sábado, 28 de agosto de 2021

Madrid, hoy, en la lejanía - Los últimos días de agosto

Madrid-Plaza de España
 

+ Como en tantas ocasiones, la radio me inspira. Escucho un programa sobre Galdós y su tiempo, la biografía del escritor y su obra. He leído algunas de sus novelas y creo que tengo una cuenta pendiente con él. Quizá la cuenta pendiente sea conmigo mismo, porque más que una cuenta es una laguna.

+ Regreso a esa tarea que resulta ser la lectura simultánea de tres libros de poesía. Desde que estoy embarcado en esta preparación para un examen que podrá ser o podrá no ser, he abandonado su compañía. Hoy, domingo, en el medio de cierto asueto vespertino, abro el volumen de Ángel González. No sé, quizá sea un certero adelanto; pienso cuando leo “Nota necrológica”, cobre la vida, “Su biografía / -es decir, su expediente- / se cerró un día de brumoso enero” Vuelve una idea de Madrid, de La Castellana, de Nuevos Ministerios, donde el poeta trabajó civilmente en el Ministerio de Obras Públicas (así se llamaba entonces el MITMA). Recuerdo paseos en ese entorno, recuerdo el interior del edificio, recuerdo algunas personas con las que tomé café o comí en aquella cafetería inmensa y desangelada. Lo presentí en los anchos pasillos orlados por las mesas de los uniformados conserjes. Leo el poema que se dedica a un probo funcionario, que más que una persona es toda una clase social de aquellos tristes años de la dictadura, y al leerlo regresa una parte de mí que ya es mineral, que se ha transformado en el fósil de los años noventa del siglo pasado. Ahora, en esta cabalgada o preparación para la plaza, ¿mi plaza?, todo ello adquiere un nuevo significado que el propio poema ilumina de manera extraña y certeza. Me digo, qué grande Ángel González, que maestría.

+ Dónde estaba yo en aquel Madrid, mientras bajaba yo por el Paseo de las Delicias hacia Legazpi. ¿Quién podría responderme?

+ Sé que en unos meses volveré a Madrid y quizá se cumpla esa costumbre de visitar la ciudad todos los años. Me lo dijo un primo mío en una ocasión: a Madrid hay que ir, al menos, una vez al año. No, yo no he tomado ese propósito, pero el rito se ha cumplido espontáneamente. Tiene para mí Madrid algo familiar pero al tiempo altivo y displicente, que me atrae con un poder que emana de mitologías infantiles y transfundidas por amigos y familiares. Oía yo de niño el nombre de la ciudad e imaginaba mundos que todavía palpitan, en las lecturas, en los cuadros, en las fotografías. Leía a Umbral y yo veía allí un París manchego y precioso, con difíciles contradicciones de abrigo de cachemir y morcilla de Burgos, vinache y sofá rojo abandonado en una calle cualquiera de Malasaña o Lavapiés. Algo absurdo y brillante, bendecido por el brazo perdido de Valle-Inclán. Una meta que se enraizaba con una Galicia mucho más mitológica que verdadera. Nunca seré otro que aquel que fui, aunque los matices enmascaren al adolescente que en la noche leía Las ninfas, aquella huída.

+ Y vuelvo a Francisco Brines. Hace un intenso calor que levanta polvo y arrasa la hierba que ha comenzado a crecer. Los frutos maduros se precipitan contra el suelo y la gata maúlla sin ganas: no tiene hambre, no tiene sed, tampoco quiere amor, tampoco quiere lágrimas. El tiempo se desliza y el estudio me aparta de los negros pensamientos. Como un ensalmo, como un conjuro. Leo poemas y la tarde languidece. Playas, carreteras y el océano infinito. Vibra la cuerda última de la guitarra, una nota que queda suspendida en el aire, esa tensión liberada. Memoria y abrazos, el café templado, papeles y bolígrafos, libros, apuntes, rotuladores rojos y rotuladores verdes, sin miedo, sin esperanza.

+ Radio Futura, como baliza de un Madrid que nunca conocí y que siempre tengo muy presente. Mientras recorremos la carretera que bordea la costa, C. y yo escuchamos a Radio Futura. Viejas canciones, “señales de otro mundo.” No me parecen tan antiguas las canciones y yo menos viejo (no soy viejo). La luz de las última de la tarde matiza los perfiles de Vigo, esa línea quebrada. Aquí y ahora, comienza todo, bajo el manto de esta música.

