sábado, 26 de diciembre de 2020

Como el océano

 

Caminha

Caminha

Caminha

+ En la última entrega, con el título El malestar, colgué como ilustración una foto de unas casas en Caminha, donde me gustaría resaltar las dos puertas y el aspecto contrapuesto de ambas fachadas. Son casas humildes en los márgenes del pueblo. Con todo, creo que merece ser explicado esta unión entre título e imagen, porque no es obvia ni admite ningún tipo de conexión que esclarezca la razón, en principio absurda, de este matrimonio. Cuando disparé la foto, yo no estaba bien: por un lado unos problemas con mi teléfono y con la compañía que dispensa el servicio y la sensación de fin que invadía aquellos días, determinada por el mal humor y una sensación amarga que lo impregnaba todo. Lo sentía por C., ya que esa tristeza y malhumor que en ocasiones me embarga me lleva cerrarme y establecer silencios incómodos y sin una aparente razón. La foto la disparé en un paseo por una parte del pueblo por la que nunca antes habíamos ido a pesar de visitarlo en numerosas ocasiones y no ser este muy grande. Se traba de uno esos lugares a los que nadie va. La foto se podría describir como la oposición entre la fachada caleada y ajada y la fachada recubierta con un extraño pero hermoso azulejo (bien verde, bien azul) y enlucidos sus marcos. Dos realidades opuestas, una luminosa y otra cansada, tal como yo estaba en aquel momento, pero ambas sumidas en ese límite del pueblo, ya con la proximidad del campo y con el paisaje de la desembocadura del río Miño. Hoy todo lo veo de otra manera, pero persiste ese malestar, persiste porque no deja de ser una parte de mi persona a la que no puedo renunciar y con la que debo vivir, atenuada, tal vez, vibrante en ocasiones, vacía o llena, plena de palabras que se deslizan y parecen no comunicar nada, salvo el abismo de la finitud. ¿Es tal el abismo o es solo un punto de vista? Me gustaría que la foto diese cuenta de la doblez que sentí, de ese decir: estaba amargado y no veía salida cuando la salida solo de mí dependía. En ese sentido no puede menos que recordar palabras de Marco Aurelio que me indican cómo y dónde debía buscar el origen de mis tribulaciones. En mi interior. Releo lo escrito y me hago cargo de que la foto adquiere otro sentido y es un sentido que me gusta más, pero ese sentido se ha dado porque han pasado dos meses y su verdad es otra, muy distinta, más próxima al proyecto que nos embarga a C. y a mí. ¿Triunfo? No se trata de eso, solo son dos puertas de dos humildes casas, la una caleada, la otra revestida de azulejo verde o azul (quién sabe, quién lo puede afirmar).

+ Esos dos días que pasamos en Caminha dimos un largo paseo por la playa de Moledo. Caminamos por la arena, descalzos, con un viento agradable que nos acariciaba el rostro, con el horizonte nítido del océano, entre conversaciones, con preguntas sin respuesta y respuestas que llevaban tiempo pendientes de su emergencia, pero, paradójicamente, se sumergían una vez más, pues resultaban inconsistentes y sin la suficiencia precisa. Vimos a algunos pescadores que se permanecían en su espera paciente, como si siempre hubieran estado allí, algo estatuario, algo poético. Tal vez. Un aliento de felicidad y dulzura, una suerte de pausa, una pausa necesaria. Hablamos de mis problemas pero no le encontrábamos solución porque, como suele suceder, el problema es interno y no  circunstancial. Lo sé, Ortega dice otra cosa pero yo no la admito, la circunstancia es inferior, está en un nivel inferior del que no se puede depender porque ello es imposible. Así, esta lectura es la misma lectura del párrafo anterior. Me reflejo en ambas y dejo escrito cómo los cráteres del momento condicionan el presente y el futuro y contra esto es contra lo que hay que revelarse. ¿Tan nefastos son los libros de autoayuda?

