+ Recuerdo a personas [o personajes] de insignes apellidos que florecieron en mi lejana adolescencia. Un porte mayestático y una cierta indolencia, una elegancia de colegios carísimos y de excursiones a Londres para adquirir un vestuario insospechado en aquellas épocas tan lejanas, tan próximas. Viajes en barco por el canal, como ellos decían, de la isla al continente. Los observé de cerca y en aquel momento ignoraba que todo su esplendor de aquella insigne familia provenía de su íntima relación con el franquismo, de un hilo directo con el dictador. Recuerdo a uno de ellos que, en una tarde de primavera, me mostró El Anticristo de Nietzsche. Me dijo que eso escandalizaba terriblemente a sus padres, mucho más que cualquier panfleto comunista, la hoz y el martillo o la simple foto de Marx que adornaba la cabecera de su cama, en lugar del crucifijo que siempre había estado allí. Tomé en libro de la biblioteca y no hablé con nadie sobre aquella conversación. Fue revelador, pero no en el sentido que me había comunicado el rebelde lector de El anticristo, sino en una profunda conexión con una prosa brillante, deslumbradora, imposible. Sé que era una posesión, un tesoro preciado que me lanzaba hacia el futuro deseos y voluntades por alcanzar, un algo que todavía poseo. Poseo una extraña capacidad para penetrar en la calidad de la prosa, en los enlaces que permite la sintaxis [un algo que se eleva sobre los idiomas, lastrado en las profundas simas de la estructura profunda]. Me fascinó y continué con su lectura. Continué, a lo largo de los años, con Nietzsche. Continué en acuerdo y en desacuerdo, frente a la belleza y la brutalidad, contra Nietzsche y a mi favor; cuando me conviene lo tomo, cuando me conviene lo rechazo y lo aparto. Una vez apreciada esa inversión de los valores, recuerdo a aquellas personas y pienso en su decadencia, en sus grandezas y en sus miserias, en cómo el tiempo los ha borrado, en que hoy solo parece quedar aquel reflejo de Nietzsche. Un reflejo que no es poco, un reflejo que mantiene hoy su fulgor. Sic transit gloria mundi.
+ Por recomendación leo el libro de E. H. Carr Qué es la historia. Dejo otras cuestiones al margen y trato de establecer una idea sobre qué es la historia en relación con el momento presente. Separo el ámbito personal de la actualidad política, económica y cultural; también delimito mi faceta académica, sus lecturas y la escritura, relaciones y silencios [mi particular silencio en torno a mi investigación]. La pregunta tiene especial incidencia sobre la última faceta que he acotado, pero es ante la primera, mi ámbito personal, donde el desarrollo es más amplio y percutor. ¿Me plantifico con una idea meramente mitológica o teológica (donde el camino es hacia la perfección) o me entrego a una suerte de cinismo amargo y certero (nada tiene sentido), tan próximo a un nihilismo que me ha acompañado desde meses atrás? ¿Existe la posibilidad de un camino intermedio? ¿Tiene sentido, en definitiva, plantear estas preguntas en el hilo y el fluido circuito de lo diario? Veo el presente político desde la incertidumbre que me produce las nuevas derechas, cuando me digo que llamarlas fascismo es un error que no deja de llevar hacia la equivocación. Pienso en el salario mínimo interprofesional, en las pensiones y su cálculo, en el elevado nivel de paro, en el alza de los precios. Pienso en las posibles soluciones a los problemas y me da impresión de que todo se articula en un devenir sin proyecto, un actuar espontáneo fruto de las necesidades de la mercadotecnia política (he apuntado en una lista de temas en mi libreta electrónica la palabra spin doctor porque creo que se cristaliza en ella una de las razones de lo que pasa en este preciso momento, en cómo se dibuja la política y sus afanes; nunca tan diferentes). No quiero centrarme en los asuntos políticos, económicos o laborales, pero tampoco en la íntima realidad de lo diario, en sus valles y montañas; lo que me interesa es el clima, esa necesidad de comprender a la que me invita la lectura de Qué es la historia. Y escribo la palabra comprender y entiendo que se trata más de una aspiración que de una meta, una disposición que un rasgo de mi identidad. Vuelvo sobre el párrafo anterior y recuerdo aquella familia enriquecida al calor del franquismo y la explicación sobrevuela y comprendo que en la adolescencia tenía una explicación de la que hoy carezco y el relato que me cuento es otro, y el que en el futuro tejeré otro distinto, pero ni tan siquiera los hechos permanecen porque estos son fruto de las visiones que vamos obteniendo, del presente que habitamos. Ha sido una buena recomendación, una lectura que se extiende pero que, al mismo tiempo, tiene sus raíces en el pasado, en preguntas y lecturas anteriores. La persona se forma así, su criterio, sus convicciones y sus desacuerdos.