+ También escuché un poema de Gloria Fuertes, recitado por ella misma. Así, terminó el lunes.

+ Imagen: Madrid, Plaza de España, desde la última terraza del Hotel Riu.

sábado, 21 de agosto de 2021

Si escribiera un poema [...]

Change

+ Observo al vendedor de coches. Lo observo con detenimiento. El pelo engominado, la camisa con rebordes en otro color ligeramente más claro, con pespuntes rojos, la colección de pulseras, colgantes y medallas que asoman en el cuello desnudo. Me pregunto si tendrá tatuajes. Lo observo. Su gran anillo y la voz profunda, la dicción lenta. Observo su letra infantil y su seguridad, una cierta arrogancia, una cierta incapacidad para las preposiciones. Mis deformaciones me llevan por una senda de indicios y dudas. No está de acuerdo con lo que le digo y eso le disgusta mucho. No es algo personal, pero se transforma en oposición en la que la identidad parece jugar un papel relevante. Termino, me despido y no me devuelve el saludo. Al día siguiente, su inmediato superior me llama y se pliega a todas mis indicaciones. No pienso mucho sobre el tema, queda en el aire la colección de pulseras y collares que me dieron la impresión de ser su característica más relevante. El vendedor de coches tenía materia para encarnar un retrato muy de nuestra época, esa atmósfera que se desprendía de su persona.

+ Escucho hablar en la radio sobre aquel escritor que tanto leí. ¿Cómo ha variado su imagen, cómo se ha desplazado? No soy el mismo y las razones de mi interés por él han variado, hoy son bien distintas, sino opuestas. Como el vendedor de coches, lo observo en la distancia, entre la tumba y el panteón, la biblioteca y el cuaderno de apuntes.

+ Soy un observador o soy un investigador; quizá, ambas posiciones son compatibles.

+ Durante un breve instante llegó hasta mí un aire londinense. Vi una foto de una chica que trabaja en un club musical, busqué datos sobre ella en la red y surgió un mundo recóndito y sin mayor existencia que el ámbito de lo imaginado. Pero lo importante era el recuerdo de las calles, de los mercados, de las plazas y las tiendas, esos mimbre que permiten imaginar vida que nunca llegaremos a atisbar. En ese orden, ella encarnaba el esquema necesario del emblema, como resultado de todo lo posible, lo que se transmite, la noción de belleza y la atracción que produce la juventud. Nada más lejos.

+ Debo esperar hasta las cinco y media y de la estantería tomo Habla, memoria, de Nabokov. Leo veintitantas páginas y creo entender mi fascinación por esa prosa del detalle y la exactitud. Eran otro tiempos, pero los actuales conservan aquella semilla. No se trata de la escritura, sino de una forma de ver y me pregunto si se puede separar una cosa de la otra. Nabokov inicia su libro de memorias con la muestra de los dos abismos en los que está constreñida la vida de los hombres: antes del nacimiento, después de la muerte. Ambos abismos son igualmente insondables e incomprensibles, pero el primero parece tener una expresión menor. Esto sucede hasta que nos llega una foto de nuestros padres anterior a nuestro nacimiento. Todo estaba ahí, salvo nosotros. ¿Me acompañará la idea a lo largo de la semana, es, acaso, la semilla de otra idea?

+ Si escribiera un poema, encuentro el título.

+ Con cierta fluidez discurren los días, el olvido y la concreción de las tareas diarias celebran una alegría fugaz pero intensa. Sonidos aplacados, la música de los pájaros, el traqueteo de las teclas del ordenador, los subrayadores, los lápices, el bolígrafo de punta fina, el rotulador grueso, el sabor del café, la luz y las sombras, un perfil y otra sombra. Una suma y una resta. Los días se encuentran en ese terminarse que es la noche, ahí indago poco antes de dormir.

