sábado, 28 de noviembre de 2020

¿Hormigas?

Bicicleta

+ Por fin termino el documental que había comenzado a ver la semana pasada, se trata de Mi vida entre las hormigas, donde el protagonista es el cantante de Los Ilegales Jorge Martínez. No sé si me ha aportado algo, salvo una amarga sensación biográfica en relación con las drogas, el alcohol y las malas compañías. Algo lejano y nada memorable, sumido en el olvido pero con su garra afilada de presencia en ciertas acciones y actitudes. Vi reflejos del pasado en las declaraciones del cantante y de sus compañeros de escenario, en su manera de juzgar la realidad y de constituir un esquema moral, en la atribulada sensación de violencia y escapismo, ese medianía de una clase burguesa de provincias donde sus hijos están hartos de incorporarse el nicho laboral que se ha previsto para ellos y eligen ser ese Rimbaud portátil: un tanto atribulado, un tanto violento, con su inteligencia sumergida en alcohol y la ambición abotargada por el estilo, sumidos en la niebla triste de las tardes de domingo y las calles principales desiertas y melancólicas. Todo es pasado y ya no pesa, se olvida. Lo que se dice no me afecta, aunque me cause una cierta tristeza, casi agradable, casi imperceptible. Cuánto olvido es necesario para alcanzar la tranquilidad.

+ Viernes, viernes luminoso. Comienzo, como todos los días, con mi carrera de tres kilómetros, una ducha y el café recién hecho: aromático, negro, muy negro, vigoroso, energético, amargo, caliente, vehemente. Antes de la carrera, desayuné y repasé las novedades que me ofrece Twitter. Comienza el día y siento, me digo al cerrar el teléfono, el siglo XXI en la piel, con intensidad, la intensidad propia de una persona que, a conciencia, pertenece al segundo tercio del siglo XX. Suena en el reproductor en línea una extensa selección piezas para piano de Maurice Ravel. La música es música en línea, luce el sol y tengo mis dudas sobre algunas certezas extendidas. Acabo de ver en un twit un vídeo de un parlamentario que ensalza las bondades del comunismo y afirma que todo aquel que equipara comunismo y nazismo es porque es un fascista. No sé, me parece un pobre argumento aunque retóricamente su materialización resulta efectiva; se ve claramente que domina la escena, más que los hechos importa el envoltorio de la elocutio, vibra su convicción y la firmeza de su voz, los ejemplos que contraponen al buen comunistas con el malvado fascista son enternecedores, y en el olvido quedan crímenes sobre los que no cabe discusión. Me parece sospechoso, el comunismo me parece sospechoso, y también me lo parece la extrema derecha, los terroristas;  siniestros hombres que creen que el asesinato es una vía válida para alcanzar el paraíso. Esto no implica que abrace el liberalismo, ni el fascismo, ni la extrema derecha ni la moderada; sin embargo, esa idea de conmigo o contra mí flota en este discurso como también flota en la parte contraria. A lo que me lleva esta reflexión matutina es a mi alejamiento de la clase política, de sus artes, de estas y aquellas batallas dialécticas bajo las cuales, ajenos, estamos los ciudadanos; es algo que me lleva a saberme en al margen, en la duda, en la crítica. Suena Ravel y ahí me quedo durante un momento, un sobro de café y sé que debo regresar a mi investigación. La mañana luminosa de este viernes de noviembre es un regalo, sin duda, un magnífico regalo.

+ Hay una serie de temas que están la recámara. Van desde el carácter epigonal de la narrativa y el ensayo en la actualidad hasta la razón de la ciencia en el imaginario popular, con una sociología solapada que impide discernir lo que es opinión fundada de explicaciones para el momento que se guían por el ego y la oportunidad. Pero los temas quedan ahí, en la recámara, a la espera de un tiempo mejor, a que yo termine de ordenar mi biblioteca en su nueva ubicación. Qué trabajo, qué enseñanza este enfrentarse al que fui en el pasado y al que soy en este momento; qué variable resulta la persona, que inestables los gustos, pero qué guías definen una trayectoria. Como leía en tiempo no tan lejano en un libro de un filósofo del que ahora no recuerdo el nombre, el comienzo de una vida no se puede narrar hasta que la persona ha fallecido porque sin el relato cerrado la explicación no es posible. Así estoy, entre temas posibles y las tareas de este mi canon personal que se resume en el orden y escrutinio de mi biblioteca, con el expurgo necesario.

+ El filósofo es José Luis Pardo y el libro La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender filosofía. Vale.