+ Observo que últimamente escribo mucho sobre mi estado de ánimo. ¿Qué queda al margen? ¿El estado de ánimo es un reflejo de la realidad o construye la propia realidad? ¿Qué es la realidad? ¡Qué pregunta! La realidad como configuración personal, recurro a Marco Aurelio como el que recurre a un fármaco porque sabe que allí encontrará alivio a su dolor o a su malestar. Como decía aquel poeta, leo mucho y no recuerdo nada; a lo que yo añadiría que el poso de las Meditaciones permanece, en concreto, hoy concretamente, una cita donde se da luz a una idea: deja el saber erudito y vuelve hacia el saber que contiene en fármaco, el que te habrá de ayudar en el tránsito, el que de ayudará a alcanzar la tan deseada tranquilidad. ¿Por qué escribo tanto sobre mi estado de ánimo, apesadumbrado y doliente? Porque me revelo en su contra, porque no acepto la postración y deseo recuperar la alegría. Poco a poco regresa la alegría, se dibuja en el horizonte diario y en ella espero. Sumo materiales que me han de socorrer y los ordeno sobre esa imaginaria mesa de trabajo, duermo, comienzo el día y las rutinas me van regalando una disciplina necesaria. Vale.

+ Leo la introducción de un libro de un profesor donde da cuenta de un reencuentro con los compañeros, supongo, del bachillerato. Parece ser que le da reparo decir que estudió filosofía, y las razones son conocidas y giran sobre el eje de lo práctico y lo inútil. Poco importa. Nos dice que en la mesa había “científicas, psicólogos, médicos e incluso artistas de diferentes ideologías políticas, sensibilidades sociales y creencias religiosas”. Detengo la lectura y me planteo que la ausencia de oficios y ocupaciones laborales menores parece restarle valor a las afirmaciones. Siempre se ven excluidos los albañiles, los mecánicos, los fontaneros […] de cualquier debate intelectual. Sí, es cierto; no tienen la formación necesaria para poder debatir, pero eso no le resta cojera al debate mismo porque hay un sentido común que se impone tanto sobre la erudición como sobre la pericia que otorga el peritaje, a no ser que todo lo cifremos en la caligrafía retórica. Me gusta recordar a los filósofos que reclamaban el regreso al lenguaje ordinario para evitar problemas que sólo son problemas creados por el mismo lenguaje al retorcerse sobre sí mismo. La filosofía, que no es solo “una manera de ganarme la vida”, nos dice el autor; pero la manera de ganarse la vida nos condiciona sin remedio y en ello me sitúo. Si no se tiene contacto con otras realidades fuera de la nuestra (sociocultural, económica, familiar) se puede decir que estamos un tanto ciegos. Pienso en posibles cenas con compañeros de bachillerato: primero, no asistiría, segundo no sé si el contraste con mi realidad tendría un saldo positivo o negativo, o si existe la posibilidad de realizar contabilidades o arqueos. A estas alturas, me siento un tanto perplejo y un tanto alejado de tantos y tantos debates que termino por desistir de la posibilidad de réplica. Dejo el libro en suspenso.

+ Rescato de algún lugar Infierno de Strindberg. ¿Debería leerlo?

+ Imagen: las tres imágenes, solapadas, dan cuenta de un agradable día en Moledo, hacia mediados de octubre; ¿qué queda de aquello, un misterio que no desea ser desvelado? ¿A qué respondían aquellas cabañas desmanteladas, cabañas de pescadores, un resto del verano, un espacio para el juego? Las tres imágenes retienen la alegría del día que se opone al amargor de la circunstancia, circunstancia que ha desaparecido: soy otro, soy el mismo: como el océano. Volveremos a Caminha.

sábado, 19 de diciembre de 2020

El malestar

 