+ Imagen: la esquina que todo lo acoge.

sábado, 14 de agosto de 2021

Cambio y movimiento

Serralves
 

+ Las conversaciones en las cafeterías se suceden sin mucho orden pero con una estructura subterránea que surge de su propia espontaneidad. De un tema a otro, sin mucho interés, salvo escucharse y decir, establecer preferencias y desencuentros con los gustos, se elevan pretensiones fútiles, volutas innecesarias o arabescos teñidos de viajes y lecturas nunca concluidas. Por alfileres se ven cogidas la razones y los argumentos, pero poco importa, solo cuenta el paso del tiempo, la infusión, el café o esa pequeña copa de licor que endulza las bocas sedientas de placeres minúsculos y cotidianos. La personalidad es así: afirmación, identidad y convicción. El silencio muestra una senda que conduce a la observación y el estudio. Personas que vienen, personas que se van, sus logros, sus preferencias, la distinción de un restaurante y la esclavitud de una relación imperfecta, desigual, asimétrica. Todo tiene ese aire dominado por la necesidad de cambio e impermanencia. Al final, la noche termina y todo ha sido un sueño regado de palabras y risas, imágenes y recuerdo, estallidos y silencios. Nadie ha regresado, hoy. Es lunes.

+ Mi actividad se ha visto modificada, el ritmo de los días es otro porque se ha impuesto otro orden en función de las nuevas obligaciones. La flexibilidad ante el cambio se muestra como una tarea y una meta, y, más que una destreza o habilidad, se trata de una disposición larvada, que emerge en el momento necesario. La determinación, tal vez.

+ En la radio oigo un podcast sobre Emilia Pardo Bazán. Se transita sobre las cuestiones del determinismo, en el que ella parecía no creer pero que sí lo reflejaba en sus novelas. La invitación está sobre la mesa. Se trata de ver si leo o no leo La cuestión palpitante. Creo que se trata de una tarea pendiente, que promete aportar claves en alguno de los temas que articulan una suerte de guía de viaje que voy construyendo. Ay, esos temas abiertos que se completan con lecturas y conversaciones, fotografías y esquemas, el croquis y su referente. Apunto el libro en una lista de “deseos” y creo haber participado en su naturaleza, de alguna manera, pero  no es así. Nadie se baña dos veces en el mismo río, pero debe, al menos, bañarse una vez para adquirir su conocimiento.

+ Extraño estudio y preparación de un examen. Conocimiento que aunque no me resultan extraños sí son lejanos, huidizos, con una aplicación práctica que me lleva a situarme en un polo opuesto al acostumbrado. El cambio de rumbo indica que las posibilidades son casi ilimitadas, en ello descanso mientras me olvido de desaires y rencores (no míos, por supuesto)

+ El rencor es un vicio de tontos, porque no se obtiene nada a cambio, solo un sufrimiento que al objeto de ese odio no le afecta.

+ Imagen:Serralves, nunca tan lejos, nunca tan cerca.

sábado, 7 de agosto de 2021

En las tardes de agosto

alguienqueespera

+ Ayer viernes estuve a punto de morir en un accidente de tráfico. Fue un instante, un suspiro en un adelantamiento. Vi el coche negro venir hacia mi y, con pericia, lo esquivé. ¿La muerte? Un poco más adelante me detuve y continué escuchando el programa de radio en curso mientras el percance sucedió, el percance que no llegó a tener lugar. El programa trataba sobre la persistencia de los muros de la paz (peace walls) en Belfast. Descubrí que el conflicto todavía estaba allí, que las rencillas estaban enconadas y que el asunto de la identidad permanecía y continuaba separando las comunidades, católicos y protestantes. Yo estaba vivo y el asunto de Irlanda del Norte me interesaba, pero podía estar muerto y haberme desvanecido definitivamente. No sucedió y mi reflejo en el cristal del retrovisor me devolvió la estampa de un hombre cansado pero todavía con ilusiones y con la capacidad y la fuerza para luchar por algunas cosas que no se oponen a nadie, desafíos que unen un buen estado físico con el esfuerzo intelectual. Ay, el conflicto.

