sábado, 25 de junio de 2022

El dios de la oportunidad



+ Comienzo a leer un libro sobre novelas y artistas plásticos. Comienzo y ya en el inicio no puedo estar menos de acuerdo. Leo dos o tres páginas y el desacuerdo continua. No es un autor menor el que lo escribe, pero su campo es el de la historia del arte, no el de la teoría de la literatura. No lo dejo y continuo. Se sitúa a mediados del siglo XVIII el inicio del auge de la novela como vehículo de expresión destinado a las masas, pero, creo, al tiempo que se hace esta declaración, se ignora que la población que podía leer era muy escasa, debida a las altas tasas de analfabetismo. Concluyo, que es algo que no se ha reflexionado adecuadamente, que el libro es fruto del mucho escribir y del poco reposar los textos. En un aparte, una larga nomina de novelistas que circunscriben sus obras al ámbito de los pintores se desliza un error de bulto: es un tema, pero el núcleo de la novela suele ser otro más profundo, que se traslada del tópico a la constitución misma, es decir, a la estructura. Pero, estas consideraciones mías, se diluyen en un prosa bien construida y me digo que no tienen mucha importancia, que, a renglón seguido, se declara el moralismo inherente a la novela, como obra que tiene en sí, siempre, una enseñanza. La peripecia parece responder a

+ La doble faceta de Flaubert: el lirismo y la exactitud de los planes, siempre llevados a cabo. El lirismo y la disciplina. Esta exigencia ha estado presente en muchos de mis proyectos a lo largo del tiempo. Una luz me ilumina y sé que F. ha resultado ser una influencia más que notable. Así, leí sus novelas, los estudios sobre ellas y algunos fragmentos de su correspondencia. Cuando vi el Sena en Rouen todo ello me vino a la cabeza y su punto álgido fue cuando cruzamos en coche, C. y yo, el Puente Flaubert, todo un símbolo de mis conquistas, el olvido de las derrotas.

+ El avance de la semana me hace percibir lo deletéreo que resulta el paso del tiempo. Comienza la semana un lunes y aparece el viernes por arte de magia, no nos hemos dado cuenta de qué pasó, qué transiciones han obrado hasta quebrar la vida de esa semana. Lo comento y es el mismo comentario de siempre, abundamos en esa evidencia, esa tautología. Pero, qué decir, cómo no asombrarse cuando lo que existe es un hiato entre el imaginario construido con la argamasa de las ficciones que tienden hacia lo eterno, como si esa fuera la única medicina que nos salvase del veneno del tiempo. No pasa un día sin que piense en ello, como si un dios del hogar fuese. Mi pensamiento se une a lo que recuerdo de Marco Aurelio, que no deja de ser una tenue niebla de la memoria de la que resta un poso de certeza: lo poco que es la vida, tanto la del mendigo como la del Papa de Roma. Mientras, cabalga la crisis, el combustible de la intolerancia. Puedo ver la violencia asoma sus garras; mientras, la semana termina.

+ Buscamos un sito donde cenar y lo encontramos. Resulta satisfactorio, como resultó satisfactoria la cantina de la estación de tren donde C. y yo tomamos agua y cerveza. Un pequeño mundo que se amplia a cada momento, esos momentos de intimidad. A lo lejos, las nubes elevaban un telón de gris y pesada presencia, un recordatorio de todo lo que se funde en el tiempo. El dios de la oportunidad nos bendijo y, así, acertamos en cierta alegría, una alegría muy superior a la felicidad, por encima del optimismo, por encima del pesimismo. La bendición del dios de la oportunidad. Kairós [el tiempo de la oportunidad]: la oportunidad y la conveniencia en el instante preciso: aquí y ahora.

+ Alguien plantea si los avances laborales y sociales son debidos al consenso o al conflicto y sus resoluciones. Me centro y debato. No quiero saldar la cuenta con una respuesta rápida y banal. Siempre he creído en los equilibrios, pero las circunstancias de la crisis me inclinan a ver la segunda opción como la única salida, pero, simultáneamente, sin consenso no se llega a un punto aceptable, deseable.

+ Me ha sucedido en más de una ocasión. Resulta sencillo. Le cedo el paso a una o a varias personas y continuan su camino sin apartar la vista, sin agradecer el gesto. También con el coche me ha pasado. No tiene importancia porque el gesto no está dirigido a una persona en particular, sino que se extiende al todo social, sin esperar nada a cambio. Y de eso se trata, de hacer cosas sin esperar nada a cambio y, al tiempo, estar prevenido contra la mala educación. Así, con el tiempo, he desarrollado una muy útil indiferencia que obtiene traslado a otras circunstancias y escenarios. Nada me inmuta, salvo lo que yo decido que me afecto. Tan selectivo soy, me digo y las nubes cabalgan en su inmutable armonía.

+ Imagen: un tríptico que, mientras camino por el bosque, toma forma por yuxtaposición, son las caras de un poliedro que se hace forma según yo disparo estas fotos que ahora se opone pero que, también, se complementan.