+ Las portadas de los libros dicen mucho de quién los compra, retratan sus sentimientos y una idea sobre uno mismo y, también, dan cuenta del presente y de la sociedad en la que vivimos. Yo observo las portadas en los escaparates y me doy cuenta de que todas y cada una de ellas tienen una ilustración atractiva. Una foto, un cuadro, un dibujo. Es cierto, no es extraño que los libros técnicos, los libros de texto y otros tomos carezcan de este rasgo material, la ilustración en la portada, pero, para qué engañarnos, son un caso extraño y que ponen de relieve que la razón por la que se adquieren no es el humilde y digno entretenimiento, pues hay una obligación implícita en su compra. Dicho esto, se debe añadir que no siempre los libros han tenido una portada, o al menos no siempre ha sido tan vistosa como ahora lo es (esto se puede relacionar con las cuestiones técnicas de la impresión como con el mercado del libro y su expansión, razones que dejamos a parte). Si observa una biblioteca con una cierta antigüedad, nos damos cuentas de que su color es pardo, marrón, con algún destello dorado, pero, en definitiva, su aspecto resulta sobrio y solemne; por el contrario, los libros que ocupan nuestras estanterías son coloridos y el muro que forman es alegre y variopinto en formatos, brillos y gamas cromáticas. Todo esto me lleva al párrafo anterior, a cómo podemos ver y clasificar los momentos de nuestras vidas: en este caso mediante los libros que hemos ido adquiriendo a lo largo de los años y cómo en ellos se ven reflejados los testimonios de otros tiempos donde fuimos otros y donde seguimos siendo los mismos.
+ La historia, la academia, la intimidad de lo cotidiano; las visiones posibles y la construcción de la visión. En ello estamos, deslindando el territorio. ¿Nuestro territorio, territorio?
+ Imagen: escaleras.
sábado, 26 de junio de 2021
Sic transit gloria mundi
sábado, 19 de junio de 2021
Fiat lux
+ Las lecturas se acumulan. Tengo muchísimos libros pendientes y muy poco tiempo; me digo en paralelo con aquel adagio latino que el trabajo es amplio y la vida breve, muy breve [ars longa vita brevis]. La vida es breve y esa sensación se une con la inmensidad de lo escrito, con esta relación entre los vivos y los muertos. Una filia. No descanso, no me rindo. Ahora estoy entre dos mares, la filosofía y la historia, entre los fundamentos de la una y de la otra. Necesito saber, necesito conocer el lugar donde se instalan los cimientos. Escribo una memoria sobre mi actividad investigadora del año en curso y no dejo de sorprenderme. ¿Soy yo o ya es otro? Nada permanece y la lectura me espera, me esperan libros que no tendré tiempo para leer. ¿Tantos son?, me pregunto en un ingenuo ejercicio de indagación. Ay, ese muro que componen los libros leídos y los libros por leer. Un reflejo pálido de nuestro interior, deseos no cumplidos, proyectos desechados, pero ahí estoy: en ese reflejo.
+ El título de la entrada se traduce como “sea la luz.” Dios pronuncia la frase y es la luz la que yo deseo hoy. En forma de poema, tal vez en materia pictórica, en los devaneos que el día y los momentos que me ofrecen. Poco a poco, alcanzo una serena contemplación. Regreso a la lectura.