Caminha

+ ¿Debemos someter nuestro malestar a estudio, hasta que se diluya en función del desgaste que efectúa sobre él  el cansancio reflexivo? Alguien me dijo hace ya tiempo que una buena manera de combatir en el aburrimiento es analizarlo minuciosamente, describirlo y situar su origen con precisión. Lo he practicado en ocasiones [esperas, aeropuertos, trayectos indefinidos con un destino claro pero con un recorrido difuso] y siempre me ha dado un buen resultado. ¿Es aplicable esta fórmula al malestar? Creo que sí. Todo aquello que sea restar importancia a las contrariedades que se nos presentan es una senda correcta. Reconozco el origen pero no sé si realmente se trata de un nacimiento en un punto determinado o un desarrollo que se entreteje con determinadas mitologías personales que oscilan entre el elitismo y la figura snob del dilectante provinciano. Tal vez, medio entre mi yo del ayer y mi yo de hoy; al tiempo, trato de restarme importancia. El malestar no responde a causas materiales, porque estas están cubiertas en su totalidad, sino a un punto estético y fútil. Me rio cuando describo ciertos comportamientos del pasado, tan paralizantes, tan ridículos. ¿Se han desvanecido? El malestar habita en diversas regiones del pasado que lanzan su tentáculos hacia el presente, ¿se deben amputar esos brazos? El triunfo, el deseo, el fracaso, la abulia; vértices de un mismo rectángulo que nos atrapa. Analizo el malestar y se disuelve, lo describo y se evapora, su origen incierto pasa a resultarme indiferente. ¿He encontrado el remedio? Lo ignoro mientras ni siquiera sé de qué hablaba hasta hace un momento.

+ Cumplí con mis propósitos durante mi mini-break y se aproxima otro mini-break para el que tengo, más que menos, los mismos planes. Postergadas, debido a la pandemia, las visitas a las bibliotecas cercanas, me sumerjo en la disposición analítica que me ocupa. La lectura y la recolección de datos. Datos, valoraciones y conclusiones. Triadas que se reproducen sin cesar, como la constatación de una infinitud de posibilidades que debo acotar. Resulta entretenido, pero nada más. Aunque, bien pensado, qué más se puede pedir. Que el tiempo se deshilache, que se transforme en olvido, es un regalo sin parangón.

+ Mi tendencia a la dispersión acentúa la huella del malestar. El malestar se reproduce en estos saltos y en la indeterminación de muchas decisiones. Lo pienso mientras oigo en RNE-5, Documentos, un programa sobre Pedro Casariego Córdoba, el poeta. Los detalles de su vida me llevan a una comparación que difiere en muchos aspectos pero que posee rasgos en común, (en mi persona, sin duda, mucho menos acusados). Por ejemplo, la tendencia a la contemplación y el rechazo al envejecimiento, la tendencia a la extravagancia y al silencio, al fingimiento, propio de los poetas (Pessoa). Pero mi dispersión es definitoria, cosa que no encuentro en el poeta y no se muestra en la biografía radiofónica. Si algo supiese sobre la mente humana, afirmaría que tenía una severa e incurable depresión, pero no lo haré y quedaré solo en la piel del relato, en su perfil tan nítidamente romántico, el malditismo y la vida en el margen que tan atractiva y venenosa resulta. Dinero, cultura, heridas. Chalets en las afueras, nutridas bibliotecas, pinturas y muebles nórdicos en las partes altas, donde los chicos se encierran a leer. Cómo todo tiende a la narración, cómo somos producto de esta y cómo nos moldea a lo largo de nuestra vida, que parece no tener otro objeto que completar esa imagen, el hilo que recorre nuestro desarrollo y fin. Me centro y dejo mi dispersión a un lado, si esto fuese posible. Vale.

+ [La caída del arte contemporáneo]. Hemos visto C. y yo algunos reportajes sobre la última feria de arte contemporáneo ARCO. Yo he ido allí en dos ocasiones y lo que se transmitía en los documentales se aproximaba bastante a la sensación de desidia que me embargó cuando fui por última vez. El rey desnudo se mostraba ante mí. Hubo un tiempo en que todo esto era algo en lo que creía y, al contacto con el espíritu crítico, se desmoronó, no en su totalidad, pero sí cayó una gran parte del edificio. He visitado museos, salas de exposiciones, facultades de Bellas Artes, he leído mucho, he charlado sobre el tema en demasía, me he convencido de que había un sentido y he descubierto el mercado y, más tarde, de regreso, se me apareció cierta mística que me devolvía un sentido curativo del arte [algo tan lejano a día de hoy]. Repasar este proceso de descreimiento me da pistas para lograr perfilar los límites y la silueta del malestar. El malestar es producto, en mi caso así lo veo, de confusiones entre el deseo, la realidad y una cierta ensoñación; un desfase entre las expectativas y los logros; en concreto, la necesidad de comprender y alcanzar un cierto peritaje en arte, el peritaje en el significado absoluto. Hoy me resisto a dejar que estas creencias naufraguen, aunque sé que soy otro, con los mismos cimientos, pero con otra visión. Se recogen todos los cascotes y construimos una chabola que esperamos que nos abrigará del frío del nihilismo. ¿Es simbólico este naufragio?

