sábado, 25 de abril de 2020
Encierro (6)
+ Combinaciones extrañas a las uno debe acostumbrarse, necesaria y paulatinamente. Se unen el teletrabajo y mi investigación, sé que es necesario establecer compartimentos estancos y en ello estoy. Es esta otra tarea, una tarea fundamental: la organización, la agenda. La bendita agenda.
+ Un antiguo concierto de Paul Weller, en el Albert Hall. Es el año 2000. Me fijo en lo emblemática que resulta su Gibson SG. Qué diseño. Las formas entre lo orgánico y la voluta arquitectónica, un vuelo sinuoso pleno de tecnología y tradición. Esbelta y dúctil, con sus pastillas de doble bobinado que tanta fuerza otorgan: como un grito que se dulcifica, de lo agudo a lo grave, una textura arenosa y fugaz, que luego se mantiene en el aire, como por ensalmo. Cambia la SG por una Telecaster azul muy antigua y trabajada. Me detengo y pienso en lo vetustas que resultan la guitarras eléctricas, hijas de una crisis y asesinadas por otra crisis. Lejanas tecnologías pero tanta presecia como la presencia de un violín o un piano. Paul Weller se ocupa un estado superior, bajo mi punto de vista. Observo su digitación, su voz, su actitud en el escenario. Intento no rebasar esa línea que separa lo colectivo de lo individual, pero no lo logro porque recuerdo con precisión la primera vez que oí hablar de él, en concreto de The Jam. Qué lejano es 1986. Ahora, mientras termina el concierto, recompongo aquellos días y, al momento, los olvido. P. W. todavía es actualidad, al menos para mí.
+ Cabe la posibilidad que la foto de la entrada anterior la hubiese utilizado en el pasado. Una visión rápida de la foto explica algunas cosas que me inclinan a elegirla. Los colores, el motivo, la composición. Pero no es el autor el más indicado para hablar de la obra de ¿arte?
+ [Un pequeño accidente]. Me corto superficialmente el dedo corazón con la puerta de la galería. Un dolor que percute antes de la unión de la piel y la uña, justo donde termina la articulación. Mi torpeza, mi atolondramiento proverbial. Me estudio en el dolor, en esta tarde de sábado, en la reclusión. ¿He aprendido algo tras el accidente? Sí, tengo una tendencia hacia la irreflexión que algún disgusto me ha costado. A lo largo de los años he mejorado, pero la tendencia sigue ahí, como revela el pequeño accidente. ¿El carácter es el destino?
+ El accidente ha sido muy poca cosa, pero pudo ser realmente grave. Pude haberme roto el dedo, con todas las consecuencias que ello tendría. Me siento agradecido a mi daimón, quizá a mi ángel de la guarda. Tener presentes figuras mitológicas ayuda a sobrellevar situaciones como esta porque a lo que carece de sentido le aporta un aliento poético, en su explicación, en su interpretación. ¿Quiero ver en esto una señal? Es una posición ambivalente. Por una parte es un aviso, por otra un regalo [todos mis dedos funcionan perfectamente, realizo mis tareas diarias sin trabas].
+ Por fin he encontrado el libro de García Montero Completamente viernes. Cuando lo busqué y no apareció, entre un rimero, allí estaba Ángel González. Los dos libros permanecen juntos, a la espera de una lectura, algún poema, varios poemas. Una iluminación en lo diario.
+ La tarde traerá desplazamientos e inspecciones. Fulgores de poesía que no cuajó, el temprano descrédito de opiniones recogidas a lo largo de la mañana. No leeré más durante un buen rato, luego, llegada la noche, emprenderé el último tramo del día: la lectura como despedida de la vigilia. La disciplina y la fortaleza, la convicción de que todo es efímero, la rutina, la consecución de un objetivo. El cautiverio o el confinamiento, la libertad es interior. Me digo que es hora de recoger y emprender el camino hacia el trabajo. Una tarea que completar, una más. Otra más.
+ Continúan los libros de poesía a la espera, ellos aguardan por mí y yo me pierdo por derivaciones inconfesables, cotilleos o escenas intrascendentes, baratijas que brillan sin peso. Los veo y los coloco en un lugar preferente, pero eso no es leer, eso es otra cara del mismo problema. ¿Fetichismo y acumulación?
+ Por fin he leído algunos poemas y, así lo constato, me han resultado gratos porque me han devuelto el olvidado aliento de la vida cotidiana, esa olvidada y fundamental realidad. Lo dado no tiene interés hasta que se diluye. Poemas sobre el trabajo, los autobuses, los jóvenes y sus afanes, el amor, la distancia de la amada, viajes desde una punta al centro de la Península. Libros que nos abren nuestra propia mismidad, compartimentos que permanecían cerrados por la costumbre. Ay, la necesidad de la ilusión, la sorpresa, la alucinación en lo diario. Eso me devuelven los pocos poemas que he leído: Completamente viernes, Luis García Montero.
+ Tanto la colección de poemas de Ángel González como la de Luis García Montero han regresado a sus nichos en la cuajada estantería. Hasta la próxima ocasción, después de cumplir con su tarea de dioses del momento. El dios del segundo que me arropa. Sobrepasado este instante, queda su latido.
+ Imagen: estaciones de tren olvidadas en su cierre definitivo, ya no hay taquillas ni taquilleros. La muerte de los pueblos, el polvo viejo y dorado, el silencio, el abandono.
