sábado, 3 de abril de 2021

Fuerza y ambición

Duplicado

+ Dice que le faltó la fuerza y la ambición. Lo escuché en la radio y me quedé pensativo; mientras, conducía. La fuerza se puede equiparar a la capacidad, algo sobre lo que últimamente dudo. Como si carecer de las capacidades necesarias fuese algo que se elige, como si se tratase de una suerte de buen gusto comparable a escoger la corbata adecuada para la ocasión adecuada. En el mismo plano puedo situar la ambición o la voluntad de ser, de erigirse en el que se ha soñado ser. Estas dos caras del mismo objeto se me presentan con reiterada frecuencia. La fuerza y la ambición se reflejan en las carreras de éxito, pero estos rasgos no son muy diferentes a la belleza o al oído musical. Has nacido con ello, pero no hay mérito en ello. ¿El mérito? ¿La falta de fuerza y la falta de ambición? Nunca han estado ahí por mucho que el protagonista se haya empeñado en que estaba en su mano cambiar esos condicionantes del destino. Quizá fuese más fácil pasar de medir 1,68 a medir 1,85.

+ Recupero a Blanquerna. ¿En la estela de Tristán e Iseo? En un cierto sentido, sí.

+ Me adormezco mientras imagino castillos, puertos y destinos propicios para un caballero y su séquito. La imaginación es un bálsamo para el sueño. Me concentro y puedo ver aquellos paisajes que un día contemplé. Todo queda atrás, se ciñe a su propia caducidad y veo que nada se puede hacer contra ello. La fuerza y la ambición se manifiestan una vez más, como una cantinela de la que es imposible huir, con la que nos encontramos a la manera de un balance o dolor de los pecados. Vana tarea, mientras me adormezco y triunfa el caballero sobre los dragones del arrepentimiento.

+ No he tocado Blanquerna, queda postergado pero no en el olvido pues tarea es terminarlo y que sume en esa nómina que se va construyendo con una suerte de series de lectura. Sin embargo, y en esta serie, se incluye El conde Lucanor. Tramo a tramo, investigo en el didactismo, su enfoque y proyección en su tiempo y su vigencia. Los consejos, la sabiduría, el obrar, la función del ejemplo y su circunstancia se me aparecen en la sala de espera; leo en papel mientras otros consultan sus teléfonos y eso es extraño, hoy es extraño y propio de otros tiempos. La sala de espera, Don Juan Manuel, la construcción de mis espacios y tiempos de lectura. Me alejo de mis obligaciones con esta lectura, pero esta lectura me sana. La salud que aporta el ejemplo, el vasallo retirado que precisa consejo y el contraste con su contradictoria biografía. Me centro en el ansia de salvación, el poder, la gloria y me lanzo hacia la pregunta de la semana: ¿fuerza y ambición? En el libro ambos polos se manifiestan a cada tramo, porque sin ellos la pregunta del conde a su criado Patronio carece de sentido. Su propósito no es ingenuo y los debates planteados son debates de poder y dominación. En ese ámbito político se debe leer porque esa es su literalidad, lo que no impide otras lecturas. Lecturas que se manifiestan en el presente personal y delimitado. Dejo constancia de lo que leí en la sala de espera mientras a mi padre lo atendía la fisioterapeuta en la segunda sesión semanal de rehabilitación.

+ El pop como ideología ve su declinar. Esta atardecer de la vida resta fuerza y ambición a lo que un día fue emblema estético y hoy se diluye en el nihilismo pandémico. ¿Se recuperará aquella joie de vivre?

+ La función moralizadora de los ejemplos flota en el aire, donde los días se cruzan con el paisaje. No se trata de reflexionar sobre lo leído, sino de hacerlo parte de un interior oscilante que se construye y destruye a diario, en una constante mudanza. Siento esa intensa tensión entre lo vivido, lo no vivido y lo por vivir, se trata, tal vez, de una oscilación entre el deseo y la realidad, su culminación y el aprendizaje que la edad otorga. La función moral de El Conde Lucanor se ciñe al gobierno y al poder, al papel del aristócrata medieval castellano, así lo recoge y con este contexto lo leo y lo someto al criterio interior. El paisaje me muestra que hubo otros tiempos y otros habitantes, que somos poco menos que una pluma sostenida por el viento como lo fueron aquellos que ahora rememoro. Esto último, quizá, sea la enseñanza que extraigo mientras espero en la sala que antecede a la consulta de rehabilitación; también esta sala esta sumergida en ese río que es la historia, el desvanecimiento de sus protagonistas y su rastro discursivo, lo único que queda. ¿Y la vida de la fama? ¿La estela de la fuerza y la ambición?

+ Mientras escribo, suena la 5ª de Mahler.

+ En la recámara de lectura: La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades

+ Imagen: un duplicado siempre pierde algo, el original se impone y la pérdida determina la condición del primer objeto: aquí está la relación entre un viaje y su plasmación en la foto, en los residuos de lo diario, lo cotidiano, la calderilla de la vida, que, quizá, sea el único rédito posible.