+ Ayer viernes estuve a punto de morir en un accidente de tráfico. Fue un instante, un suspiro en un adelantamiento. Vi el coche negro venir hacia mi y, con pericia, lo esquivé. ¿La muerte? Un poco más adelante me detuve y continué escuchando el programa de radio en curso mientras el percance sucedió, el percance que no llegó a tener lugar. El programa trataba sobre la persistencia de los muros de la paz (peace walls) en Belfast. Descubrí que el conflicto todavía estaba allí, que las rencillas estaban enconadas y que el asunto de la identidad permanecía y continuaba separando las comunidades, católicos y protestantes. Yo estaba vivo y el asunto de Irlanda del Norte me interesaba, pero podía estar muerto y haberme desvanecido definitivamente. No sucedió y mi reflejo en el cristal del retrovisor me devolvió la estampa de un hombre cansado pero todavía con ilusiones y con la capacidad y la fuerza para luchar por algunas cosas que no se oponen a nadie, desafíos que unen un buen estado físico con el esfuerzo intelectual. Ay, el conflicto.
+ Ver la cara de la muerte no se traduce en algo tangible, al contrario, la muerte como tal no tiene existencia y uno percibe cuando está frente a ese momento, por llamarlo de alguna manera, la fragilidad de lenguaje y lo necesario que es nombrar todo. Esto último, nos distancia de los animales grandemente, igual que la conciencia de nuestra finitud. Ningún animal tiene conciencia de la muerte, mucho menos la palabra adecuada para el evento . Hay un antes y un después, cierto; todo cesar pero ¿nombrarlo? . Poco más puedo decir. Absolví culpas y me entregué al placer de una bifurcación que no tomé. Lo entendí así mientras cambiaba de emisora y comenzaba a arroparme una intensa melodía barroca. El Barroco estaba allí, en la filigrana vegetal, en la certeza de la caducidad de la vida, en la posibilidad de un otro camino que no se tomó. Ahora lo escribo y trato de establecer un punto de conexión entre lo diario y lo excepcional. Todo quedó en el regreso a lo cotidiano, la auténtica vida.
+ Mientras C. y yo tomábamos algo en una terraza, a nuestro lado una pareja joven se reían, se besaban y proferían gritos que anunciaban alegría. Ella me pareció expectante y él resultaba violento, en sus palabras y en sus gestos. Ella no tenía tatuajes visibles, él tenía los brazos cubiertos. Parecían tener en torno a los veinticinco años. Él no paraba de realizar declaraciones sobre su persona y sus gustos, sobre su personalidad y sus fundamentos vitales. No me gustaba escuchar aquellas razones pero resultaba imposible no hacerlo. No me gusta juzgar, pero el juicio es una esfera que se desliza por un plano inclinado. No lo dudé, se trataba de una persona violenta y ella, me pareció, sumisa. Una vez más me pregunté por cómo el carácter es invariable o sobre la posibilidad de mejorarlo. Se alejaron calle abajo, con un paso nervioso y la tensión invariable del comienzo de una relación. Es más que probable que no los volveré a ver nunca, pero esa sensación que me dejó la escena se apoderó de lo que de la tarde quedaba, en ese viejo compañero de viaje que es el determinismo o la posibilidad de un libero arbitrio. No sé, me inclino por lo primero.
+ Al hilo de lo anterior, he leído unos interesantísimos artículos del psiquiatra Pablo Malo sobre el mérito y el talento. El talento es como la belleza, la inteligencia como la estatura que se alcanza (aunque está, indudablemente, depende de la alimentación y otros, nos encontramos con hermanos que llevando un mismo sistema de vida uno es alto y el otro bajo, y de la misma manera: uno triunfa académicamente y el otro es un desastre). Mi interés se centra en esa tóxica y violenta frase: “si quieres puedes”, por lo tanto la situación que disfrutas o padeces depende sin duda de ti mismo. No estoy de acuerdo con que la voluntad cubra todas las carencias que tienes a causa de la lotería genética (no hablemos ya de la lotería social, que tan determinante resulta), pero esto tiene una implicación muy controvertida y aquí entra lo anterior. El chico que vimos en la terraza tenía un carácter violento, era palpable, pero ¿eso es consustancial a su persona, es algo adquirido y modificable? Si es lo primero la culpa se disuelve y la aparición del concepto de culpa me preocupa, me preocupa mucho. ¿Somos culpables de la posición vital que ocupamos, es meritorio alcanzar determinadas jerarquías? Si le preguntamos al que ha llegado a un puesto alto en la vida, sin duda, dirá que el mérito es del trabajo y de su recta diligencia. ¿Qué dice el fracasado: yo tengo la culpa de mi fracaso? La culpa, esa tenaza, el mérito, ese premio. Seguiré indagando porque es un tema fundamental, del que tengo algunas certezas, pero más que certezas son indicios.
+ […] “donde no hay fin seguro ni horror breve”, verso del segundo terceto del soneto del Conde de Villamediana dedicado al Conde de la Coruña con motivo de su asesinato.
+ El domingo por la tarde cayó una lluvia normanda. Espesa, gris, lírica. Un aliento que nos recordó días del pasado, de un viaje en 2019. Normandía. La lluvia desdibujaba la autopista y de los automóviles quedaba solamente el rastro de sus pilotos rojos, las luces ámbar también. Los recuerdos se enlazan sorpresivamente e iluminan el transito inasible del presente. Fue tomado el día como una celebración del agua, el café y las meriendas en las panaderías con cafetería. Un pequeño regalo, inesperado y agradable.
+ Imagen: alguien que espera o que indagaba en el horizonte del museo, no lo sé, nadie lo sabe, ni siquiera el protagonista de la foto. ¿Es él es el protagonista de la foto?
