sábado, 11 de junio de 2022

Playas de Normandía

no-place
 

 + Los sueños me interesan más por cómo pueden explicar el pasado que por las posibilidades de adelantar el futuro, de vaticinar actos o de iluminar extrañas y laberínticas relaciones entre personas, hechos y lugares. Por esta razón me parece que describir un sueño a la manera en que fríamente se analiza una oración desde la sintaxis arroja luz sobre el pasado. En primer lugar, creo que la unión entre lo vivido y lo soñado se da sin solución de continuidad. El sueño, de alguna manera, no deja de ser una limpieza, una excreción, y no necesita ser interpretado, sino reciclado, llevado a un punto de recogida para su tratamiento. Para mí este punto de recogida sería el texto, este texto, por ejemplo. Aquí y en ningún otro lugar toma fuerza, consistencia la idea de la narración como expiación. Ay, y después de todo esto, me remito a mi sueño de pintores de retratos que ganan mucho dinero, entre el burgués y el bohemio, hacia la búsqueda de un estilo perfecto. Un anhelo. Residencia repartida entre Madrid, Paris y Tánger, aspecto descuidado y elegante, pelo ni largo ni corto, piel bronceada y espacioso chalet de una planta con estudio, en algún paraje de Toledo donde el campo tiende al infinito. No sé, me remito a un deseo o la construcción de un personaje que vi en algún dominical en alguna sala de espera de la consulta de un dentista o en el salón de una peluquería. Y luego este personaje, el del sueño, realiza una extraña pregunta: ¿quién es la esposa de tu trabajo? No respondí. Pero el sujeto era el anhelo de esa vida bohemia y burguesa antes citada, a partes iguales; el verbo, la pintura y la residencia extravagante y cara; los complementos y la circunstancia se repartían entre los notables retratados, la lectura en las salas de espera y la actuación retardada de mi trabajo que se resiente. ¿Quién es la esposa de tu trabajo? La pregunta está por responder y la respuesta no deja de ser un límite. El límite y la razón de ser alguien parecen unirse.

+ ¿Cómo se relaciona con el pasado la pregunta que plantea el sueño ? ¿El trabajo como núcleo de la identidad o como un atributo importante que no llega a definir? ¿Definir se entiende como una labor de acotación, de establecer límites? En resumen, la unión entre trabajo e identidad no se puede obviar. El trabajo hace a la persona y determina su manera de actuar, su personalidad, sus afectos y rechazos. ¿Somos nuestro trabajo? Un asunto para discutir. Y, en realidad, todas estas cuestiones, con sus dudas y certezas, son una reflexión que mantengo desde hace tiempo, a lo que debería sumar esa clasificación que supone el salario, la traducción que tiene en un estándar de vida. El sueño trata de atrapar esa categorización que establece el trabajo, el salario y su traducción simbólica.

+ Playas de Normandía donde fuimos felices, extraños en un mundo nuevo, lejanos y persistentes ladridos de perros tristes, alegría de vino y queso, alegría de licores y olvido, playas de Normandía donde fuimos felices, cementerios de Normandía donde fuimos eternos.

+ [Tiempo de espera]. Por un momento, creo que lo propio de este momento es la espera y nombro este fragmento como Tiempo de espera. La enfermedad de C., el aguardar por la solución de mi plaza, los tiempos de la investigación, la concordia y un reencuentro que no llega y que ya no deseo. No es así, no es este un tiempo de espera sino que todo tiempo es un tiempo de espera. Lo anoto porque tengo, ahora mismo, la necesidad de anotarlo, mientras percibo la punzada de la espera, mientras rechazo esa misma punzada que pone al descubierto un doloroso rasgo del tiempo y de su inexorable paso, de su labor de erosión y olvido. El tiempo de espera es más que una unidad de medida, es el núcleo mismo de lo vivido y lo por vivir.

+ [Apunte fuera de tiempo] Tengo una breve charla con un hombre que, considero yo al primer golpe de vista, resulta muy atildado, en exceso incluso. Una suerte de pulcritud ceñida al tiempo presente: camisa blanca, vaqueros y zapatillas rojas NB que no desentonan. Pero sobre su atuendo triunfa un collar de cuero, creo que es cuero, un hilo de cuero negro sobre el que danzan unas medallitas de plata, entre ellas: la mano de Fátima. Entiendo que son amuletos y que el hombre es supersticioso. Está suavemente bronceado, le han cortado el pelo cortado con primor y parece que ir al gimnasio, pues bajo la camisa se dibujan sus músculos con precisión. Se gusta, es evidente. Al tiempo, su expresión es contundente  y se sabe capitán de algún barco que yo desconozco pero que tiene una indiscutible importancia. Vuelvo sobre lo mismo, ante todo, destacan sus amuletos y creo que ahí se resume su persona, la confianza del personaje, su solidez, su apostura. Le miré a los ojos y él esquivó mi mirada. Algo había que yo no alcanzo a comprender, algo sin importancia pero que, estimo, merece ser reseñado porque en ese evitar mi mirada se resume algo de su persona que se conecta con un núcleo vibrante que del todo lo puede, o que cree que todo lo puede.

+ Imagen: el no-lugar como estado de ánimo.