+ Ver la cara de la muerte no se traduce en algo tangible, al contrario, la muerte como tal no tiene existencia y uno percibe cuando está frente a ese momento, por llamarlo de alguna manera, la fragilidad de lenguaje y lo necesario que es nombrar todo. Esto último, nos distancia de los animales grandemente, igual que la conciencia de nuestra finitud. Ningún animal tiene conciencia de la muerte, mucho menos la palabra adecuada para el evento . Hay un antes y un después, cierto; todo cesar pero ¿nombrarlo? . Poco más puedo decir. Absolví culpas y me entregué al placer de una bifurcación que no tomé. Lo entendí así mientras cambiaba de emisora y comenzaba a arroparme una intensa melodía barroca. El Barroco estaba allí, en la filigrana vegetal, en la certeza de la caducidad de la vida, en la posibilidad de un otro camino que no se tomó. Ahora lo escribo y trato de establecer un punto de conexión entre lo diario y lo excepcional. Todo quedó en el regreso a lo cotidiano, la auténtica vida.

+ Mientras C. y yo tomábamos algo en una terraza, a nuestro lado una pareja joven se reían, se besaban y proferían gritos que anunciaban alegría. Ella me pareció expectante y él  resultaba violento, en sus palabras y en sus gestos. Ella no tenía tatuajes visibles, él tenía los brazos cubiertos. Parecían tener en torno a los veinticinco años. Él no paraba de realizar declaraciones sobre su persona y sus gustos, sobre su personalidad y sus fundamentos vitales. No me gustaba escuchar aquellas razones pero resultaba imposible no hacerlo. No me gusta juzgar, pero el juicio es una esfera que se desliza por un plano inclinado. No lo dudé, se trataba de una persona violenta y ella, me pareció, sumisa. Una vez más me pregunté por cómo el carácter es invariable o sobre la posibilidad de mejorarlo. Se alejaron calle abajo, con un paso nervioso y la tensión invariable del comienzo de una relación. Es más que probable que no los volveré a ver nunca, pero esa sensación que me dejó la escena se apoderó de lo que de la tarde quedaba, en ese viejo compañero de viaje que es el determinismo o la posibilidad de un libero arbitrio. No sé, me inclino por lo primero.

+ Al hilo de lo anterior, he leído unos interesantísimos artículos del psiquiatra Pablo Malo sobre el mérito y el talento. El talento es como la belleza, la inteligencia como la estatura que se alcanza (aunque está, indudablemente, depende de la alimentación y otros, nos encontramos con hermanos que llevando un mismo sistema de vida uno es alto y el otro bajo, y de la misma manera: uno triunfa académicamente y el otro es un desastre). Mi interés se centra en esa tóxica y violenta frase: “si quieres puedes”, por lo tanto la situación que disfrutas o padeces depende sin duda de ti mismo. No estoy de acuerdo con que la voluntad cubra todas las carencias que tienes a causa de la lotería genética (no hablemos ya de la lotería social, que tan determinante resulta), pero esto tiene una implicación muy controvertida y aquí entra lo anterior. El chico que vimos en la terraza tenía un carácter violento, era palpable, pero ¿eso es consustancial a su persona, es algo adquirido y modificable? Si es lo primero la culpa se disuelve y la aparición del concepto de culpa me preocupa, me preocupa mucho. ¿Somos culpables de la posición vital que ocupamos, es meritorio alcanzar determinadas jerarquías? Si le preguntamos al que ha llegado a un puesto alto en la vida, sin duda, dirá que el mérito es del trabajo y de su recta diligencia. ¿Qué dice el fracasado: yo tengo la culpa de mi fracaso? La culpa, esa tenaza, el mérito, ese premio. Seguiré indagando porque es un tema fundamental, del que tengo algunas certezas, pero más que certezas son indicios.

+ […] “donde no hay fin seguro ni horror breve”, verso del segundo terceto del soneto del  Conde de Villamediana dedicado al Conde de la Coruña con motivo de su asesinato.

+ El domingo por la tarde cayó una lluvia normanda. Espesa, gris, lírica. Un aliento que nos recordó días del pasado, de un viaje en 2019. Normandía. La lluvia desdibujaba la autopista y de los automóviles quedaba solamente el rastro de sus pilotos rojos, las luces ámbar también. Los recuerdos se enlazan sorpresivamente e iluminan el transito inasible del presente. Fue tomado el día como una celebración del agua, el café y las meriendas en las panaderías con cafetería. Un pequeño regalo, inesperado y agradable.

+ Imagen: alguien que espera o que indagaba en el horizonte del museo, no lo sé, nadie lo sabe, ni siquiera el protagonista de la foto. ¿Es él es el protagonista de la foto?