+ El mundo digital plantea problemas que tendrán su recorrido, sus meandros y una desembocadura. Es decir, como toda obra humana llegará a su fin, pero, en este momento, parece ser algo todavía sólido, pues nosotros asistimos a su nacimiento, asistimos al inicio de su desarrollo y ahora su permanencia es incuestionable [aunque, por definición, así no es, pues hacia la desaparición todo tiende]. Se podrán hacer vaticinios sobre su evolución, pero, generalmente, las predicciones tienen un sesgo que las inclina hacia el error. Observo el fenómeno, escucho debates, estudio a las personas que me rodean y su relación con el mundo digital. En concreto, más concretamente, habló con un hombre que se acerca a los setenta años y que se queja de que está excluido de ese mundo, que no comprende y que no le interesa, pero que cada vez le resulta más necesario. Desaparecen las oficinas bancarias, las mercancías llegan al domicilio como por ensalmo, nos comunicamos sin barreras. Hay un mundo, un otro mundo o simplemente es un trampantojo que nos engaña y lo substancial permanece inalterable en el mismo lugar donde siempre ha estado. El hombre no responde, no puede responder; yo, tampoco.
+ Intento establecer un marco de comprensión. Hay personas sobre las que tengo un conocimiento limitado pero suficiente como para establecer su trayectoria. Me refiero a personas que han triunfado según ciertos estándares que contemplan la posesión de un buena casa, un buen coche y una perfecta familia. Mientras escribo recuerdo una canción de los Kinks, Plactic man. Hay trayectorias que parecen tan buenas que semejan responder a un cuidadoso proyecto. El proyecto que comienza en la infancia, se consolida en la adolescencia y culmina en el inicio de la edad madura. Todo ello se relaciona, a mi modo de entender, con una personalidad, una familia y la oportunidad. Pero, así mismo, pienso que hay pliegues insospechados. Consigo atisbar el cómo y los porqués de una razón de vida, que, finalmente, se disuelve en el mar de la incerteza. Ese es el marco, ningún otro puede cabe. Lo incierto.
+ Respecto al párrafo anterior, la canción mencionada, una cita: “But no one knows he really is a plastic man .“
+ Todavía, la luz no se llegó. ¿Mientras, qué? Camino en la oscuridad pero con la firme convicción de que soy yo el que responde. No es poco.
+ En E. H. Carr: “… una teoría cíclica: la típica ideología de una sociedad en decadencia.” Y, en nota a pie de página, se remite a Marco Aurelio: “cómo todo lo que ahora pasa ocurrió ya en pasado y volverá a acontecer el futuro.” ¿Vivimos un momento de decadencia, lo que sucede ahora sucedió ya en el pasado? No responderé por el momento, aunque tiendo a pronunciar una afirmación con matices. Pensaré en ello.
+ Parmenides en el ordenador. Leer, contrastar y regresar a la lectura. Fragmentos del libro de García Morente Lecciones preliminares de filosofía. Cuatro poemas que se desgranan sin dificultad. Hace calor, un calor intenso y pesado. Prefiero el otoño al verano y estoy en el otoño de mi vida y todavía debo comprender los cambios, las novedades, el que ahora soy. El sabor del café y una prosa sin verbos, sincopada y abstracta, sin ataduras. El arte como tabla de salvación, algunas personas que conocí y no recuerdo su nombre, conversaciones difuminadas que regresan del pasado. ¿El verbo principal? Parmenides es un misterio, los misterios tienden a la oscuridad, la oscuridad se hace piedra. No hay ciclos o todo son ciclos, en cualquier caso la dualidad trae tras de sí una manifiesta incapacidad para la expresión ordenada. Otro vaso de café, su opacidad y el aire levemente verdoso de un poema. ¿Cómo es el aire verde de un poema desgajado de una vieja antología? Las amplios corredores blancos del hospital, las habitaciones de la muerte, pienso un poco y ya no está. Luz en el blanco corredor del hospital. Fiat lux.
+ Imagen: tres imágenes solapadas, tres imágenes con mi tendencia a lo abstracto, a la geometría. Vale.
sábado, 12 de junio de 2021
Los personajes y las personas
+ Continúo con la lectura de las antologías de Brines y Margarit. Lenta lectura, con el paso por cada palabra, con el peso de la música. Leo en catalán con dificultad, pero lo intento, luego paso a la página contigua y leo el poema en castellano. Leo a Brines y recupero esa perenne sensación de caducidad, que ya estaba antes de Brines, que estará después de Brines. Hay una reconciliación con un yo profundo y sereno, que se había escondido y no lo encontraba. La poesía forma parte de mi principio rector, así debo actuar, ese cúmulo de impulsos que me llevan a valorar el instante como única posibilidad de lo eterno. Paradojas que se entretienen una calurosa tarde de mayo, mientras la gata está adormecida y el único atisbo de ritmo es el tic-tac del reloj de pared que maraca los segundos en el estudio. Los libros me acompañan y transforman las derrotas en viejos lienzos, óleos denegridos que restaurar para ser depositados en el almacén del museo, a la espera de un momento adecuado que permita exponerlos al público [esa multitud que soy yo]. Ay, el Conde de Villamediana, allí donde esté, como mascarón de una nave que surca lo lírico y lo satírico, el mito y la comedia, el amor y la venganza, el autor y su personaje.