+ Temas en la recámara para las próximas semanas; al menos es lo que espero.

+ Imagen: en mi indagación sobre los emblemas me encuentro con la posiblidad de la bicicleta, como relación entre lo uno y la identidad. Vale.

sábado, 21 de noviembre de 2020

¿Identidad, estilo y distinción?

Pompei

+ Parados en su sobrante de carretera, conversamos sobre diversas cuestiones, fundamentalmente sobre la evolución de la pandemia y la incertidumbre que se ha instalado en la realidad, de cómo esta la modifica y devuelve a la realidad, o al menos su percepción, a una nuclear verdad: el cambio y la falta de permanencia. Las nubes se habían retirado y elevé la vista a las alturas. Pude ver con claridad el dibujo de las estrellas en el cielo. Se lo hice saber y me dijo que la ausencia de contaminación lumínica era lo que permitía esa privilegiada visión, me señaló un monte cercano y me narró las caminatas que hacían con su padre cuando eran de niños para ir allí a ver las Perseidas. Nos despedimos y no pude dejar de meditar. En realidad lo minúsculo del virus se enlaza con las magnitudes siderales de las estrellas, realidades que nos atañen y que no podemos abarcar, bien por extensa, bien minúsculo. Bajé hacia los pueblos y la luz de las farolas sobre la carretera me devolvía a otra realidad, la realidad laboral que estaba a punto de finalizar. Ay, esos enlaces entre lo uno y lo otro y que devienen en lo mismo, en su reflejo. Soñé con perros y con lobos, soñé con mujeres que ofrecían pastelitos y un licor transparente, que podría ser ginebra o anís, soñé otras cosas que no recuerdo, aunque eran partes de realidades sin mayor entidad que mi descanso y mi olvido.

+  [Mañanas en la biblioteca]. No necesito madrugar mucho, pero me levanto a las siete de la mañana. Desayuno con calma y luego un leo un poco, preparo las bibliografías, los bolígrafos y las libretas, meto todo en mi mochila y espero un poco, hasta que son las ocho y media; entonces, me encamino a la biblioteca pública, que abre a las nueve de la mañana. Es un trabajo rutinario que consiste en pedir libros, buscar las referencias y fotografiar con la tablet las páginas donde se encuentran las referencia a nuestro autor. No hay ningún secreto, esta parte de la investigación que se centra en una labor mecánica tiene una suerte de lección sobre los desarrollos del proceso, que se extiende a los ámbitos que parecerían ajenos a su dominio. Las tareas rutinarias son cimientos de las tareas que semejan más elevadas. Estas tareas humildes son un asidero contra el desánimo, su reiteración nos libera de reflexiones amplias y profundas; lo veo yo como la oración, que se hermana con el ejercicio físico diario. Así, entré en la biblioteca y me dispuse a realizar lo que anteriormente había programado. Cumplí con lo previsto y sentí un cansancio honrado y sencillo, que me remite a mi relación con la rutina, con su ponderación sobre la aventura. Soy otro, me digo mientras avanzo por la calle con 145 capturas fotográficas de otras tantas páginas que se contienen en el dispositivo electrónico. Soy otro, pero soy el mismo.

+ Los desencuentros conmigo son oscilantes, intermitentes, variados. Creo conocerme y no es verdad porque me sorprende todavía mi incapacidad para afrontar nuevas realidades, pero no resulta ser una incapacidad paralizante ni definitiva, sino que se trata de un ligero malestar relacionado con mi querencia a la estabilidad, por otra parte, imposible por definición de lo que la vida en sí es. Sí he aprendido a aceptar el malestar a sabiendas de que será algo pasajero; este aprendizaje se basa en experiencias anteriores, que, aunque disímiles, guardan entre sí el parecido del cambio abrupto y la apertura a nueva situación, no peor, pero sí muy diferente. He dejado atrás un decorado y estoy inmerso en otro, la circunstancia no es baladí, al contrario: determina de una manera irremediable la vida cotidiana. La vida cotidiana, me digo tras escribir cada una de las letras en el teclado del ordenador, la vida cotidiana como única patria posible que prefiere a la persona o al individuo a la identidad. Los desencuentros son constantes pero pasajeros y su desvanecimiento es mi victoria, pero precisan cierta lucha, calma y paciencia. En ello estamos.

