sábado, 10 de abril de 2021

Mil quinientos años

Porto-2016

+ En el ordenador veo un vídeo de un chalet abandonado. Se trata de una propiedad que perteneció a un hombre que ascendió fulgurantemente y cayó con estrépito (tanto en su ascenso como en su caída, las circunstancias fueron oscuras, propias de la crónica negra y con una importancia que se revela en el tránsito empresarial y político de los inicios del siglo XXI). El hombre falleció a los 54 años hace relativamente poco tiempo. Sin entrar en la caracterización del personaje, resulta de interés fijarse en la disposición del chalet abandonado, en la piscina invadida por el liquen y las hojas en putrefacción, en otras partes de la propiedad, que ha sido tomada por la maleza y por  los grafittis. La más que palpable ruina del chalet atesora en sí una enseñanza. Un ejemplo, a la manera medieval. Una vanitas, tal vez.  La cámara avanza hasta lo que un día fue un enorme salón abierto sobre la ría y la vista es hermosa pero ahora todo es humo, o menos que humo. Nada permanece, aunque cabe pensar qué ha sido de aquel presente, de este que nos pertenece, al que pertenecemos. Pasará a ocupar ese lugar en la nada y en la nada es donde se resuelve la cuestión, que valga el ejemplo para lo que ahora valoramos.

+ Se mece la tarde en La Quinta de Mahler, en su adagietto.

+ Con respecto a lo anterior y sin la confianza necesaria para saber si hay una relación con ello y lo que voy a exponer, regreso a una idea muy vieja que anidó en mí hace mil quinientos años, al menos mil quinientos años. Se trata de la íntima correspondencia entre el verano, las vacaciones y el amor, el amor de verano, el amor en el inicio de la juventud, la primera juventud. Todo ello deviene de que he visto Cuento de verano  de Eric Rohmer y se ha materializado esa vieja idea, o, más bien, ha regresado como particular manera de entender el presente, como un locus propicio para explicar nuestra época y la trayectoria de mi tiempo y educación sentimental. Aunque la película tenga ya veinticinco años de antigüedad, para mí posee una capacidad de explicación impagable. ¿Soy yo o es una manera de entender el mundo y las relaciones personales? ¿El amor, la amistad y la forma de ganarse la vida? ¿La idea de la vida sometida a los dictados de la narración cinematográfica, la fotografía de la misma, la concatenación de diálogos, el atuendo y la elección de adminículos destinados a erigir nuestra idea de distinción? Ay, la distinción en los sentimientos y en nuestro ropa, en nuestros gustos literarios y en una posición política y social. ¿Todo humo?

+ La relación entre los dos primeros párrafos gira en torno a la melancolía que se produce tras la clausura de las vacaciones de verano, como si de una edad perdida se tratase. En el primer caso, la ruina en la que se convierte la ostentosa casa de la playa tiene una calidad de emblema, de ejemplo medieval, como dije, una vanitas; en el segundo caso, la relación es íntima, se trata de la construcción de la persona que soy, determinada por un ensueño romántico propio de los años ochenta del siglo pasado, donde se dan cita letras de canciones, novelas y la necesidad de un proyecto vital imbricado en esa misión que es lo distinguido. Ambos apuntes me indican cómo se construyó y articuló nuestra propia educación sentimental. Así, suenan canciones y vemos películas. Jóvenes demasiado impresionables, venenosamente inclinados a la influencia pedagógica de pedantes emisoras de radio, soberbios relatos de lo correcto e incorrecto. ¿Desclasados?

+ “… la distanciation est la condition de la compréhension.” Paul Ricœur.

+ Finalizado El lazarillo. ¿Qué poso queda, qué distancia establezco con el texto, como si la distancia fuese posible? Se niega la comprensión o establezco yo un límite entre mi entender de hoy con lo que había entendido en tiempos pasados, escolares, académicos o en conversaciones sobre lo que es un relato, una historia, un discurso. El agrio dibujo de la naturaleza humana se resume en la ambición, la avaricia y la lujuria. Los pecados capitales son más una suma de rasgos que un catálogo de culpas a redimir. Sumo y sigo. Pero tampoco es posible, ni necesario, resumir la condición humana en la relación de los pecados, veniales o capitales.

+ Mi pecado venial, la indolencia, la acedía, a la que, en breve, me entregaré con apasionada indiferencia.

+ Para mí, Cuento de verano no terminó en el momento en que terminé de ver la película, ese momento cuando Gaspard se aleja en un barco con dirección a La Rochelle. Todavía la historia palpitó durante días, como si yo retornase a un pasado paralelo a la película, algo que me pertenece y que no me había percatado de su existencia hasta ver la película la otra tarde. No considero que se pueda denominar un rasgo de identidad porque en ella no creo, sino que, al contrario, es una disolución de la persona en un grupo, como si me incluyese en ciertos presupuestos que comparto con los personajes, una congregación de snobs. Por ello, me parece magistral la manera cómo se cierra la película sobre sí misma, ya que se constituye en una narración perfecta al establecer el verano como un cronotopo indiscutible y moralizante. Este cierre perfecto es algo más que simbólico, ya que otorga significado a la aparente irrelevancia de los hechos. Se inicia la cinta con la llegada de Gaspard a Saint Lunaire y Garpard y finaliza cuando Garpard se va de Saint Lunaire en el barco que lo conduce a La Rochelle para buscar el multipistas, al tiempo que rompe toda posibilidad amorosa [al menos, aparentemente]. Todo queda ahí, en el paréntesis que abre la llegada y cierra  la partida del joven. Poco sabemos más allá de lo que contienen esas jornadas de verano. Sin embargo, en este fragmento de vida se dan cita algunas verdades sobre el amor, la juventud y la delgada línea entre el amor y la amistad, entre la amistad y el amor; sobre ambas realidades impera la pulsión de la juventud como expresión de un tiempo, la sentimentalidad como concreción de una ideología, sin duda, burguesa en sus diferentes niveles, burguesía a la que pertenece o aspira Gaspard y las muchachas, aunque, quizá, todavía no lo sepan. Queda tras la estela de los leves acontecimientos una sensación de verdad y lejanía, la juventud que nos quedó atrás y se articuló mediante una premisas similares a las que condicionan al protagonista. La música, el arte, la conversación, el paisaje, la aventura veraniega que terminará con el regreso a las obligaciones, el verano como tiempo en suspenso, la alegría y la melancolía, el amor y su imposibilidad, el amor como espejo para el joven, un amor que se mantiene durante ese fragmento de vida. Veo los paisajes y me reconozco en ellos, veo a las protagonistas y siento la  posibilidad de sus enamoramientos, veo a Gaspard y creo reconocerlo, aunque, todavía, no estoy seguro. Una vez estuve allí, pero se ha desdibujado. Ya, pero, me digo poco antes de entregarme al hermoso vicio de la pereza, de todo esto han pasado ya mil quinientos años.

+ Otro cuento de Rohmer: Cuento de otoño. Hay una proximidad estética, paisajística y moral; sería algo cercano a un habitus deseado, no alcanzado, que se materializa en una burguesía ilustrada, lectora, amante de la música, socialdemocrata, un tanto snob, un tanto arrogante. Yo no estoy ahí, pero comparto demasiadas cosas con ellos.

+ Imagen: Oporto, quizá en 2016 o en 2017; foto que se seleccionan y no dejan de ser un recorte del pasado, un recorte sobre los recuerdos.