+ Todos somos personajes de nosotros mismos, en esa senda del teatro de la vida.
+ Los sonetos de Villamediana. El amor como tema, el tema como factor de la poesía que desliga de la comunicación y se transforma en una suerte de hilo hacia abstracción. Leo los poemas de Francisco Brines y los enlazo con los sonetos de Villamediana. El salto quizá no sea posible pero yo programo las lecturas (en ciertos momentos) bajo la égida aleatoria del clima y la temperatura del momento. Mi estado de ánimo. Como si pudiese ensanchar el tiempo y el territorio. Mayo termina y nos encaminamos a supera la mitad del año, tomo el libro y abro una página, el soneto dice en su último terceto: “derrita el sol las atrevidas alas, / que no podrá quitar el pensamiento / la gloria, con caer, de haber subido.” Faetón es algo más que un símbolo o el reflejo de una vida, porque se trata de una transformación, un camino abierto hacia la nada desde el alto horizonte de una posición privilegiada, ese algo que tiende a la ceniza y el olvido. Y ahora, mientras los gatos duermen bajo el sol, abro la antología de Brines y me da una medida válida para la extensión del lunes que comienza: “Tengo que hablar. Con quién, / si no salen tampoco sonidos de mi boca.” El amor, el tiempo, la finitud. La edad madura acentúa todas las posiciones respecto a los temas fundamentales de la poesía, como si el cumplir años no fuese otra cosa que llegar a una afinación perfecta de sentidos poéticos ocultos e implícitos en este nuevo pensamiento, en esta visión general del mundo y del tiempo. Se unen los dos poetas en la imagen indiferente que avanza, la primara en su declinar, que pronto dará paso al verano; esa capacidad metafórica de las estaciones. Me dejo llevar y el calor resulta agradable, nada me perturba en este momento.
+ Darle forma y robarle el alma, componer y sustraerle lo espontáneo e ingenuo. Qué lejanas me parecen hoy las películas de Rohmer y todavía algo de ellas flota en el ambiente, porque el verano asoma en el calendario y ese tiempo de las vacaciones, las playas y el amor se dibujan con nítida presencia. La forma y el alma, esa materia que construye la virtualidad de los días, ese trasvase de lo cotidiano a las artes narrativas. El cine y su capacidad para construir relatos que se lanzan a la melancolía y a la nostalgia, tan especial en Rohmer. Veo los pantallazos de sus películas soy yo en ellos, esa nostalgia de lo que nunca existió.
+ Antes de dormir, leo unos poemas de Antonio Colinas. Caigo en un sueño profundo. Los poemas no son inicios del sueño, quedan atrás. Es el cansancio el que augura un descenso a un mundo lejano y carente de relato: no recuerdo nada de lo soñado y eso es una bendición. Me levanto, hago ejercicio y escribo, mejor: traslado datos al archivo del texto en construcción. Las tareas repetitivas tienen algo de fármaco. Apago el ordenador y tomo uno de las antologías que me acompañan (Margarit y Brines). Es un tiempo para la poesía y sus evocaciones, para la construcción de un mundo, algo a lo que asirse. La edad nos alcanza, pero la muerte nos derrota. Esa sensación del tiempo que se plasma en el final de la primavera me produce una extraña calma mientras en el noticiario anuncian tormentas. Me siento y leo. El tiempo parece detenerse. Ese descanso pausado de los límites del mundo, mi mundo [inestable, cambiante, caduco].
+ En palabras de Ángel González [Introducción a Poemas, edición del autor en Cátedra]: “… la emoción ante la palabra bien dicha, el gusto por la belleza y la precisión del lenguaje.” La precisión del lenguaje, qué medida tan exacta nos procura, pensar en ello sin dejar a un lado nuestras capacidades y destrezas. Una triada que funciona, que sirve de emblema para comenzar otra jornada laboral, para leer y para olvidar lo leído, en un ejercicio que nos acerca al sueño reparador. No es posible olvidar lo leído o evitar el poso que nos aporta.