+ Dejo a un lado la identidad y me centro en los retratos de las personas. La identidad me parece en exceso un algo burocrático y gris, prefiero los retratos bien sean al óleo o en un potente estallido de colores en la portada de un dominical o una página web. Los ojos, la nariz y la boca, las orejas, las cejas y el pelo, ese intento de traducir ciertas armonías o su ausencia en razones para elaborar biografías imaginarias e imposibles. Queda el retrato, incluso el propio, que se enfrenta a la identidad y deja tras de sí el rastro del imaginar vidas, trabajos y milagros. Veo mi foto en un antiguo carnet y me pregunto si los desencuentros constantes conmigo se ven ahí reflejado y colijo que no, que no hay tal relación, pero me gustaría percibirla porque verla no dejaría de ser una cura. La cura, el cuidado, el olvido.

+ Abro un canal de la televisión en línea después de encender la pantalla y sin mucho convencimiento busco documentales sobre asuntos y temas musicales. Encuentro dos que, en principio, parecen de mi agrado. El primero es sobre un irredento fan de Morrissey y el otro sobre Los Ilegales, el grupo asturiano. El primero pertenece a ese tipo de asuntos que comprendo perfectamente pero que no puedo aceptar y, sí, me producen cierto rechazo. Es decir, no acepto la rendición a otra persona aunque respete muchísimo su talento y su obra, porque solo veo una persona y no estoy dispuesto a rendirle pleitesía [lo que se iguala, en el caso del fan de Morrissey, con haber asistido a elevado número de conciertos del cantantes en primera fila; me digo: ya ves, qué triunfo]. Nunca atesoraría objetos y recuerdos de un artista hasta convertirse esta actividad en un motor de mi vida [memoria, viajes, discos, fetiches, ropa, peinado…]. Lo dejo porque no me interesan esas afirmaciones declarativas; me gustan mucho las canciones de los Smiths, me gustan, también, las canciones de Morrissey [aunque  un poco menos], pero en ningún caso me interesa su figura por sí misma sino una proyección de una idea que cuajó en la adolescencia y se prolonga en la edad madura pero que tiene relación con la literatura y lo que por ella entiendo y no con esa idea de personalidad. Lo dejo ahí porque no me interesan demasiado las posibilidades que ofrece. En el documental sobre Los Ilegales hay algo que me llama la atención poderosamente y me parece una flecha en el centro de la diana. Se trata de una afirmación de Mariscal Romero. Dice M. R. que todos aquellos grupos punk de finales de los setenta y principios de los ochenta estaban integrados por malos estudiantes que pertenecían a las clases medias y altas, jóvenes que encontraron en la música una razón de ser; entre ellos, cómo no, también, Jorge Martínez. Trato de unir ambas razones y extraer una conclusión, como dos premisas que me llevasen a una punto sin retorno, restituir una posibilidad en el hiato que he trenzado casi sin darme cuenta. Creo que la solución a la ecuación radica en la identidad. Cómo la identidad dirige vidas y haciendas hacia un malditismo próximo al movimiento romántico, que perdura en la manera de entender la vida desde la pedagogía que ofrece la música popular [tan influyente ayer como hoy, desde donde se esparcen consignas vitales y eslóganes propicios para lleva la existencia con estilo]. Cierro la sesión y me entrego al sueño con esa sensación de protesta y burguesía, falsas revoluciones y el estilo y la distinción como motores del prontuario vital de toda una generación, la mía en concreto. Todo se desvanece en el océano de la noche, en océano del profundo sueño y sé que no estoy equivocado.

+ Imagen: elijo esta imagen de Pompeya porque es la que tengo en mi perfil de la mensajería instantánea, mi identidad; me gusta percibir ese toque de neutralidad, el punto de estilo y distinción.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Sumas y restas

IKEA

+ Una vez más, llega el viernes. La sucesión de los días no tiene nada de especial, es la rutina, lo que se espera y no ofrece variación, pero mi curiosidad todavía se ve sorprendida. Quizá se trate de esto mismo. Centrarse en pequeños detalles que ofrecen posibilidades inusitadas; la sensación de avance, el deshacerse el proyecto y convertirse en realidad, la pasmosa imposibilidad de detener el tiempo. El viernes es el día deseado por el trabajador [si el fin de semana es para él feriado, porque de lo contrario se retrasaría al sábado, que, aunque similar, no resulta equiparable] para emprender su viaje al ocio, a la distancia, a la ficción del tiempo libre. Con la pandemia esto ha cambiado: ya no se trata de establecer un límite, sino de aguantar, dejar a un lado las horas y aprender a no esperar nada.