+ En relación con lo anterior, el presentador entrevista a una joven. Ella explica su obra mediante un críptico discurso y el entrevistador le dice que no la entiende, que le diga cómo resulta la conexión entre el objeto y el discurso. Ella es guapa, sofisticada, muy en su momento. Se gusta, sin duda se gusta. Observo la obra y no me dice nada, mucho menos cuando la artista habla de recorridos y evoluciones aleatorias de la materia que constituye la obra, donde ella solo aporta la estructura; y la característica propia de la espuma que solidifica, el resto. El entrevistador sonríe con cinismo, un leve cinismo que me resulta más comprensible que la explicación de la creadora. En la línea de lo anterior, creo que el malestar se conecta con este fingimiento, con la impostura del arte, tan necesaria para el negocio, que tanto me desagradó en su momento, por desafiante, por vacua. ¿Continuaremos con el naufragio de las creencias?

+ ¿Conjuros contra el malestar? La voluntad. La voluntad mide y ordena la realidad, la única herramienta válida para salvar los desajustes que a diario se presentan. La disciplina como remedio al hastío, tan propio del tiempo de pandemia, tan propio de la edad madura, un hastío al que no cabe contra él sino la lucha mediante las tareas y las pequeñas metas. Así, mi programa se basa en el ejercicio diario, el estudio y los momentos de asueto, las conversaciones y la música. Este orden no es inamovible, pero sí posee una estabilidad cierta. En esa estabilidad descanso y me oriento. Finalmente, otro conjuro, contra los efectos del malestar es la posibilidad de ser transformado en relato […], pero no deseo escribir relatos biográficos con capas espesas de ficción y fantasía, prefiero el ámbito de esta bitácora que no es bitácora sino diario, pero con ella tiene en común la singladura, la partida y la llegada. La voluntad, la disciplina y el olvido. Luces en la noche, balizas contra el insomnio.

+ ¿Realmente abjuro del tono confesional cuando no veo otra cosa que confesión o se trata, simplemente, de una constante tendencia a la paradoja?

+ Imagen: puertas en Caminha.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Regreso a lo indeterminado

Buda

 

+ Comienza un breve período de vacaciones. Será un tiempo dedicado al estudio y a la lectura. Los paréntesis en la labor diaria son necesarios para lograr un equilibrio y una estabilidad que conduzca a la tranquilidad. La tranquilidad como objetivo vital. Piedra, hierba, severas e impasibles nubes. Me detengo mientras escribo y pienso en la palabra tranquilidad una vez más, en la ausencia de perturbaciones, y caigo en la cuenta de que cualquier estado está sometido a la posibilidad de ser interrumpido por lo inesperado, pero, ahora, dejamos a un lado su necesaria verdad. Lo inesperado es parte sustancial de la vida, la ruptura de los planes y los proyectos. He proyectado estudiar y leer, pero eso solo es una pretensión de la que se podrá dar cuenta una vez que forme parte del pasado y se termine su serie, la planificación, los proyectos. Me hago demasiadas preguntas sobre el futuro y eso no deja de ser un problema, otra vez me hago cargo de ello mientras releo el primer enunciado que se refiere a este mini-break en el que ya estoy inmerso. Me digo que es un estado de melancolía que me asalta y contra el que lucho, yo sé que es temporal [o eso quiero creer] y me recuerdo cuando bajo la lluvia corro, y pienso en que se terminará el frío y la lluvia y pronto estaré bajo el agua caliente de la ducha [pero en el momento corro y me mojo]. No sé a dónde me conducen estos planteamientos, y, al tiempo, me doy cuenta de que no tiene sentido la formulación, tan solo es un intento de cura, la posibilidad de recuperar lo que nunca se ha tenido, una suerte de engaño y aflicción que se desvanece.

