sábado, 8 de mayo de 2021

Papier

 

Bordeaux - papier

+ Encuentro una foto de una maqueta de Redondela, donde se destacan o se subrayan los viaductos ferroviarios (frente al gris del territorio y los edificios, pequeñas elevaciones sobre terreno, se alzan en negro las estructuras de piedra y hierro que articulan los viaductos). Es una maqueta sobria y eficaz en su labor de comunicación de un espacio y un tiempo, quizá el tiempo presente donde las obras todavía perduran. Indago y la foto y la maqueta pertenecen al CEDEX (Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas). Junto a la foto, se da noticia de la historia de los dos viaductos, que caracterizan la villa, hasta el punto de que hay quien se refiere a la población como la villa de los viaductos. Dicho lo dicho, escrito lo escrito; yo paso por allí con frecuencia y los viaductos se han convertido en una compañía diaria, sin amenazas, sin preguntas, los viaductos se integran y desparecen bajo el influjo de lo cotidiano. Bajo ellos discurre la carretera nacional, mi nexo de unión. Los he observado con detenimiento en los últimos años, he reparado en su estructura y en sus perfiles, en diferentes momentos (con lluvia, con niebla, en días soleados y en días grises), bajo diversos estados de ánimo, he hecho mediciones en su entorno y, a media voz, me repito que son compañeros en lo diario. A veces creo que hay una vida oculta en los elementos que nos acompañan en esta rutina que es la vida cotidiana. En este sentido, los viaductos contienen una leyenda que se remonta a mi infancia, una leyenda de muerte y maldición. Nunca averigüé si respondía a una posible verdad o era un invento propio de pre-adolescentes. Quién sabe. Alguien afirmaba que el ingeniero fue un antepasado suyo y que, al verse en la ruina a causa por el impago del proyecto, se arrojó al vacío desde la obra ya terminada. Me impresionó en su momento y, muchas veces, cuando paso por debajo de su geometría me acuerdo del relato, sin embargo nunca busqué internarme en investigaciones, en desvelar una posible explicación a aquella leyenda, por preservar la lírica de la infancia, de la entrada en la adolescencia. Con todo, cierto es que algo hay, pues se dice que fue un ingeniero italiano el que diseñó uno de los viaductos y la empresa que encargó el trabajo se negó a pagarlo, por lo que el ingeniero se arrojó al vacío desde esa misma obra, pero sobrevivió a la caída. Lo acabo de consultar en un blog, donde se da cuenta de aquel posible suicidio. Se llamaba Pedro Floriani, pero no hay fuentes documentales que lo avalen; el autor del blog titula la entrada como “Un fantasma llamado Pedro Floriani” . Lo recordaré cuando la próxima vez que pase por debajo de los viaductos, pero quiero que se preserve el relato que en el pasado me impresionó y que durante años, cada vez que cruzaba Redondela, venía a mi mente. Son balizas en lo diario que lo revisten de una lírica necesaria y necesitada.

+ ¿Las vidas olvidadas? ¿Qué vida no tiende al olvido, ya que hasta la vida que ha llegado a la cumbre de la fama está condenada a la disolución? ¿Se desvanecen las hazañas en el tráfago de los días, las semanas, los meses, los años, los siglos, los milenios? Nada resiste la percusión del tiempo, el imperio de la nada. Pero contra esto hay que alzarse por la acción del dios del instante, el que nos puede enseñar a construir nuestros propios marcos, en nuestro propio provecho, en contra de los embates vitales. Como un libro de autoayuda, sobrevuela la sombra de Marco Aurelio.

+ La primera vez que me sucedió fue con la Sonata de primavera de Valle-Inclán. Hace unas semanas que abrí Paradiso de Lezama Lima. El milagro se ha vuelto a producir, lo que no deja de ser una ilusión y un estallido de esperanza. Mientras hay un resquicio para una prosa deslumbrante, hay esperanza. Pero una esperanza en el futuro, sino una esperanza modesta, que tiene su objetivo en la próxima página, en el próximo párrafo que se leerá, en encontrar este placer intenso y asequible, que se logra mediante el ejercicio de años de lectura y una determinada personalidad. Lo constato y me alegro; no es pequeño tesoro.

+ Me subyugan los escenarios de las películas de Rohmer. Identifico un tiempo que levemente fue el mío y se refleja en las arquitecturas, en el mobiliario y en las costumbres. Esa niebla, ese ambiente. Nunca volverá o siempre estará ahí mediante rememoraciones diversas. A mi lado, espera Paradiso. Mientras, en otro ámbito, pero, en cierto sentido, en el mismo ámbito (asunto que supone un desarrollo externo) continuo con Rohmer, La mujer del aviador. ¿Se trata de la búsqueda de un fármaco en el dominio de la narración, una narración adelgazada, sutil, donde ambas propuestas de relato se cruzan? Este es el motivo que se baraja en el paréntesis antes abierto: el desarrollo externo de las posibilidades de una narración casi inexistentes (algo que forma parte de mi principio rector, defecto del que hago/haré virtud).

+ Demasiado lirismo, poca noticia, exceso de sentimiento, contemplación y debilidad. Se reconoce en el espejo y se sitúa un paso más atrás de sí mismo. Hay en todas sus explicaciones claves que la contradicen.

+ Imagen: papel.