+ Un día de esta semana entré en una fábrica acompañado de uno de sus directivos. Era un hombre educado pero distante. Una distancia extraña y correcta. Su corrección era una barrera, pero no me importaba demasiado, es más: prefería que el encuentro discurriese en estos términos. Intercambiamos la información precisa y nos despedimos sin muchas ceremonias pero dentro del marco de la educación y la cordialidad. Mientras atravesaba los caminos de la fábrica me daba cuenta de su aspecto siniestro, que se veía acentuado por los penetrantes olores de azufre y cocciones, pero también por el aspecto de los hierros, las paredes de hormigón y una hierba sucia y negruzca que crecía en zonas más o menos amplias. La impresión resultaba desoladora. Aquellas máquinas con aspecto de animal cruel, los operarios igualados en sus uniformes, las aristas de las edificaciones, el recorte de las chimeneas contra el cielo azul, tan limpio. Volví a cruzar los controles y pensé en la poesía que se podría atesorar en aquel espacio, el reflejo de la modernidad, el trasvase de la revolución industrial y la contaminación. El ser humano no se puede estar quieto, no puede permanecer inactivo porque esa es el único conjuro contra la certeza de la muerte. Esa es la poesía que vi, el reflejo de la caducidad; todo al servicio de ese memento mori.
+ El viernes comienza con una agradable conversación sobre como se ha de estructurar un texto, desde donde partir y la manera adecuada de esquematizar los contenidos. Nunca está de más escuchar al que sabe más que uno, mucho más. Se iluminan zonas que permanecían ocultas bajo el velo oscuro de nuestra inexperiencia. Saber desde dónde se parte y a dónde se quiere llegar es primordial. No hay otra vía, sino la certeza de los principios y los finales porque la estructura lo es todo, su coherencia da la medida del texto. Datos objetivos, valoraciones personales, el contraste con lo dicho y lo escrito, el mundo por alcanzar, el placer de la escritura.
+ Tarde de sábado con C. en Vigo, en Bouzas. Una primera cerveza en una terraza, una conversación sobre cómo han cambiado las cosas en el último año, cómo reconducir las situaciones hasta un punto deseable. La tarde es limpia, estamos sentados en una terraza y se respira una felicidad verdadera, provista de lo auténtico que aporta lo sencillo, esos placeres de cerveza y conversación. Luce el sol y los niños juegan despreocupados. La pandemia sigue ahí, pero, en algún momento, se olvida y se retorna a ese tiempo pasado que no volverá (pues ningún tiempo pasado regresa). Los problemas laborales asoman en la conversación y sé que la complejidad del mundo presente no atenúa ninguno de los dolores particulares de cada persona que los sufre; si leo el periódico o escucho la radio, percibo, no siempre, una confusión entre los datos y la verdad de los hechos, porque, no siempre, la acumulación y análisis de datos reflejan lo real, el pálpito de lo diario. Incido sobre la necesidad de valorar lo cotidiano, la fluidez de las relaciones y el espacio que nunca nos llega a pertenecer. Terminamos las cervezas y continuamos el paseo. Otros bares, otras personas, una indeterminada inocencia sobrevuela el ambiente. La inocencia de que quien le han robado las ilusiones y comienza a recuperarlas. ¿Un espejismo?
+ Llego a una idea sobre la edades geológicas, sobre el tiempo geológico. No es poco inquietante comparar nuestro desarrollo vital con el tiempo de los estratos, las placas tectónicas o el tiempo de los procesos que constituyen las montañas, los ríos y los valles. Esta comparación tiende a un cierto nihilismo, a ver toda construcción y pretensión humana como la expresión vana de un anhelo imposible. Es conveniente apartarse pronto de tal certero veneno porque su verdad mina la ilusión, aunque aporta un punto de vista que todo lo relativiza. En la senda de Marco Aurelio, tal vez. Paso la página y me centro en lo diario, en el fulgor de la vida ordinaria.
+ Me defino en ese debate entre lo liviano y lo pesado; intento definirme en ese debate planteado por Italo Calvino. “Mi labor ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades; he tratado, sobre todo, de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje.”, dice Calvino al inicio o en el prólogo de la conferencia sobre el tema que titula la entrada de hoy. Trato de capturar en la cita un motivo para emprender otro relato posible de los últimos meses y veo que esa suerte de adelgazamiento es clave para continuar con múltiples acciones que he emprendido años atrás. Veo en la pesadez las obligaciones heredadas, en las imposiciones del deber y la lógica de un esfuerzo sin recompensa, en ese violento: “si quieres, puedes”. No, no siempre se puede por mucho que nos empeñemos en la empresa. Lo liviano me puede salvar, me digo mientras en silencio conduzco y estudio el paisaje como resultado de la actividad geológica; dejo ese veneno a un lado y trato de centrarme, otra vez, en la magia de lo ordinario, de lo cotidiano.
+ Alejo el temor que inyectan las edades geológicas, tan parejo a aquel miedo infantil al espacio infinito y al tiempo eterno. La ausencia de límites atenaza la razón, pero en el irracionalismo descansa una parte poética de nuestro ser: lo busco y no lo encuentro, pues en lo fugitivo se desvela la transformación diaria.
+ En la radio oigo un programa (Documentos Radio Nacional de España) sobre Carlos Edmundo de Ory y pienso en una idea sobre la libertad creativa y un proyecto de vida que no es otra cosa que la construcción de un personaje en torno a una obra, bendecido por el talento y la oportunidad. La escucha se produce mientras conduzco y observo las blancas y grises nubes contra el cielo de mayo, los poemas y lo que él denomina aerolitos se funden en un desvanecimiento imposible. Una nostalgia de unos paisajes inexistentes, fundados en el fulgor del sueño de las cuatro de la mañana, en el trepidante tren nocturno. El poeta desaparece y surge la idea sobre las biografías y su manera de trenzarse mediante un plan premeditado o espontáneo. En cualquier caso, con una tendencia al ejemplo y la conseja; incluso la vida menos significativa.
+ Imagen: la noche en su espesor, difuminado y movimiento.