+ C y yo, ayer, vimos un documental en línea sobre el campo de concentración que visitamos en octubre de 2018, en las proximidades de Berlín. Sachsenhausen. Volver a ver otras vez aquellas edificaciones, la explanada, la entrada al propio campo, nos devolvió a la inquietud que supuso en el encuentro con esa conocida y despiadada brutalidad. Desde aquel momento, desde la visita a Sachsenhausen, el campo de concentración me sirve de piedra de toque cuando una situación me parece complicada. Nada resiste la comparación, reconozco. Recuerdo Sachsenhausen. Recuerdo un extraño silencio, recuerdo las vigas de hormigón sobre las que se ataba el alambre de espino, los árboles, el perfil de las torres de vigilancia, la quietud del serenidad del paisaje, el sonido del viento; sobre todo ello reinaba una presencia que percibíamos, la longitud de las dimensiones, ese saber de la vida y de la muerte, de la línea que separa al ser humano del monstruo; recordé, entonces, a la vista del documental, en una sala de exposiciones anexa al campo, las fotos de algunos de los guardianes, que eran casi adolescentes, con sus caras aniñadas resucitaban en el relato de la audio-guía que mostraba sus arrebatos de ira y la violencia acerada e imbécil que los dominaba. Antes de dormir me dediqué a pensar en ello, en una visita, en Madrid, con K., a una exposición sobre Auschwitz, pensé y regresó la frase en la entrada de los campos de concentración y exterminio: el trabajo os hará libres. No hace tanto y poco a poco se olvida, pero basta asomarnos a las noticias, al incremento de acciones antisemitas, al odio infundado sobre otras personas para hacernos cargo de que la estupidez y la brutalidad. Lo repito mientras me digo que descreo de lo colectivo y trato solamente de ver personas y no razas, credos u orígenes, religiones o ideas con o sin fundamento. Nada nos hace libres, salvo la libertad sin adjetivos, una libertad que se asienta sobre lo humano en el sentido condicional de la muerte, que da y quita sentido a todo lo vivido: ahí reside la libertad, en el respeto por cada persona, en su calidad de persona, sin adjetivos que la clasifiquen.

+ [Expurgo]. Todavía no empezado con la selección, el donoso y grande escrutinio de mis libros. El examen de la biblioteca nos lleva a un examen de nuestra realidad lectora y de nuestra biografía lectora, que por extensión es nuestra identidad en una vertiente no menor. ¿Cuánto libros he atesorado? ¿Mil, mil quinientos, dos mil? No tengo intención de hacer un recuento, pero sí una purga. La purga no se refiere exclusivamente a los volúmenes, sino que alcanza el corazón de la identidad, como si pudiese esta decantarse, diluirse, aclararse. Decido dejar a un lado las posesiones y establecer una distancia con todo aquello material que me condiciona, en la esperanza de mejorar, de alcanzar un otro estado más limpio y menos dependiente.

+ Etimología: barriga deriva de barrica, que no deja de ser un galicismo. Lo recojo de una nota de la Real Academia en Twitter. Tiene su gracia la evidente semejanza de las dos realidades. La metáfora como creadora de palabras, las palabras como creadoras de metáforas, entre ambos polos: la realidad cambiante, sin permanencia, dúctil e incontestable aunque sometida a contradictorios comentarios.

+ [Expurgo]. En lugar de empezar por los libros he comenzado por los objetos, fotos, cartas, aparatos electrónicos y un largo etcétera de diversos cachivaches acumulados durante décadas. La sensación es extraña porque los objetos se conectan con la persona y parecen ofrecer un retrato de aquél que fuimos que se relaciona con este que somos. No es necesariamente verdadero porque esa función de la identidad se define en cada momento y cada momento aporta y hurta razones. En este caso, es un distanciamiento. Decido expurgar sin contemplaciones. Postales de Lisboa, mapas de Berlín, guías de Normandía, libretas de notas que no deseo volver a ver, el ingenuo detalle de unas vacaciones reflejado en una suerte de diario, las tribulaciones de un escritor en ciernes que nunca llegó a alcanzar la publicación [qué tema para otra entrada], auriculares, púas para la guitarra, cables de amplificador y otro largo etcétera. Y así se van llenando las bolsas de basura que, luego, transportamos hasta un contenedor cercano. ¿Un antes y un después? Sé que es algo que debería haber hecho hace años, porque la limpieza es salud para el alma, ese desnudarse, ese desposeerse de objetos que creemos importantes y no lo son. Se libra una batalla con el pasado, un pasado que no existe, que nunca existió. Los lazos que me unen a aquel que fui son débiles y cada día que pasa la dispersión de las imágenes es más acusada, como el barco que se aleja de la costa y al pasajero, llegado un momento, le resulta imposible discernir qué son casas y qué son montañas porque el paisaje se transforma en una línea que se desvanece sin remedio. Carne de mercadillo, de rastro, de mercado de las pulgas, resulta ser toda esta acumulación; prefiero que vaya a la basura que verlo en el puesto del chamarilero, aunque llegado el momento, todo dará igual. Lo próximo serán los libros; capítulo aparte.