+ Que todo se desvanece es un hecho, lo indeterminado se impone porque es allí a donde regresamos, repito en la línea de Anaximandro de Mileto y me dejo en el descanso de la tarde de diciembre: fría, afilada, aburrida.

+ El ir y venir del estado de ánimo resulta esclarecedor, arroja explicaciones que, quizá, no resultan agradables. Primero, quién se esconde tras los altibajos;¿soy yo?, me pregunto ante el espejo y no puedo contestar otra cosa que sí, que sin duda soy yo, pero durante un tiempo limitado soy ese y luego se desvanecerá, aunque algo permanezca. ¿Qué se mantiene en los tránsitos, después de los cambios? Supongo que Marco Aurelio tiene la respuesta y esta es que lo que se mantiene es un principio rector. Segundo, es el pasado que se enfrenta al presente, que combate la estabilidad del hoy con los demonios del ayer. Como una pesadilla, el que fui hiere al que soy; me enfrento a ello y me levanto no sin dolor.

+ Reviso viejos papeles y me encuentro con un cuento que escribí hace, al menos, quince o veinte años, quizá más. Me asomo al relato con cierta prevención y según avanza esta se desvanece. Está bien estructurado, tiene un tono fluido y constante, hay una moraleja difusa y variable. Lo termino y me gusta. Ahora me pregunto la razón por la qué dejé a un lado una posible carrera literaria, en la que confiaba, que deseaba en aquel momento. Ahora lo sé, tanto he aprendido. Tras el arte está el arte del negocio y esto yo ni lo dominaba ni me apetecía dominarlo. Se conecta este punto con el párrafo anterior. Es mi principio rector, su naturaleza que tiende a la soledad y al aislamiento.

+ Llueve, llueve con una persistente intensidad, el viento se oye y, luego, en la lejanía, un gallo canta, entre el sonido del agua que cae de las bajantes del tejado. Sonidos en la oscuridad que llenan el sueño de una extraña certeza, el paso del tiempo y su unión con el tiempo metereológico. Estoy dormido y casi despierto, el recuerdo del sueño es un baño en un lago: el agua cálida y el paisaje boscoso en el fondo: elegantes y perfectas coníferas. Lo sé, no es un paisaje es una sensación: la agradable sensación de las sábanas contra mi cuerpo. La lluvia es un estado que nos invade y contamina de tristeza, contra ella lucho y lo consigo con una voluntad dura y afilada, el campo está yermo y el invierno se adivina en estos días del mediado otoño.

+ Imagen: un Buda joven que se tapa las orejas, para no oír, un Buda joven que permanecía en un extremo del escaparate de una tienda de antigüedades. Creo ver que su cara transmite dolor o crispación, pero no lo podría asegurar, y me gusta relacionarlo con el malestar que produce el tiempo nublado, la lluvia y la grisalla que se ha instalado, por alcanzar cierta unidad.

sábado, 5 de diciembre de 2020

La cartografía desechada

Boat
 

+ Cuando hice la mudanza y comencé a ordenar mis pertenencias [ropa, libros y admíniculos] decidí que una colección de mapas y planos, atesorada a lo largo de más de treinta años, debía ser desechada. Así lo hice y me arrepentí; por lo tanto intenté recuperarla, pero cuando llegué a ella me di cuenta de que no había sido una decisión errónea sino, al contrario, se trataba de una depuración. No indagué más en ello y alcancé lo que podríamos denominar un estado de paz, pero que no se corresponde totalmente con la ataraxia que me embarga ahora mismo. Me refiero a la circunstancia que nos envuelve, a la posibilidad de prescindir de ella y entregarse a una disolución de la identidad, a llegar a un cierto grado cero de la persona. Paralelamente, estoy con el escrutinio de los libros que he reunido a lo largo de los años, de las décadas, en los que me veo reflejado con nitidez. Veo ahí otra cartografía y me doy cuenta de que la que antes cité era un deslavazado conjunto de planos de metro, folletos turísticos y viejas guías de viaje sin interés alguno, papeles en los que confiaba sin mucho fundamento; si enfrento los libros a los mapas, sucesión de acumulaciones finalmente, percibo borrosamente ciertos rasgos de mi persona, pero, como el camino no todo es un emboscarse de la identidad, reconozco mi evolucionar en los libros. Esos libros, aquellos libros, todo el tiempo que acumulan en sí mismos, las lecturas posibles e imposibles, libros en los que he estudiado y me he entretenido, los contraste que me otorgan, las estrategias y las derrotas, el triunfo de la lectura sobre la escritura y mi rostro. El rostro que reconozco en el espejo y que se corresponde con el que realiza el escrutinio, camino de una otra biblioteca, tan diferente a la anterior aunque los mimbres sean los mismos. Los planos y la guías se pudren en un prado, son pasto de la humedad y cobijo de los caracoles, son humo que se disuelve en el aire límpido de noviembre, este noviembre que se termina.

