejar constancia de la palabra.

+ ¿De dónde sale la palabra que antes apunté, tiene importancia?

+ Indago en vidas ajenas mediante las herramientas que me proporciona internet: fotos, biografías, declaraciones, vídeos, artículos y resúmenes de libros. Me intereso en una escritora y siento una súbita cercanía. Me llama la atención su último libro. Habla de un tiempo que fue el mío y que ella vio como niña y yo en el tránsito de la adolescencia a una edad madura. El tiempo de la heroína y la muerte, aquellos zombies que se desvanecieron. Indago en las fotos y en los textos de la autora mientras me doy cuenta de que cada vez me siento más inclinado a leer el libro, una suerte de conexión con el presente, con mi otra lengua y con una atmósfera que trato de aquilatar para sentir cierto suelo, la solidez imposible de este tiempo presente.

+ El martes llega a su fin. He pasado una mala noche y dormí poco. Queda la sensación de vacío que otorga el insomnio, quizá sea un regalo, quizá sea un castigo, pero la vigilia nocturna quebranta la percepción de lo diario. Reflexiono sobre el vano esfuerzo de llevar a cabo este diario, desde el presente. El presente, esa meta, la única meta posible.

+ Leo un extracto de la novela que cité antes y veo que este no es el momento, que ahora el tiempo requiera otras lecturas. Me preparo para la espera del jueves. Llevaré a El nacimiento de la tragedia de Nietzsche y De la autobiografía de Pozuelo. Ambos libros se unen en un punto de interés que rebasa el momento actual de mi vida y se proyecta hacia el futuro, como una suerte de proyecto de vida: la lectura y la escritura de la propia vida. En fin, qué otra cosa es este espacio que las dos cosas en una sin llegar a ninguna solución. Y de eso se trata.

+ La lista anterior ha variado, la afinaré. ¿La lectura y la escritura de la propia vida? Tal vez, vidas escritas, vidas leídas. Y así.

+ Ay, este escoger libros, este descartar libros. ¿Me retrata? Creo que no puedo decir otra cosa que sí. Ese un yo querido y deseado. Una oferta, una ofrenda.

+ Regreso al ámbito de la biografía y de la autobiografía. Mañana estaré en Santiago con C., que debe hacerse pruebas. Mientras, yo, leeré, intensamente, leeré. He escogido tres libros y quizá meta en la mochila otro más [¿Llevaré El nacimiento de la tragedia?]. Y continúon: en los últimos tiempos lo he repetido varias veces: la lectura no es un espacio, pero es mi ámbito, el ámbito que me permite acomodarme a los espacios. Mañana, el Hospital Universitario de Santiago, Medicina Nuclear, salas de espera, pasillos y cafeterías de hospital. Sobre el espacio, la lectura triunfa y yo me sumerjo en su reino, mi reino, nuestro reino. Sin patria y sin bandera.

+ Imagen: foto de una playa en invierno, en el invierno pasado [una declaración de intenciones, la batalla que no daremos, la ilusión de otra posibilidad lírica].