+  [Expurgo]. Me deshago de una colección de callejeros, planos y mapas atesorada durante más de treinta años. Queda en la huerta bajo la lluvia. El agua de la lluvia se comerá el papel mediante la putrefacción. Me interesa esa metáfora que esconde el proceso: el agua de la lluvia pudre los mapas que se coleccionaron a lo largo de treinta años, y nada cambia: allí siguen, las calles, las ciudades y la geografía. La representación sólo posee sentido cuando tiene utilidad, luego se convierte en una arqueología o en un fetiche, o ambas cosas a un tiempo. El agua de la lluvia y la tierra vegetal actúan conjuntamente como un hechizo.

+ Imagen: el almacén de muebles como habitat del deseo, el deseo como guía del pasado y del porvenir, imagen de sí mismo, relato vertebrador de la vida cotidiana; sin embargo, eligo la neutralidad del blanco y una composición geometríca con la esperanza de romper un sortilegio que me inclina hacia la acumulación, una tendencia que inagurar: el adelgazamiento. Un especio neutro y versatil.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Expurgos

 

 

+ Es viernes, un viernes luminoso de finales de octubre. Lo dije alguna vez, el otoño es mi estación preferida. Lo repito mientras observo el paisaje y pienso que fuera de este recinto acotado está la pandemia, la ignoro y escribo, leo y estudio. La música barroca que me acompaña hace que recuerde en el retiro de Michel de Montaigne. La lectura es otra distancia respecto de la realidad porque inaugura una realidad personal y dúctil [en un primer momento;, ya que toda lectura tiene un algo de veneno, plena de  efectos imprevisibles y sorprendentes]. Tengo ante mí el calendario con las tareas pendientes y las tareas cumplidas, lo miro sin mucho convencimiento. La luminosidad del día aclara el tránsito del tiempo hacia la nada y termina por disolverlo en los suaves colores del otoño. Estoy más cerca de la naturaleza y eso se refleja en mi ánimo: una mayor quietud y reposo, una tranquilidad serena y profunda, reflexiva. Es viernes y comienzo unas cortas vacaciones, que no son otra cosa que un cambio de actividad; su verdadera razón: la acción con antídoto, la lectura como lenitivo, el equilibro como meta imposible pero deseable.

+ Rescato en Pierre Bourdieu unas ideas sobre el campo del arte restringido. Se relacionan estos rasgos con una cierta distinción, un cierto empate entre gusto y elitismo, una aristocracia excluyente y exclusiva. Normas, repertorios, preguntas y respuestas elaboradas con el propósito de clasificar al interlocutor y, más tarde, situarlo en un mapa de lo in y lo out. ¿Pertenecemos a ese club o sólo fue un deseo no cumplido que habla más de nosotros de lo que sospechamos? La necesidad de alcanzar un punto de individualidad que nos diferenciase de la masa se convirtió en un objetivo vital. Lo puedo estudiar en mi propia persona y en otros que he conocido, que he tratado o que tenido cierta intimidad. Pasado el tiempo, esos asomos de la tardía adolescencia se han desvanecido y permanece el esqueleto que los sostenía. La desnudez que ahora se nos ofrece es demasiado verdadera como para poder soslayarla. ¿Tan importante es la circunstancia? Recordaba un maltratado violinista en una entrevista radiofónica la segunda pare de la cita de Ortega: yo soy yo y mi circunstancia; la segunda parte: …y si no la salvo a ella no me salvo yo. Bien. Pero la cualidad de la circunstancia es su empecinada tendencia al cambio a la impermanencia. ¿Eran esos atisbos elitistas de nuestra prolongada adolescencia circunstancias o eran esencias de la persona? Sé que han desaparecido y con ella un dolor extraño y banal, pero profundo e hiriente, una percusión que se cifra en los éxitos ajenos y los fracasos propios, cuando ni siquiera había tales fracasos. Ay, el arte restringido, esa tendencia a la referencias y a las posturas, a un dandismo provinciano de alcohol y lumpem, de galería de arte y periódico de provincias regido por directores más en el ámbito de la zarzuela que en el de la actualidad. Ahora todo es narración, un relato que me entretengo en comentar aquí y allí, pero que no tiene la importancia que sospechaba que tenía. La circunstancia ha variado y con ello mi persona gana, otros han perdido, otros, también, han ganado; pero ya no clasifico, solo observo, solo estudio.