+ La semana pasada, mencioné, en algún momento, el carácter epigonal que se manifiesta en diversas novelas y ensayos que se van publicando día tras día, semana tras semana, mes tras mes, o pasando los años. Temas muy actuales, temas que describen o que conforman una suerte de visión de la realidad. Ay, la realidad y sus multiformes manifestaciones. No es un mérito este descubrimiento, no tengo un antena bien afinada o enfocada al núcleo de la actualidad, sino que se trata de una evidencia. Las curvas y sus oscilaciones eran previsibles, la acumulación de títulos es un hecho, su emerger y sumergirse habla más del momento que los propios libros. Para que nazca algo nuevo debe prodigarse en extenso toda una colección de autores y obras marcadas por un mismo patrón, en línea con la misma guía o carril. Temas que percibo como persistentes: el abandono del campo, los feminismos, la autoficción, urbanismo, razones políticas, la pandemia o el desdoro de la música moderna. ¿Qué nacerá, quién escribirá la crónica de este presente? Debo continuar con la labor de explorador de fin de semana, que tanto se centra en su trabajo, en su investigación, como en el escrutinio de la actualidad, en esa parcela que es la publicación de libros, esa saturación, es hipérbole editorial.

+ No dejo de estar condicionado por la ordenación de mis libros, por el expurgo que supone este orden nuevo, pero anclado en el anterior [algo hay que permanece en todo cambio]. Se trata de un descubrimiento, de una revelación que me afecta y transforma la realidad, o su percepción [que en cierto sentido no deja de ser lo mismo]. En paralelo, no dejo de hacer recuento de los años y de las calas biográficas. Como una penitencia, me asomo al pasado y rechazo ese carácter penitencial. ¿Se trata de culpas y absoluciones? Creo que no, pero una cosa es el deseo y otra su concreción en, por ejemplo, un estado de ánimo adecuado. Las mañanas son limpias y el ejercicio a primera hora del día me devuelve la alegría del trabajo bien hecho. No tengo miedo, pero me veo en el espejo y soy yo, siempre he sido yo, aunque la variación sea grande. Bach suena en el ordenador y creo haber recuperado su presencia, como si se tratase de un dios lar. Cumpliré con mi tarea.

+ Se acerca un período vacacional. Tendré que hacer recuento de las tareas de la investigación con el propósito de encauzar el desarrollo necesario de la misma. Continua Bach en el reproductor en línea, se entrecruza con la labor necesaria y pendiente. Algo creo entender de mi propia disciplina, de su reflejo en el estado de ánimo. Desechada la melancolía toca luchar contra ella y esa programación de las tareas no deja de ser un antídoto más en las reservas que atesoro contra la tristeza. Veo el calendario y me lanzo a su consecución. ¿Una manía? Tal vez, pero me resulta útil, muy útil.

+ La cartografía desechada comienza su descomposición. La metáfora está por todas partes, solo queda otorgarle cuerpo y substancia. Una labor acompasada con el discurrir del tiempo, el tiempo como única realidad, como materia de la vida. Hay descansa la idea de la cartografía desechada. Me remito a mis renuncias y en ellas descanso. Esa descomposición de los rasgos biográficos.

+ Imagen: desde el muelle de Viana do Castelo disparo sobre un velero que se aleja entre la niebla. Lo recuerdo ahora. Esa misma tarde volamos hacia Berlin. ¿Su sentido metafórico? Pensaré mañana, mientras corro, en ello. La carrera le dará el tono, su ligazón con otras realidades.