+ No dejo de pensar en una suerte de capas de realidad que me veo obligado a tener en cuenta. Cuestiones de trabajo, finalmente. Hablo con personas y percibo un discurso subterráneo al que no tengo acceso, pero que puedo intuir e, incluso, reconstruir. Sé que no me están contando todo, sé que me ocultan razones y tratan de que yo crea algo cuando es lo contrario lo que harán. No tiene sentido porque mi poder es tan sumamente limitado que ni si quiera posee un cuerpo y capacidad de acción. Sin embargo, algunos me quieren engañar. Lejos de causarme malestar o enfado, los trato con educación y, hasta cierto punto, con una amable y comprensiva distancia. No se trata de mí, se trata de la institución y la institución es tan abstracta como ciega, su voluntad ciega contra la que terminan por estrellarse. No será porque no se haya advertido, me digo y les remito al instructor del expediente. Al tiempo, no puedo dejar de establecer un contraste entre esta mi subordinada ocupación laboral y mis ocios librescos y académicos, donde soy yo en el sentido de lector y estudiante. Agradezco ese mantenerme al margen, este vivir en compartimentos estancos, que me permite ser actos y espectador, objeto de estudio y estudioso. La poesía se manifiesta hasta el lo diario que nos ofrece la burocracia y el procedimiento administrativo, en sus diferentes fases y momentos.
+ Imagen: once de la mañana, el café vacío, la pequeña ciudad, un incierto sabor de tiempo detenido, de ficción y estática relación entre la fotografía y el deseo de eternidad (ese juego de espejos que no me confunde ni me asusta).
sábado, 5 de junio de 2021
La espuma de los días
+ Biografías de hombres que han triunfado y que, años más tarde, se han desplomado en la cúspide de su carrera. Son ejemplos, ejemplos que no consuelan ni marcan una senda, pero que ilustran el tránsito al que nos vemos obligados en el día a día. ¿Aprendemos algo cuando nos asomamos a sus trayectorias? Tomar decisiones y verse condicionadas por ellas; arremeter inútilmente contra el pasado; atisbar la luz y desdecirse. Alguien ejemplifica con la vida y la obra del Conde de Villamediana y yo no me sorprendo. El Conde tiene en su biografía motivos suficientes para verse constituido en relato novelesco, carne de película, donde la persona queda difuminada y aparece, en su lugar, el personaje. He pensado en ello, he pensado mucho. Cuántos conocidos se han transformado en personajes. Personas que conocimos y hoy solo son el reflejo de un tiempo que no ha de volver y se ha consituido en relato, en novela o cuento que nos narramos en horas bajas, en la melancólica relación con nuestra historia, nuestra personal historia. Como una colección de recuerdos que se atesoran para revivir los momentos felices y esa felicidad que no regresa, que no surge ni resurge, sino que da paso a una reflexión sobre la brevedad de la vida y su sinrazón. En una niebla nihilista los ejemplos se debaten estos días en que la primavera está en su zenit. El triunfo y la caída, veleros en el mar de los ejemplos, ejemplos que ya no me interesan.
+ He repasado la vida de un hombre célebre con el material que internet me ofrece. Trazo su vida desde el nacimiento a este momento en que se aproxima el final. Veo sus fotos, estudio sus apariciones en medios de comunicación, leo sus artículos y los resúmenes de sus libros. Creo haberme hecho una idea que se ajusta a su persona y a su personaje. Lo logrado no se trata de otra cosa que un esquema intercambiable: lo que para él vale, para todos vale, porque hay un centro que define la persona, al personaje y a la personalidad. Vuelve, con la marea, la cita que tan presente tengo yo: el carácter es el destino. Lo veo en su lozanía y en su seguridad y creo entender desde donde irradia esa fuerza de martillo neumático. Llega de algo que se cuajó antes de su nacimiento, algo que toma de sus padres y se resuelve en la conjunción de ambos. No es ni mérito ni aristocracia, sino la alineación de los genes y otras razones que todavía no se comprenden pero que se resuelven en una trayectoria vital. Quizá sea este el campo donde la literatura no responderá pero sí que planteará preguntas fundamentales. La pregunta ya no es si se nace o se hace, la pregunta es: ¿quién te guía?