+ [Expurgo]. Las mudanzas son limpieza y orden y uno se da cuenta de cuán pesados y poco manejables resultan ser los libros; manifiesta forma de fetichismo, encumbrado en un engañosa utilidad: hay en atesorar libros, y ,como sucede con cualquier colección posible, el cachorro se convierte en monstruo. Así, los volúmenes se apilan, forman torres imposibles, muros imposibles, visten una casa, aparentan estabilizar la tendencia a la caducidad, se transforman en balizas con las que orientarse en el tráfago de la vida y nada de esto se cumple. Sin embargo, llega un momento, ese momento del desplazamiento de la biblioteca, en que los colores de los lomos y el formato de sus tapas resultan amenazantes, complejos, un traslado que, como una obra de ingeniería, requiere de cálculo y planificación. Después de reflexionar sobre el asunto, he llegado a la conclusión de la necesidad de realizar una donación de una gran cantidad de libros a una biblioteca rural. Quizá allí sean leídos, la mayoría de ellos yo nunca los volveré a abrir. Este adelgazamiento es un adelgazamiento espiritual, una necesidad o un ejercicio ascético que nos dirige hacia una nueva vida: ordenada, serena y estable. Los tres adjetivos anteriores conjugan con un proyecto donde no caben los estilemas anteriores, todo ha cambiado aunque parezca ser lo de siempre. Ay, estilema: conjunto de los rasgos característicos de un autor. Empleamos el término cuando dejamos de creer en el monolito que le da cobijo, se desmorona su peana, se desvanece su aura para dar paso a otra realidad, a una profunda realidad más próxima a cierta idea temprana que resurge y se impone. ¿Somos otro? Nadie se baña dos veces en el mismo río, repito tras la última frase, como una oración que invita a la contemplación, ese estado, esa condición. Los libros no me condicionaran como objetos que son, otra cosa muy distinta es su estela, que permanece y se transforma, me transforma.

+ Mientras la abogada nos da cumplida cuenta de un asunto urbanístico de nuestro particular interés, yo no dejo de fijarme en los tatuajes diseminados por sus muñecas y antebrazos [discretos, pero elocuentes]. No puedo dejar de pensar en el tatuaje como amuleto, conjuro o fetiche, no puedo de dejar de pensar en lo ajeno que me resulta y la relación que tienen con este nuestro presente y con la amplitud y extensión que han tomado, más próximos a la cosmética que al lumpen entrevisto en nuestra infancia y adolescencia. Que la abogada lleve tatuajes [frases, pájaros, peces…] resulta un punto más allá de lo representativo y paradigmático; se trata de una tendencia que ya es característica de este nuestro tiempo, un rasgo de nuestra época. El tatuaje ahora es variedad que oscila entre lo profundamente significativo y lo meramente frívolo. Yo no tengo tatuajes y muy probablemente no los tendré, pero no por una razón específica, sino por los usos y costumbres de mi infancia y mi adolescencia, por la educación recibida y por un cierto envaramiento [el mismo que me impide usar chandal o bermudas, por poner dos ejemplos de atuendos prohibidos]; sin embargo, también que hay algo que no comprendo, algo que tiene que, por un lado, ver con mi edad y, por otro lado, con una posición estética que trata de alejarse de todo aquello que implique multitud, moda o costumbre fosilizada. Vuelo a pensar en la abogada y su atildado aspecto, en su fular Burberrys y en su tatuaje en el empeine embutido en un zapato de ante negro y tacón bajo, en como ya no soy el que fui y no soy el que seré, pero permanecen ciertos rasgos más propios del dandy o del snob que del mero estudioso de la realidad, sumido en la observación, sumido en el estudio. Ese soy yo.

+ [Las razones de los expurgos continuaran en nuevas entradas].

+ Imagen: Las puertas constituyen una de mis obsesiones fotográficas; por geometría, variedad y rasgos comunes. Las puertas hablan y solo hay que saber escucharlas, pero yo no tengo más propósito que reflejar lo que fue una mañana en Honfleur; cuando paseabamos encontramos la casa de Erik Satie, después esta puerta. Vale.