+ Al fin descubro quién es el arquitecto de unos edificios en Madrid que siempre, desde la primera vez que los vi, llamaron poderosamente mi atención. Están situados los edificios en la calle San Bernardo y tienen esa conjunción entre hormigón y vegetación que tanto me gusta. Brutalismo y vegetación. El arquitecto es Fernando Higueras. Leo su biografía, las anécdotas sobre su persona, leo sobre su obra. Desata mi curiosidad lo que él denominó rascainfierno. El rascainfierno no es otra cosa que la casa que para sí construyó y que consiste en unos huecos en el terreno que se recubren de espesas losas de hormigón, donde la luz penetra desde las alturas. Veo las fotos chez lui y no puedo menos que quedar muy gratamente impresionado, con el deseo de visitar esos espacios (algo que es posible una vez al año, en la semana de la arquitectura que se celebra en Madrid). Ahora allí hay una fundación dedicada a la figura del arquitecto. Lo sé, este es un tema no resuelto: mi relación con la arquitectura, mi gusto por el espacio y sus proporciones, la luz y las sombras, mis prescindibles dudas si en un sentido hegeliano es arte o no es arte la arquitectura. En fin, las viviendas de las que hablaba al inicio forman parte de una cierta educación sentimental, forman parte de largos paseos orlados de interesantes conversaciones; por ello siento una querencia natural a su volumen y al espacio que ocupan en la glorieta de Ruiz Jiménez. Y hay algo más que también ha llamado mi atención: se trata de viviendas militares. Cuando de esto último me entero, me pregunto la relación que puede haber entre estas viviendas y las que hay en Pontevedra, en General Rubín, que son obra del arquitecto Bar Boo. Entre ambas se establece un puente que va de mi infancia a una tardía juventud, donde se dan ensueños de vidas posibles que tienen más de la novela de la vida que de proyectos vitales. La narración se obliga a sí misma en los espacios, la ordenación de los espacios si no es arte, tampoco importa mucho para el relato de esa novela de la vida.
+ El café me posee; más que una debilidad, es un enamoramiento. No se trata de una droga, sino de una comunión necesaria que se produce a diario. Negro, templado, abundante. Es el sabor y es el efecto, ambos me trasladan a un mundo soñado. Esa leve tensión entre lo amargo y el nervio que despierta. Siento su color y su fuerza, atenaza la lectura y la espolea. Nunca neutro, siempre en nuestro bando. Hic et nunc.
+ El sustantivo autenticidad y el adjetivo auténtico me suscitan problemas sobre su empleo, su contexto de uso, la distribución posible de su posible significado. ¿Qué es lo auténtico?, me digo en la tarde lluviosa de abril, en la soledad de la lectura, con el telón de fondo de la Radio Clásica. Decido recurrir exclusivamente al Diccionario de la Real Academia Española. Allí encuentro varias posibilidades. La última acepción del DRAE remite a que lo auténtico es la copia autorizada de “alguna orden, carta, etc.”, la entrada previa habla de certificación; ambas parecen coincidir en lo mismo: la autenticidad se constituye mediante el vínculo más o menos institucional de las copias, a lo que podría añadir que si hay copias es porque hay un original, que resulta ser el auténtico. Ninguna de esas acepciones me satisface en este momento para mi propósito. Hay dos acepciones más que tampoco se ajustan a mi indagación. Es en la segunda acepción donde se haya el núcleo de mi impulso: “Consecuente consigo mismo, que se muestra tal y como es.” Y se ejemplifica con una contundente frase que resume muy bien la idea que yo tengo: “Es una persona muy auténtica.” Ahí está la solución a mi dilema. Cuántas y cuántas veces habré yo oído pronunciar aquello mismo de “es auténtico”, en referencia a un músico, escritor o personaje de la noche, una nueva amistad o a una estrella fulgurante en las aulas, con incierto destino y atractivo indudable. Auténtico es un calificativo que eleva al sujeto a un endiosamiento enraizado en la distinción. Es ahí donde llego porque es a donde yo intuía que quería llegar, a la distinción. Una vez más, la distinción. Criterios que establecían impermeables fronteras entre el buen y el mal gusto, lo adecuado y lo inadecuado, reglas que se adquirían en un equívoco ambiente snob de finales de los ochenta. Todo esto de la autenticidad está muy relacionado con una necesidad de poseer rasgos que conformen una personalidad y una cultura. La creación del personaje, sus modos y su atuendo. Creo entender que he acotado el significado que buscaba y veo que todo ese mundo se desvaneció y los restos del naufragio se hacen materia mediante esta vena auténtica, que ahora sólo es una arqueología; algo que ya nadie recuerda, que, quizá, nunca existió. La identidad rota que no se puede recomponer, el error no es transparente.
+ Recojo las velas en que su prolongación son una veleta, como de la trompa la prolongación es la trompeta. Pensamientos y reflexiones sobre la morfología del momento, que no un intento ni una ilusión sino entretenimiento pasajero sin consecuencias. Hic et nunc.
+ Imagen: notas en una biblioteca, tal vez.