+ Alguien dice que este hombre fue un golfo. Sin duda.
+ [Viernes]. Ha comenzado a hacer calor, la primavera apunta al verano y medio años se consume ya, pronto rebasaremos la mitad del mismo. Hoy hemos bajado C. y yo para tomar unas colas no muy buenas y un poco de queso. La ciudad parecía ser la misma de antes de la pandemia, salvo por las mascarillas. Creo haber saludado a dos o tres personas. De regreso, en la radio, daban los números de un sorteo ordinario de la lotería; cambié la emisora, cambié a la emisora de música clásica. Un leve turbión de suaves violines inundó esa estancia que es el coche, como una prolongación de la vivienda: el confort, la intimidad, lo propio. Le hablé del ángel caído que me ha atraído mi atención durante esta última semana. Llegamos a ese punto de acuerdo que yo había previsto. Ese punto de acuerdo es que la inteligencia, una gran inteligencia, no se tiene porque traducir necesariamente en maldad, aunque este sea el caso. Esa maldad tiene una raíz paralela a la inteligencia, pero podría ser un rasgo del carácter más fuerte que la misma capacidad y voluntad. No es fácil describir la sensación que me produce, salvo ese rechazo profundo hacia esa persona, a la que vi en una ocasión y, debo reconocerlo, me fascinó en su gran papel de seductor soberbio, arrogante y altivo (mientras escribo estos adjetivos me da la impresión que los tres se funden una sola palabra: el nombre del personaje). Vidas de novelas, novelas no escritas, la escritura del presente y del pasado mediante los actores que elegimos según nuestra más particular necesidad, para explicarnos ese punto de fricción donde se produce el encuentro: dónde está lo común con él. La música cesó y llegamos a casa. Se disipó la tribulación, comimos, dormí la siesta y regresé al estudio con la intención de hojear un periódico y una revista portuguesas y tres semanarios franceses (como si me abriese a otras realidades, que no dejan de ser otras planificadas construcciones). Lo hice y volví a pensar en él, en su familia, en sus propiedades, en el relato imposible que eleva y afirma. Solo es un hombre, finalmente, a pesar de sus logros, defectos y fracturas. Un hombre, no un demonio, porque lo mortal lo condiciona y toda su obra no se puede contemplar desde otro punto de vista que desde lo efímero.
+ La espuma de los días se traduce en que he consultado algunos libros de historia contemporánea y no hay mención a este hombre en ninguno de los libros; mientras que personas que en principio podrían parecer menos relevantes sí ocupan un espacio. Esto me lleva a plantearme qué es lo qué define un época histórica, o, mejor, qué es aquello que ayuda a entenderla. Desde luego, hay unos hechos relevantes que no pueden ser obviados, pero también nos encontramos un rastro de intrahistoria que se debate en la espuma de los días. Los ecos de sociedad, las revistas del corazón, la publicidad, el chisme, el cotilleo en cualquier lugar y a cualquier hora, ese intercambio de información. Todo ello forma, de alguna manera, parte la realidad y aquí es donde el personaje se puede situar, lugares menores para un ser tan mayúsculo. Él que lo fue todo ahora ha perdido la credibilidad y sus palabras que podrían ser certeras espadas de fuego ahora son chatarra, pues carecen de la solidez propia de la verdad [qué palabra, pero qué fundamental en todas sus vertientes constructivas].
+ Para finalizar, ahora me acompañan dos libros de poemas, dos antologías. Arquitecturas de la memoria de Margarit y Entre dos nadas de Brines. Los dos poetas han muerto recientemente y ambas obras apuntan a la muerte, a la temporalidad como rasgo unánime de l vida [qué gran poesía no apunta en esta dirección]. Los voy a leer con calma, de principio a fin, con la atención que precisas y sin plazos ni límites. Voy a intentar establecer una frontera entre la espuma de los días y lo necesario, los elementos de nos otorga la realidad para llegar a su núcleo, aunque este sea variable, aunque nuestra lectura sea errónea, aunque solo sea un fármaco para conjurar nuestra derrota anunciada cuando nacemos, la muerte. Sea.
+ Imagen: dos fotos entre las que media un segundo; nocturnos regresos al casa.






